Sería, como han apuntado historiadores e investigadores, la madrugada del 18 de agosto de 1936, la fecha del fusilamiento de Federico García Lorca, en la carretera entre las localidades de Víznar y Alfacar, de Granada. Se ha apuntado que su muerte no sería otro asunto que el final de la historia entre las rivalidades políticas de la ciudad granadina. El propio poeta la definiría como ‘la peor burguesía de España’. Lo fue, a la vez el inicio de una rocambolesca historia de acusaciones, desmentidos, silencios y desvergüenzas. El investigador Gabriel Pozo, en su libro ‘Lorca, el último paseo’ (editorial Almed), saca a la luz la figura de Ramón Ruiz Alonso, como responsable de la detención y el fusilamiento del poeta. Según el testimonio de Ema Pelamen, hija de Ruiz Alonso:’Al comenzar la guerra la situación era muy confusa. Queipo de Llano estaba al corriente de lo que pasaba con Lorca. Llamó a Granada porque antes lo habían llamado desde el Gobierno Civil para consultarle y ordenó que dieran un gran susto al poeta para que confesara todo lo que sabía de Fernando de los Ríos y firmara una denuncia contra él’. De lo que se desprende, que la detención de Lorca, hubiera sido el intento de localizar a Fernando de los Ríos. ‘Él era el pez gordo que buscaban’.
La versión oficial mantiene que fue su propia hermana la que confesó en la Huerta de San Vicente, al venirse abajo en uno de los registros, y al tratar de proteger a don Federico, su padre. Sin embargo, la versión de Penella, serías otra. ‘El mayor de los Rosales le dijo a mi padre en un desfile de falangistas que Lorca estaba en su casa. Le comentó que no estaba de acuerdo en que estuviera invitado y que él procuraba no ir mucho porque quería que se fuera’. Tras esta conversación, Ruiz Alonso informó a los jefes de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y decidieron ‘darle un escarmiento al niño mimado de Fernando de los Ríos’. Sin embargo, la versión de Ruiz Alonso en boca de Penella, suena muy distinta. ‘El mayor de los Rosales le dijo a mi padre en un desfile de falangistas que Lorca estaba en su casa. Le comentó que no estaba de acuerdo en que estuviera invitado y que él procuraba no ir mucho porque quería que se fuera’. Tras esta conversación, Ruiz Alonso informó a los jefes de la CEDA. Siguiendo con el relato de Penella, contradice que la detención se hubiera producido en la casa de la calle de Angulo: ‘Acudió con el mayor de los Rosales. Mi padre no sacó a Lorca de la casa de los Rosales, fue entregado por el hijo mayor y se lo llevaron al Gobierno Civil sin esposar ni nada’. Después se produjo el fusilamiento. ‘Mi padre firmó la denuncia junto a otros pero él dio la cara, después no se escondió, era un hombre echado para adelante, con coraje. En la denuncia se afirmaba que Lorca era el secretario de Fernando de los Ríos y que era muy rojo. En el extranjero habían empezado las quejas por lo que había ocurrido con Lorca y el asunto irritó a Franco. El caudillo quiso saber lo que había pasado y llamó a mi padre’. Desde entonces, nunca más se habló del tema. Se destruyeron todas las pruebas y cualquier rastro que pudiera aportar luz al asesinato de Lorca y Ruiz Alonso empezó a temer por su vida. ‘Es muy posible que la policía lo tuviera controlado, quizás tuvo miedo a que le hicieran algo si hablaba. Cargó con las culpas de todos, purgó su pena en vida, durante casi 40 años de abandono y soledad’.
Queipo no dio café
Café, que le den café, mucho café. Con esta frase, este anacronismo, se sentencia la muerte de Federico García Lorca. Sería el comandante Valdés, al mando de la sublevación militar en Granada, quien llamara al general que se encontraba en Sevilla: ¿Qué se hace con Lorca?: Café, que le den café, mucho café. (Café significaba pena de muerte. Café era un acrónimo [camarada, arriba, Falange Española] utilizado por los falangistas como consigna en los días previos al Levantamiento). Sin embargo aquí aparece el libro del escritor Jorge Fernández Coppel, ‘Queipo del Llano’, en la que siembra las dudas de que aquellas palabras y la implicación del general en la muerte de Lorca, fueran de su autoría: ‘Queipo del Llano luchó en la Guerra de Cuba y contra la monarquía de Alfonso XIII. Era íntimo de Primo de Rivera, aunque después se enemistaron y peleó por la República. Tenía una excelente relación con Niceto Alcalá Zamora, pero muchos encontronazos con Azaña. Sin embargo, para sus detractores son elocuentes sus locuciones radiofónicas: ‘Ya conocerán mi sistema: por cada de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos. A los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta y si están muertos los volveré a matar…’ Por otra parte, Coppel se refiere al investigador Ian Gibson, con este testimonio: Ni una sola vez, ni de refilón, es mencionado. Conociendo la idiosincrasia del general, que pensaba en voz alta y lo dejaba todo por escrito –lo que provocó multitud de problemas-, parece que fuera imposible que fuera él quien ordenara la ejecución del poeta. Continuando con Coppel, el hijo del general, recordaba este suceso: ‘Aun recuerdo cómo mientras comíamos en la residencia de mi padre en Sevilla le llegó la noticia del asesinato de García Lorca. Mi padre pegó un puñetazo en la mesa exclamando: ‘¡Esto nos hará mucho daño! ¡Qué muerte tan innecesaria! Las venganzas canallescas nunca abandonarán a este pueblo! ‘Entra todos la mataron y ella sola se murió’. Este refrán español viene a resumir lo que aquí se está tratando. Se achaca a una sola persona el daño producido por muchas un daño que ya no se puede remediar. Nadie asume la parte que le corresponde de responsabilidad, como lo fue en este suceso infausto. Desde la perspectiva de tantos años, se da cuenta uno que aquella muerte tuvo su repercusión allende las fronteras.
18 de agosto de 2019
Cada año que pasa repetimos lo que sabemos, lo que podemos, cuanto nos dejan. Poco más. Lorca fue de aquellos personajes (Jesús de Nazaret, Marx, Platón, Cervantes, Picasso, Eistein, M. Curie,etc) únicos, irrepetibles, insustituibles, imprescindibles. Quizá, más que volver sobre lo consabido, habría que continuarle (en la medida de nuestras parcas posibilidades). Voy a ofrecer junto a este texto unas imágenes de un gato encerrado, no sé si implorando la ayuda de alguien que le libere; de unas gallinas subidas a los árboles, creyéndose ruiseñores; de una carta del propio Lorca, dirigida e Jorge Zalamea, allá por las calendas de 1928. O quien esto escribe, situándose entre dos fechas. ¿Qué pensaría de esta propuesta el propio Federico? ¿Surrealista? Como el movimiento artístico surgido en Francia tras la Primera Guerra Mundial, de la que Salvador Dalí fue distinguido representante. O, simplemente, una feliz ocurrencia. No lo sé. Lo cierto y constatable, fue su asesinato. La eliminación de una criatura nacida con un don para crear un mundo insuperable, único; construido con las palabras que todos podemos usar. Sin embargo, él las supo escoger con tal gracia como sutilidad y delicadeza que, el resultado está latente, después de tantas décadas de ausencia. Leásmosle con detenimiento, para que continué entre nosotros. Eso sí podemos , sabemos y debemos hacer.