Rafael Cabanillas Saldaña (El Carpio de Tajo, Toledo, 1959) se formó en la Universidad Complutense de Madrid, para continuar sus estudios en París. Después trabajó como profesor en Suiza durante varios años. Ha viajado por más de cincuenta países y le atrapó el espíritu de África lo que se tradujo en libros de viajes como África en tu mirada u Hojas de baobab (este último prologado por Javier Reverte). Asimismo, documentó con su cámara el continente africano y sus fotografías se exhibieron en exposiciones itinerantes. Dirigió el documental Cine para África, que fue estrenado en Madrid en el 2015. Ha colaborado en National Geographic y ha dedicado también parte de su tiempo a trabajar en organismos e instituciones dedicadas a la educación, la cultura y el turismo. Fue responsable regional de la celebración en Castilla-La Mancha del IV Centenario de la publicación del Quijote.
Su producción literaria cuenta con más de una decena de obras, entre las que se cuentan las novelas: El secreto de Elvira Madigan, Al llegar el invierno, El llanto de la Clepsidra o MirtilloBlu y una ingente cantidad de artículos periodísticos. Ha recibido premios como el Miguel Hernández a la labor educativa otorgado por Ministerio de Educación y Cultura o el premio de la Asociación Literaria de Castilla-la Mancha, entre otros. Pero su consagración definitiva como autor le llega con la publicación de Quercus en el 2019 —que ya va por su séptima edición—, a la que siguen Enjambre y Valhondo, que completan la Trilogía de la España vaciada. Quercus fue elegido Libro Recomendado 2020 por la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de CLM. Tanto este como Enjambre han dado lugar a sendas rutas literarias que dan visibilidad a estos pueblos y aldeas de los Montes de Toledo que “han sufrido un abandono secular” como consecuencia de los intereses espurios de los caciques franquistas responsables en gran medida del éxodo rural hacia los grandes núcleos urbanos.
Entreletras ha conversado con Rafael Cabanillas sobre su trilogía y las rutas literarias que han nacido al calor de su exitoso ciclo narrativo.
—La ruta literaria Quercus se ha convertido en todo un fenómeno sociológico en Castilla-La Mancha. Es sorprendente que, con una editorial voluntariosa como Cuarto Centenario, pero modesta y humilde, hayáis conseguido todo esto.
— Pues me gusta lo que dices porque sí tiene mucho de fenómeno sociológico. Sin ánimo de atacar a las grandes editoriales, lo que se llama industria editorial está movida por el dinero y a nosotros sin embargo nos mueve la emoción, la pasión. Fíjate que a la ruta Quercus han venido en un autobús de unos municipios de la provincia de Ciudad Real que están en el otro extremo, en la raya de Albacete, de un pueblo que se llama Villa Manrique, señorío de Jorge Manrique, donde probablemente este escribió las Coplas de la muerte de su padre. Qué entrañable que las señoras del club de lectura de la biblioteca, de la humilde biblioteca de Villa Manrique —que cuando miro en el Google Maps la distancia que hay, veo que son doscientos veintidós kilómetros a Navas de Estena (Parque Nacional de Cabañeros)— vengan para hacer esta ruta de los Montes de Toledo. Que se han levantado a las cinco de la mañana, que se lo han pagado ellas —porque esto no está financiado en absoluto—, que han pasado el día en el pueblo, que se han traído la comida y han regresado a su casa a las diez de la noche después de otros doscientos veintidós kilómetros de vuelta. Están viniendo no solo de Castilla-La Mancha, vienen de Galapagar en Madrid… ¿Qué mueve todo eso? ¿La publicidad de un premio no sé qué, el salir muchas veces en la tele…? Por supuesto que todo nos condiciona, estamos en esta sociedad capitalista y el alma del funcionamiento del consumo es la publicidad, pero uno no hace ese esfuerzo a no ser que detrás haya mucha pasión, mucha emoción, que ames la lectura hasta tal punto que quieras ir a ver las huellas que han dejado en ese espacio, en ese territorio, los personajes de la novela que te acabas de leer que se llama Quercus. En la raya del infinito. Que quieras conocer al autor, pasar el día con él… Me parece algo alucinante. Entonces yo me quedaría con esas dos palabras: pasión y emoción.
