Infausto episodio la recreación de la cultura como apéndice político. Ya sea por indiferencia o necedad. Mientras nos queden los libros no estaremos solos frente a la tosca y creciente realidad.
Tras un breve periodo vacacional, regreso a Sevilla. Tras ese espejismo que provoca la distancia con lo habitual que cuando viajamos contrae el abandono voluntario de la costumbre, palpo el escritorio para recobrar la íntima sensación del reencuentro con la palabra y el ansia por existir que susurra. Como en tantas otras ocasiones, madrugo antes que el sol eleve la temperatura hasta hacerla una incómoda compañera. Me dirijo a la calle Dueñas. A esta hora la ciudad conmueve por la sensación de soledad que vierten sus calles. ‘Cada ciudad puede ser otra’, escribía el poeta uruguayo Mario Benedetti. Escucho mis propios pasos. El tiempo se descubre como aliado ante el desapego del ritmo frenético con el que en próximas fechas la abordará, de nuevo, la marabunta del retorno ocioso. Me encamino al Palacio de las Dueñas. La puerta de acceso de la fachada renacentista permanece abierta para que el paseante pueda, al menos, traspasar ese primer umbral y contemplar los jardines ante la cancela que le cierra el paso. Se transfigura en mí cierto pasaje, mientras creo escuchar voces infantiles que juegan corriendo bajo las galerías del patio porticado con columnas genovesas, ‘Es el palacio / donde nací, con su rumor de fuente‘. Triste evocación este aleteo de brumas atemporales en los que la palabra poética asume su condición de ‘esencial en el tiempo’. Sostengo en el pensamiento ese reencuentro frustrado de Antonio Machado, tras su viaje desde Baeza, con las reminiscencias del edén perdido tras su partida con ocho años. Lo encontró cerrado. ‘Y estoy solo en el patio silencioso,/ buscando una ilusión cándida y vieja; / alguna sombra sobre el blanco muro,/ algún recuerdo, en el pretil de piedra / de la fuente dormida, o, en el aire, / algún vagar de túnica ligera‘.
Hastío del desinterés. Tras dos años desde la reurbanización de la plaza de la calle Dueñas frente al palacio y la incorporación del monumento en memoria del poeta sevillano en diciembre de 2015, obra de Julio López Hernández, el velo de la dejadez institucional cubre esta escena del viario urbano como los muebles de un salón en desuso. Tuvieron que transcurrir 24 años para que el proyecto se hiciera realidad. El escultor madrileño mantuvo por precaución durante ese tiempo la obra en moldes de poliéster. El proyecto original incluía la plantación de un limonero y un olivo. Dos árboles de profunda simbología machadiana que complementarían al monumento y exornarían de belleza natural su entorno. Lastimosamente el consistorio hispalense ha obviado esta circunstancia menospreciando la iniciativa y revelando falta de tacto y sensibilidad. Tampoco hubo acto inaugural del monumento en este lugar de quien, junto a su hermano Manuel, fue nombrado por este ayuntamiento hijo ilustre y predilecto de la ciudad. La versión de los hechos denota ese ejercicio mal entendido de práctica pública donde la cultura sigue conteniendo los rasgos de hijo desheredado a quien se echa en falta por momentos pero que no se espera su regreso.
