Clásico es un libro que todo el mundo quiere haber leído pero nadie quiere leer.
Mark Twain (1835-1910)
Comencemos con una etopeya. A veces abierto, otras huraño, a ratos divertido podía llegar a ser un encantador de serpientes. Le gustaba caminar con paso firme. Para él la distancia más corta entre dos puntos no siempre era una línea recta. Era preferible, para ganar la partida, envolver todo en una atmósfera confortable. Transmitía firmeza y determinación, más cuando estaba preocupado, era inseguro. En definitiva, era alguien en quien se podía confiar.
Así era Samuel Langhorne Clemens que a lo largo de su vida adoptó diversos pseudónimos, el más conocido de ellos fue ‘Mark Twain’. Este escritor y conferenciante, ensayista, intelectual, viajero empedernido y espíritu inconformista y creativo estaba dotado de un fino sentido del humor y de una sensible conciencia social. Le gustaba experimentarlo todo y, quizás por eso, el conjunto de su obra resulte un tanto dispersa sin que esto suponga merma alguna de su calidad.
El itinerario que me he marcado en esta colaboración para Entreletras es, a través de una visión panorámica ir descubriendo sus múltiples facetas, muchas de las cuales son muy poco conocidas.
Iniciemos la búsqueda. Vamos a hablar de un notable intelectual y de un escritor muy cualificado. El Premio Nobel William Faulkner, lo llega a definir sin ambages como “el padre de la literatura norteamericana”.
Su vida no fue fácil, deambuló de acá para allá y, en modo alguno, siguió una trayectoria rectilínea. Carecía de sentido práctico. Tal vez por ello sus altibajos fueron significativos. Ganó en determinados momentos una cantidad de dinero que le hubiera permitido vivir cómodamente, mas una y otra vez lo malgastó con sus extravagancias y caprichos, se vió obligado a pasar épocas de penuria y llegó a estar en bancarrota más de una vez.
Su infancia y adolescencia estuvieron muy marcadas por el río Misisipi hasta el punto que el Misisipi es un personaje más –y de los más importantes- en Las aventuras de Tom Sawyer y en su continuación, más madura y literariamente mejor elaborada, Las aventuras de Huckleberry Finn.
La vinculación de Mark Twain con este río fue duradera y profunda. Haríamos mal en quedarnos ahí, porque remonta el vuelo y es capaz de explorar otras rutas y otros mundos. Ahora bien, en estas dos obras apuntó lo que después mostraría sobradamente, entre otras cosas, su sentido del humor y su prosa atractiva, cercana, envolvente y seductora.
Samuel Langhorne Clemens nació en Hannibal, no se sabe bien porque razón, en sus obras pasó a ser San Petersburgo. Las dos novelas ponen de manifiesto hasta que punto todo lo concerniente al Misisipi y la navegación fluvial, le interesa aún más, le fascina. En la segunda va más lejos y su actitud abolicionista se pone de manifiesto en el viaje que emprenden Hack y el negro Jim, rumbo al Estado de Illinois donde la esclavitud estaba abolida.
Su vinculación sentimental con el Misisipi, asimismo, dio lugar a un hermoso libro La vida en el Misisipi. En parte como atracción turística y en parte como homenaje. Existen don estatuas de Mark Twain, en Hannibal.
Posteriormente de su pluma salieron obras que alcanzarían un rotundo éxito como El príncipe y el mendigo. Posee desde mi punto de vista, mucha más trastienda de la que se ha venido observando. Los dos niños son prácticamente idénticos ¿por qué los destinos que tienen marcados, son tan diferentes? No es difícil ver una mordaz crítica social y un cuestionamiento de numerosas convenciones. Cuando los dos adolescentes intercambian sus papeles es difícil no preguntarse si las normas sociales y políticas no son arbitrarias, por no decir, absurdas.
Otra obra, sin duda interesante, es Un yanqui en la corte del Rey Arturo. Aunque con cierta prudencia Mark Twain se decide a experimentar nuevas rutas narrativas e incluso temáticas. En primer lugar un viaje en el tiempo, un regreso al pasado, mas también, quizás un precedente de la literatura de anticipación o de ciencia ficción, sin excluir lo que tiene de burla, de sátira y de parodia.