—Al lado de la ruta Quercus también se ha establecido otra que lleva por nombre Enjambre en honor al título de la segunda novela de tu trilogía. ¿La respuesta de los lectores es la misma?
— Está pasando más o menos igual. Esta ruta de la que hablas se inauguró hace unos meses y para la inauguración —que solo se ha puesto en las redes sociales— el ayuntamiento y la diputación han gastado un dinero, han puesto señales, paneles, fragmentos de la novela… Han hecho unos murales preciosos: han convertido la aldea —en la que solo viven cuatro habitantes— en un museo al aire libre con los personajes de la novela: Tiresias, la tía Remigia, el tío Jacobo, etcétera. Y acudieron quinientas personas, se organizaron tres autobuses y fue algo extraordinario. Mira, había una gente que vino de Aranda de Duero. Les digo: “pero vamos a ver explicármelo bien, ¿estáis locos?” —debe haber como cuatrocientos kilómetros—, y me dicen que “habían leído Enjambre y que tenían que venir”. Y al lado había otro grupo escuchando la conversación, que dice que ha venido de Aranjuez… Bueno, entonces un movimiento humilde de quinientas personas, que para mí es algo sorprendente. Claro que para las macrocifras de esa industria que citamos antes, es como para reírse, pero estamos hablando de otra cosa, de la emoción y la pasión que te decía antes.
— Has sido capaz de crear un espacio literario mítico aprovechando el entorno geográfico de los Montes de Toledo como la Mancha de Cervantes, el Macondo de García Márquez, la Comala de Rulfo o el Dublín de Joyce… Además, en tu trilogía hay una mirada cercana a la de Cervantes por cuanto de algún modo la frase inicial del Quijote de “un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” está muy en relación con esa España ignorada de la que escribes. Porque hay un olvido voluntario de nuestro escritor universal que parece premonitorio porque anticipa esa España vacía o vaciada de la que tú te has hecho testigo y testimonio a través de tu trilogía. ¿En qué medida la ruta del Quijote ha tenido que ver con tu ruta Quercus?
— En una etapa de mi vida me llamaron del gobierno de la Comunidad Autónoma para que echara una mano en la celebración del Cuarto Centenario del Quijote. De hecho, me nombraron director general de Turismo y Artesanía y acepté la propuesta. El presidente de entonces, José María Barrera, me pidió colaboración para situar en el mapa a Castilla-La Mancha porque era una oportunidad. Pero a pesar de ello, no tiene nada que ver mi ruta con la del Quijote. Lo que sí me queda de aquella etapa es todo lo que pude aprender de mis muchos viajes y del contacto con las autoridades municipales de la época que todas ellas querían atribuirse el ensueño o la locura de un escritor. Por eso, pensé, si yo fuera capaz de convertir ese enclave —que ya llaman en España los críticos “territorio Quercus”— y universalizarlo, para mí sería el mayor orgullo porque yo pertenezco a esa tierra. Por eso hablo sobre ella, porque conozco bien el paisaje y el paisanaje. He sido maestro rural en esas aldeas, en esos pueblos. Escribo de ellos porque han sido mis amigos y mis vecinos, he dado clases a los niños de todos ellos. Es un reconocimiento de ese espacio que ha estado bastante olvidado y es verdad que las tres novelas —Quercus, Enjambre y Valhondo— y la que ahora ya se publica, que se va a llamar Maquila, están situadas en esos lugares.
—¿Hay un sentimiento de frustración por tu parte en la creación de este territorio literario?
