Madrid, corazón de España,
late con pulsos de fiebre.
Si ayer la sangre le hervía,
hoy con más calor le hierve.
Rafael Alberti
Nos falta un largo trecho que transitar si queremos conocer y valorar, en sus justas dimensiones la Memoria Democrática. Es, desde luego, más que una rememoración de hechos históricos. Tiene una indiscutible vertiente cultural, económica, social…. Por eso me he decidido a hablar hoy de El Mono Azul, revista volandera republicana, que se leía en las trincheras durante la Guerra Civil. De hecho, nació poco después del golpe de estado de los africanistas. Llegaron a publicarse cuarenta y siete números, apareciendo con los intervalos y restricciones, eso sí, que la situación bélica imponía hasta prácticamente el final de la contienda.
Es conveniente recordar que en un país como el nuestro, con un índice de analfabetismo tan alto, era una imagen cotidiana la de que un miliciano leyera los versos en las trincheras, mientras los demás combatientes escuchaban.
La Memoria Democrática, si bien se mira, tiene que gestionar con acierto palabras y silencios. En El Mono Azul, estaban presentes la pasión, los valores republicanos, las convicciones políticas y ese espíritu épico de escuchar la palabra de los poetas en el frente… mientras la muerte acecha.
No conocemos más, ni de El Mono Azul, ni de otros aspectos significativos de la vida cotidiana durante la Guerra Civil, en primer lugar porque los vencedores pretendieron eliminar, drásticamente, la memoria de los vencidos… mas en segundo lugar, cabe reprocharnos una falta de interés colectivo para conocer con rigor nuestro pasado.
Hay, también, no poca hipocresía al respecto. Sostenemos teóricamente, unas ideas… que en la práctica no nos importan un bledo. Quiero traer a colación unas palabras de Vilhjalmur Stefansson, extraídas de su obra Adventures in error, tanto porque son de 1936, como para que veamos que esto es cualquier cosa menos, nuevo: “La contradicción más llamativa de nuestra civilización es la veneración fundamental por la verdad que profesamos y el profundo desprecio hacia ella que practicamos”.
Antes de seguir adelante, conviene aclarar algunas cosas. El Mono Azul fue, desde luego, una revista de propaganda y de retroalimentación del espíritu combativo que animaba a quienes defendían la legalidad republicana frente al golpismo totalitario. Estaba auspiciada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura.
No hay que echar en saco roto que El Mono Azul es, sin duda, por derecho propio un integrante del patrimonio literario de nuestro país.
¿Cuando apareció? El primer número data de finales de agosto del 36 y en su concepción militante, estaba destinado a ser un arma de combate en forma de folleto volandero. Fue en la práctica, una heroicidad que llegaran a aparecer cuarenta y siete números abarcando toda la contienda. No son estos datos, particularmente conocidos. mas tienen un indiscutible interés.
El Mono Azul tiene algo de épico, de heroico. Lógicamente, se trataba de una publicación muy precaria, hecha con escasos medios. Al principio constaba de ocho páginas que se fueron reduciendo hasta dos e incluso una. En 1937, sin ir más lejos, se imprimía conjuntamente, con el periódico La Voz.
Fue una publicación en la que los intelectuales y poetas republicanos ‘se volcaron’. Muchos de los pertenecientes a la Generación del 27 colaboraron sistemáticamente. No es cuestión de ofrecer aquí y ahora, un listado de quienes más activamente escribían en ella.
Fue su director Rafael Alberti junto con Mª Teresa León. En sus páginas encontramos poemas de Vicente Alexandre, Manuel Altolaguirre, José Bergamín, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Emilio Prados, Pedro Garfias y también, Antonio Machado, todo un ejemplo para los más jóvenes. María Zambrano, dejó su impronta así como poetas de reconocida solvencia como Pablo Neruda o el norteamericano John Dos Passos, dispuestos a apoyar con su pluma, esta y otras publicaciones que defendían la causa de la libertad y el gobierno legítimo.
Hay ocasiones en que el nombre de una revista dice mucho. El mono azul lo usaban los milicianos en el frente, mas también, era el uniforme de trabajo, es decir, todo un emblema proletario. Por tanto, tenía una finalidad militante y de autoafirmación. Su principal finalidad no era otra de que quienes defendían a la República, fueran conscientes de que estaban luchando por la Democracia, frente al totalitarismo de los golpistas. Y es que los poetas y los intelectuales estaban ansiosos de integrarse, con entusiasmo en la colectividad.
Puede decirse con propiedad, que el ‘romance’ era la composición más repetida. El verso octosílabo era más adecuado para expresar lo popular que los de arte mayor. De hecho, en las páginas centrales se incluía ‘El romancero de la Guerra Civil’, que recogía los poemas que enviaban, desde cualquier lugar de España, los soldados y sus familias.
