marzo de 2025

La Celestina

‘La Celestina’. Ilustracion (1499)

La Celestina es, sin ninguna duda, una de las obras más complejas e interesantes de la literatura universal. La bibliografía existente es tan amplia que resulta difícil aportar información inédita o desconocida. Todo en ella ha sido objeto de estudio: su autoría, sus fuentes, el estilo, el contexto social… Por este motivo no es mi intención compartir un análisis rigurosamente académico, aunque sí considero necesario mencionar a autores como Alan Deyermond, Stephen Gilman, María Rosa Lida de Malkiel o Julio Rodríguez Puértolas, cuyos trabajos son fundamentales para la comprensión e interpretación del texto.

La obra de Fernando de Rojas, publicada por primera vez en 1499, contiene todos los elementos que marcan el paso de La Edad Media al Renacimiento. La Castilla de la época se sostiene sobre una estructura social, religiosa y económica que ha comenzado a tambalearse y que se resquebraja a través de unos personajes que, conscientes de la brevedad de la existencia, viven y mueren de manera atropellada: “Muertas sí; cansadas no”, defiende la propia Celestina en una de las escenas. Su autor pone patas arriba toda la tradición literaria, desde los códigos del amor cortés hasta las convenciones de los géneros literarios. En cada diálogo importa lo que se cuenta, pero también todo lo que debe interpretarse de su lectura entre líneas. Incluso su título, que se impone al original Comedia de Calisto y Melibea, contiene ya una intención subversiva: el nombre de su protagonista hace referencia a lo celestial, a una divinidad transgresora. Si hay una cita que resulta fascinante, casi tanto como el monólogo final de Pleberio, es su conjuro: “Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada…”

‘La Celestina’. Ilustracion (1499)

En La Celestina todo intento de comunicación es objeto de engaño. La palabra es instrumento de confusión, es pervertida y desvirtuada y así lo interpretamos en muchos pasajes: “a quien dices el secreto das tu libertad”, expresa el criado Pármeno. Codicia y erotismo, conflictos sociales y religiosos… moldean la conciencia de unos personajes que de alguna forma despiertan la compasión del lector y que, al dejar al descubierto sus fisuras, nos muestran las propias. No es casual que sea una cadena, la que Celestina se niega a compartir con Pármeno y Sempronio, el objeto que precipite la sucesión de muertes que recorrerán la obra. Tampoco lo es que Calisto y Melibea pierdan la vida al desplomarse desde las alturas, porque ¿quién no ha sentido alguna vez el vértigo ante la posibilidad de la caída?

A veces es necesario volver a los clásicos, redescubrirlos, regresar cada cierto tiempo a sus páginas. “Cada día vemos novedades y las oímos y las pasamos y dejamos atrás”, señala Sempronio en una de las escenas. Todo pasa y todo queda en el olvido. Por ello no se me ocurre mejor tributo que este ejercicio de memoria que ahora comparto para que el reloj, continuamente presente en esta historia, no siempre nos venza.

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