noviembre de 2024 - VIII Año

Complejidad y ambigüedad en el Mercader de Venezia

Y así, por mí, la libertad y el mar
responderán al corazón oscuro
Pablo Neruda

Hoy, se cumplen cincuenta años del siniestro golpe de estado de Augusto Pinochet. Ha sobrevivido al paso del tiempo la noble y egregia figura de Salvador Allende, que ensayó en suelo chileno, una experiencia de socialismo democrático. Pusieron fin a su vida, pero no a sus ideas humanistas, transformadoras y democráticas. Las víctimas, aunque pase el tiempo, siguen exigiendo justicia y reparación. Es esta una verdad, que conviene que tengamos en cuenta, en estos momentos en nuestro país.

Voy a dedicar esta colaboración para Entreletras a William Shakespeare, en concreto a su obra El Mercader de Venezia, mas quería comenzar con un emocionado recuerdo a quien logró hacer realidad su sueño de que se abrieran de nuevo, las grandes alamedas, mostrando que su sacrificio y el de tantos otros no fue estéril. Muy al contrario, significó un ejemplo de dignidad y coherencia que muchos, todavía, recuerdan.

Uno de los grandes méritos de William Shakespeare es que sabe cómo llegar al entendimiento y al corazón de los espectadores. Es una semilla de luz que a través de palabras estremecedoras pone orden en el desorden. Para recibir todo lo que tiene que decirnos, conviene adentrarse en sus obras sin prejuicios y con una disposición a disfrutar todo lo que pone ante nuestros ojos.

Los sueños –y sobre todo las pesadillas- proceden con sigilo, como los jinetes negros que acuden presurosos a rasgar el velo y los enigmas de la vida. El instinto thanático es una araña negra que se oculta mientras teje sus trampas mortales… La dialéctica vida-muerte está siempre o casi siempre muy presente.

William Shakespeare dosifica las emociones y, de cuando en cuando, celebra con palabras hermosas y sabias, el siempre provisional triunfo de la vida manejando con destreza los resortes de lo que nos conmueve.

La fuerza y la belleza de determinadas situaciones y de no pocos diálogos y monólogos, tienen mucho del aroma de una rosa salvaje.

En el fluir del río de Heráclito, las estrellas convertidas en palabras, se reflejan en la superficie de las aguas. La sed de conocimientos sobre el complejo entramado de luz y sombra que es el hombre, con sus ambiciones, generosidad, e insatisfacción… no se sacia nunca. En este sentido como en otros, William Shakespeare es sencillamente inagotable.

Lo que más me llama la atención es la ambigüedad que planea y se posa en sus personajes y situaciones. En literatura la ambigüedad tiene una frescura y unas posibilidades que enriquecen sin duda, la trama, dotándola de diversas posibilidades de lectura y hasta de interpretaciones.

Con frecuencia se le vincula a una complejidad y carpintería teatral, que por arte de su ingenio, da la impresión de ser simple cuando oculta, tras su apariencia, no poca complejidad. Tendremos ocasión de detenernos en estas consideraciones cuando hablemos del judío Shylock, uno de los personajes más interesante y sugestivos de la amplia saga shakesperiana.

La fuerza dramática de sus textos radica en su capacidad, en su arte de atrapar una idea, un cuento oriental, una leyenda o una vieja crónica medieval convirtiéndolas  en literatura dramática.

Llama poderosamente la atención que frente al teatro de ‘tipos’, de autores emblemáticos del Siglo de Oro como Lope de Vega o Calderón, sin ir más lejos, el de Shakespeare sea un teatro de ‘caracteres’, de personajes con una psicología compleja y muchas aristas, ahí están como botón de muestra Hamlet o Lear.  Sin embargo, se ha analizado menos la figura de Shylock, que en su ambigüedad presenta un haz y un envés, dignos de que se profundice en ella.

Surge una pregunta ¿era Shakespeare, racista, antisemita? No es fácil dar una respuesta a este interrogante. Shylock se muestra vengativo, rencoroso e insaciable en algunos pasajes, mas en otros, como un hombre humillado, dolido, ofendido y víctima de las actitudes brutales de que eran objeto los hebreos.

Por tanto, puede interpretarse como una crítica de Shakespeare al antisemitismo o como una muestra del desprecio hacia los judíos, que estaba muy extendido.

No es descabellado pensar que estos enfoques opuestos, dada la complicidad a la que constantemente Shakespeare procura conducir a los espectadores, son una muestra de ingenio que obliga a no perder el hilo y a mantenerse atentos y vigilantes. Shakespeare es plenamente consciente y pone en juego resortes para que sea el espectador (o lector) quien haga la síntesis, resuelva el enigma o tome partido por alguna de las opciones en disputa. No es infrecuente que tire la piedra, esconda la mano y deje que la trama ruede para que el espectador avisado y consciente, extraiga sus propias conclusiones.

Ese es y no es, esa apariencia tras la que se ocultan realidades, que no son visibles a simple vista, es muy atractiva y eficaz.

Lo mismo o al menos similar, ocurre con la homosexualidad, juega con ella, da pistas, las retira dejando que flote en el ambiente la duda. ¿Qué siente Antonio por Bassanio? Una vez más, Shakespeare deja la duda flotando en el ambiente.

Con una habilidad extrema sabe retrasar y dar un giro inesperado a los acontecimientos. El cuento, probablemente de origen oriental, de los tres cofres con su significado hermético, enriquece también la obra donde es clave el juego dialéctico entre realidad y apariencia.

De hecho, está marcando el tránsito entre el feudalismo y el precapitalismo, más también, pone de manifiesto que no hay que dejarse cegar por los metales nobles ni por la ambición y que a veces –como aquí sucede- se puede encontrar en el cofre de plomo una mayor riqueza simbólica.

