II.-Claves hermenéuticas para una lectura crítica de “Muertes de perro”
Disecciones de ciertos aspectos significativos de esta inquietante novela
Inicio este segundo apartado de mi aproximación a la novelística ayaliana, poniendo de manifiesto su profundo conocimiento de la Historia y de la Cultura española. Puestos a destacar hay que señalar su interés por Cervantes, que dejó en él una profunda huella y por Pérez Galdós que le permite, a partir de un sustrato realista, explorar universos imaginativos. La novela picaresca fue también determinante en su prosa.
Es un hecho incuestionable que buscaba incesantemente nuevos caminos expresivos y que era un buen conocedor de las vanguardias. Creo que es de justicia señalar su estilo pulcro, cuidado, repleto de metáforas que con facilidad llegan a la alegoría.
La literatura ayaliana es en cierto modo adictiva. No se parece a ninguna otra y está dotada de un sello y de una impronta muy personal. Piensa que todo poder ejercido con violencia sobre el prójimo es siempre una usurpación. De hecho, un libro suyo de 1949, por tanto casi un lustro anterior a “Muertes de perro”, lleva por título “Los usurpadores”. Probablemente una línea subterránea pero ostensible, vincula “Los usurpadores” con “Muertes de Perro”.
En todos los lugares y en cualquier tiempo hay opresión, injusticia y violencia estructural que provoca la riqueza de algunos, los privilegiados, mientras que sume en la pobreza y miseria a otros, los trabajadores, los eternos perdedores.
Cuando llevaba poco tiempo instalado en Estados Unidos como profesor universitario, comienza a escribir “Muertes de perro” tras una larga etapa de sequia, reiniciando su obra de ficción. Sigue una larga tradición de las letras hispánicas. Se inventa un país, lo sitúa en la América tropical y lo presenta como un lugar inhóspito donde reina un clima de opresión política y moral. Sigue la estela de quienes sin expresarlo permiten y posibilitan que el lector identifique lo que se dice con lugares y situaciones que conoce bien.
Toda novela –cuanto mejor sea, más suele recurrir a ese procedimiento- tiene una técnica compositiva aparentemente alambicada, que favorece los diversos niveles de lectura.
Podríamos definir al narrador –o a uno de los narradores-, Luis Pinedo, como un testigo de los hechos que, evidentemente, cuenta la historia con sus prejuicios, sus silencios y desde su punto de vista, es decir, subjetivamente. Juega, en cierto modo a historiador y a cronista de la sociedad en que vive. Hace una recopilación de testimonios de diversa procedencia, tanto orales como escritos. Es curioso destacar que uno de los testimonios que proporciona más información es el de Tadeo Requena, que tiene un fin trágico pero que ha sido secretario y en cierto modo confidente de Antón Bocanegra, el dictador.
Con lo dicho ya puede observarse una pluralidad y cruce de puntos de vista y perspectivas que van mostrando los más sombríos augurios sobre la desgarrada y a un tiempo servil condición humana. El propio narrador-testigo Luis Pinedo, en modo alguno se ve libre de este retrato implacable y feroz.
De entre los diversos niveles de lectura el que más me seduce es un toque satírico y burlesco sobre una realidad violenta, que algunos personajes viven como si fuera épica.
Pinedo es un inválido que se ve obligado a observar la realidad desde una silla con ruedas. Está, asimismo, alienado. No obstante, salva los documentos –es decir la novela- de la destrucción y el olvido. Otro rasgo que pertenece a esa tradición consistente en fingir o dar testimonio de obras de creación condenadas al fuego, pero que han sobrevivido. Por citar solo un caso, me referiré a “La Eneida” de Virgilio.
Quizás el ser humano tenga una naturaleza corrupta. La realidad, se escapa a quien pretende fijarla y exponerla. Tiene no poco de impenetrable. En la novela se pone de manifiesto como la renuncia a la dignidad, el oportunismo y una conducta amoral no hacen más que dar vueltas, como si de un tío vivo se tratará sobre un eje fijo.