La purga ágrafa. Nada es lo que parece o, quizás, sí. Y esa es la cuestión que consciente ronda la febril ignorancia que se proclama sin rubor. La cultura es inherente a la universalidad. Con ella la expresión humana adquiere el sobresaliente empeño de no contener horizontes. En ese espacio abierto la confluencia de miradas es, como en el poema La casa de la mirada de Octavio Paz, un corazón transparente, ‘Estás en el interior de los reflejos, estás en la casa de la mirada / has cerrado los ojos y entras y sales de ti mismo a ti mismo por un puente de latidos: / El corazón es un ojo‘. La tentativa del Ayuntamiento de Sabadell de sustraer del callejero de la ciudad ciertos nombres tildados de ‘hostiles a la lengua, cultura y nación catalanas’ como Quevedo, y que en el caso de Antonio Machado significa de esta manera, ‘bajo la aureola republicana y progresista con que se ha revestido su figura, hay una trayectoria españolista y anticatalanista’. El cretinismo y el desprecio de esta afirmación, carente de valor argumental, hace pensar que pudiera ser fruto de un ataque de visceralidad. Pero no es así. Se trata de un ‘sesudo’ informe. Entre los nombres sospechosos de mala influencia para la ciudadanía sabadellense se relacionan, entre otros: Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Calderón de la Barca, Mariano José Larra, José Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer, Félix Lope de Vega, Leandro Fernández de Moratín, Tirso de Molina, Francisco de Goya o Joaquín Turina. En esa sobreactuación existe una patología esquizofrénica que delata la manipulación de la cultura en nombre de la propia cultura. Y si bien el alcalde de la ciudad catalana ha confirmado, con esa manera tan particular de considerar la hospitalidad, ‘Machado se queda’, es más que inquietante la reflexión que le sigue, ‘Lo que es necesario eliminar del nomenclátor son los nombres de fascistas’, a tenor del grado de intelectualidad con el que se ha elaborado Este hecho me recuerda las definiciones que la Real Academia de la Historia vertió sobre diferentes personajes del siglo XX, entre la que destacaba la de Franco por la carencia de rigor científico, y que recuerda la sentencia de Sancho en el capítulo XII de la 2ª parte del Quijote, ‘No hay camino tan llano que no tenga algún tropezón o barranco; en otras casas cuecen habas, y en la mía, a calderadas’. En un país de tales derroteros no es de extrañar la laxitud y frivolidad en cualquier faceta del conocimiento. El presunto estudio adiciona como culmen de la veleidad de los cargos contra Antonio Machado que ‘Su obra es una exaltación de Castilla (a través de su paisaje) como núcleo y esencia del Estado español, lo cual incluye una idea excluyente de la diversidad’
En el II Congreso Internacional de Escritores, organizado en Valencia en julio de 1937 por la Alianza Internacional de Escritores Antifascistas como demostración de solidaridad de los intelectuales de todo el mundo con la causa de la República, Antonio machado pronuncia el discurso de clausura bajo el título Sobre la defensa y la difusión de la cultura: ‘En efecto, la cultura vista desde fuera, como si dijéramos desde la ignorancia o, también, desde la pedantería, puede aparecer como un tesoro cuya posesión y custodia sean el privilegio de unos pocos; y el ansia de cultura que siente el pueblo, y que nosotros quisiéramos contribuir a aumentar en el pueblo, aparecería como la amenaza a un sagrado depósito. Pero nosotros, que vemos la cultura desde dentro, quiero decir desde el hombre mismo, no pensamos ni en el caudal, ni el tesoro, ni el despósito de la cultura, como en fondos o existencias que puedan acapararse, por un lado, o, por otro, repartirse a voleo, mucho menos que puedan ser entrados a saco por las turbas. Para nosotros, defender y difundir la cultura es una misma cosa: aumentar en el mundo el humano tesoro de conciencia vigilante. ¿Cómo? Despertando al dormido. Y mientras mayor sea el número de despiertos…’
Trampantojo cultural. Aquel que enfermo y viejo atravesó, como tantos otros republicanos, la frontera francesa en su huida, tuvo, como última visión del país desangrado por la Guerra Civil a Cataluña. Mortecinos pasos desde la masía de Mas Faixat le encaminaron hasta el exilio. Collioure, pueblo de pescadores, distante apenas 26 kilómetros de la frontera, le acogió. Allí murió el 22 de febrero de 1939. Tres días después fallecía su madre, Ana Ruiz. Sus restos reposan en el cementerio de la localidad francesa gracias a la benefactora generosidad de una de sus ciudadanas. No hace mucho el ayuntamiento de Madrid tuvo como pretensión borrar los nombres de Max Aub y Fernando Arrabal de las salas teatrales del Matadero de Madrid. La mediocridad es un mal que se generaliza a marchas forzadas y solapa otro de mayor entidad: la cerrazón. Ante esta tempestad de sinrazón la reflexión de Fernando Pessoa nos dispone del convencimiento irredento que no declina su posicionamiento por más que arrecie, ‘Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad’. Y esa verdad nos define como hecho consustancialmente humano. El legado machadiano se caracteriza por esa dimensión humanista de firmes propósitos y sólidos principios. Ese pasaje donde la muerte le abordó, contiene la última lección de Juan de Mairena. Esa es la verdad que conmociona. Más allá de la tierra, de cualquier tierra, el alma. El alma de Don Antonio Machado que no aparece en ningún callejero y sí en la lectura que nos refugia, defiende y protege de la obcecación.