Allá por 1984 –el jueves 7 de junio de 1984, para decirlo con exactitud-, la “Guía de Lectura” del diario bonaerense “Clarín” saludó la llegada a los anaqueles de cierta ópera prima, Arrabal de esferas, aparecida bajo el ya histórico sello de La Lámpara Errante, del siguiente modo: “Un libro excepcional en el panorama de la nueva poesía argentina, que logra una atmósfera de misteriosa desolación, con un ritmo amplio, natural y grave, y el desarrollo del tema de la vejez, el tiempo y la muerte.» Además de la obra en sí misma, quien merecía semejantes elogios era, por supuesto, su autor: el también bonaerense Rubén Reches (1949 – 2018), poeta y cantautor, profesor de lengua francesa, traductor especializado, con toda lógica, en la obra de François Villon, Victor Hugo, Gustave Flaubert o Georges Brassens, y quizá el caso más paradigmático de silencio recurrente, y casi de pleno victorioso, en el apasionante friso que conforma la poesía contemporánea de la República Argentina. Porque, si las primeras creaciones líricas de Reches datan aproximadamente de 1970, Arrabal de esferas, por lo tanto, no fue dado a conocer hasta catorce años más tarde; y un silencio de mayor extensión aún –doblemente extenso, incluso- hubo de mediar entre esto último y la publicación –en 2012, es decir, veintiocho años después- de su Poesía Reunida. Todo un acontecimiento cuya trascendencia quedó subrayada por la naturaleza del artífice de tal edición: el sello de culto Ruinas Circulares, surgido en Buenos Aires en el año 2007, y en cuya magnífica Colección “Iluminaciones” tienen cabida muchos de los autores más destacados de la poesía argentina actual, como Jorge Boccanera, Daniel Freidemberg, Paulina Vinderman, Santiago Sylvester, Jorge Aulicino, Enrique Solinas, Irene Gruss, Dolores Etchecopar, Jorge Paolantonio, Inés Legarreta, Liliana Díaz Mindurry o Patricia Bence Castilla. Ya en 2019, transcurrido un año desde el óbito de Rubén Reches, Ediciones Ruinas Circulares certificó su acierto en torno a la valoración tan positiva que realizara del autor, actualizando su legado en el volumen recopilatorio Ya no serás lo que no fuiste, donde, en algo más de 100 páginas -108, exactamente-, pueden encontrarse los treinta y dos poemas y las once canciones que conforman la muy concisa obra lírica de Reches; toda la que acertó –venturosamente, por su notabilísima calidad- a romper el silencio preponderante de una vida de gran erudición poética, así como de muy alta exigencia y perfeccionismo creador.
A propósito del temperamento del autor de Arrabal de esferas, y a propósito también de su actitud frente al fenómeno de la existencia –o desde dentro de ese fenómeno en marcha, si se prefiere-, el escritor y académico Eduardo Álvarez Tuñón ha dejado escrito, en su prólogo a Ya no serás lo que no fuiste, unas palabras sumamente evocadoras, además de hábiles en el oficio del retrato moral: “Vivía en una sutil y melancólica dimensión poética, elevada, natural en él, desprovista de solemnidades”. No resulta extraño que de la pluma de un artista así pudieran brotar versos como éstos, tan elocuentes en su nítida sencillez: “(…) en tanto que lo que no sabés nombrar se arranca pausadamente de vos, / desprende de toda tu piel un ala, / y ya no temés que la mariposa esté naciendo, / ya ni la querés nombrar”. Para Rubén Reches, la poesía se fundaba en un continuo proceso de decantación que más tenía que ver con lo intrínsecamente existencial que con lo mera y fútilmente textual. Ahora cabría recordar aquello de Frederic Mompou, el gran pianista y compositor barcelonés, cuando afirmaba que, en su caso, escribir música se limitaba “a encontrarla”. En lo que a Reches respecta, la circunstancia de tal encuentro se concibe como un callado desprendimiento del propio ser; callado aunque alado, sí, y además potencialmente cantor si todo cuanto ha terminado naciendo con la perspectiva de nombrarse encuentra el definitivo vigor íntimo para alcanzar la categoría del hecho poético. La creación lírica, pues, supondría aquí una suerte de comunión aleatoria entre revelación y voluntad, en virtud de la cual el silencio puede ser fracturado por una serie de iluminaciones, quizá muy distantes las unas de las otras, pero completamente seguras de su condición de lámparas preñadas de sentido, susceptibles de aunar luz y lenguaje con temblor verdadero. También con altura honda, si tal oxímoron resulta permisible. E intentando abrazar todo lo inabarcable y misterioso, que es secreto hasta que la gran literatura consigue revelarlo, como Reches lo materializa y verbaliza en este pasaje que no deja de recordar, admirablemente, al Ernesto Sabato de Sobre héroes y tumbas, en su “Informe sobre ciegos”: “(…) por toda la ciudad de veras infinita, / que tiene infinitas puertas que jamás abriste / y callejuelas y sótanos cuyos espacios sumados / darían infinitas ciudades con infinitos sótanos e infinitas callejuelas también”.
