noviembre de 2024 - VIII Año

Dos libros de José Ángel García: ‘Revelación del gesto’ y ‘Quince son diecisiete’

‘Revelación del gesto’ y ‘Quince son diecisiete’. Ed. Vitruvio, 2022

Repite José Ángel García formato: nos vuelve a presentar dos libros compartiendo un único volumen, como ya hiciera en 2020 con No le busques cinco pies a un verso y Ni un blues más. Tal vez haya sido casualidad, o simple conveniencia editorial, o el subconsciente; pero entre aquellos dos libros había cosas importantes en común, como también las hay entre estos dos de hoy: un diálogo, una confrontación atenuada, una compleción y mutuo refuerzo que los hace íntimamente más fuertes.

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¿Escribir sobre lo escrito? Mejor callar a la espera de que resuene el eco.

No seré yo quien le lleve la contraria a José Ángel García, que es el autor del aforismo que acabo de leerles. Los textos secundarios debilitan, cuando no anulan, la emoción del encuentro del lector con el texto primario, cara a cara, sin referencias. Pues en el lenguaje hay algo. En el lenguaje poético hay algo visible pero secreto al mismo tiempo, algo que desaparece en el texto secundario. Algo que, cuanto más visible se hace, más secreto se vuelve. Somos lenguaje, muchos lenguajes igualmente valiosos, aunque con diferente suerte, pues algunos han sido privilegiados sobre los otros, a los que se ha encerrado bajo llave. El más favorecido socialmente ha sido el racional, también mal llamado real. Pero, y esto lo sabe muy bien José Ángel, el poema tiene esa llave que, al igual que el cuadro o el pasaje musical, los libera y los pone a trabajar en esa democracia magistral compuesta por todos los lenguajes que nos habitan, y donde en ejemplar armonía nos hablan al unísono con palabras adivinatorias que nos rebasan (pues ese “ser rebasado”, y no otra cosa, es la emoción) y sin las que el poema no podría alzar el vuelo. Y esa resultante visible, tal impronta material, no es otra cosa que el gesto al que se refiere José Ángel en el título. La presencia revelada de lo creado. Pues de tal factura infinitamente poliédrica, con tan marcado carácter de inaccesibilidad, la resultante, es decir, el gesto, podría decirse que equivale a una epifanía, a una revelación. El poeta necesita la dádiva de un diluvio de metáforas para poder alzar el vuelo y desplegarse en esa cadena sobrevenida de gestos que componen el poema. Las metáforas, al igual que las pinceladas, son cargas de profundidad buscando el misterio del lenguaje, que también es el del ser. Y la inteligencia poética de José Ángel García sabe que, uniendo las experiencias de pintura y poesía -aquí unas veces refiriéndose a cuadros en concreto y otras visitando a pintores amigos o ya desaparecidos a los que conoce muy bien-, la potencia de esos dos lenguajes se sumará, y llegarán más cerca de donde el misterio se deshace en palabras y el gesto es pura adivinación, milagro del lenguaje poético.

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Revelación del gesto es la dramatización de una búsqueda en un espejismo. Un hablar con sombras, con seducciones, con anhelos. Rotundo y desinhibido ahondamiento en el misterio del decir poético. José Ángel quiere saber, al igual que Alicia, cómo es y adónde lleva el pozo sin fondo en el que cae. Ha llegado el momento de indagar, de hallar algo real en la irrealidad del lenguaje, algo que rompa la indecibilidad del enigma al que ha dedicado su vida: tiene que haber algo real detrás de tantos sueños. Es hora de que el sueño de buscar halle su fe.

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El primer poema, escrito en prosa y titulado “Más allá de los espejos”, podría ser un buen resumen del libro, relámpago o síntesis sagaz de la tormenta perfecta de lo poético que en él se escenifica, un espejismo de transformaciones. Nos dice:

Decir aire y sentir la brisa. (…) Apuesta de espejos más allá de los espejos, (…) tantea la palabra la esencia del gesto, al tiempo buscándose y olvidándose, (…) vehículo del alma para ahondar, declarada enemiga de lo informe, (…) ansia de seguir hacia adelante a como sea.

Hundirse en los espejos del lenguaje hacia el misterio del ser, a como sea, haya ahí lo que haya. Todo un órdago apostando por la trascendencia. Que es lo mismo que decir poesía, o poeta.

