Por Rosario de la Cueva*- | Noviembre 2017
Decidieron poner el punto definitivo a su existencia. Pensaron que era más fácil o más romántico, hacerlo diluyéndose en el líquido elemento. Alfonsina y Virginia. Poeta una. Escritora la otra. No supieron. Tal vez no pudieron rescatar, de las lóbregas aguas del pozo de la desesperanza, su existencia. Es curioso pensar en los instantes previos a un final trágico y premeditado.
Virginia. Que ya se había empleado en un anterior y fallido intento. Llenó de piedra los bolsillos de su gabán, para no arrepentirse, para no doblegarse al innato instinto de conservación en el instante supremo. Fue adentrándose lentamente en el espeso líquido grisáceo y denso que la fue circundando. Despacio se adentró en él y cerró los ojos, despacio siguió avanzando. Y el agua abrazó su cuerpo y su angustia como una hermana que la rescatara de su sufrimiento. Como una nueva y atormentada Ofelia entregada al cobijo de la locura. Flotando quedó en la superficie, su leve sombrero de fieltro verde.
Alfonsina. ‘Te vas Alfonsina vestida de mar’. ‘Qué poemas nuevos, fuiste a buscar’. Cantó el poeta. Fue quebrando las olas a su paso. Al pie del majestuoso mar Del Plata. Cómo una deidad, dispuesta a inmolarse en los brazos de Neptuno. Que la aguardaba anhelante, en su transparente morada del abismo azul. ¿Y después? Tal vez silencio.
Tal vez el eterno lenguaje sordo, del agua. Agua. Tan sólo agua.
- *Rosario de la Cueva dirige el ciclo ‘La Rioja poética’ en el Centro Riojano de Madrid