“La verdad es que estos apuntes míos están resultado demasiado desordenados, y hasta se me ocurre que caóticos, tal vez a causa del desarreglo general en que todo se encuentra hoy, del nerviosismo que padecemos y de la incertidumbre con que se trabaja. Cuando, con más sosiego y en condiciones más normales, pueda yo redactar el texto definitivo de mi libro habré de vigilarme y tener mucho cuidado de presentar los acontecimientos, no revueltos, como ahora, sino en su debido orden cronológico, de modo que aparezcan bien inteligibles y ostenten el decoro formal exigido en un relato histórico”. Francisco Ayala (Muertes de perro – Cap. XIX)
I.- Su herencia moral, intelectual y creativa
¿De quién estamos hablando?
Voy a dedicar mi colaboración de esta semana y de la próxima, a poner en valor la figura del intelectual republicano, que pasó largos años en el exilio: Francisco Ayala García-Duarte (1906-2009).
Fue un hombre excepcional por muchos motivos y, desde diferentes ópticas. Sin embargo, por razones históricas bien conocidas y por el ‘memoricidio’ que perpetró la dictadura franquista, pretendiendo borrar del mapa a la llamada Generación de la República y silenciar la obra intelectual, académica, humanista, científica y literaria que llevaron a cabo los exiliados, resulta apenas conocido para distintas generaciones. De un tiempo a esta parte se vienen realizando esfuerzos, aunque insuficientes, para que esta visión sesgada de nuestra historia se normalice.
El adanismo y la falta de interés hacia el pasado de los más jóvenes, culminan esta labor en lo que puede denominarse, sin exageración alguna, una auténtica tragedia cultural.
No debe resultar extraño que algunos queramos rescatar su memoria y destacar sus méritos. Quiero aclarar que ha sido conocido y reconocido aunque en círculos académicos y culturales reducidos. Sin ir más lejos, de su extensa producción científico-humanista y literaria apenas se recuerdan algunos títulos que merecería la pena leer, releer y comentar como es el caso de la novela “Muertes de perro” y la que, en cierto modo, es su continuación “El fondo del vaso”, así como sus libros de relatos “Los usurpadores” y “La cabeza del cordero”.
Conviene saber que tuvo una sólida formación académica, que tuvo la ocasión de ampliar sus estudios en Alemania, que fue discípulo de Ortega y Gasset y que revestido de valores republicanos adoptó compromisos con el gobierno de la Segunda República. Aceptó cargos de responsabilidad y en 1939 se exilió. Las vicisitudes lo llevaron a Argentina y Puerto Rico, en primera instancia y, posteriormente a Estados Unidos, donde dio clases en universidades prestigiosas, primero en materia de Sociología y posteriormente exponiendo sus profundos conocimientos sobre Literatura Española.
A su regreso a España obtuvo, nada menos que el Premio Cervantes, al que habría que calificar como el auténtico Premio Nobel de las letras castellanas, así como el Príncipe de Asturias de las Letras, llegando a ocupar el sillón “Z”, en la RAE (Real Academia Española de la Lengua).
Tuvo una vida longeva -vivió 103 años- y nos legó una enorme y rica producción humanista, cultural y literaria. No es de extrañar que hoy siga siendo más conocido –e incluso apreciado- en algunos países latinoamericanos y en Estados Unidos que en el nuestro. Es deseable que, cuanto antes, corrijamos esta disfunción.
La Revista de Occidente tuvo una época en la que por el prestigio de sus colaboradores se convirtió en una publicación de referencia. Creo que es de justicia señalar las colaboraciones de Francisco Ayala en esos años, como prueba de que pese a su juventud, ya gozaba de un merecido prestigio.
