Luis Landero ha sido galardonado por Lluvia fina con el Premio de la Crítica de Madrid 2020 en la categoria de mejor novela publicada en 2019 que otorga la Asociación de escritores y críticos madrileños
Luis Landero ha vuelto a conseguirlo. En un más difícil todavía, ese gran narrador de la edad tardía, con la pericia y la ligereza del funambulista del lenguaje que se balancea en el borde siempre afilado de las historias, ha hecho vibrar con sus pasos cortos y precisos el alambre estrecho de las palabras, con la tensión de una historia cautivadora que no necesita de artificios narrativos con los que el flujo de lo contado siga el cauce de la lectura.
Landero, como ya es habitual en sus narraciones, no ha previsto ninguna red de seguridad allí abajo, al fondo de la carpa de las páginas, donde se apretujan los lectores, como los niños que asisten a la función del circo y admiran asombrados cómo el trapecista del lenguaje ejecuta una tras otra piruetas inverosímiles y arriesgados juegos malabares, que les hipnotizan desde la primera página hasta el fin del libro, sin que puedan interrumpir la lectura.
Landero, desde principios de los años noventa del pasado siglo, cuando al publicar Juegos de la edad tardía deslumbró a toda una generación de lectores, hasta la aparición de su más reciente obra, Lluvia fina, se ha caracterizado por dos rasgos fundamentales. Uno es esa maestría indiscutible y cada vez más escasa con la que, como el orfebre que engarza las piedras preciosas en el oro de las joyas que salen de su taller con la paciencia de antaño, elabora recurriendo al material modesto y cotidiano de sus experiencias más personales todas y cada una de sus narraciones. El segundo, y tal vez todavía más importante en ese difícil oficio que es el del verdadero ejercicio de las letras, es la auténtica honestidad con la que, día tras día de lento trabajo, sin alardes estentóreos ni hueros aspavientos, crea historias que se enmarcan desde su primera publicación en la auténtica Literatura, situada en las antípodas de esas otras que hoy en día llenan los anaqueles de las librerías y que tan sólo buscan el éxito mercantil y ese reconocimiento mercenario de oropeles y medallas que el poder regala a los más dóciles.
Es por eso mismo que el premio que hoy ha recibido Luis Landero, que también está en las antípodas de esos fatuos premios por encargo, que buscan la promoción de sus propios productos editoriales y no el reconocimiento del mérito de una obra sorprendente, es como el faro que brilla a lo lejos en medio del temporal y despierta la esperanza de que no todo está perdido en este naufragio insensato de la creación literaria. Todavía queda algún autor como Landero, a cuyas páginas uno puede asirse, al igual que como, en medio de la tormenta, nos aferramos al salvavidas que nos mantiene a flote frente a las olas de la mediocridad y del mal gusto.
Parecía, en efecto, casi imposible que Landero pudiera superar el nivel de dos de sus anteriores libros, El cuento o la vida, en el que desvela de una vez y para siempre que toda narración que merezca tal nombre, mana de las fuentes de la memoria, de los recuerdos tempranos de la infancia, la adolescencia y la juventud, y también de ese poso que va formándose con la gota constante de nuestras lecturas, juntando en una sólida e irrepetible estalactita en lo más profundo de la cueva de nuestra memoria, a todos y cada uno de los autores cuyas obras la vida nos ha dado la oportunidad de descubrir.
El segundo libro que también parecía imposible de superar es El balcón en el invierno, donde el lector se lanza de nuevo, sin preocuparse en averiguar primero si tiene agua, a la piscina de los recuerdos del autor, descubriendo al fin cómo sucedió el inverosímil milagro que transforma a un humilde chico de un pueblo extremeño, nacido en un universo en el que los libros eran un lujo extravagante, en un indiscutible maestro de la narrativa española contemporánea.
Por su parte, Lluvia fina, retrata con una maestría fuera de lo común un episodio aparentemente banal, el proyectado reencuentro de una familia, como todas con sus desavenencias y profundas rencillas, para celebrar juntos el cumpleaños de una anciana madre y superar por fin tanto tiempo de desencuentros y rencores. Esta historia, que podría resultar anodina, casi sin interés, se transforma en una sucesión de voces, unas veces angustiadas, otras acusatorias, que no dejan escapar al incauto lector que ha comenzado su lectura.
Con este nuevo libro Luis Landero culmina una vocación narrativa que, de alguna manera, puso también de relieve no hace muchas fechas con ocasión de la XV Conferencia Spinoza, dictada no en Amsterdam, como es habitual, sino en la sede central del Instituto Cervantes en Madrid, donde nos recordó las influencias literarias que han configurado tanto su obra como toda su vida.
Llevó a cabo ese análisis desde una triple perspectiva: como lector, como escritor y como profesor. Landero, en una de las más apasionantes conferencias que uno ha tenido la suerte de escuchar nunca, puso de relieve, entre otras muchas cosas, que una obra que interesa especialmente al Landero lector, como pudieran ser la novelas de aventuras con las que disfrutaba en su juventud, o los ensayos de Emerson, no agradan lo suficiente al Landero escritor, que se decanta por clásicos de toda al vida, como las obras de Cervantes, mientras que el otro Landero, ese tercer hombre que se dedica a la enseñanza, se concentra en obras sesudas y quizás no tan fácilmente asimilables, como puedan ser las de Joyce o Proust.
Se trata de una trinidad algo mal avenida y quisquillosa que, al igual que los personajes de Lluvia fina, deben sin embargo convivir y compartir la existencia que es, inevitablemente, única. Harán muy bien por tanto los lectores, no sólo en descubrir esta novela galardonada ahora por la Crítica Madrileña, sino también todas y cada una de sus obras anteriores, a la vez que, recurriendo a los medios de comunicación actuales, recuperan la Conferencia Spinoza para disfrutar de las siempre sabias palabras del maestro Landero.