julio de 2024 - VIII Año

ALGARABÍAS / “Volverás a Vegamián”

La Construcción de la Torre de Babel

1. ENCUENTRO EN EL LIMBO

En la monumental biografía que de Juan Benet acaba de publicar J. Benito Fernández (El plural es una lata, Madrid, Renacimiento, 2024) se recoge un testimonio del escritor leonés Julio Llamazares en que relata su primer encuentro con el autor de Volverás a Región. Tuvo lugar en Madrid, en el bar El Limbo, cerca de Alonso Martínez. Así lo cuenta Llamazares: «En la barra del bar, del que yo era asiduo, me presentó algún amigo común [Agustín Tena]. Yo sabía que él era el ingeniero de la presa del pantano del Porma. Me miró de arriba abajo con ese aire impertinente que cultivaba y me dijo: O sea, que tú eres escritor gracias a mí. A mí aquello me sentó como una patada en los cojones y le contesté: Y tú eres un gilipollas. Él era un señor de cincuenta y cuatro años y yo tenía veintiséis. Y ahí se acabó la conversación».

Corría el año 1981. Llamazares aún no había publicado su primera novela y era conocido —poco— principalmente por su poesía. Benet había alcanzado la madurez de su estilo inextricable con la publicación, el año anterior, de Saúl ante Samuel, y había logrado un gran éxito de público con El aire de un crimen, finalista del Planeta.

Resultará disculpable, y hasta legítima, la vehemente reacción del joven Llamazares para quien conozca la peculiar circunstancia que lo unía a —o, por mejor decir, separaba de— Juan Benet.

2. EL PANTANO

A principios de los años 60, recién terminados sus estudios de ingeniería, Benet recibió el encargo de dirigir la construcción de una presa en el río Porma, en la comarca leonesa de La Montaña de Riaño. La biografía de J. Benito Fernández, extremadamente minuciosa, permite constatar cómo el proceso de escritura y publicación de la primera gran novela de Benet, Volverás a Región, fue desarrollándose de forma paralela a la construcción de la presa. En 1960 (el ingeniero tenía 32 años) le encargan el estudio previo, que concluye en unos seis meses. En 1961 nace oficialmente Región, escenario de uno de los relatos («Baalbec, una mancha») recogidos en el libro Nunca llegarás a nada: ese mismo año se inicia la construcción del embalse, con Benet como jefe de obra y empieza también el autor a escribir el primer borrador de la novela (su primer título es «La vuelta a Región», aunque posteriormente —1963— se llamó «Preste Juan»). En enero de 1964, mientras continúan las obras para la construcción de la presa, da la novela por terminada. El escritor —en una época difícil en la que sufre las muertes de su amigo Luis Martín-Santos (1924-1964) y de su hermano mayor, Paco (1926-1966)— no consigue encontrar editor para su muy compleja y nada comercial Volverás a Región. Solo en 1967, gracias a las gestiones de Dionisio Ridruejo, es aceptada por Destino. Concluyen las obras ese mismo año; el llenado del embalse comienza en diciembre de 1967 y termina en febrero de 1968. Exactamente el mismo mes en que se publica la novela.

Embalse del Porma. Fotografía de Pablo Tejero García. Wikimedia Commons

La construcción de la presa obligó a desalojar el término municipal de Vegamián. Seis pueblos quedaron cubiertos por las aguas: Vegamián, Campillo, Ferreras, Quintanilla, Armada y Lodares. Otros dos, Utrero y Camposolillo, fueron también expropiados y despoblados, aunque no sumergidos. En el verano de 1967, poco antes de que se procediera al llenado del pantano, estas localidades dejaron de existir como entidades administrativas. Todos los habitantes de la comarca de Vegamián se vieron obligados a abandonarla para siempre.

La construcción del pantano trajo notables beneficios. Según fuentes oficiales, permite regar cerca de 45.000 hectáreas y disminuye notablemente los riesgos de inundación en otras comarcas.

El éxodo afectó a centenares de personas. Muchas tuvieron grandes dificultades para adaptarse. Unas pocas optaron por quitarse la vida. Fue una tragedia silenciosa. O mejor: silenciada. El franquismo celebraba y difundía estas grandes obras públicas como éxitos del régimen, muchas veces con la presencia del propio dictador, apodado «Paco, el Rana» por su asiduidad en las inauguraciones de pantanos. Las tragedias individuales que había tras el oropel y los discursos importaban poco. O nada.