Para quienes no conozcan a Mark Twain o haga mucho tiempo que lo han leído, creo que lo primero que deberían hacer es abrir las páginas de ese entrañable relato que son Las aventuras de Huckleberry Finn. De hecho, esta novela, ha sido considerada por la crítica una de las obras más relevantes de los albores de la literatura estadounidense, junto a Moby-Dick de Herman Melville. No puede extrañarnos por tanto que esté incluida en numerosas listas y relaciones de las mejores novelas de todos los tiempos. Ernest Hemingway, por ejemplo, considera que la literatura norteamericana tiene su inicio con la aparición de Huckleberry Finn.
Mark Twain tiene un estilo ágil, sencillo y cautivador. Su palabra es directa mas debajo de las apariencias laten otras preocupaciones y otros enfoques, sobre todo de carácter social.
En su literatura –aunque planteados de forma lo menos hiriente posible- están presentes los fantasmas del fracaso y los interrogantes no resueltos de una Nación que está todavía en periodo de maduración. Entre las distintas formas de abordar el relato, casi siempre elige un sano escepticismo.
En su hoja de ruta sabe orillar los inconvenientes y siempre encuentra un resquicio y una puerta entreabierta para no caer en un pesimismo paralizador. A veces, las añoranzas son trampas del recuerdo, quizás por eso, Mark Twain cuando mira hacia atrás suele emplear la ironía cuando no la parodia. Sus palabras dan cuenta de los acontecimientos y de lo que sucede en el mundo que le tocó vivir… alguna que otra vez, también sirven para ocultar y para ocultarse tras un tupido velo y dejar que sean los acontecimientos quienes tomen la palabra.
Continuemos con la hoja de ruta que nos hemos marcado. Puede sostenerse, sin exageración que tenía conciencia de clase. Se afilió al sindicado de tipógrafos y en sus artículos y colaboraciones periodísticas –esta es otra de sus facetas- plasmó la vida y las aspiraciones de los trabajadores. Es significativo a este respecto, que sus escritos se leían, en voz alta, en los locales sindicales. Su apoyo al movimiento obrero es ostensible. Es también reseñable que a lo largo de su vida tuvo vínculos de amistad y una relación duradera con abolicionistas, socialistas y, lo que es particularmente llamativo, se mostró un decidido partidario y defensor de los derechos de la mujer, por ejemplo, del sufragio femenino. En enero de 1901, a este efecto, pronunció un célebre discurso, que se ha reproducido bastantes veces, y que lleva el expresivo título de Votes for women, tuvo una relación de amistad con Hellen Keller, la discípula de Anne Sullivan. Apoyó cuanto pudo, a esta activista política sordo-ciega.
El lector irá comprobando que Mark Twain es una caja de sorpresas continua. En ocasiones practicó la ambigüedad, mas en otras, la considera un defecto moral, especialmente, cuando silencia injusticias. Por lo general traslada a sus páginas su afabilidad, su amor hacia el calor humano y la vida. Casi siempre rehúye el consejo de los oportunistas. Así se fue convirtiendo en un escritor y un intelectual influyente y que no tenía, por lo general, empacho alguno en manifestar abiertamente sus opiniones por incomodas que fueran.
Con sagacidad supo ver que en múltiples ocasiones, el lado de los perdedores es el correcto. Los ganadores son en demasiados casos simplistas y bárbaros y, a menudo, solo saben hacer leña del árbol caído.
Mark Twain muestra su habilidad cuando descifra, para sus lectores, algunos misterios ‘aprisionados en el tiempo’. A veces, para encontrar lo que buscamos es imprescindible ‘arrancar algunas caretas’. Es inevitable tropezar, caer… más si saben aprovecharse estas experiencias nos hacen madurar y nos endurecen.
Otro rasgo que me seduce es su carácter anti-imperialista. Obvio es señalar la importancia de rectificar. En su juventud hay algunos atisbos concomitantes con el nacionalismo imperante, mas la actitud agresiva de los Estados Unidos y el ‘trágala’ ofensivo del Tratado de París, le hicieron cambiar radicalmente de posición y de discurso.
