El azul del mar inunda mis ojos
El aroma de las flores me envuelve
Contra las rocas se estrellas mis enojos
Y así toda esperanza devuelven
(Golpes Bajos)
Presagios funestos…
No sé si corren malos tiempos para la lírica, pero no seré yo quien aventure tiempos aciagos para este género literario y más que literario, podríamos afirmar que todo un género personal, una forma de ser y de estar en el mundo que nos diría Heidegger.
A quienes escriben poesía siempre se les ha mirado de través, un soslayo que se pretende evitar, no vaya a ser que se nos pueda contagiar su rareza, ese halo de intensidad que aploma al resto de mortales y que lo pone entre la espada y la pared; eso de no sentir como el poeta raya en el “insulto” ante la incapacidad de no saber ni poder expresar el yo más íntimo de cada uno; o el yo más social, el yo con los otros, que no todo consiste en ventilar y sacar a relucir las entretelas de quien se manifiesta en verso.
Ahora bien, somos conscientes de que la sospecha ante poeta y poema permanece, de que la mirada reticente sea vate hombre o vate mujer, más allá del binarismo, -superado en estos lares- permanece: construir rimas más o menos consonantes o en asonancia, enhebrar líneas de trazo largo sin medida clásica de endecasílabos o heptasílabos, distrae y confunde al que está frente a la poesía.
La actitud ante la poesía previene y da miedo, sin duda: “¿a ver si no lo entiendo?, a ver qué dice porque parece que me está examinando, y si no pillo el meollo quedo como un patán lleno de idiocia”; quien se plasma rimado o asincopado lo hace porque piensa o siente así…por lo tanto, el lector se ve inmerso en la necesidad más o menos voluntaria de no perderse ni medio encabalgamiento por leve que sea. Así que ojo avizor, los cinco sentidos y alguno más en alerta.
Poesía… ¡¡qué miedo!!
Siempre he defendido que la literatura en cualquiera de sus manifestaciones, no puede ser disuasoria, que está para nuestro disfrute, para nuestro aprendizaje; nos invita a acercarnos y soñar, y no hablo de misticismos ni de fantasías. Constituye un puente que nos aproxima al otro, a su momento particular, a su espacio singular.
Conviene propiciar la lectura con mano izquierda y abandonando la batuta “maestra” del que se sabe dueño y señor del contenido, la estructura y el tema…
Poca consigna dirigida y mucha libertad generosa e inteligente para el que desea leer, y en especial el género tan “especial” como es el de la poesía.
Creo que lo mismo ocurre con la ópera o con el teatro alternativo, con el cine de culto (dejaremos esos flecos para otro momento) todo un compendio raruno que conviene apartar y casi olvidar en estos tiempos mediáticos de estories, IG, tiktok…
Qué habría pasado si los hermanos Grimm nos hubieran contado su Cenicienta en versos de arte menor…Y si Clarín hubiera compuesto una oda a Ana de Ozores y no los soliloquios que la atormentaban; ¿podemos imaginar a don Fermín de Pas, aquel magistral vetustense, sermoneándola en ripios?
En cualquier caso, con la novela no pasa. Uno la empieza y la lleva a todas partes como si se tratara de un apéndice prolongado de su extremidad bien en papel o en pantalla. Es una película que la vemos del tirón, no solo una selfi de las tantas que nos hacemos y que capta el instante inmediato e irrepetible.
Poesía eres tú…
Y tú, ¿qué lees? ¿Novela o poesía?, nos preguntan. Pronto comienzan los titubeos y el interpelado trastabillea: “es que, bueno…”; me recuerda esta dicotomía a la pregunta de hace décadas cuando el niño sentía la apremiante obligación de elegir entre papá o mamá porque aquí no valían medias tintas, era preciso elegir entre uno y otro: poca tibieza y solo una respuesta, posible.
Cuando a alguien le gusta escribir, seguro que se inicia en corto, tímidamente, línea a línea y lo hace con un cuento, con algunas líneas aparrafadas pero casi nadie se arranca a la escritura con un novelón por muy biográfico que sea: ahí es donde nos despachamos a gusto.
Sin embargo, en la prosa de extensión medida hay que ajustar límites y seleccionar contenidos, concentrar y condensar, poca floritura y al grano, es decir, el cuento y el microcuento, por ejemplo, resultan difíciles de leer porque existen intertextos que nos llevan a otras lecturas más profundas que hay que desentrañar y descubrir; no basta con sobrevolar a vista de pájaro.
Algo similar ocurre con la lírica, corran buenos o malos tiempos, la purga de libros ha existido siempre y ninguno de los géneros, el novelísticos o el poético se han librado de morir en la hoguera, si bien la poesía apunta peligros en ciernes; alguna suerte de maleficio le acompaña por muy bonachón que se anticipe en su título aquel poema o todo un poemario…
No puede ser de otra manera: la poesía además de ser tú como rimaba Bécquer, es mucho más y nos pone en una posición de aprieto.
Leer poesía implica ganas y afición, encender una luz desafiante en nuestra vida que lo mismo resulta cegadora. Hay que encontrar momento y espacio, taquígrafos y amanuenses que nos acompañen en comentarios glosados, que nos levanten cuando el ánimo decaiga.
Poesía y novela…
El ser humano soporta de manera frágil el dique que ha de alzar ante las injusticias vitales, y la poesía supone un apoyo en esos momentos, sin olvidar que la novela funciona como telón de fondo. La poesía –da igual, mamá que papá- crea tapices de palabras en un mar de oleaje embravecido. Algunos poetas afirman escribir prosa poética o poesía en prosa, un ten con ten casi amañado con el lector: por si te asusta el verso, ahí va la “novela” en ristras de arriba abajo.
La poesía se asoma con medianas vibraciones y cierto brillo matizado en el haber profesional del escritor, que agazapado ante la profusa prosa, balbucea: “solo son veleidades de juventud, intentos de redacción adolescente, todo muy naif…”
Y al asomarnos a los poemas de cualquier época y de cualquier latitud con una mirada libre de entredichos y sin prejuicios, observamos nitidez conceptual, transparencia de emociones, agitación compartida, oscuridad esclarecida y niebla desvaída.
Leer poesía y hacerlo de modo sigiloso pero convincente nos predispone a instantes inefables que atesoramos adormecidos. Contemplar versos ensartados, ritmos atrompicados, palabras encadenadas bajo el dibujo poético supone pringarse en nuestra trayectoria personal, tomar conciencia de dónde estamos y de quiénes somos.
Insisto, la novela como telón de fondo, una cuarta pared que nos vigila desde su trasfondo y nos permite fomentar criterio propio y adquirir pensamiento crítico para decidir nosotros mismos cómo avanzar en la lectura. Leer siempre.
Poesía, más.
Seguro que algún día, cansado y aburrido
Encontrarás a alguien de buen parecer
Trabajo de banquero, bien retribuido
Y tu madre con anteojos volverá a tejer
(Golpes Bajos)