Otro detalle, de lo más curioso, es que a veces en los números de El Mono Azul se incluía un cartel, incitando a la resistencia y a la lucha contra el fascismo, que se podía pegar en cualquier muro o pared.
Sabido es la importancia que tiene para el ser humano la palabra. Es un instrumento, una herramienta valiosa de comunicación y de defensa de los proyectos e ideales colectivos.
Las palabras salen de dentro y en situaciones excepcionales, como el Madrid sitiado, son esperanza y savia que nutre. Las pasadas en las trincheras, en el frente son horas difíciles. Todo está presidido por la inmediatez, cada día puede ser el último y, por tanto, hay que mantener sereno y firme el ánimo… sin dejar resquicio alguno ni al pesimismo, ni a la duda.
La mayor parte de los intelectuales abrazaron la causa republicana. Se hablaba y mucho de salir a la calle y de responder solidariamente con el pueblo la agresión sufrida. Por tanto, los que podríamos denominar escritores de oficio, se presentaban como defensores de la República y como uno más de los que luchaban por la libertad y por los derechos y conquistas que les otorgaba un régimen democrático.
Los intelectuales de otros países se hacían eco, con entusiasmo, de la heroicidad del pueblo español en defensa de la libertad y de la cultura universal. Puede afirmarse que, a través de la poesía, se ponía de manifiesto una comunión entre los intelectuales y el pueblo. Eran una constante las apelaciones a consustanciarse con el pueblo y a borrar las diferencias existentes.
Quienes colaboraban en El Mono Azul eran conscientes de que con su palabra y con las armas en la mano, representaban la imagen de España ante el mundo entero… ante la opinión pública internacional. Quizás, por eso, las constantes apelaciones a la solidaridad internacional inundan las páginas de estas hojas volanderas y de lucha.
El Mono Azul no fue la única revista de lucha y combate. Hubo otras como El Buque Rojo, de la que tal vez hablemos en otra ocasión pese a que tuvo una vida efímera.
Habría que decir –porque es de justicia hacerlo- que era una revista donde lo culto y lo popular convivían hasta fundirse. Las firmas de Bergamín, Alberti, Dieste, Prados, Cernuda o Altolaguirre no dejan lugar a dudas. El apoyo y la solidaridad extranjera corría a cargo de Andrè Gide, Rabindranath Tagore, Nicolás Guillén o Pablo Neruda, entre otros.
La revista Hora de España era, probablemente, la más representativa de la intelectualidad republicana. Ahora bien, eso no quita mérito alguno a El Mono Azul, ni a la calidad de muchas de sus colaboraciones. Tengamos en cuenta, que una buena parte de la Generación del 27, nos dejó un testimonio hermoso en sus páginas.
Es preciso recordar, sin embargo, que se trata de una literatura de urgencia y que, en modo alguno excluye la propaganda, suministrando energía y pasión a los combatientes.
Hemos tenido la oportunidad de conocer los horrores que los golpistas llevaron a cabo… dejando a su paso un rastro de dolor y sangre. Es más, para ellos la violencia era el origen de toda legitimidad política. Sembraban el miedo para generar sumisión y dependencia.
Hoy, que su luz apagada muchos años, se reactiva y vuelve a iluminar, gracias a la Memoria, podemos analizar estas publicaciones con ojos a un tiempo añorantes y críticos. El Mono Azul no es una publicación prodiga en frases grandilocuentes, del tipo ‘la historia será quien juzgue los hechos’, dicho, además, enfáticamente y con una actitud ladina, hipócrita. Es, por el contrario, una revista popular de afirmación de la causa republicana, con una fe en el futuro, encomiable.
Si algo merece apreciarse es el valor de quienes siguen cantando mientras todo se desmorona a su alrededor. Hoy, nos es posible traer al presente la luz del recuerdo… para que quede testimonio de una resistencia cultural, heroica… aunque condenada al fracaso.
Un dato que me parece significativo es, que ya en el primer número aparece el Manifiesto de la Cultura, que deja suficientemente explícitas las razones y finalidades de esta publicación, conteniendo consignas necesarias y urgentes para no desfallecer. Con una enorme abnegación, repiten una y otra vez, hay que combatir al fascismo en todos los lugares, con las armas en la mano, con la poesía… y con el pensamiento”.
Rafael Alberti en su obra “Romancero General de la Guerra española” durante su exilio en Argentina, rescata del olvido el conjunto de romances que fueron apareciendo en El Mono Azul, entre 1936 y 1939.
La visión con la que podemos y debemos contemplar y analizar la Memoria Democrática, ha de ser a un tiempo, veraz y rigurosa, ampliando su horizonte con aspectos culturales y sociológicos a los que hasta el presente no se ha prestado, ni por asomo, la debida atención.
Por lo que respecta a muchas de sus páginas culturales de incuestionable interés, hemos de rendir un tributo de admiración y respeto a quienes han posibilitado que lleguen hasta nosotros y que de esta forma puedan ser dados a conocer a las generaciones presentes y futuras, rescatándolos de la destrucción y del olvido.