Tuvo una sólida formación jurídica, escribió diversos tratados muy originales en materia de sociología, ahí están para atestiguarlo su “Tratado de Sociología” en tres volúmenes o su “Introducción a las Ciencias Sociales”. Su preparación filosófica, historiográfica y política la puso de manifiesto en “El problema del liberalismo” o “El escritor en la sociedad de masas”, título este último de innegables resonancias orteguianas.
Tienen importancia, y no poca, sus ensayos, “La imagen de España”, “Palabras y letras” o “El escritor y el cine” ya que fue uno de los primeros intelectuales de vocación cinéfila y que, con frecuencia, opinaba sobre el séptimo arte. Por último, escribió un original ensayo “La invención del Quijote”, como contribución al IV Centenario de la publicación cervantina, cuando ya contaba casi cien años.
Ya hemos hablado de sus novelas más conocidas. Quiero añadir ahora, “El jardín de las delicias”, formidable, rico y un cultísimo texto, con el que obtuvo el Premio de la Crítica.
Creo, no obstante, que quien desee tener una visión cabal, de su vida, de su obra, de sus ideas, sufrimientos y puntos de vista en su búsqueda incesante y en su deseo de ordenar la realidad caótica, está obligado a leer con detenimiento o releer sus memorias “Recuerdos y olvidos” en tres tomos –me entusiasma, especialmente, el segundo- donde tiene páginas inolvidables sobre el mundo del exilio y sobre las experiencias del retorno.
Recuerdos, rasgos de su carácter. Lo que la crítica ha dicho de él
Antes de adentrarnos por otros derroteros, quisiera exponer una especie de breve semblanza así como señalar algunas características que expresan acertadamente lo que fue, lo que le debemos y la importancia que tuvo.
A Francisco Ayala, que había pasado algún tiempo en Alemania, que hablaba alemán perfectamente y que vivió con angustia los años del ascenso del fascismo con las brutalidades y temores que presagiaban lo que vino después, le interesaban mucho los pensadores y filósofos. Su preferido de la Escuela de Frankfurt era Walter Benjamin, del que en más de una ocasión recuerda unas palabras suyas que le impactaron y que lo acompañaron durante toda su vida. Estas son, para que el lector las aprecie: “encontrar palabras para lo que se tiene ante los ojos: que difícil puede resultar. Pero cuando llegan, golpean la realidad con pequeños martillos hasta extraer de ella su imagen, como si fuera una plancha de cobre”.
Su preocupación por el lenguaje y el afecto y hasta mimo con que trataba las palabras, recuerda lo que el Premio Nobel Octavio Paz ha comentado en diversas ocasiones: “El lenguaje se deteriora, mas la función de los creadores es revalorizar las palabras”. He ofrecido estos dos ejemplos porque ponen de relieve la búsqueda incesante de un estilo propio, cuidado y fiel en el que las palabras reencuentren su significado prístino.
Los hispanistas que han analizado su obra coinciden en lo fundamental. El británico Gerald Griffiths Brown, expone con sutileza, que los novelistas que se vieron impelidos al exilio han escrito sus obras de mayor relieve después de 1939. Es difícil no estar de acuerdo con este juicio crítico.
Francisco Ayala, tras la proclamación de la República abandona su esteticismo. En este cambio de orientación la atmósfera asfixiante que vivió en Berlín y que, más o menos larvada, estaba latente en otros muchos países, le hicieron cambiar el paso dando a partir de entonces mayor importancia a las cuestiones sociales. Su literatura tiene, desde entonces, un nítido fondo sociológico.
Gana espacio la denuncia de la opresión, el sometimiento violento del diferente y la explotación. Sus novelas y relatos son pesimistas pero late en ellos con fuerza, una indignación ante la injusticia, aunque expresada de forma un tanto oblicua aunque brillante y hermosa. Muchas páginas suyas pueden considerarse, en cierto modo, parábolas que invitan a profundas reflexiones sobre la condición humana.
Cuando analicemos “Muertes de perro” y la visión degradada del hombre que contiene, veremos que la sitúa en un lugar inexistente pero que reproduce lo que ha ocurrido, puede ocurrir y sigue ocurriendo en tantos países.
