Pensaría cualquier lector aventajado que esa suerte de memorias breves o vivencias que la escritora George Sand, nacida Aurora Dupin, desgranó en Un invierno en Mallorca, habría de ser por el título evocador y por la época en que fueron escritas (1838-1839), una historia impregnada del romanticismo de la época y de la vida de la autora en cuestión.
Nada más adecuado que ese viaje a la entonces desconocida isla de Mallorca, desde la ciudad de la luz, la cultura y la mundología: Paris.
Y ningún motivo más acertado que buscar la serenidad y la paz en la recóndita naturaleza para un enfermo aquejado de la romántica y mortal tuberculosis, que curiosamente, no le fue diagnosticada por los afamados galenos parisinos, sino por dos desconocidos médicos mallorquines.
Un Invierno en Mallorca, puede imaginarse, para el lector que no conoce la esencia de esta obra, la apasionada y romántica historia de una estancia invernal en la Cartuja de Valldemosa, de dos personajes singulares: la extravagante, inteligente, liberal, Aurora Dupin y su entonces amante: el melancólico, lúgubre, hipersensible y sublime compositor, Federico Chopín.
Sin embargo, adentrándonos en las prolijas descripciones y sentimientos de este escrito, se sorprenderá el lector, que la autora se refiera al músico y amante sin ni siquiera mencionar su nombre de pila. ‘Nuestro enfermo’, ‘uno de los nuestros’, son las frases con las que habitualmente se refiere al exquisito pianista.
No encontrará el lector en las páginas de esta novela el relato íntimo de un tiempo único, alejados del mundanal ruido, de dos amantes entregados a su pasión en una isla desconocida.
George Sand, realmente de carácter más viril, determinado y resoluto que el delicado y enfermo Federico, y con el que hubo de jugar un papel más de cuidadora y enfermera que de amante, nos describe una Mallorca de una exultante belleza virgen.
Pero como contrapartida nos describe subjetivamente la dureza, la suspicacia, la maldad y el oscurantismo de sus habitantes. Al menos, de los moradores con los que aquel grupo de extranjeros, formado por Aurora, Federico, los hijos de la escritora: Mauricio y Soledad (niños de corta edad) y la camarera Amalia, se relacionaron durante aquellos inhóspitos meses del invierno de 1838.
La bizarra y primitiva belleza, de aquella naturaleza aún intacta, no mancillada aún por la mano del hombre fascinaría a la escritora cosmopolita. Esa podría ser, la única parte positiva de aquel peregrino viaje y de aquella incómoda estancia en Valldemosa, cuya Catuja no hacía mucho había sido abandonada forzosamente por los monjes que la habitaban.
Tras la famosa desamortización de Juan Álvarez Mendizabal, ministro de Isabel II, se había convertido en un lugar para uso civil. Por lo tanto, su estancia tuvo lugar en unas gélidas y en absoluto lujosas celdas conventuales.
Se queja amargamente la escritora de los problemas aduaneros para conseguir traer de Francia, a precio de oro, el piano de Chopín, que al menos hiciera más llevaderas las horas que el músico podía pasar fuerza del lecho del dolor.
Se queja también la escritora del carácter duro, desconfiado de los nativos. De sus costumbres ancestrales, de su ignorancia secular. Se queja de los caminos intransitables, de las salvajes lluvias, de la desconfianza de los payeses hacia ellos, por haberse esparcido la noticia de la tisis de uno de los miembros de la ‘expedición’. Y el temor a no conseguir albergue alguno si no a precio de oro.
Finalmente, tras un camino de largos inconvenientes y molestias, un refugiado ¿político? español, les alquiló las estancias de la Carttuja. Reconoce George Sand, no sin esfuerzo: ‘La poesía de esta Cartuja me había enloquecido‘. Quedémonos con esta frase, quizá la única visceralmente elogiosa de su estancia en Valldemosa.
Y dejemos vagar nuestra mente, por la estancia en ella de dos artistas románticos y de una época romántica. Aunque este romanticismo tuvo que convivir con la ardua realidad de los hechos. Los mágicos nocturnos del gran músico no disminuyeron lo trágico de una enfermedad que le debilitaba y lentamente le acercaba al fin.
Un Invierno en Mallorca evidencia la fortaleza física y moral de Aurora Dupin, sobre su amante Chopín, sobre, seguramente, todos los amantes que hubo en su vida. Un Invierno en Mallorca, es el testimonio de una mujer siglo y medio adelantada a su época.
Quizá la grandeza de estos dos personajes, se ponga más de relieve en la inhóspita atmósfera de este su único invierno en Mallorca.