Esos animales tan habladores…
El animalario real y fantástico siempre ha sido un buen material de construcción literaria; sus autores, anónimos o identificados, se esconden detrás de sus bocas para dar rienda suelta a una pluma acerada y pretendidamente sabia; bajo el escudo protector de ese “zoo” insólito destilan opiniones, creencias, críticas y juicios a cascoporro, sin miramientos, límites ni cortapisas: caiga quien caiga, ahí va la lección.
Los escritores y las escritoras de este tipo de género literario vienen a ser el maestro titiritero que mueve los hilos de unas figuritas animadas que danzan al son del demiurgo creador.
No deja de llamar la atención que desde edades párvulas se (nos) inicia en la lectura con estos personajes, muchas veces comparsa, pero, en la mayoría de casos, elevados a rango de protagonistas.
Hace mucho, mucho tiempo, la fauna habla y habla por los codos, son lenguaraces, -algunos, “bocachanclas”, diríamos hoy- dictadores de la verdad, sabios en potencia y en realidad, en la teoría y en la práctica y la gran mayoría pronuncia discursos ciceronianos, dan ejemplo recto de vida recta, en una suerte de voceros que todo lo conocen, sin escatimar tono conminatorio, apuntando con el dedo índice.
Está claro y no conviene perder la perspectiva, por más envolvente que resulte el juego de espejos, que detrás de todo ese “matonismo” intelectual -bajo el charol literario-, es la mano y la mente del humano autor quien se asoma.
Historias de animales, historias de personas…
A don Juan Manuel no le dolieron prendas en amonestar, sermonear, enseñar y divertir, por supuesto, a su público y al venidero con su poliantea El conde Lucanor, donde iban y venían pollinos, león y zorras, búhos y halcón, hormiga y cuervos…en un contubernio desbaratado mezclado con humanos de todo tipo, clase y condición; lo mismo atravesaban caminos “meseteros” que gritaban de plaza en plaza su mercancía.
Y aquella gacela veleidosa y el ciervo lírico correteando y jugando al escondite por la foresta mística de san Juan de la Cruz: fue tan “complicado” salvar las sospechas de la inquisición que por si las moscas, versionó en prosa (casi paladina) tanto Cántico espiritual, no fuera a resultar demasiado terrenal.
Y el “gaterío” que organizó Lope de Vega, dando cita a gatos y gatas de un tejado a otro: vaya fiesta montaron, relamiéndose los bigotes y solazándose con sus ojos felinos al observar todo lo que acontecía en aquel viejo Madrid áureo; resultó un brindis al viento en formato de poema aquella Gatomaquia.
Muy en boga está el fenómeno de los cuentacuentos, tan didácticos, tan ejemplarizantes…El escorpión, el elefante y el cocodrilo se mojan y no se salvan siempre, atraviesan ríos y se agazapan en la selva, y con su prosa pastelera de narradores orales africanos se ríen a carcajadas de otros mundos de otros lugares inaccesibles para ellos.
Fábulas de siempre. La moraleja…
Parecería, pues, que la vida de los humanos necesita de unas pautas ¿literarias? y el mensajero más adecuado para consignarlas fueran los animales, animalitos animalacos… (con toda suerte de sufijos connotativos); podría pensarse que el creador no se siente cómodo, dando consejos, es decir, poniéndose por encima de sus iguales desde una actitud de conocimiento experiencial frente a la bisoñez de otros, más ingenuos y menos avezados en cuestiones vitales y necesita de la argucia “animalesca” para que hablen por él.
Por eso sería interesante reflexionar sobre la conveniencia de la lectura de lo que se denomina “consejas”, o sea, cuentos, fábulas o patraña de sabor antiguo, tal y como lo define la RAE.
Una de las principales características, esenciales diría yo, en este tipo de narraciones es la moraleja, o sea, una enseñanza, o un conocimiento para adiestrar, instruir y educar al lector sea iniciado o no en cierta preparación vital.
En muchas ocasiones, dicho “magisterio” adopta un aire de ficción y fantasía, pero sin perder de vista el concepto “moral” referido a costumbres adquiridas y asimiladas por una cultura determinada.
Al hablar de moraleja entramos en un terreno resbaladizo; la línea entre lo que se acaba de definir y el imaginario popular es muy fina, y fácilmente se llega a la conclusión de incurrir con esos relatos en “moralizar”, hecho evitable, sin lugar a dudas.
Pero, ¿qué postura adoptar ante las fábulas de siempre con su moraleja correspondiente?
