Por Ángela Reyes.-
Al menos, memoria. Esa fue la dedicatoria que Juan Ruiz de Torres (Madrid, 1931. Madrid, 2014) puso en el Quién es Quién en Poesía publicado en 1999 y luego digitalizado en 2004. Ese fue también su lema y la forma de entender la poesía a lo largo de su vida: recordar a los maestros, homenajear a cuantos poetas abrieron caminos por los cuales ahora pasamos, nombrarlos, releer sus obras o, al menos, recordarlos. Por ello, cuando en abril pasado se cumplió el tercer aniversario de su muerte, justo es que también recordemos a este poeta madrileño, autor de una cincuentena de libros entre poemarios, cuentos, novela, libros técnicos relacionados con su primera carrera de ingeniero industrial, así como un centenar largo de críticas literarias realizadas.
Juan Ruiz de Torres fue un hombre generoso a la hora de gastar su tiempo con aquellos que a él acudían para que les enseñara a medir el verso y a rimar en esdrújulas. Fueron muchos los que aparecían por su taller gratuito de la Asociación Prometeo de Poesía, fundada en Madrid en 1980, buscando su consejo. Luego, llevado por un entusiasmo juvenil que no le abandonó ni en la vejez, organizó dos Bienales Internacionales y cinco Ferias de la poesía, dos Encuentros entre poetas luso-españoles. Su respeto y admiración hacia sus maestros le mantuvo siempre alerta a la hora de celebrar los aniversarios de Garcilaso de la Vega, Francisco de Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Rosalía de Castro, Luis Rosales, César Vallejo, Santa Teresa, Luis Rosales y muchos otros. Aquellos fueron años de aprendizaje y trabajo.
Al menos, memoria: y en las décadas de los ochenta y los noventa Prometeo se convirtió en una carreta que rodaba por los pueblos de la Comunidad madrileña para leer poesía en las plazas públicas.
Poesía para el pueblo y con el pueblo, le dijo Juan Ruiz de Torres al entonces alcalde de Madrid, Don Enrique Tierno Galván, y al profesor, otro poeta, le entusiasmó tanto esa frase que se rindió a la petición de Juan y mandó colocar un piano en la plaza de Colón, junto al monumento de las Carabelas, para que una mano experta lo tocara mientras leíamos poemas a un auditorio que, de pie y silencioso, a las diez de la noche llenaba la plaza. El piano pernoctó una semana al aire libre sin más vigilancia ni otra protección que la ofrecida por un cajón invertido que lo cubría. Aquellos fueron años de sueños realizados.
Pero su quehacer literario no estaría completo si no hubiera vuelto la cabeza hacia el Atlántico para relacionarse con poetas americanos de lengua española. De ello dan fe las tres revistas literarias que creó: Cuadernos de Poesía Nueva, Valor de la Palabra y la Pájara Pinta, ventanas abiertas para la poesía no solo del escritor consagrado de las tierras hermanas sino también para el joven novel. Y es que en la vida de Juan Ruiz de Torres hubo tres puentes y los tres los cruzaba continuamente. Uno le llevaba a su creación literaria, otro a la organización de eventos culturales y el tercero lo atravesaba para corregir, asesorar, ayudar a cuantos se iniciaban en el oficio del verso. Trabajó hasta un mes antes de su partida. Con muy pocos comentó su enfermedad. Y cuando supo que no tenía ninguna posibilidad de evitar el viaje final se retiró y murió en silencio.
Al menos, memoria para Juan Ruiz de Torres, hombre soñador, escritor fértil, artesano de la palabra que dedicó su vida a la poesía propia y ajena.