He conocido el otoño pasado a Antonio Crespo y a su mujer, Carmen Ochoa, en el pueblo algarvío de Olhão, en el encuentro de Poesía a Sul, que organiza todos los años el también poeta portugués Fernando Cabrita. Son esas casualidades, esas sorpresas de afinidades electivas, que proporciona este tipo de encuentros, donde además de lecturas, hay una convivencia efímera pero estimulante. Tras escuchar algunos de sus poemas, me he hecho por fin con su libro Memorial de Ausencias (Ediciones Tigre de Papel, 2019), tras algunas gestiones librescas -de Cristina, la Librería del Mercado de la calle Tribulete, 18- porque no está tan bien distribuido como merece.
Y me he sumergido en su lectura. Ya sabemos que toda buena poesía se presta a ser leída y releída sin fin, como consuelo, como simple placer lingüístico, como fuente de evocación y de sugerencias inacabables.
Destaco ahora la Elegía en Portbou en la que Crespo va evocando, en poemas sin fin, lo que fue el fin de dos personas como Antonio Machado y Walter Benjamin, con poca diferencia de tiempo y menos de distancia: Colliure, 1939, Portbou, 1940. El mar, como una tumba, como lo fue para Alfonsina Storni. Pues no son sólo ellos dos sino los exiliados españoles y judíos, los niños, los perseguidos, los desposeídos de muchas tierras. ¿Tierra prometida o tierra permitida?, podríamos preguntarnos, parafraseando a Emmanuel Lévinas, otro autor que Crespo admira y respeta (debe ser uno de los pocos españoles que ha leído a Lévinas),
Y serán desperdigados, contados, ordenados,
despreciados y por el mar cercados entre alambradas,
enterrados en la playa, mascando, enloqueciendo,
llorando arena…
Como en el kadish, como en Yad Vashem, no son sólo gentes, centenares, miles, sino que se mencionan los nombres, de los niños de Terezin, de los niños de Portbou, españoles del viento y la arena: Martínez, Gómez, Suárez, Pérez, Martín, y los llama y comparece así
lo para siempre abandonado…
En toda esta elegía, comparecen, casi en silencio, otros derrotados, como Enrique Ruano
…en enero, estrellado en el patio, cuando se cumplía
el tiempo de las madrugadas, las noches
inciertas…
Hay también las alusiones, a Heidegger, cómplice por acción y omisión, “el anciano profesor que alzó su metafísica en la indiferencia osada de tantos huesos…”, a los abogados de Atocha, al Papa que no intervino, al que pintaba cuadros (Juan Gris),
Como todo kadish, Elegía de Portbou hay que leerla o, mejor, escucharla, de un tirón, sin parar, porque en el ritmo y la concatenación de las historias está gran parte del secreto de su fuerza. La reiteración deliberada, la invocación del ángel, de los pájaros, de las esferas, imprime un ritmo de plegaria, de súplica de salvación. Por eso esta elegía la califico de kadish, viniéndome a la memoria otro, el kadish de Allen Ginsberg a su madre.
Crespo va buscando la huella de Benjamin,
Y él llega hasta este hotel de Francia donde el hoy difunto (…)
fiel a una errancia hecha de destellos, de pérdidas, de lo fugaz,
de las sombras y los recuerdos restaurados como muebles antiguos,
de un necesario mañana…
aprovecha para evocar su propia trayectoria ‘por el país de las sombras’,
Descubriste entonces la geografía insumisa
de tu ciudad nunca vencida, las alejadas plazas,
el extrarradio, las barriadas humildes, las aceras
nunca antes visitadas…
…
Y sigo aquí preguntando al siglo por sus ausencias,
por lo no resuelto, por las lágrimas intactas y el temblor ajeno,
adivinando lápidas, lo ya borrado, lo que insinúa el signo,
la huella, lo inscrito un día…
Ausencias que son también alusiones a otros tiempos, a otros poetas, “no puedo más y aquí me quedo”, “la cara al viento”, “las alamedas de la libertad”.
La Elegía en Portbou, inserta en ese Memorial de ausencias, es más que un homenaje a Walter Benjamin, al que un funcionario anónimo le negó la entrada y la libertad. Es un canto a todos esos desterrados rechazados de un plumazo por aburridos y probos servidores de Estados sin alma.
La tierra española no le fue permitida a Benjamin, como la francesa no les fue permitida a millares refugiados republicanos que fueron hacinados tras alambradas en playas desoladas, como ganado apestado, vigilados por torvos soldados. Esas son las ausencias que, desgraciadamente, hoy se vuelven a hacer vivas con los millones de desplazados por todo el mundo. Los versos de Antonio Crespo no envejecen.