El propio Ayala describe todo esto, con evidente acierto, en sus “Mis páginas mejores” un ensayo de inexcusable lectura para quienes quieran apreciar el valor que tiene que un creador de su nivel opine sobre su propia obra.
Quisiera poner de manifiesto los comentarios mordaces del narrador, que contribuyen al juego de encubrimientos que tiene lugar en varias de sus novelas, con anticipaciones y reflexiones sobre el pasado. Por extraño que resulte, el procedimiento de ‘la verdad diferida’, lejos de restar interés, acentúa una lectura arriesgada y vanguardista que pone de relieve las insuficiencias del conocimiento humano. La hoja de ruta es complicada pero la lleva a cabo con indiscutible maestría.
Para un exiliado la vida pasa despacio. Cuando se vive, como es su caso, más de cien años, la vida parece que pasa por delante y se la observa con distanciamiento. Pese a ello el conflicto es, desde luego, la esencia y raíz del drama.
Hoy, en este febrero de 2023, se puede observar desapasionadamente, que su legado continúa vivo y operativo para quienes sepan apreciarlo. Cada día, especialmente en círculos académicos y culturales, se valora más la obra de Ayala. Tal vez, por lo que tiene de búsqueda para el ser humano de un futuro con dignidad.
Se sentiría muy complacido si supiera que se le recuerda con su exquisita educación y con su cortesía, con su acento ‘granaino’, a veces trufado de americanismos. Fue un hombre que lejos de cortar amarras con quienes pensaban de forma diferente, dio muestras de tender abundantes puentes de diálogo.
Muy demócrata y muy republicano practicó la saludable liturgia de saber guardar exquisitamente, las distancias. Tuvo el valor y, es justo recordarlo, de echar sal a las heridas para que el recuerdo se mantuviera vivo. Nunca, eso sí, aceptó las falsas equidistancias que solo distorsionan los hechos del pasado.
Esta podría ser una semblanza incompleta, sin duda, pero que se limita a exponer una figura entrañable como la suya… que quedará mucho tiempo en la memoria.
Supo indagar en las facetas más obscuras de la condición humana
En sus creaciones literarias se advierte su formación historiográfica y sus lecturas de filósofos, sociólogos y ensayistas, entre los que destaca la impronta diltheyana, especialmente observable por lo que respecta a sus dilemas que, en más de una ocasión, plasman lo que podríamos calificar de ‘disidencias cognitivas’.
Algunos de sus personajes se ven obligados a tomar decisiones que se apartan de lo que consideran justo y apropiado por indecisión, flaqueza de principios, cobardía o miedo.
En una realidad moralmente caótica, el desasosiego y las turbaciones arrastran a los personajes como si de figuras de guiñol se tratase. Para Ayala escribir es una forma de entendernos a nosotros mismos, lo que nos rodea y el periodo histórico del que formamos parte y en el que estamos inmersos.
Sus personajes, las más de las veces, están profundamente alienados… escindidos. En sus visiones distorsionadas su preocupación por ‘el orden social’ impuesto a cualquier precio es, con frecuencia, obsesiva. Mirar para otro lado sin afrontar los hechos, es dejar atrás silencios interesados, malsanos y ocultaciones que, más temprano que tarde, retornarán con una fuerza destructora innegable.
Deberíamos tener presente que al margen de un creador polifacético, fue también, crítico literario. Evidentemente, estos hechos son cruciales por lo que respecta a su producción crítica. Considero especialmente interesantes, sus estudios sobre Cervantes o Quevedo.
Vivir en América latina durante años, es ponerse en contacto con visiones mágicas de la realidad. De ahí, la potencia de su imaginación que, en cierto modo, lo emparenta con el ‘realismo mágico’. Por otro lado, la visión deshumanizada del arte de su maestro Ortega y Gasset tiene también en él, sus efectos… deja huella en su escritura.