El propio Mark Twain lo especifica cuando afirma que está radicalmente en contra de que ‘el águila ponga sus garras en cualquier otra tierra’. Llegó a ser vice presidente de la American Antiimperialist League. Se mostró no solo un decidido partidario sino que pronunció conferencias y redactó documentos.
Hace años me impresionó vivamente el conocer que redactó un texto polémico y reivindicativo titulado Oración de guerra. Pues bien, permaneció inédito hasta 1923 y solo cuando las movilizaciones contra la Guerra del Vietnam, a partir de1960, alcanzaban un grado alto de temperatura en determinadas universidades como Berkeley, volvió a editarse y emplearse como arma de protesta.
El imperialismo ha traído consigo sufrimiento, sangre y una represión brutal para obtener beneficios económicos. Tal vez, por eso, produce admiración y respeto su Soliloquio del rey Leopoldo, este monarca belga cruel y avariento, esquilmó el Congo cometiendo todo tipo de atropellos y matanzas… por un insaciable y criminal ánimo de lucro. Estas acciones abominables no han sido reparadas, más que de forma muy parcial, por sus descendientes.
Merece, asimismo, la pena detenerse en sus libros de viajes. Pocos recuerdan que Mark Twain cultivó, de forma especial, este género. Hasta cinco libros de viajes llegó a escribir.
Desde La Odisea, de Homero, los relatos viajeros en todas las épocas han contado con mucho predicamento. Ahí están, sin ir más lejos, Los viajes de Marco Polo y, en nuestros días, los relatos de Kapuscinski o los de Javier Reverte.
Todo viaje proporciona experiencias, a veces muy jugosas, tienen algo de épico. Se pueden contrastar semejanzas y diferencias entre distintas culturas y ensanchan el horizonte de nuestro conocimiento. Supone las más de las veces, valorar lo que de plural tiene la existencia y vivir situaciones nuevas. Quizás, por eso, hoy nos sentimos un tanto decepcionados con los viajes programados y masivos que dan lugar a una “felicidad artificial” que ni siquiera alcanza el valor de un espejismo.
Mark Twain viajó por el Continente Americano, estuvo dos veces en Europa y tuvo la oportunidad de conocer Oriente Medio, imprime un ritmo ágil a sus narraciones, donde con frecuencia da rienda suelta a su ironía y sentido del humor y seduciéndonos con las magnificas descripciones de hombres, culturas, paisajes y formas de vida.
A la hora de sugerir alguno de sus libros de viajes me atrevo a recomendar que se comience por Inocentes en el extranjero, cuyo origen fueron una serie de cartas de viajes que iban apareciendo periódicamente, antes de convertirse en libro. Mi preferido es, no obstante, Un vagabundo en el extranjero, donde recoge experiencias vitales de su segundo viaje a Europa.
Son bastantes más los aspectos y ángulos desde los que puede contemplarse la fascinante figura de este pionero de la literatura estadounidense. Su nombre y su legado son reconocidos especialmente en su país natal. Un dato aparentemente anecdótico es que un asteroide lleva su nombre. Por otra parte, el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas ha creado el Premio Anual Mark Twain, que goza de un merecido prestigio.
En Hannibal (Estado de Misuri) que se denomina San Petersburgo en ambas novelas, escenario de las andanzas de sus personajes Tom Sawyer y sobre todo Huckleberry Finn, está enclavado el Museo Mark Twain, que tiene no poco de atracción turística y recibe al año decenas de miles de visitantes.
Hemos realizado un amplio recorrido, aunque somero, por su biografía y su obra literaria, periodística y ensayística.
Quedan, no obstante, numerosos aspectos por explorar. Por ejemplo, que era un magnífico orador, que sabía despertar el interés de quienes asistían a sus conferencias, tanto por su sentido del humor, como por su ironía, ingenio y espíritu satírico. Son constantes sus bromas y agudezas, sirva de ejemplo la cita que encabeza este ensayo divulgativo.
En la vida de todo escritor destacado hay un golpe de suerte o de fortuna que le abre puertas insospechadas y que le da acceso a la vida cultural. Mark Twain no fue una excepción. Cuando escribió su célebre relato, plagado de humor y de ironía, La célebre rana saltadora del distrito de calaveras, que se publicó en la revista The Saturday Press de Nueva York, no podía imaginar que iba a obtener un triunfo inmediato y clamoroso que lo catapultaría en el campo literario y periodístico.