Desde sus primeros compases, los momentos álgidos van sucediéndose a lo largo de la obra poética de Rubén Reches. “Cita”, una de las composiciones que formaron parte del inaugural trabajo en que se constituyó Arrabal de esferas, presenta un subyugante inicio (“Esperar en la mesa de un café, / no haberse quitado la bufanda y ser pálido, / estar atento a sus huesos de los que el alma pende como unas pocas sedas / dispuestas para dar una ilusión de anchura”), junto con una exhibición de profundas y poderosas imágenes: “(…) haberse acostumbrado como un vencido a su oscuridad, / en cuyo fondo ya casi no se distingue el dibujo de dos ancianos abrazados que sonríen”; “ser vertical y blanco como un bastón de ciego”. Otro excepcional poema, “Miro torvamente…”, asalta la atención de los lectores con pasajes tan intensos, imaginativos y temblorosos como éste: “Jamás el universo se hallará mejor que hoy / ni el sol pesará tan dulcemente sobre la tierra / ni la madera estuvo así a punto de hablar / ni duraron tanto las mariposas. / Sólo tu barro se habrá sabido negro, / sólo tus árboles habrán intentado temblar, / sólo tus flores habrán oído pisadas”. Las ideas sorprendentes no dejan de cristalizar en inapelables hallazgos (“…y el Hoy raspa tu alma como los frenos de un tren”), mientras que la figura del padre, sastre de oficio, es evocada de forma certera y fascinante en el poema “Ya son de la bruma…”: “Y por eso medías, padre, y por eso enhebrabas, seguro de que así habría de ser, / con la certeza de un sastre que sabe que, si quiere, deja la tela, sale a la calle / y atraviesa de parte a parte un planeta con la aguja”. La tendencia al empleo sistemático del versículo como unidad formal acaba conduciendo al cultivo ocasional de los poemas en prosa; así, los titulados “Las noches de la casa…”, “Entra al café…”, “Suena el silbato…” –procedentes los tres de Arrabal de esferas-, y también “Ante la biblioteca” y “Vate rigorista”, que tienen mucho de narraciones breves –igual que los posteriores “Hombre ordenando” y “Apuntes en un cuaderno”-. Si “Ante la biblioteca” surge de la impresión causada al constatar cómo cierto volumen, rescatado del olvido, se halla repleto de anotaciones propias, como notas al margen generadoras de un vértigo ineludible a causa del paso de los años, el humor sarcástico de “Vate rigorista” (“El idioma era una pared que vos querías raspar, porque debajo de las primeras capas de cal había, en algunos poquísimos lugares, poesía”) halla continuidad en la composición cuyo título, “Ya no serás lo que no fuiste”, da nombre, en efecto, a toda la obra poética de Rubén Reches. Y no es casualidad que tal extensa composición, en quince partes, lleve una cita inicial del célebre cuento de Jorge Luis Borges “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Es aquí cuando lo anecdótico (“El viejo se va solo, / llueva o truene, / a decir poemas a las peñas”) quedará definitivamente trascendido en virtud del mensaje de fondo que vinculará identidad y derrota: quizá el gran asunto de toda la poética del autor; quizá, sí, el esclarecimiento de la “atmósfera de misteriosa desolación” a la que la “Guía de Lectura” del periódico “Clarín” había hecho referencia ya en 1984. Y todo yendo