3. REGIÓN

En varias entrevistas mencionó Benet lo importante que fue para él la presa del Porma: como ingeniero, porque fue su primera obra de envergadura y la que cimentó su prestigio; como escritor, porque de su prolongada residencia en esta zona —entre 1961 y 1965— nació el territorio mítico en que ambienta la mayor parte de sus ficciones: Región. Benet, devoto de William Faulkner, encontró su particular condado de Yoknapatawpha en este territorio sentenciado a terminar, como la Atlántida, bajo las aguas. De alguna forma, lo que el Benet ingeniero iba a destruir, sumergiendo la comarca bajo las aguas represadas, el Benet escritor lo iba a salvar, transfigurándolo en un espacio mítico. Pero son, en el fondo, dos formas no tanto opuestas como complementarias de apropiarse de un paisaje. En ninguna de las dos se presta atención a las personas reales que habitan este territorio: si la obra pública las condena al exilio y al desarraigo, la invención literaria las sustituye por borrosos fantasmas shakesperianos, como el enigmático Numa, casi un espíritu de la naturaleza. Lo que a Benet le seducía de Región, como recalcó en varias ocasiones, era disponer de un territorio literario propio, a la manera de un coto privado de caza, que le permitiera hacer y deshacer a su antojo: tejer en torno a él el laberinto de sus ficciones.
Benet escribe —habla de Región, pero bien podría estar hablando de sus textos, de igual o más torturada orografía— que «aun cuando a la gente le consta que un cierto número de personas ha tratado de subir allí, no se sabe de nadie que haya vuelto: se dice que es un país tan salvaje y desierto que sólo quien se prepare a una aventura arriesgada puede concebir esperanzas de llegar a él: porque los farallones infranqueables, los elevados e interminables desiertos donde silba el tártago, los cañones cortados a pico donde cantan los arroyos de montaña bajo el manto de una vegetación lujuriante y hostil (bosques de helecho gigante y fosos infranqueables rellenos de acebo, viburno y hierbabuena) no representan ni con mucho las mayores dificultades de la excursión». Un país salvaje y desierto es también la infranqueable prosa benetiana, imponente arquitectura condenada a una orgullosa soledad.

La prosa de Benet es laberíntica, tortuosa, extenuante: postula la existencia — hipótesis que va volviéndose menos verosímil a medida que progresa la novela — de un lector absolutamente entregado al desciframiento del texto: capaz de culminar la ascensión, siempre trabajosa, hasta el final de cada frase; con el ánimo y la disposición adecuados para explorar los incisos que, a la manera de grutas, horadan de cuando en cuando el discurso; con la atención siempre despierta para identificar las borrosas figuras que se perfilan, a medias, en el espacio brumoso del texto; con la suficiente fe como para continuar leyendo cuando se conduce con visibilidad nula y los faros irremediablemente estropeados. Los lectores de Benet existen, claro está, pero no el Super Lector que sus textos demandan: alguien que dedicara a la lectura un esfuerzo semejante —y extrajera de ella equivalente placer— al que puso el Autor en la escritura. No hay forma, creo, de leer a Benet —hablo de sus textos mayores: Volverás a Región, Una meditación, Herrumbrosas lanzas y, sobre todo, Saúl ante Samuel— sin sentirse extraviado, apabullado, insuficiente. En mi caso, son más las novelas que he abandonado que las que he concluido, y aun estas con la convicción de salir poco menos que in albis de la mareante aventura. La prosa de Benet parte de la fe en la existencia de este Super Lector que, sin aceptar la derrota, iniciará animoso la relectura; volverá a afrontar los peligros de la travesía; irá lentamente progresando, adquiriendo claves, descubriendo pistas, cerrando cláusulas. Como uno no es este lector, siempre deja el texto sintiéndose frustrado y sintiéndose pequeño y mezquino por no haber sido capaz de ir más allá. Para leer a Benet realmente bien, como intuimos que él hubiera deseado ser leído, se precisa dedicación exclusiva, entrega absoluta. Tal vez por eso tenga Benet más devotos que lectores.

4. FANTASMAS

Julio Llamazares nació en Vegamián, donde su padre, Nemesio Alonso —el nombre completo del autor es Julio Alonso Llamazares—, estaba destinado como maestro. Vivió allí poco tiempo, ya que Nemesio obtuvo plaza en la escuela de Olleros de Sabero, no demasiado lejos de Vegamián, y fue allí donde Llamazares pasó su infancia, como se cuenta en su libro Escenas de cine mudo (1994). Su familia no fue, como muchas otras, expulsada del pueblo: cuando llegó la orden de irse, ellos se habían marchado ya. Sin embargo, la experiencia de haber nacido en un pueblo que ya no existe no ha dejado de influir en la obra del leonés, atravesada, toda ella, por la experiencia del desarraigo.

Algunos años después de su encuentro con Benet en el bar El Limbo, en 1983, Llamazares regresó por primera vez a su localidad natal para participar en el rodaje de la película El filandón (Chema Sarmiento, 1984), junto a otros escritores de su provincia: Luis Mateo Díez, Pedro Trapiello, Antonio Pereira y José María Merino. El título del filme hace referencia a la costumbre, antaño arraigada en varias comarcas leonesas, de reunirse a contar historias al amor de la lumbre. El filandón es una película formada por cinco episodios, de los cuales el último fue escrito e interpretado por Llamazares. Este último relato es un onírico regreso a un pasado que quedó sepultado por las aguas. El guion del episodio, titulado Retrato de bañista, es en realidad un largo poema, una elegía por un mundo irremediablemente perdido.

