noviembre de 2024 - VIII Año

Desde el silencio, a Nicolás del Hierro

FOTO-NICOLAS-DEL-HIERROCuando alguien querido se va parece que no encontramos las palabras justas para expresar lo que significa su pérdida, como si ese vacío que nos deja atenazase nuestro corazón y extendiera un blanco lienzo de luto en nuestro cerebro. Entonces, es desde el silencio donde comienza a fluir ese río de vida compartida, de miradas convergentes desde lo universal a lo íntimo, y de sueños e ilusiones que alguna vez pudieron hacerse realidad o siguieron abrigando nuestros pechos de fuerza para sobrevivir.

Desde el silencio, viene la presencia de Nicolás del Hierro (1934-2017) a estar conmigo. No hace falta que hablemos, nos miramos y compartimos lo que nos unió tantas veces, tantos años. Viene desde los adarves de Piedrabuena con su paso ágil y su verbo poético que nombra cosas y sucesos desde un espíritu afanoso de justicia, de solidaridad y de igualdad pero lleno de humildad y ternura porque los poetas debemos beber siempre del agua trasparente del conocimiento y del amor. ¡Ay, amigo mío! En esa Arcadia de los inmortales en la que ahora moras, porque nosotros haremos que permanezcas siempre vivo, oigo tus pasos por la ribera del Bullaque y en cada onda del agua cantarina leo un verso que dibujas con tus dedos de luz.

Eres un hombre hermoso. Tu cabeza leonina, tus manos apresuradas en el quehacer, tu voz aterciopelada y cantarina que a veces se torna en vendaval de indignada razón ante el sufrimiento y la iniquidad de los hombres, tu corazón que zurea como ese palomo que celebra el amor, todo tú oteando horizontes, pateando las sendas de la vida con el fervor del que asume el trabajo, la familia, los éxitos y las decepciones con la fortaleza del hierro forjado a golpes de esfuerzo, superación y responsabilidad.

Me gustan tantas cosas de ti. Aquel niño de la guerra que jugaba entre las ruinas del castillo de Miraflores o soñaba con mares lejanos al mirar la laguna de Lucianejo y el volcán de la Arzallosa . O el adolescente que aprendía oficios mientras descubría entre chopos y álamos cual era el camino más corto para llegar a Madrid. Fuiste ganando a pulso tu prestigio profesional, siempre atento y capaz entre salones y personalidades del Hotel Palace, allí donde se entretejió tantas veces la historia de España que te tuvo por testigo privilegiado de sus avatares. Pero sobre todo, fueron los dardos de Eros los que atravesaron tu corazón con el ritmo y la medida del verso, la síntesis de la palabra para construir una realidad propia y única que sobrevuela y magnifica siempre la de los demás. Te hiciste poeta. Y como poeta nos enseñaste a apreciar a nuestros semejantes desde tu propio amor, a alzar la voz en defensa de la justicia desde tu propia equidad, a interrogarnos sobre nuestra condición desde tu propio existir. Esa es tu grandeza. El parto de tus versos salía desde lo más hondo de las creencias y las emociones, desde lo más auténtico que uno puede alumbrar y decir para animarnos a lograr un mundo más humano donde los valores de la honestidad, el respeto y la democracia triunfen sobre la corrupción, la infamia y la banal tiranía de lo superfluo.

Tantos años de estar juntos. Juntos creímos que hacer una Asociación de Escritores era un gesto para divulgar nuestra cultura común y poner en valor la grandeza de nuestros literatos desde el Arcipreste de Hita a Cervantes, desde Fernando de Rojas a Antonio Buero Vallejo. Era una empresa romántica como tantas otras que se nos ocurrían al abrigo de una tertulia o de un viaje por las tierras bien amadas de la Mancha o de la Alcarria mientras nos crecían versos como enredaderas de amistad y comunión de afectos y de gestos hacia lo nuestro, lo universal desde lo autóctono.

Desde el silencio oigo también lejanas músicas que repiten tu nombre, traspasan los océanos y llegan hasta nosotros como el eco de una canción al poeta querido. Y hasta los mariachis con sus guitarrones deshojan los sones de una ranchera a la que puse letra un día: Porque sé que estás aquí/ que estás adentro/ y tus versos viven siempre en mí/ olvidarte no contemplo/.

Nosotros gustamos siempre mucho de leer poemas uno del otro. Déjame que hoy recuerde uno tuyo de los que me llegan al corazón.

Tras despojarme de rigores,
sólo en mi soledad, compruebo
cómo mi espíritu navega
por los planetas todos; cómo
desde la antena de mi entraña
contactar puedo y conversar
con las deidades que crearon
en otro tiempo las galaxias.

 Puedo viajar, sin conexiones
de cibernéticas culturas,
por los satélites abstractos
y recrearme en su grandeza
como quien goza del paisaje.

 No en vano vivo la armonía
que la palabra otorga a quien
a su balcón se asoma, y libre,
alado y libre,
la disfruta.

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Archivo Entreletras

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