La falta de sentido moral se alimenta de supersticiones y autoengaños. Los personajes en más de una ocasión, son arrastrados por un torbellino. Las combinaciones del azar, por otra parte, son un buen punto de partida para analizar el texto.
La Historia –o las pequeñas historias- deben no poco a lo que podría calificarse de destino ciego. El mundo (la realidad) no tiene armonía, ni coherencia. Sin embargo, el novelista debe exigirse dar estabilidad, coherencia y armonía a sus obras de creación.
Francisco Ayala es una búsqueda incesante del sentido de la vida. Pretende hallar un suelo sólido desde el que interpretar cualquier situación más allá de crímenes, terrores y violencia. Quizás por eso, sus novelas están llenas de enigmas y piden a gritos que se realice una hermenéutica incisiva de sus textos.
Sus microcosmos no son otra cosa que parcelas del mundo sobre las que experimentar. La realidad depende, en no poca medida, de cómo sean los ojos que la miran y la interpretan. No debe escapársenos cuanto de ironía y distanciamiento hay en sus textos.
Probablemente sea Francisco Ayala uno de los escritores más cervantistas y cervantinos que hayan existido. Es ésta otra buena razón para no excluir la dimensión metafísica de su reflexión sobre la existencia. La existencia es una pero está sujeta a múltiples perspectivas y puntos de vista condicionados por intereses, a veces, espurios. Todos muestran la realidad que viven de forma incompleta y defectuosa. La crítica de Ayala es así más certera situándose en un plano superior sin, por eso, caer en la omnisciencia.
Recurrir como hace Francisco Ayala al género historiográfico, al que en cierto modo parodia, es una prueba más del conjunto de ‘matrioshkas’ y de posibilidades de lectura que el relato encierra. No pocas novelas contienen otras novelas en su interior. No hay más que recordar la técnica de composición cervantina de “El Quijote”.
Los fratricidios dejan un reguero de frustración, sangre, deseos de venganza, rencores e incertidumbres que, impiden o alargan en el tiempo, una ‘salida’ del conflicto. El papel y la función de la envidia, no son en absoluto, desdeñables.
Las letras castellanas están llenas de lamentables ejemplos en los que una y otra vez no hacemos más que movernos y dar vueltas al compás ‘de las danzas de la muerte’.
Escribir se convierte entonces, en una indagación y una forma de entendernos a nosotros mismos. Francisco Ayala es un buen ejemplo de ello y de intentar poner orden y concierto en el caos que nos envuelve y en el que estamos inmisericordemente inmersos.
Es oportuno señalar que algunos personajes secundarios, que podríamos calificar, incluso de episódicos en “Muertes de perro” emergen con mucha mayor importancia en la que en cierto modo es su continuación “El fondo del vaso”. Dando así cierta unidad y vinculación a ambos relatos.
El rencor es corrosivo y, tal vez por eso, debilita y enferma. Hay, claro está, diversas formas de posicionarse contra la opresión y la injusticia. Francisco Ayala ha elegido la paródica, que lo entronca con “Tirano Banderas” y, lo hace en cierto modo precursor, de “El otoño del patriarca” de García Márquez.
En una dictadura feroz y sanguinaria sólo las víctimas son inocentes e incluso en ese caso, hay víctimas que previamente fueron verdugos. Lo que recuerda una de esas frases lapidarias que ha sido frecuentemente malinterpretada. Me refiero a ‘todo hombre es responsable de todo’ de Fedor Dostoievski.
Francisco Ayala es un ejemplo de lucha denodada contra la insalubridad moral, como solo puede hacerlo quien se ha acostumbrado a resistir. Resistir, desde mi perspectiva, es una manera ardua y costosa de sentirse vivo y de considerar que tenemos responsabilidades con la vida. Las palabras son el vehículo que exigen las ideas para manifestarse. La forma de ordenarlas y elegir el género que mejor concuerde y les cuadre con lo que se quiere susurrar, decir o gritar… es tarea del creador de realidades.
