Soy mi propio rehén,/ el pausado veneno del verdugo,/ el pacto con la muerte. Olga Orozco
Hace pocos meses que se ha cumplido el cincuentenario de su muerte (Dorothy Parker, 1893-1967). Apenas se la recuerda aunque su figura es apasionante, polimorfa y muy difícil de encajar. Su vida está indisociablemente unida al cosmopolitismo neoyorkino.
Su trágica existencia, en cierto modo, está por encima de su obra y tiene la virtud, como el Guadiana, de desaparecer por un tiempo y volver a reaparecer siempre con su vinculación neoyorkina.
Perteneció a la bohemia refinada, fue brillante, cáustica con un estilo acerado y sarcástico… no hace otra cosa que penetrar en el lado oscuro de la vida neoyorkina. Puede decirse que esta mujer, feminista, independiente, auto-destructiva y alcohólica, abrazó causas nobles como la lucha por los derechos civiles, la simpatía por la República española o la resistencia frente al odioso y tétrico macartismo.
Formó parte de ese grupo de desgarrados y excéntricos de la ‘lost generations’ que tanto aportó a la literatura, que brilló con luz propia, pero que a mediados de los sesenta había desaparecido como referente. Esta autora de relatos, poetisa, guionista y periodista que describe, con gran precisión, el lento derrumbamiento de una visión del mundo, convivió, por citar solo algunos, con Scott Fitzgerald, John dos Passos, William Faulkner, Hemingway o Dashiell Hammett.
En esos años de crisis algunos como Dorothy intentaron vivir al límite. Traspasar, todas o casi todas, las líneas rojas, agotar la existencia en cada trago como si no hubiera un mañana… aunque se despertara en un cuarto de hotel con resaca, asistiendo a su lenta auto-destrucción y, al mismo tiempo, siendo consciente de que los momentos de glamur y de gloria habían quedado atrás definitivamente.
En nuestro país se la conoce poco y superficialmente, baste decir que sus poesías no han sido traducidas, ni parte de su obra en prosa, aunque la Editorial Lumen realizó un encomiable esfuerzo por divulgar su literatura entre nosotros.
Citaré a tres escritores que se han ocupado de ella, con inteligencia, sagacidad y penetración. Francisco Umbral en varias ocasiones ha abordado su figura por su tremendismo, su vitalidad arrolladora, sus poses, sus máscaras y su malditismo. Manuel Vicent ha explorado, con rigor y acierto, los ambientes en que vivió, su tremendo egocentrismo, así como su apoyo solidario a causas nobles. Y por último, citaré a Elvira Lindo que hace hincapié, especialmente, en su vinculación con Nueva York y llega a trazar los territorios por los que se desenvolvía.
Dorothy Parker fue una creadora que se atrevió a cuestionar los prejuicios de una sociedad provinciana y tradicionalista, con la excepción de Nueva York. Supo hacer de su capa un sayo, llevar las trasgresiones al límite y cuestionar los cimientos podridos. Esto se suele pagar caro.
Dos rasgos expresan su polifacetismo: su afán por estar presente y ser el centro de atención permanente, queriendo probarlo todo y formar parte de todas las salsas. Glen Miller con su célebre orquesta, llegó a incluir en su repertorio alguno de sus poemas. El otro, es que quiso que en su tumba figurara el epitafio: ‘Excuse my dust’ (perdonen por el polvo), que está a la altura del de Groucho Marx: ‘Perdone señora que no me levante’.
Dorothy Parker fue una mujer contradictoria, egocéntrica, mordaz, sus descalificaciones podían llegar a ser brutales y, al mismo tiempo, tierna y vulnerable. Llena de traumas y frustraciones que la llevaron, en más de una ocasión, a intentos de suicidio con Veronal (somníferos) o cortándose las venas con una cuchilla.
Tuvo problemas de identidad. Era hija de un sastre judío que al morir su esposa volvió a casarse con una maestra católica. Esta decidió que se educara en un colegio religioso católico, lo que produjo inestabilidad emocional.
Pronto destacó por su ingenio cáustico y sarcástico. Pretendía compensar su escasa estatura (menos de 1.50 m.) con su lengua viperina que la convertía en temible y poderosa. Sus afilados y certeros dardos eran capaces de arruinar prometedoras carreras. Como periodista fue brillante y mal encarada. Colaboró en las revistas y editoriales que dictaban la moda e influían en el estilo de vida de una época, como Vanity Fair, Vogue, o New Yorker, entre otras. Su capacidad para ‘despellejar’ a unos y a otros era proverbial. Su estilo de vida mordaz e hiriente se consideraba ‘el no va más’ de lo mundano y cosmopolita.