Así en sus relatos como los de “Los usurpadores”, sin ir más lejos, analiza las causas de la crisis que llevan a la Guerra Civil y de forma más descarnada en “La cabeza del cordero”, donde los cinco relatos que componen la obra, son recuerdos del conflicto fratricida que ensangrentó España con una violencia y un odio desmesurado.
Posteriormente, comentaremos aspectos significativos de “Muertes de perro” y la que puede considerarse su continuación: “El fondo del vaso”. La figura del dictador, con sus sangrientas secuelas de crueldad, arbitrariedad, violencia y primitivismo, merecen unas consideraciones reposadas.
Diversos creadores han puesto de manifiesto las mediocres, crueles y corruptas figuras de dictadores latinoamericanos -Ayala dejaba atrás, en España, otro dictador estrafalario de características similares-. Nada más y nada menos que escritores de la talla de Valle Inclán, Miguel Ángel Asturias, García Márquez y algunos otros… se han atrevido a utilizar su ‘bisturí’ para penetrar en el interior de esta realidad tóxica.
A estos escritores les interesa poner de relieve los efectos, moralmente degradantes, que dejan sobre los países que destruyen y exprimen con sus secuelas de terror, crueldad, sumisiones abyectas para salvar la vida y un clima de envilecimiento y podredumbre. Donde destaca la miserable respuesta a los hechos por parte de personajes que viven una degradación moral que, en ocasiones, les hace descender a los infiernos en vida.
Su visión de la realidad se va tornando amarga y descarnada. Sus personajes, a veces no son más que caricaturas de seres humanos, donde la ambición desaforada, el afán de lucro, la avaricia y el placer de dominar a otros… anula su voluntad y casi los convierte en marionetas tragicómicas. Pone especial énfasis en destacar los efectos duraderos que una dictadura sanguinaria y represiva, deja como siniestro legado. Antón Bocanegra representa, paradigmáticamente, a estos odiosos tiranos.
Es un ejemplo ‘pintiparado’ de la saga de personajes siniestros de ficción, que a la vez parodian a los Somoza, Pinochet o por no citar más que un último caso, Daniel Ortega.
El ambiente es absurdo, miserable y desemboca en un clima social en el que se da rienda suelta a los instintos más bajos. Donde no hay libertad, no hay espacio para la dignidad y la impunidad extiende su repulsiva y nociva influencia.
Un largo exilio como es el de Francisco Ayala, de más de veinte años, tiene el efecto de teñir de tristeza la realidad y de añoranza por lo que con dolor se ha dejado atrás. Los sentimientos encontrados pueden llevar –y de hecho llevan- a estados de inacción. El pasado atormenta. Se llevan dentro las filias y las fobias.
Ante este panorama ¿qué hizo Francisco Ayala?, ¿cómo reaccionó? Su capacidad de resistencia le ayudó y, mucho, a crear a fuerza de imaginación nuevas realidades, que en parte son fruto de lo que ve a su alrededor y en parte, recuerdos interiorizados. No debemos desdeñar nunca el poder de la imaginación en la creación literaria.
Los efectos de la violencia, la sinrazón, la pobreza y las condiciones degradantes no son fáciles de categorizar. Tienen un alcance duradero y marcan a sangre y fuego el futuro. Probablemente, de ahí nacieran los espectáculos perrunos de su novela más célebre, en la que lleva al título de la obra las muertes infamantes que se dan a estos animales y que ponen de manifiesto la crueldad, el sadismo y la brutalidad del ser humano.
Carnicerías en cadena, hambre y miseria en tanto que otros viven en la opulencia. Estos contrastes vinculan, en cierto modo, las creaciones imaginativas de Ayala con el esperpento valleinclanesco, poniendo a la vez de manifiesto el lado más sucio y mezquino de la condición humana.