En el nivel afectivo Samuel se enamoró –o al menos, él así lo cuenta- de Olivia, que posteriormente sería su mujer, por una fotografía que le mostró su amigo Charles Langdon de su hermana, durante uno de sus viajes. Al enfermar Olivia se trasladaron un tiempo a la Toscana buscando un clima propicio donde mejorara de su enfermedad. Vivieron en un lugar paradisiaco en la Villa di Quarto, en los aledaños de la magnífica ciudad florentina, por la que gustaban pasear. Florencia es el Renacimiento y allí vivieron unos meses apasionantes aunque la salud de ‘Oli’ no mejoró, falleciendo de un paro cardiaco.
Vivimos tiempos donde las simplezas y nuevas formas de censura imperan en determinados sectores por estúpidas que sean. Estos nuevos movimientos inquisitoriales, en nombre de ‘lo políticamente correcto’, han logrado que Las Aventuras de Huckleberry Finn, hayan salido abruptamente de las escuelas secundarias por su utilización habitual del término Nigger (negro). El hecho de llamar ‘negro a los negros’ y más aún, en el periodo previo a la Guerra de Secesión, se considera racista y faculta a determinadas mentes inquisitoriales -las mismas que solicitan, día sí y día no- modificar el contenido semántico o determinadas acepciones de los diccionarios a impulsos de sus ocurrencias. Es probable que en una próxima entrega para Entreletras vuelva sobre ello. Suponen un empobrecimiento evidente del lenguaje, por muy buenas intenciones que esgriman falazmente estos nuevos inquisidores.
Mark Twain tenía unos principios morales sólidos. A veces los pone de manifiesto en sus artículos y ensayos y otras los pone en boca de sus personajes. Recuérdese a este efecto las veces que Huckleberry Finn, señala que ‘es preciso hacer lo correcto’ aunque los demás crean o no se atrevan a actuar así.
Su búsqueda de nuevos temas y enfoques era constante. Así, escribió la novela Recuerdos personales de Juana de Arco. Tardó en terminarla doce años y, aunque, no es de lo más granado y exigente de su producción supone un intento más de ensanchar su ya de por sí, amplio, escenario narrativo e imaginativo. Asimismo, se aventuró, una vez más, por senderos peligrosos, especialmente en un lugar donde proliferan las sectas religiosas y –sobre todo en la América profunda- donde se manifiesta con intensidad creencias acompañadas de un más que ostensible fanatismo.
Se atrevió a publicar, con su estilo burlesco habitual, El forastero Misterioso, que trata nada más y nada menos, que de sucesivas visitas a la Tierra del sobrino de Satanás. Hasta para hablar del infierno hay que sonreír. Las criaturas diabólicas enredan lo suyo más dan lugar a historias chispeantes y entretenidas.
Los inquisidores de turno, no le dejaban pasar una. Así, fue muy criticada su opinión de que ‘la fe es creer lo que sabes que no es’, pese a que se trata ante todo de un divertido juego de conceptos y de palabras.
Nunca estuvo seguro de si había algo después de la muerte. Más para los convencidos de estar en posesión de la verdad, cualquier duda, cualquier signo de agnosticismo debía ser cortado de raíz.
Finalizo este recorrido con algunas calas significativas de su vida señalando que durante un tiempo se hizo francmasón aunque posteriormente se desvinculara.
Me ha parecido oportuno poner de relieve las múltiples facetas, ángulos y perspectivas con las que el lector puede reencontrarse con Mark Twain o explorar, por vez primera, su literatura llena de un humor agradable y de reflexiones y análisis pertinentes sobre el significado de la vida, el valor de luchar por los ideales y el deseo permanente de conocer nuevos espacios, nuevas culturas y ensanchar sus conocimientos.
Además y, no es poco con los aires tóxicos que corren, su pensamiento y su literatura son un antídoto frente a tanto reduccionismo y contra tantos –más o menos encubiertos- enemigos acérrimos de la libertad de pensamiento y de expresión, aunque paradójicamente la invoquen a gritos para perpetuar sus fechorías.