Le gustaba considerarse el centro de la aristocracia intelectual neoyorkina. Lo que fue perdiendo en popularidad e influencia lo ganó, sin duda, en compromiso adhiriéndose a movimientos a favor de los derechos civiles o protestando por las calles por la ejecución de Sacco y Vanzetti. Fue fundadora de la liga antinazi en Hollywood, admiró profundamente a Martin Luther King a cuyo movimiento legó, al morir, todos sus bienes. Viajó a España para ayudar a la causa republicana. Recuerdo de su estancia en nuestro país es su relato ‘Soldados de la República’, para mí lleno de expresividad cuya acción tiene lugar en el interior de un café de Valencia, y que fue publicado en el New Yorker. En más de una ocasión cuenta que se sintió asqueada ante la crueldad y la sangre en una corrida de toros a la que fue invitada.
Su pesimismo vital, la hipocresía y la brutalidad que contemplaba a su alrededor y su alcoholismo creciente, fueron acelerando su ‘viaje a los infernos’. Dejo de colaborar en alguna revista y fue despedida, con cajas destempladas, de otras. Se le fueron cerrando puertas a la par que los excesos de whisky iban haciendo mella, avejentándola y convirtiéndola en un triste sombra de lo que fue.
Fue una figura representativa de su tiempo. Siempre he pensado que para explorar una época, con su grandeza y su miseria, con su esplendor y sus recovecos oscuros y siniestros, en lugar de elegir a una figura de primera línea es preferible seguir los pasos de alguien que sintetice bien las contradicciones y que esté presente en los momentos más destacados del periodo histórico analizado.
Lo que más me llama la atención es que Dorothy Parker considerada una mujer cosmopolita, está indisociablemente unida a New York. A un New York que, en cierto modo, ya no existe. Si bien, todavía se puede rastrear su memoria y podríamos seguir varios itinerarios en busca de algún vestigio que recuerde su fantasmagórica existencia.
Sus relatos y poemas son desgarradoramente autobiográficos. Su proceso de auto-destrucción es patente en su literatura que en buena parte, está hecha con las ‘tripas’ y donde las heridas abiertas supuran y sangran. El contexto en el que hay que situar sus relatos tiene algunos ejes significativos: la gran depresión, la ley seca, los garitos clandestinos, el sentido trágico de la existencia que intenta ahogar en alcohol.
En los propios títulos de sus obras se advierte este hastío de vivir, esta angustia y esta dolorosa soledad. En nuestro país se publicaron dos recopilaciones de sus relatos breves que tienen mucho de crónica; ‘La soledad de las parejas’ y ‘Una dama neoyorkina’. Estos dos libros pasaron desapercibidos excepto para una selecta minoría.
Dorothy Parker, fue una mujer que cumplió un papel nada desdeñable en el momento histórico que le toco vivir. Fue protofeminista o una adelantada del movimiento de liberación de la mujer, vivió al límite, algo que se suele pagar caro, abrió caminos, dio visibilidad a la mujer, saltó barreras, conoció el éxito y fue alternativamente temida y odiada.
Cuando van a cumplirse en pocos meses cincuenta años del mayo del 68, de la entrada de los tanques en Praga, de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas y de las protestas por la Guerra del Vietnam… a quienes de alguna forma formaron parte de movimientos intelectuales y cívicos, que fueron preparando la eclosión de un estallido, que quizás no merezca el calificativo de revolucionario, pero que puso de manifiesto que un mundo se estaba hundiendo y otro estaba emergiendo, cuestionando el anquilosamiento y esclerotización de tantas cosas, ha de rendírseles un tributo de admiración y respeto.
Dorothy Parker murió unos meses antes. Su activismo no estuvo lejos de esos movimientos ni de la ‘New Left’. Por eso, con sus contradicciones, su angustia, su autodestrucción, su maledicencia y su brillantez es un buen momento para recordarla y reivindicarla. Bob Dylan, en aquellos momentos, se estaba dando a conocer con una canción emblemática ‘los tiempos están cambiando’.
Es obligado valorar y reconocer lo mucho que debemos a quienes hicieron posible esos cambios políticos, sociales y culturales. Por eso, brindo hoy un emocionado recuerdo a la, en tantas cosas, heterodoxa Dorothy Parker.