Me atrevo a apuntar que los tiempos que vivimos no son propicios para “señalar” el camino de ninguno de los lectores, -quizá otros piensen que hoy más que nunca se necesita una batuta orquestal-; y creo que de nuevo hay que reivindicar la multiplicidad de la intralectura, la polisemia que aportan las fábulas y que se deriva de la estructura profunda del contenido literario. Adquiere un valor muy reseñable el intertexto configurador del relato, así como el origen y la cultura del autor, la situación y las circunstancias en que se escriben dichas obras y la recepción que se hace de las mismas.
Un ejemplo concreto que nos gustaría comentar es el de La cigarra y la hormiga de Samaniego.
La cantante y la obrera…
Esopo fue el autor primigenio de La cigarra y la hormiga y posteriormente fue recreada por La Fontaine y Samaniego. En el caso del griego, los personajes son una hormiga y un escarabajo.
Después se sustituye al coleóptero por una cigarra y así nos llega hasta la actualidad: dos “personajas” femeninas en plena contienda por la supervivencia; la sororidad bioteria inexistente entre ellas, claro está, o eso podría parecer dados los distintos finales de la narración, alguno más extremo y contundente: la hormiga le da con la puerta en las narices a la cigarra, y otro más favorable y benefactor para la artista despreocupada al conseguir una pequeña dádiva por parte de la himenóptera.
De manera muy breve, recordamos que la cigarra, con la llegada del invierno, se encuentra -con hambre y frío- desprovista de alimento, y acude a pedirlo prestado a su vecina la hormiga, como si de dos comadres en la corrala se tratara. Ésta, “muy previsora”, hacendosa y ahorradora, que ha hecho sus labores en verano, temiendo no tener suficiente para ambas le niega el préstamo y le recrimina el haber pasado el tiempo haraganeando, cantando y durmiendo en lugar de conseguir acopio de víveres para la estación fría.
Esta sinopsis y lo conocida de la historia, nos invita a pensar en ambas, en las dos protagonistas y en la relación que podían mantener; podemos imaginarlas, una muy digna y la otra pedigüeña, una segura de sí misma, y la otra agotada del artisteo estival, sin provisiones que llevarse al cuerpo: “por tu mala cabeza” quizá se oyera. Hay muchos estudios sobre la anécdota argumental y muchos son los que interpretan a las dos según parámetros y perspectivas distintas. Nos encontramos ante el binomio trabajo/ocio.
Quien trabaja, tendrá un premio, quien descansa … ”que se las componga” y estas reacciones nos llevan al mensaje tan común de “sálvese quien pueda, esto es la guerra”.
Se me ocurre pensar en los escritores que idearon la trama: ¿qué se les pasaría por la cabeza, de quién se estaban vengando, estaban solapando algún desengaño personal? ¿Haciendo terapia o adoctrinando?
El didactismo que aseguran algunos críticos habría que cogerlo con pinzas, es decir, la constancia frente a la despreocupación. ¿Dónde quedan las frases hoy tan cacareadas del tipo: “carpe diem, a vivir que son dos días, día y vida, vive el momento, el futuro no existe, hoy es hoy y mañana, Dios dirá…”?
Si optamos por una posición ecléctica que a todos contente, los más templados invitan, a organizar nuestro tiempo y a prevenirnos sobre los zarpazos que atiza la vida.
Para otros, importa destacar la labor de equipo, la superación de los obstáculos, el bienestar social, la resiliencia y la adaptación…
Me gustaría terminar recordando la escena en la que interviene Santa, personaje representado por Javier Bardem -digno del Oscar- en la película Los lunes al sol (2002) del director Fernando León de Aranoa en la que, haciendo de canguro para un niño de 4 años, antes de dormir le lee la famosa fábula y afirma: “¡¡qué hija de puta, la hormiga!!” pues no le abre la puerta y le recrimina su dejadez. Inmediatamente la reacción de Bardem no se hace esperar y lo que llama la atención no es tanto el enfado reflejado en sus tacos, sino las ganas de preguntar quién ha escrito esa historia: “porque esto no es así, esto no es así; la hormiga esta es una hija de la gran puta y una especuladora; y, además, aquí lo que no dice es por qué unos nacen cigarra y, otros hormiga, porque si naces cigarra estás jodido, y eso aquí no lo pone, a ver…”
Cada uno con su fábula, cada cual con su interpretación de la escritura entre animales que enseñan a los humanos muchos comportamientos. ¿Tendrían éxito algunos de ellos? A los animales, me refiero.