hasta el tuétano mismo de una condición humana, la nuestra, que, no obstante, se halla también en posesión de su reverso mágico. Porque si “hoy vivir es para tu alma / como si te mantuvieran sumergida la cabeza / en una palangana llena al ras de dolor humano”; si “tu cuerpo va y viene / trazando débiles estelas / de pez de acuario”; si “no sabés grito ni llamado leve que (…) pueda reunir” a “todos los seres que se hicieron recuerdo”, no es menos verdad que “la felicidad más astral y veloz irrumpe cada tanto en el cansancio dolorido de los cuerpos”. Y que, sin olvidar jamás el sol de antaño, “y aunque hoy todo sea / un llanto que no podemos oír, / una silueta que no sabemos nombrar, / él sigue ahí, dando sus rayos, inextinguible, limpio”.
Con su ironía no exenta de ternura –lo que denota una lógica e importante influencia de Georges Brassens-, las canciones de Rubén Reches suponen un apéndice amable de su corpus creativo. Obviamente las estructuras métricas se hacen aquí más clásicas, sin que por ello mengüen los fogonazos de gran altura expresiva –“(…) y aunque el tiempo no apresure sus implacables zapatos”; (…) y el tiempo fue vistiendo / mis huesos de a poquito”-. “De vuelta de las cruzadas” resulta, a la postre, una muy original y divertida canción de amor (“Te conocí hace años, quizás catorce. / Yo no tenía dama por quien morirme. / Mi timidez te hablaba en código morse, / yo sólo era valiente para batirme”), mientras que “Olla popular” aborda la temática social, “Nota viajera” se alza como un sencillo homenaje al bandoneón, y la espléndida “Buenos Aires 78” destaca por su dulce melancolía de ritmo y poso alejandrinos (“La lluvia finge rostros asustados o tristes, / rompiendo en la ventana del café que te abriga. / La estabas esperando en tu mesa de solo, / huérfano que soñabas con un hada madrina”). Con todo, en la memoria de los lectores no declinará el influjo de algunos hitos postreros de Reches fuera de su faceta adicional de cantautor. Hitos como el poema “Los remeros”, con su impactante inicio (“Es tarde. Ya remamos toda el agua del día / y aún golpeamos los remos contra la orilla de la noche / porque nadie nos enseñó a dejar de remar”), y cuyo origen en realidad se remonta a 1970; hitos, en fin, como “El teléfono de la casa paterna” –curiosísimo texto, de delicadeza suma, a caballo entre lo narrativo y algunas sutiles epifanías- o ese formidable poema titulado “Rincones”, sobre la conciencia de la frustración, el sentimiento de la derrota, el rencor y sus más que probables recovecos (“Casi todos los días / (…) en algún rincón de la ciudad dos hombres amigos se confiesan que perdieron sus vidas. / (…) Ahora saben que son un mismo odio ese que antes los hacía medirse con ciudades / y aquel que los llevará a esconder los fósforos cuando la esposa envejecida quiera hacerse un té”).
Sensible y valeroso, humorístico y tierno, abismático y al tiempo tan cercano en su espontánea melancolía, el legado literario de Rubén Reches debe ser difundido, sin ningún género de duda y con intensidad, más allá de las fronteras de la República Argentina y del ámbito del Cono Sur. Bien lo valen esas sutiles lámparas, tan suyas: esas lámparas que aciertan a cantar desde el silencio roto.