¡Mis queridos palomiteros!
Yo mismo y otros animales supone, en el centenario de su nacimiento, el reencuentro con Gerald Durrell, uno de los autores más queridos por generaciones de lectores que aprendieron a amar la naturaleza, al tiempo que descubrían una escritura optimista y llena de encanto y humor irreverente, que Alianza Editorial —de la que ya hemos hablado en otras ocasiones— ha llevado a las estanterías.
Esta novedad, ya a la venta, es resultado de la labor realizada por su viuda Lee Durrell a partir de unas memorias póstumas que el gran naturalista británico comenzó a escribir antes de enfermar, de un libro de impresiones inédito sobre un viaje a Australia realizado en 1969 para conocer la Gran Barrera de Coral y de otros escritos en los que relata sus viajes en distintos lugares y su lucha por la protección de las especies en peligro de extinción.
Así pues, el libro es un recorrido vital (1925-1995) desde su infancia en la India a su Fundación para salvar especies en extinción a través de la Durrell Wildlife Conservation Trust, pasando por su estancia familiar en la isla de Corfú, las aventuras zoológicas por todo el planeta o el descubrimiento cronológico de sus animales y parajes favoritos.
De esta manera, los animales se convierten en parte esencial de su vida y lo mejor es que decide buscarlos por selvas y contar las aventuras que vive en esas búsquedas, algunas tan curiosas como la persecución de la rana peluda en Camerún o la mordedura de una serpiente que relata a su madre en una carta. Son deliciosos los retratos que hace de algunos de sus animales favoritos como los sapos del Congo. “Me parecen criaturas tranquilas, de buen comportamiento y con un encanto particular; no poseen el temperamento tan excitable y algo torpe de las ranas”.
Entre los reptiles, cuando viaja a América del Sur, lamenta la mala fama que arrastran la boa constrictor y la anaconda. De la primera celebra su belleza “con su hermoso dibujo de alfombra persa en rosa, gris, negro, plata y marrón” y añade sobre ambas que “habría que irse muy lejos para encontrar una serpiente de disposición más amigable que la clásica boa constrictor, o tan discreta como la anaconda”.
Hay recuerdos de aventuras en Madagascar (“una de esas partes de nuestro planeta que cualquier científico que se precie estaría encantado de que Santa Claus le dejara en su calcetín en Nochebuena”), Mauricio, la Patagonia, América Central, Nueva Zelanda, Malasia, Australia…
Este mosaico de textos autobiográficos empieza literalmente por el principio, por su nacimiento en Jamshedpur, en la India, recordando el embarazo de su madre que, “a diferencia de otras señoras, que tienen antojos de espárragos o de toneladas de carbón, ella tenía antojos de champán y lo bebía en cantidades desaforadas. Estoy seguro de que esa fue la razón de que durante toda la vida yo haya tenido una gran afición al alcohol”.
Con apenas dos años conoce el zoo de la zona y su vida cambia para siempre: “Si no me llevaban al zoo, mis protestas llegaban hasta la cumbre del Everest y hasta Australia por el sur”. De los colores de la India a la Inglaterra de luz siempre tamizada y de allí la excursión familiar a la isla griega de Corfú que inspirará sus libros más populares y que fue para Durrell “como si te dejaran volver a entrar en el Paraíso”.
En este paraíso, aparte del papel estelar de su madre, cobran enorme importancia su hermano mayor, el novelista Lawrence Durrell, que le animó a escribir, y el doctor Teodoro Stefanides, que fue un mentor para él en los ámbitos de la ciencia, el humor y la poesía. En aquel idílico espacio pasó los años más felices de su vida sin pisar una escuela, “campando a mis anchas en una isla, mientras hasta cuatro preceptores trataban asiduamente de educarme”.
Es en esos años adolescentes en los que empezó a hacer disecciones rudimentarias de animales, de diferentes insectos, de cigarras, renacuajos, de animales de reducido tamaño cuya estructura y funcionamiento le parecían un milagro. “Me habría gustado hacer la disección de una vaca o un caballo, pero sabía que las complicaciones de colar un cadáver tan grande en mi dormitorio seguramente me llevarían a ser descubierto, y con ello acabarían mis experimentos”.
Precisamente en Australia desliza su escasa debilidad por el más seductor y popular de los marsupiales, el koala. “El koala es uno de los animales más lerdos que he tenido la desgracia de conocer. Vienen a ser como las aspirantes a estrella de cine: agradables a la vista, pero al parecer absolutamente desprovistos de personalidad o inteligencia”.
En cambio, y sin salir de Australia, muestra su pasión por ese animal tan raro que es el ornitorrinco de quien pondera su tremenda personalidad; y lo hace con esa capacidad para la descripción que es marca de la casa: “Viene a ser como si el Pato Donald hubiera cobrado realidad. Tiene, asomando por detrás del pico gomoso, unos ojillos chispeantes y guasones”. Hay otros acercamientos a los canguros, las tortugas… y sus propios perros, claro, desde el primero que tuvo a los seis años de edad.
Por su lado, el tramo final del libro se centra en su visión de los zoológicos (“deberían ser un laboratorio complejo, un establecimiento educativo y una unidad de conservación”), en el sueño cumplido de tener un zoo de su propiedad con animales que se colaban en su hogar (“cuando no estabas entreteniendo a una gorila en el cuarto de invitados, tenías una pitón enferma en una caja junto a la estufa, o un cesto lleno de bebés de ardilla abandonados por su madre a los que había que dar el biberón cada hora”) y en su esfuerzo, a través de su Fundación, de velar por las especies en vías de extinción.
Durrell escribe que aunque lo que más le interesa es la conservación de la fauna, tiene plena conciencia de que también deben conservarse los lugares. “Se puede destruir igual a un animal mediante la destrucción de su medio ambiente que con un fusil, una trampa o un veneno”.
Gerald Durrell en el cine
Una vida tan intensa como apasionante tuvo la fortuna de ser inmortalizada en el cine en varias ocasiones.
En el año 2005, la directora de cine británica Sheree Folkson rodó la película Mi familia y otros animales, un modesto drama biográfico.
Algunos años después, en 2016 se rodó la popular serie Los Durrell, que ideó el guionista inglés Simon Nye y que dirigieron también Steve Barron, Roger Goldby y Edward Hall. Duró cuatro temporadas y emitió 26 capítulos.
Y, por último, en 2019 se filmó el documental ¿Qué fue de Los Durrell?, a cargo de Toby Roebuck y Ewen Thomson