A fuerza de golpes entendió que la libertad es frágil, está amenazada y que un periodo de avance puede ir seguido, de uno o varios, de retroceso. Estaba convencido de que la crítica muchas veces actúa como un disolvente, como un agente destructor de ideologías y regímenes caducos y petrificados. Me parece que no exagero al sugerir que varias de sus novelas sean descifradas desde este criterio.
Los abusos, la amoralidad, la corrupción y la avaricia pueden ser puestos en tela de juicio, zaheridos y ‘desnudados’, mediante palabras afiladas que los penetren y pongan de manifiesto su ruindad. Es más, lleva a sus páginas toda la miseria intelectual que hay tras la concepción del poder de que el fin justifica los medios.
Regresando a “Muertes de perro”, habría que señalar que enfatiza, asimismo, la relación entre fines y medios y su conculcación interesada por quienes convierten su capricho en ley.
Con lo que estoy exponiendo creo que resulta diametralmente claro que la realidad vista a través de la mirada de un paralítico es sólo el comienzo de la red de interpretaciones, análisis y comentarios cruzados que posibilitan un texto tan rico. No me resisto a comentar que las burdas manipulaciones de un personaje tan simplista y mezquino como doña Concha, añaden de igual forma nuevas perspectivas analíticas.
Ante cada fragmento, o cada parte de esta historia, puede observarse en la prosa ayaliana, que hay aceptaciones y rechazos, adhesiones y huídas… que dan lugar a un texto críptico, alambicado y valiente. Cabe afirmar que procede de la ideología de un autor comprometido con los valores republicanos.
El novelista exigente y meticuloso elige con precisión y exactitud cada palabra. Consigue así poner de relieve las diferencias de tono, de cultura y de acentos de voces contradictorias. Mientras hay personajes que urden, maquinan e intentan comprender lo que pasa, otros se mueven en la más estricta convencionalidad.
Hay quien observa y calla. Los fuertes explotan y someten a los débiles. Hay quien justifica esto, señalando que así ha sido siempre a lo largo de la historia. Pocos están decididos, dispuestos a correr riesgos asumiendo las consecuencias de sus actos. Las aguas del olvido no deben tragárselo todo. Quizás por eso, se rescatan ‘milagrosamente’ testimonios y manuscritos.
La literatura es también un consuelo, una forma de sentirse transportado a un pasado que no ha muerto porque se lleva dentro. Es cierto que el exilio es pródigo en humillaciones. El dolor tiene afiladas aristas. Las dudas aprisionan como grilletes. La furia irracional de la que Francisco Ayala huyó, sigue golpeando con fuerza, enseñando las manos manchadas de sangre y mostrando al mundo su crueldad y corrupción. En definitiva, un inmenso desierto con pocos oasis.
Pocas citas son tan expresivas y contundentes como esta de Luis Pinedo:
“En esta historia nuestra, que chorrea sangre por todas partes, sin embargo, tal como voy documentándola, parecería tener reservada la raza canina una actuación casi constante, con papeles bufos unas veces, y otras dramáticos”
Es obligado recordar algunas cosas más sobre Ayala
Quiero exponer, que sin el menor género de dudas, fue un formidable crítico literario. Él mismo reconoce que aplica a sus novelas y relatos sus conocimientos de teoría literaria y lo que ha ido aprendiendo, practicando el análisis crítico. De hecho, su preocupación es constante en todo lo concerniente al estilo, forma y técnica de los distintos géneros literarios.
Un segundo aspecto que debe tenerse en cuenta para ir completando la ecuación, son sus extensas colaboraciones en periódicos y revistas. Ya hemos comentado que para él la Revista de Occidente fue, en cierto modo, su plataforma de despegue y la Gaceta Literaria, otro medio de comunicación social, en el que colaboró con diversos textos sobre problemas culturales.
Como les sucedió a otros miembros de su Generación, con la Segunda República y la Guerra Civil, sus textos se politizan con una notable incidencia en temas sociales. Es este un periodo en el que el periódico El Sol es uno de sus medios predilectos de expresión.
Durante su exilio argentino pública, tanto reseñas literarias como ensayos, en Sur y La Nación. Tras el regreso de su exilio es el diario El País, el periódico en el que publica con mayor asiduidad sus textos. Es digno de mención destacar que muchos de estos artículos y ensayos, separados a veces por bastantes años, fueron recopilados en distintos libros de los que me limitaré a mencionar “En qué mundo vivimos”.
