La poeta, narradora y filóloga Beatriz Russo repasa toda la obra lírica del escritor Antonio Daganzo (Madrid, 1976). ‘Entreletras’. publica este certero texto que se dio a conocer en el Ateneo de Málaga, el pasado 26 de marzo de 2019.
Ignoro si el deseo de Antonio Daganzo al poner los títulos de sus libros de poesía viene motivado por el afán de elaborar un poema por aleación entre los libros que van viendo la luz. Lo cierto es que, si observamos los títulos publicados desde el año 2004 hasta ahora, vemos cómo, consciente o inconscientemente, esos títulos podrían ser versos engarzándose a un poema que esperemos sea de aliento largo.
Siendo en ti aire y oscuro,
que en limpidez se encuentre,
mientras viva el doliente.
Llamarse por encima de la noche,
juventud todavía,
los corazones recios.
Esta habilidad, voluntaria o involuntaria, me ha llevado a intuir que confluyen en la poesía de Daganzo elementos de aleación brillantes y con una alta conductividad eléctrica y térmica. Existe un hilo conductor entre sus libros, y es el cobre por el que fluye el frío, la templanza y lo incandescente. En algunos poemas hay cierto riesgo de descarga de alto voltaje por proximidad si se acercan los corazones que no se pongan el casco (debería haber un cartel de advertencia: cuidado, este poema puede herir su sensibilidad cardiaca). Su poética es la voluntad del aire para promover la alquimia entre lo visible y lo invisible. Ésa es la magia de todo poeta. Y lo invisible fue al principio un aire oscuro y terrible, epidémico y estanco a solas, hasta que entró en aleación con los límites de lo ajeno. Fue el momento del inicio de la purificación. Porque a solas y en silencio se perciben los estados invisibles que en aleación con la materia nos confiere la identidad. Y esa aleación fue en el poeta una de las energías con mayor poder de sanación: ‘Escucha cómo el aire está en ti, / soy yo, y me hecho viento / en el instante que ha sido mi ventura: / te he erizado la piel, / te he emocionado.’ La capacidad de amor llevada más allá de sus propios lindes, abandonar la solidez de la carne y conquistar un estado para metabolizarse en otro cuerpo. Esta subversión biológica y fisiológica es el generador de su poesía. El poeta partirá de un dolor reconocido (porque sólo conoce al dolor quien ha compartido celda con él) y, en esa confrontación cara a cara con ese dolor, se irá gestando la fuerza sanadora que subyace en su segundo libro, Que en limpidez se encuentre, donde el poeta persiste en la incidencia de lo subversivo. Dice el poeta: ‘El más grave error de quien olvida / es creer que el olvidado hará lo mismo.’ A Daganzo no le afecta la esencia de los otros. No hay temperatura ajena que lo modifique en su interior porque él es la incandescencia. La enfermedad y el desamor son ácidos corrosivos que no corrompen su talante inoxidable. Es más; lo fortifican. Y esto tiene que ver con otro de los motores de su poética: la esperanza.
Dolor, amor, simbiosis, esperanza son metales puros que se harán preciosos en aleación con la subversión. Así, en Mientras viva el doliente, libro que cambiará la temperatura de su poética, se puede sentir cómo esa energía se torna aún más intensa y catártica: ‘Hacerse la ilusión del poderoso, / que juzga ilimitada la victoria / tan sólo en la conquista del aliento’, versos que enlazan con otro verso de José Hierro que dice: ‘Llegué por el dolor a la alegría’. Todo poeta nace con una válvula de escape en el corazón. La poesía es esa válvula, y Antonio Daganzo maneja hábilmente su mecanismo de regulación. La invocación es uno de esos mecanismos, un recurso del que el poeta se sirve para re-codificar su mente y su destino. Se filtra la nostalgia en su memoria, conservando tan sólo la nobleza de los recuerdos, aquellos con los que se edifican los hogares ajenos a los materiales de su construcción, porque como dice: ‘El niño que fue casa / siguió siéndolo’. El poeta sabe que la infancia es el hogar del que nunca nadie podrá desahuciarnos. Él hace de la nostalgia un lugar tranquilo al que acudir.
En toda su poética hay subversión, sí, pero también hay resignación y obediencia ante las leyes del universo. En Llamarse por encima de la noche, su cuarto libro, el tono se va templando un poco más. Así como la niñez es el lugar de la obediencia a los códigos que dictan los progenitores, los dioses particulares de la infancia, en la edad adulta hay un entendimiento y sometimiento a los dictámenes del juicio final; el que nos condena inexorablemente a todos a partir a un lugar que parece oscuro, pero que igual no lo es tanto: ‘Cierra los ojos, / ríndete finalmente a la condena: / camina y dobla’. La aceptación como fluido que templa los metales pesados para que no se evaporen los aromas de una juventud escurridiza. Y esa aceptación nada tiene que ver con la rendición, sino con la obediencia a las leyes de la propia condición humana que dictan la condena de la degeneración de la carne. El poeta sigue siendo de ‘rebeldía oscura’, de ‘soledad indomable’, pero con conocimiento de sí mismo en comunión con la incidencia del tiempo. Juventud todavía, su quinto libro, es una exaltación de influencia romántica a la gloria de ser joven aún: ‘Mirad a aquel que derrochó sus dones / sólo para medirse con el frío y la duda’, o ‘sea la juventud amada / el único consuelo del destino’, o ‘Si no cabe remedio / muramos siendo jóvenes por siempre’. La longevidad es otra de las subversiones contra el tiempo que se permite Daganzo. Acepta su dinámica en el deterioro de la carne, pero de lo intangible se encargará él. Hace concesiones, pero no todas.
Con Los corazones recios, su último libro, alcanza la ataraxia: ‘Y en el aire, la luz: / vivir a sangre limpia y ancha’. Estamos ante la simbiosis elemental, la que aspira a ser agua, viento y fuego. Y mar, ese misterio líquido, el último lugar del guerrero a donde llegará ya desarmado y luminoso.
Pero, hasta entonces, yo me quedo con este verso suyo, que en mí se ha hecho máxima: ‘Hace falta, / en la brisa, / una pasión más plena’.