Y así, con cargas de profundidad híbridas de poesía y pintura, comienza José Ángel su aventura en mares profundos. Y atraviesa lugares inciertos con pinceladas de palabras, utilizando las metáforas cual brochazos abstractos, a la caza del gesto: rastro o señal o estigma que sea prueba de la realidad del encuentro con algo, indecible, sí, pero del que traer una mancha, una huella, un destello, un eco: una prueba de vida.

Y en “Ser y no ser” nos dice (utilizando un lienzo del pintor Bonifacio Alfonso como espina dorsal de su pintura de palabras):

Pintas, pintor, mas no pintas, / que quien pinta es la pintura, / (…) forma informe de lo incierto.

Este ser y no ser, pintar y no pintar, ser forma informe, es un agujero de gusano hacia el presunto misterio.

Y en el poema “Tótem”, homenaje a la pintora y amiga Pilar Carpio, continúa precisando su aventura por el laberinto de espejos:

(…) portal de espejos de espejos / donde la belleza misma / siempre a sí propia enfrentada / moldea su propia esencia, / (…) huellas de nada y de todo.

La indagación se va volviendo esquiva, sutil, volátil, incierta, pero sigue ahondando a ciegas con su proteico y poderoso desplegarse interno.

Y en los poemas de “Entre dos Sauras”, su decir poético sueña la pincelada de este pintor admirado y muy visitado por él. Y pinta José Ángel cuadros propios con gestualidad informalista, y nos dice:

(…) en el floreo, la finta, o en el quite / en su propio gesto anida el trazo / indagando su destino de sendero.

El poeta sabe que el gesto abre el camino hacia la materialización, trazo o palabra, de una brizna del ser, fruto de esa gimnasia entre lo dramático y lo lúdico. Y se pregunta:

¿Es respuesta en sí misma la pregunta?

(…) Como quien no sabe si avanza o si regresa / permanezco. / (…) Palabras que van, que vienen / (…) más allá del sinsentido.  

Palabras que lo guían más allá del sinsentido, es decir, ¿al sentido? Pero ¿a qué tipo de sentido? La respuesta podría ser: “A la extrañeza de esa existencia que no imaginamos, más allá de todo razonamiento, pero que está ahí, en el subsuelo del poema”. Y continúa:

Todo es / desolada isla autista / en medio de la nada, / extraña inexistencia / del instante.

Y más adelante:

En su propio temblor / ardió el gesto / (…) rosario interminable de escondites.

Y tras arder el gesto y convertirse en temblor de emoción, en pavesas de deslumbramiento, el poeta regresa a sus cuarteles

náufrago de sí mismo, mas entero; / más él que nunca: / sereno, convencido, honesto, pleno.

Ha hecho lo que ha podido. Nada hay que explicar: se explica con su sola existencia, como debe ser si el poema está bien hecho, y aquí lo está. Porque el poema aborrece la explicación: él es la máxima claridad acerca de sí mismo.

Conmovedor es “Trazo, rasgo, línea, juego”, donde el poeta acompaña al pintor amigo recientemente fallecido, Miguel Ángel Moset, “a atrapar la luz y el tiempo en la conquense laguna de Uña”: texto taumatúrgico que culmina la búsqueda diciendo:

a sí se busca el pintor / y a sí propio va y se encuentra,

donde el gesto, que en poesía es el verbo, se hace hombre.

Y de este modo llegamos al vigoroso poema en prosa que da título al libro, y lo cierra de un portazo, “Revelación del gesto”, que viene a confirmar lo aseverado por José Ángel en estos dos aforismos:

Tanto el poema como la obra de arte son, en sí mismos, un juego de relaciones.

Y el otro, contundente, definitivo, drástico:

Nada hay más misterioso que lo visible.

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A mi modo de ver, este poema escenifica, hasta casi tocarla, la compleja gestación poética y su resolución en milagro de autoconocimiento. Leyéndolo, tuve una casi violenta sensación de ser aspirado por el ojo de un tornado. Su realidad particular era mayor que mi capacidad de retener aquellas palabras e imágenes dispuestas en desbocadas oraciones que anulaban toda posibilidad de reflexión y se plegaban sobre sí mismas imponiendo tanto su velocidad como su reluctancia. No se dejaba interpretar porque su comprensión era él mismo y su veloz rotundidad: era, digámoslo así, la inexpresable sensación del ser, el saber sin saber del poema. O noche de Walpurgis con sus relámpagos y fugaces entrevisiones del propio rostro. Pero lo que brilla es el abandono del poeta, la victoria de su rendición, la obediencia ciega (pues ser poeta es saber obedecer) a esa andanada de palabras pulverizadas en imágenes que es el poema

descubriendo del submundo de formas que de ella aguardan la feraz revelación de su existencia,

es decir,

la contemplación reverente de lo revelado

porque

eterno en su imagen late ya (…) el gesto. 

