En un librero de lance de Lisboa he encontrado Les pensées sur divers sujets; avec les réflexions morales du même auteur, del conde de Oxenstirn, en una edición in-12, de 1762, que he leído con avidez e interés crecientes.
Johann Gabriel Thuresson, Conde de Oxenstiern (1641-1707, otros lo datan 1666-1733), descendiente del gran Axel Oxenstierna, héroe de la historia sueca, ilustrado, conocido por toda Europa, tras convertirse al catolicismo –lo que le apartó de su corte, aunque el gran Carlos XII lo nombraría gobernador del Ducado de Deux Ponts, en 1699-, vivió sobre todo en Italia y Francia.
Era la época que Paul Hazard denominó de la ‘crisis de la conciencia europea’, antes de Las Luces. Aunque no era un moralista, Oxenstirn anuncia ya ese siglo de la Razón, cuyo comienzo muchos han señalado a la muerte de Luis XIV, en 1715. Es casi coetáneo de La Bruyère, de La Rochefoucauld, de La Fontaine, cuyas máximas y fábulas hacían las delicias de nobles y burgueses.
La Revolución francesa privó a este autor, gran ilustrado, de la fama que han tenido otros pensadores. Quizá porque su melancolía iba a contrapelo de aquellos tiempos de optimismo y plena confianza en la razón. Sus reflexiones son siempre bastante escépticas, incluso pueden parecer reaccionarias, defendiendo la sencillez de costumbres, la sobriedad y el esfuerzo frente a la vanagloria. Son bastante contrarias lo que se pondría de moda, el sentimiento rousseauniano de la bondad innata. Tocan todos los aspectos de la vida y los sentimientos, la salud, las naciones (Francia, Roma, Nápoles, España, Holanda, Polonia, etc.), el ejemplo o mal ejemplo de los soberanos, la religión, y hasta la erudición clásica.
En sus más de doscientos veinte epígrafes trata, por ejemplo, de los sueños de mi soledad, de los reveses de la fortuna, de las cosas que el hombre prudente debe evitar, del dinero, del rango, de la sinceridad, de la apariencia, de la superstición, de los prejuicios, del conocimiento de uno mismo, el deseo, del amor propio, la imperfección de los hombres, la iglesia griega, conversaciones con un rabino, elogio de la cábala y los cabalistas, del ejemplo, de los testamentos, sobre los epitafios (‘vanidad póstuma‘)….
‘El deseo y la esperanza son los pasatiempos del alma humana. El primero es una condena & el segundo un consuelo a menudo sin fundamento. Si nos liberásemos del deseo, nos quedaríamos contentos, pues quien no desea nada, posee todo; pues el deseo es un tirano & un verdugo, que no se cansa nunca de atormentarnos‘.
‘Un mal corazón labora por la ruina de los otros, un buen corazón, para la suya propia‘.
(La bella tipografía de este libro incluye todos los modelos de et, o ampersands, como &)
Son el producto de la conversación que mantiene consigo mismo, junto al fuego, tras una vida mundana de viajes, de placeres y pompa, lo que le llevaría a la ruina financiera. Pues ‘cuando se ha pasado la primavera cantando con la cigarra, hace falta también pasar el invierno en la indigencia y el arrepentimiento‘.
‘El espíritu humano está preso de necesidades y cuidados que le devoran, y el cuerpo sólo será pasto de los gusanos y de la podredumbre‘.
Pero no es tristeza ni melancolía estéril, sino el alma invernal de un hombre que vivió mucho. Elogia la vida retirada, la vida campestre, el paseo, la lectura, la verdadera devoción religiosa. Y nos entretiene con sus observaciones, como cuando nos explica las cinco clases de lágrimas, las de la tristeza, las de alegría, las de rabia, las del amor & las últimas, las de la penitencia.
También canta el vino, la alegría, el amor, critica los celos, detesta la severidad y el aire grave de que se revisten los que llamamos sabios (cuando era niño, todos los sabios le parecían unos hipocondríacos).
Para conservar la salud, nos dice que se precisan seis condiciones: aire puro, comida sana y sobria, el sueño, evacuar bien, moderación y no abatirse ante las desgracias, ‘chi ha sanita, e ricco, e non lo sa‘. La mayor desgracia es la pobreza y la senectud, ‘paupertas & senectus gravissima in rebus humanis mala sunt‘, algo que el conde experimentaba en sus postreros años. Nos habla de los banquetes, de la costumbre de beber a la salud, de la glotonería, el tabaco, y hasta de la dolorosa gota (que padecía).