Otra faceta de la que rara vez se habla –más no por eso menos relevante- es la de traductor. En su exilio, por ejemplo, y para la Editorial Losada, realizó una pulcra y cuidada traducción de “Los apuntes de Malte Laurids Brigge” de Rainer María Rilke. En esta vertiente su tarea fue gigantesca. Autores como Thomas Mann o Eckermann merecieron su atención. Así, disponemos de excelentes traducciones de “Carlota en Weimar” del primero y de “Conversaciones con Goethe” del segundo. Personalmente, me gustó mucho su traducción del italiano de “La romana” de Alberto Moravia. A estos efectos es una delicia leer y releer su ensayo “Breve teoría de la traducción”.
Como el propio Ayala reconoce, en su juventud –obviamente para un intelectual y escritor es una época crucial- leyó a Pío Baroja, Azorín, Unamuno o Valle Inclán, así como a Felipe Trigo y Eduardo Zamacois. Su influencia es perceptible, en mayor o menor grado, en muchas de sus páginas.
Tampoco debemos olvidar su compromiso con la República. Sentía admiración por Azaña. En Praga, fue secretario de un jurista tan prestigioso como Jiménez de Asua.
La tragedia represiva la padeció duramente. Su padre fue víctima en la prisión de Burgos, de una de las ‘indiscriminadas sacas’, la familia quedó marcada por este crimen al igual que otras muchas. Es lo que tiene las contiendas civiles.
Sus iniciativas en el campo cultural fueron encomiables. Puso en marcha la revista Realidad, junto con el pedagogo Lorenzo Luzuriaga y Francisco Romero. Fue una publicación señera, prestigiosa y en sus dieciocho números contó con colaboradores, a uno y otro lado del Atlántico, de indiscutible talla y valía. Me limitaré a citar a Arnold J. Toybee, T.S. Eliot, Jean Paul Sartre o los también, exiliados, Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas.
Apenas se ha mencionado la contribución que muchos exiliados a su regreso a nuestro país, realizaron para ayudar a que se consolidase el incipiente proceso democrático, poniendo de manifiesto su generosidad. A estos efectos es justo referirse a Francisco Ayala como un inequívoco ejemplo de intelectual comprometido con los ideales de igualdad, justicia y progreso.
En su dilatada existencia tuvo la satisfacción de recibir algunas muestras de cariño, afecto y admiración, que compensaron las amarguras, sinsabores y momentos difíciles que tuvo que soportar.
En 2007 tuvo el honor de asistir a la inauguración de la Fundación que lleva su nombre, en Granada su ciudad natal, encargada de preservar su memoria y divulgar su rico legado intelectual y literario.
Creo que en una aproximación a la vida y a la obra de Ayala, no debe faltar una mención a un hecho decisivo e inexcusable para apreciar su obra. Me refiero a la magnífica fusión de géneros que realiza en varias de sus obras y no sólo en “Muertes de perro”. Naturalmente, esto conlleva a la dificultad de distinguir o de separar ficción y realidad. Todo ello profundizando en la fragmentación. En su literatura puede advertirse siempre un fondo sociológico que da a sus obras un valor añadido.
Solo me resta referirme finalmente, a un ensayo sobre “El lazarillo de Tormes” que data de principios de los años setenta y que me interesó mucho cuando cayó en mis manos, lleva por título “El lazarillo: reexaminado. Nuevo examen de algunos aspectos”. Es un bocado exquisito para todas aquellas personas interesadas en la crítica literaria y en la interpretación y exegesis –en este caso magistral- de nuestros textos clásicos.
Solo he pretendido llevar a cabo una labor propedéutica. El lector –si lo tiene a bien- ha de proseguir ahora la tarea leyendo o anotando alguno de los ensayos, libros de memorias, novelas, relatos cortos o cuentos de Francisco Ayala.
A buen seguro no le decepcionará el tiempo invertido en tan grata e instructiva tarea.
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