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El segundo libro ha sido bautizado Quince son diecisiete, título tomado en préstamo al poeta Raymond Queneau, y que, aunque parece ser que su autor se refería a pulpos, le viene de perlas al compendio de aforismos con tantos tentáculos como es este que hoy nos ocupa. No me ha sorprendido que José Ángel tuviera una nutrida colección de ellos, dada su trayectoria de insobornable búsqueda, de intensa especulación intelectual, ética y estética. Pero ¿qué se puede decir de un libro así? ¿A qué sabe una caja de bombones, cada uno con un sabor distinto al de los otros? Comencemos, pues, diciendo que se trata de una extensa colección de espléndidos aforismos distribuidos en once secciones, según su temática: tiempo, amor, poesía, lenguaje, literatura, muerte, esperanza, sueños, azar, realidad, silencio, etc. Escritos, pienso, a lo largo de su extensa vida creativa, José Ángel, en un acto de generosidad para con el lector, ha querido ordenarlos, de modo que faciliten su lectura dándoles una apariencia de continuidad a aquellas flores que en su día brotaron súbitamente a solas, aisladas en su propio sentido y sinsentido, y estallaron sus perfumes, que se dispersaron, también ellos convertidos en gesto. Y se nota el artificial y difícil intento de ordenación en el hecho, un tanto aforístico, de que se le hayan colado, sin darse cuenta él, tres o cuatro de ellos en al menos dos secciones diferentes.

Este libro nos propone otro tipo de experiencia: la plena y responsable aceptación del resultado vital, junto a un reírse de sí mismo y del mundo contemplándolo y contemplándose. Parece preguntarse: “¿Es real la poesía? ¿Y la vida, es real? Y yo, ¿soy real yo? Y si yo soy real, ¿cómo puedo seguir en pie, sin deformarme, en un mundo como este?”. Pues esa es la misión de estos breves islotes de significado: sacar, aunque a su modo, conclusiones, o desilusiones; legitimar, con esa mezcla de ironía, sinceridad, crueldad amable, buen humor, reflexión y, sobre todo, la paradójica redención mínima disuelta en el género aforístico, su particular experiencia de la extraña aventura que es vivir. Y si en el primer libro el lenguaje se adensaba en un punto cada vez más concentrado, aquí, en cambio, se expande en busca de simplicidad, agudeza, claridad y eficacia. Y pasamos del saber sin saber del primero al saber racional, paradójico, reflexivo, irónico y escéptico del segundo, donde la rapidez certera del afilado corte, y no la insistencia, es la clave. Y si en el primero pretendía José Ángel llegar a la clara oscuridad del ser, en este intenta alcanzar la oscura claridad del concepto, siempre sazonado, para sembrar la duda ante lo que podría no ser lo que parece, con paradojas y cachetes de humor, tan propios de José Ángel, que a veces nos hacen desembocar en deliciosas boutades. Mi debilidad es esta, por ella misma y por su irrupción inesperada:

Por cierto, ¿cómo demonios se llamaría el porquero de Agamenón?

Aunque mi aforismo favorito, por su imparable verdad, es este:

Solo la honestidad es real. El resto es pura falacia.

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Del extenso poema único que acaba siendo toda obra poética, donde se desarrollan los diferentes libros a modo de catas del terreno infinito en estudio, Quince son diecisiete viene a ser la guinda que corona la aventura poética, rica y fértil donde las haya, y, por supuesto, hasta el día de hoy, de José Ángel García. Una obra que es un sólido edificio, perfectamente construido, de sensibilidad, inteligencia, generosidad y belleza. Y en el diálogo de ambos libros se confronta la superficie con la hondura, completando, con bellos fuegos de artificio y soterrados diamantes de intimidad, la imagen híbrida del poeta.

A disposición de ustedes quedan estos afilados, amables, profundos, honestos, irónicos, juguetones y sutilmente humorísticos aforismos, tan parecidos a su autor, así como sus búsquedas geológicas por las profundidades del lenguaje del primer libro. Léanlos y, si lo creen conveniente, tomen partido por uno u otro, aunque yo les aconsejaría que mezclasen ambos lenguajes, a ver qué ocurre. Les aseguro que sucederá algo tan sorprendente como bello. Pues los ha compuesto una exquisita y a la vez poderosa sensibilidad, la del excepcional poeta que es José Ángel García.

Rafael Talavera

Poeta

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