Los grandes poetas saben cuando van a morir, muchos de ellos lo escriben sin darse cuenta, otros se lo dicen a sus amigos, a sus amores, pero siempre lo saben, es una especie de intuición malvada que ofrece la poesía a quienes la defienden y adoran durante toda su vida, Justo Jorge Padrón lo supo con claridad, y me lo dijo por teléfono sin saber muy bien lo que estaba diciendo, me dijo: Fíjate primero Dabija (poeta moldavo que falleció por Cobid en Marzo) y luego yo, qué hartazgo… y después nos pusimos a hablar de poesía y de su último libro, La centena del cisne, que debe estar llegando ahora a las librerías.
Pues sí, Justo Jorge Padrón se nos ha ido y nos ha dejado a muchos con la necesidad de seguir hablando y hablando de poesía, leyendo sin parar una obra que ya es histórica e inconmensurable. Justo Jorge Padrón vivió una experiencia con la poesía que no ha tenido nadie en este siglo, parece como si en sus 77 años hubieran vivido en él cuatro o cinco poetas, uno con enorme y desbordado éxito, otro solitario y esquivo, otro popular y famoso, otro fracasado y endeble. Cuando le conocí, en 1993 publicaba sus libros en la colección Austral de Espasa-Calpe y acababa de ganar uno de los premios europeos de literatura más importantes, el Premio Europa, uno de tantos, pero en España empezaban a cerrarle ciertas puertas aquejado de esa especie de manía que soportan algunos de los que tienen demasiado éxito, le pasó a Vicente Blasco Ibañez, le estaba empezando a pasar a Federico García Lorca y más cerca a Gloria Fuertes, a Antonio Gala, en fín…
Pero a Justo no le quitó todo esto ni un segundo de su furor por la poesía, seguramente lo hizo más grande y su obra no dejó de crecer, siendo ya la más extensa y ambiciosa de su generación. Una obra poética deslumbrante, donde también tiene un sitio de honor la traducción, apoyado por la extraordinaria Kleopatra Filippova, y el ensayo, especialmente en el tratamiento de la poesía escandinava.
Tiempo habrá de hablar y escribir sobre Justo Jorge Padrón, yo lo pienso hacer con esmero. Ahora siento muy honda su ausencia y se me pueden torcer las palabras. Me gustaría poder alcanzar a describir en este artículo la fascinación que me produjo cuando leí con diecisiete años, Los círculos del infierno, me gustó como muy pocos libros, me pareció sublime, rotundo, genial… y todavía al releerlo descubro más momentos brillantes, como los mejores libros. Me parece el mejor libro de su generación, y eso es decir mucho perteneciendo Justo a los poetas surgidos en los años setenta, donde hay un buen número de autores geniales.
Con Justo se nos ha ido el último gran poeta del siglo xx, un hombre dedicado a la poesía en cuerpo y alma, a todas horas, sin otro trabajo posible, igual que un abogado, un arquitecto o un oficinista, llenado su tiempo de poesía con generosidad, escribiendo, traduciendo, conociendo a otros poetas… pero sin concebir la vida de otra manera, dispuesto a todo por conseguir el verso necesitado, el definitivo.
A Justo Jorge Padrón lo voy a echar mucho de menos, mucho… me gustaba tanto cuando me hablaba de su amistad con Neruda, con Goytisolo, con Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Borges, Gil de Biedma, con Paul Celan, con Allen Ginsberg… su poesía sin embargo me va a acompañar siempre, y encima, intuyo que, a muchos, muchísimos y muchísimas más.