Sin embargo, el eje central de la obra y lo que la convierte en emblemática, es la importante y sutil diferencia entre la letra de la Ley y el espíritu. Algo en lo que ya reparara Montesquieu.

Al Pacino interpretó a Shylock en El Mercader de Venecia (2004)

Volvamos a la capacidad de seducción de William Shakespeare, a sus juegos de disfraces, a su ambigüedad y su apertura a diversas interpretaciones. Repárese en que Shylock posee un documento en virtud del cual si Antonio no satisface su deuda –lo que de hecho sucede- puede cortarle una libra de carne. Shylock elige el lugar más próximo al corazón para consumar su venganza.

Aquí entra en juego la bella, inteligente y astuta Porcia que disfrazada de jurista, le hace saber a Shylock que si se excede o se queda corto, aunque sea en un milígramo o derrama una sola gota de sangre, todos sus bienes serán confiscados.

No debemos pasar por alto que Porcia se disfraza de juez y dicta una sentencia que satisface a la mayor parte de los espectadores, pero que es notoriamente fraudulenta e ilegitima. No podemos saber las profundas intenciones de Shakespeare, mas intentemos responder a estos interrogantes ¿son las sentencias de los jueces, siempre ecuánimes?, ¿es o no, justa la sentencia que dicta Porcia, con independencia de quien la emita?, ¿hasta qué punto influyen en las decisiones judiciales las fobias, filias, intereses y prejuicios? El juego de espejos llega a extenderse radialmente, obligando al espectador avisado a hacerse preguntas sobre su propia situación, ideología y visión del mundo.

Shakespeare se mueve como pez en el agua por estos recovecos y suelos resbaladizos. Le encanta jugar con lo que podríamos denominar ‘lo casuístico’. Logrando magníficos y deslumbrantes efectos. Desde luego nos hace partícipes, permanentemente, de la idea de que hay que aprende a mirar  más allá de la superficie  y que bajo la apariencia de normalidad y convencionalismos, se esconden no pocos juegos, algunos peligros y más de un desafío a lo establecido.

La verdad –o lo que algunos entienden por verdad- puede aparecer –y de hecho aparece- disfrazada ¿Qué es el disfraz sino otra convención? No deja de tener su importancia, su planteamiento humanista de que los valores y la integridad son superiores a la riqueza. Con sutileza, más al mismo tiempo con firmeza, pone de manifiesto en cuantas ocasiones puede,  que los hombres no son una mercancía y por tanto, no puede tratárseles como si lo fueran.

Los trucos dialécticos shakesperianos son, desde luego, apasionantes. Es apreciable que muchas de sus situaciones pueden y deben observarse desde distintas ópticas o puntos de vista ¿cuál es el verdadero? El que se le quiera dar. El que cada espectador aprecie de acuerdo con sus convicciones y formas de ver el mundo.

Plantea ‘que el ser tiene más valor que el tener’. Es sencillamente admirable su enunciado –que aparece en varias de sus obras- de que dar tiene más valor que acumular. Es, asimismo, sintomático su desprecio por la ‘usura’.

Por todo esto puede afirmarse, sin ánimo alguno de exageración, que los personajes y las situaciones de sus comedias y tragedias, están dotadas de una ‘aura mágica’. Esto ha contribuido, sin duda, a que sus textos y sus puestas en escena –siempre que encuentren un director inteligente- permitan explorar nuevos caminos en un permanente ir más allá y posibilitando ‘descubrimientos’ que nos habían pasado desapercibidos.

Escena película Mercader de Venecia

De Shakespeare no está todo dicho, ni mucho menos. Se ha escrito mucho, mas en cada época, en cada generación surgen nuevas preguntas, dudas e interpretaciones, para muchas de las cuales no estaría de más echar mano de la hermenéutica. De una forma u otra, están siempre presentes los diosecillos alados más también, los huevos de la serpiente cuya mordedura es letal.

Es una afirmación difícil de refutar que la segunda parte del siglo XX y las primeras décadas del XXI han asistido a la madurez, eclosión, vigencia y visibilidad del movimiento feminista con sus demandas de igualdad de derechos y su oposición a los preceptos caducos y envejecidos del patriarcalismo.

Démonos cuenta de que algunas de las mujeres shakesperianas son figuras llenas de fuerza, encanto, valor, ambición, odio, sutileza, sed de justicia y ansia de libertad. Están lejos muy lejos, de los personajes femeninos que poblaban los escenarios de Francia o de nuestro país, donde las mujeres respondían a ‘tipos’ cuando no ‘estereotipos’, carentes  de personalidad bien definida y acabada.

Por el contrario, pensemos en la gracia, sutileza e ingenio de Julieta, en la angustia y  el dolor de Desdémona ante la arbitrariedad de Otelo, en la ambición, la maldad, el no detenerse ante ninguna barrera de Lady Macbeth, que es quien urde la trama, en tanto que su marido es un mero instrumento o títere que se limita a ejecutar lo que ella planifica… y por no poner sino un último ejemplo, en la Porcia del Mercader de Venezia, con su desenvoltura, audacia, habilidad para tejer y entretejer intrigas y su inteligencia para sortear obstáculos.

Todas ellas y muchas más ponen de manifiesto valores, principios, capacidad de lucha, inteligencia y un deseo más o menos confesado, implícita o explícitamente, de ser tratadas por igual, puesto que en preparación, decisión e inteligencia, sobrepasan  a no pocos varones.

En otra ocasión, me gustaría hacer algunas consideraciones sobre la multitud de ideas y posibilidades de interpretación que ofrece la amplia y variada producción de William Shakespeare.

Baste lo aquí expuesto, para poner de manifiesto que hay no poca tela que cortar.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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