El odio cainita y la furia de los vencedores tuvo unos efectos destructivos ostensibles. Eran frecuentes las quemas de libros y el tratamiento salvaje que se daba a todo lo que llevaba el ‘marchamo’ de republicano o rojo.
Debemos gratitud, admiración y respeto a quienes rescataron del olvido testimonios, que de otra forma se hubieran perdido irremediablemente. Quiero referirme específicamente, al hecho de que en 1975 –hubo que esperar a la muerte del dictador- pudo publicarse la edición facsímil completa de El Mono Azul.
No me parece una petición exagerada el solicitar, encarecidamente, que más temprano que tarde pueda disfrutarse de este material a un precio asequible, con la finalidad de que quienes no han oído mencionar esta revista –y otras, que iremos rememorando en las páginas de Entreletras– puedan valorar con objetividad y perspectiva su contenido. Será una sorpresa agradable para quienes deseen aventurarse por esta senda.
Como de muestra vale un botón, me parece oportuno señalar que hace algunos años –no muchos- repasé las páginas de libros de texto de historia y literatura de de BUP. Ni uno solo hacía mención ni de El Mono Azul, ni de otras publicaciones culturales republicanas. De hecho, no solía prestarse a penas atención ni a la Segunda República, ni a la Guerra Civil, ni a la llamada Transición Democrática…
Espurios intereses y la mano larga y negra de los nostálgicos de la dictadura, han impedido –y aún hoy siguen impidiendo- un conocimiento de este periodo que vaya más allá de generalidades, falsas equidistancias e incluso de una visión positiva y pre-democrática de la dictadura y de la figura del dictador, en clamorosa tergiversación de los hechos, con una interpretación sesgada y falaz.
Es una técnica ésta que contiene elementos tóxicos que impiden una visión objetiva y rigurosa, de la historia de nuestro país. La Memoria Democrática, en modo alguno, puede ni debe homologar los intentos constitucionalistas de traer una democracia al país… con el involucionismo y el atraso.
No podremos decir, con propiedad, que existe una democracia que merezca tal nombre, hasta que no sea moneda de uso corriente en nuestro país, la revisión crítica del pasado y un debate sistemático y ponderado que ponga las cosas en el lugar que les corresponde, aunque sea inevitable poner determinadas cosas al descubierto… y mostrar lo que se ha pretendido ocultar empecinadamente.
Los momentos democráticos a lo largo de los siglos XIX y XX, han sido periodos breves seguidos siempre, de involuciones en forma de golpes de estado.
Ha habido un predominio casi absoluto y asfixiante de uniformes y botas militares, sotanas y una clase dirigente anticuada, poco preparada y corrupta, así como un atraso que impedía que nuestro país caminara hacia la modernidad y dejara de estar anclado en el tiempo… o en el vacío.
La democracia española se asemeja a Prometeo, que atado a un acantilado, purgaba su osadía de haber entregado a los hombres el fuego del conocimiento. Todos los días tenía que soportar como un águila o un buitre, le arrancaba el hígado y se lo comía… para regenerarse y empezar de nuevo la tortura circular. Este castigo injusto, dictatorial y muy amargo, ha sido el siniestro guardián de la falta de evolución política y del cainismo.
Por eso, quienes saludamos la Memoria Democrática como una oportunidad de compartir, por fin, una visión histórica que no esté marcada ni por totalitarismos, ni por fundamentalismos cainitas del acontecer histórico… hemos de iniciar juntos una tarea inédita de compartir una visión democrática de la historia, aunque como es obvio, sujeta a interpretaciones y enfoques diversos.
Este ensayo dedicado a la revista El Mono Azul, quiere poner de manifiesto como hemos de completar nuestra visión histórica con nuevas aportaciones y perspectivas. Sin duda, estas ofrecerán al lector oportunidades mucho más amplias de comprender periodos históricos conflictivos, con una mirada que abarque lo que hasta ahora ha quedado fuera de la luz de los focos que sistemáticamente han obviado lo que no querían mostrar.
No pocos episodios de la historia de nuestro país aguardan con impaciencia, ser mostrados por fin, con dignidad, calidad y rigor. Merece la pena, por tanto, repasar los cuarenta y siete números de El Mono Azul, así como conocer los diversos avatares que padeció esta combativa revista.
Es, desde luego, elogiable que recordemos que El Mono Azul no iba dirigida a los militantes de un partido, sino a todos los que defendían a la República y habían apoyado con su voto al Frente Popular. Hoy, nos sigue admirando la pasión con la que escribían para poner negro sobre blanco, la gran verdad española.
Finalizo señalando que pueden leerse sus páginas –hágase la prueba- como un magnífico ejemplo del empuje cultural de la España republicana.