‘El tabaco alivia el hambre, los dolores, cura las heridas, purga el cerebro,…hace evacuar las flemas, purifica el aire, …su homo hace incluso soñar y reflexionar útilmente sobre las vanidades del mundo‘.
Dulce encanto de mi soledad,
Humeante pipa, ardiente horno,
Que purga el humor de mi cerebro
Y de mi espíritu la inquietud.
Tabaco que a mi alma embelesa,
Cuando te veo perderte en el aire,
Tan rápido como un relámpago,
Veo la imagen de mi vida.
Vuelvo a recordar
Lo que un día seré
Pues no soy más que ceniza animada.
Y de repente me doy cuenta
Que al correr tras el humo
Me pierdo tan bien como él.
Insiste sobre el peligro de fiarse de la mudable fortuna, de la vanidad, el renombre, los amigos perdidos, el parásito, el hipócrita, el pobre orgulloso, el descaro (‘es el aborto de la osadía y suele ser producto de la baja cuna’), la risa, la venganza, el arrepentimiento tardío, de la costumbre de alabar, y, por ejemplo, de la armonía que es ‘más frecuente entre los maltratados por la fortuna mientras la discordia prevalece entre los que son favorecidos por ésta‘. Se insurge contra la calumnia, la mentira, la sospecha, la ingratitud y el pasquín (palabra que viene de un sastre difamador y charlatán que se llamaba Pasquin, ‘es un perro que muerde impunemente divirtiendo al pueblo a costa de personas ilustres’. Hoy lo llamaríamos posverdades, fake news o bobards). Y encomia la reconciliación.
La vida de la Corte la describe, quizá por propia experiencia, también de forma desencantada:
‘al Gentilhombre, si el Soberano le estima, toda la Corte le odiará en lo más profundo de sus corazones; si el jefe le mira con indiferencia, todos lo tratarán con desprecio; si es franco, pronto le traicionarán; y si es reservado, desconfiarán de él; si es capaz de grandes tareas, los favoritos impedirán que el Príncipe, que no ve más que por los ojos de ellos, advierta su capacidad …‘
Oxenstiern, o Oxenstirn, cita a menudo, como Montaigne, a los clásicos griegos y romanos, pero también a San Bernardo o Francisco de Asís.
De su vida sabemos apenas los retazos que incluye en sus pensamientos y citas. Fue amigo de altos prelados, como el Cardenal Primado de España, Portocarrero, que le dio cartas de recomendación para su viaje a España (donde dice haber estado diez años), dejándonos sabrosas anécdotas, como la del bibliotecario del Escorial, ‘tan raro en su ignorancia cuanto magnífica era la biblioteca‘ (…) ‘no sabía nada y no había leído nada‘. De España le sorprende la pereza de las gentes, la cantidad de hidalgos pobres (con capas negras y espada y exigiendo, que no pidiendo, limosna, como en Guadalaxara), la indolencia de las gentes y la grandeza de sus nobles. Bien es verdad que él visita España en ese periodo que Ortega llamó de gran letargo, los últimos treinta años del XVII y los treinta primeros del XVIII.
Llegando a Portugal, le agrada la belleza de Lisboa (un anfiteatro sobre el Tajo), pero la encuentra incómoda con tantas cuestas y le sorprende la ‘cantidad de moros, mulatas, de loros y papagayos, de monos y muchos animales de las Indias‘.
Para los viajes, él, que tantos hizo, nos recomienda con cierta ironía llevar cuatro bolsas (‘una para conservar la salud, otra para el dinero, otra, para tener un buen compañero y la cuarta para conservar la paciencia‘, y cuatro consejos da al viajero, ‘que se guarde de juzgar todo según las apariencias, de creerse todo lo que le cuentan, de decir todo lo que piensa y de gastar todo lo que tiene‘.
En un estilo claro, breves pero no esquemáticos, sus pensamientos nos sirven para poner en perspectiva la permanencia de los sentimientos del hombre, sus virtudes y sus carencias. Y siempre nos abre otra ventana para ver las cosas y las conductas. Quizá llamarle el Montaigne del Norte sea exagerado, pero no está lejos pues nos habla de las cosas comunes de la vida y sus pensamientos son un pozo inagotable que nos consuela de los avatares de la vida cotidiana, mediante sus consejos y anécdotas que el tiempo no ha empañado.