El pantano había sido vaciado, por cuestiones de mantenimiento, y fue posible rodar en el pueblo de Vegamián. El escenario es fantasmagórico. «La primera visión que tuve de mi pueblo fue el fantasma de mi pueblo», diría Llamazares años después. El escritor, en sueños, recorre el pueblo semiderruido, se detiene frente a la escuela en que enseñó su padre, mira en el interior de las casas sin muros. En cada vivienda, simbólicamente, uno o más difuntos. Se tiende él mismo a dormir (o a morir) en una de las casas —tal vez la suya— y recita un poema sobre la ruina y el desamparo:

Entre las truchas muertas y la herrumbre,
fresas.
Junto a las fábricas abandonadas, fresas.
Bajo la bóveda del cielo, muñecas
mutiladas y lágrimas románicas
y fresas.
Por todas partes, un sol de nata negra
y fresas, fresas, fresas.
Consumación de la leyenda: en los
glaciares, la venganza.
Y, en los espacios asimétricos del tiempo,
un relato de amor que la distancia niega
y ocas decapitadas sobrevolando mi
corazón.
Por todas partes, un sol de nata negra
y fresas, fresas, fresas…

Retrato de Juan Benet, por Alfredo Schommer

En 2015 Llamazares publicó Distintas formas de mirar el agua, novela coral que pretende rescatar la memoria de quienes fueron expulsados de sus hogares cuando se construyó el embalse. Era la primera vez (creo) que abordaba directamente estos hechos que tan de cerca le atañen, si obviamos su intervención en la película El filandón, cuyo texto fue recogido posteriormente en Retrato de bañista (1995). Aunque la recuperación de la memoria es un tema axial en la obra de Llamazares, incluyendo su novela más reciente, Vagalume (2023).

En diciembre de 2017, cincuenta años después de que se iniciase el llenado del embalse del Porma, la Fundación Cerezales Antonio y Cinia organizó, en Cerezales del Condado, junto al río Porma, una exposición con el título «Región (Los relatos). Cambio del paisaje y políticas del agua». En mayo del año siguiente se celebró un encuentro en el que participaron Llamazares y varios familiares de Juan Benet, junto con otras personas que vivieron, de un lado o de otro, la construcción del embalse. El vídeo se encuentra disponible en Internet: si algo pone de manifiesto es que hubo, y sigue habiendo, muy distintas formas de mirar el agua. Y también: que el diálogo sigue siendo la mejor forma de cicatrizar viejas heridas. Lo que une a todas aquellas personas que estuvieron a uno y otro lado de la presa termina por superar a lo que las separa. En esta conversación, además, afirma Llamazares que su relación personal con Benet, que fallecería en 1993, fue mejor en los últimos años del escritor madrileño. A pesar de sus diferencias.

5. DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA

Llamazares y Benet polemizaron en prensa, en los años ochenta, a propósito del embalse de Riaño, un viejo proyecto realizado, ya en democracia, por el gobierno socialista. Pese a la resistencia de vecinos y movimientos ecologistas, se llevaron a cabo desalojos, incluso por la fuerza, veinte años después del éxodo de Vegamián. Llamazares escribió a la redacción del diario El País una carta sarcástica y terrible: «Quiero felicitar a las autoridades socialistas […] por su arrojo y enorme valentía al enviar 100 guardias civiles a una aldea de Riaño con el fin de desalojar a punta de metralleta a una familia y a una anciana de 91 años de sus casas. Después de esto […] ya sólo faltan dos o tres fusilamientos para que nadie pueda echar de menos épocas pasadas».

Un poco antes, en 1985, Llamazares, entrevistando a Benet en la televisión, le había espetado, según se recoge en la biografía citada de J. Benito Fernández: «¿Usted revive como escritor por las noches lo que destruye como ingeniero por el día?». No he encontrado la escena en los archivos de RTVE: sin duda hubo de ser un momento realmente tenso, aunque Benet tenía tablas suficientes como para encajar la crítica. Comenta Llamazares, siempre citado por J. Benito Fernández, que «[m]e miró así con ese flequillo, pero me contestó bien».

El éxodo de los habitantes de Vegamián es el reverso trágico de la construcción del mundo literario de Región. De la destrucción de un paisaje natural nació un paisaje literario cuya enredada sintaxis nada tiene que envidiar a la tortuosa orografía del primero. A su vez, la experiencia del desarraigo germinó en la obra de Julio Llamazares (en la que, por cierto, no pocas veces se descubre con claridad la influencia de Benet, pese a sus muchas diferencias: por ejemplo, en La lluvia amarilla). Extraños, y a veces trágicos, los vasos comunicantes que unen la vida y la literatura. Distintas formas de mirar el agua.

Para ver «Región (Los relatos). Debate 4. Geografías fantasma. Vegamián y Región» pincha aquí   

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