—No, yo no querría mostrar en esta entrevista una posición mía como de frustración en el ámbito de la escritura, de la literatura. Es todo lo contrario. Si a mí me hubieran dicho hace tres años —que entonces era el bibliotecario del instituto y daba clases de lengua y literatura— cuando estaba escribiendo Quercus en algún hueco libre, en los recreos, que pidiera tres deseos nunca me hubiera podido imaginar que dos de las tres novelas de mi trilogía iban a ser rutas literarias y que la ONCE, institución independiente en España que no se casa con nadie, iba a convertirlas en audiolibros para todos los hispanohablantes del mundo. Lo que sí hay es un grito de rebeldía, de disconformidad con un mundo que está lleno de injusticias. Por eso cómo no voy a escribir sobre política y sobre cuestiones sociales.
— Qué hermosa también esta idea de la ONCE para acercar la novela a los invidentes. En cierto modo, parece que hace un guiño al personaje de Enjambre, el pastor ciego Tiresias que se relaciona con el mundo a través de la radio. Tú también “inventas” en la novela una especie de audiolibro en el entorno rural.
— Efectivamente. La radio conecta emocionalmente al protagonista de Enjambre con un mundo que no ve. Es casi ciego y se llama Tiresias, como bien sabes, como el adivino ciego griego. Ten en cuenta que mi formación viene del mundo clásico. Siempre me ha interesado muchísimo. El personaje usa la radio como vehículo, como arma, no de destrucción, sino de construcción masiva en esa sierra para crear una vida nueva. En este sentido, estoy teniendo una experiencia extraordinaria: el otro día fui a Ciudad Real a presentar el último audiolibro de la ONCE sobre Valhondo y me dice un ciego: “mira Rafael, lo que voy a decir es fuerte. Y vas a decir, este hombre está tonto…” Dice: “soy ciego, no veo, no tengo ojos, pero te diré que he visto a esos ciervos golpearse las cuernas. He visto cómo Abel (protagonista de Quercus) desuella al ciervo. He visto los rastros, las cagarrutas de esos ciervos, he oído y he visto correr al corzo en el amanecer de los montes de Toledo. Te he ayudado con mi ceguera a poner los lazos para cazar, etcétera, etcétera. La grandiosidad de tus novelas es que hace ver a los ciegos”. Y yo es que ya me derrito…
—Tú estuviste durante un tiempo en África y de allí te trajiste un documental bajo el brazo. García Márquez hizo algunos guiones antes de escribir Cien años de soledad, ¿tú crees que tus novelas tienen algo de cinematográfico?
—Yo no soy experto en cine, no estoy formado. Lo único que sí que me atreví a hacer el documental de cine para África. A mí lo que más me gusta en la vida, en el ámbito así ocioso, es andar. Yo echo a andar por esa sierra y andando, en mi cabeza, se han creado todas mis novelas. Y también me echaba a andar por África. Lo que pasa es que en África voy con una mochila y un carrito en el que llevo un proyector, un pequeño ordenador, un generador para la electricidad y voy poniendo películas, fundamentalmente, El chico de Chaplin a gente en África, en Benín, en Togo, que nunca habían visto cine. Me quedo más que con el hecho del cine en sí, con Rafael Cabanillas andando con su mochila, con ese carrito, llevando cine, o pariendo su obra en la cabeza a través de esa sierra para crear Quercus, Enjambre o esta última Maquila. Yo creo que sería un paso extraordinario que alguna de esas novelas se convirtiera en película. Sería de una belleza extraordinaria, muy plástica por la acción, por el mensaje que mandan, por esas tramas tan interesantes, de una vida que es la de nuestros padres y nuestros abuelos, pero que a los chavales jóvenes les iba a llamar muchísimo la atención. ¿Que escribo pensando en el mundo cinematográfico? No, en absoluto. Sí que sale por estar ahí metido, ese yo metido en la acción, ese narrador en primera persona… Pues quizá ahí sí. Pero yo me quedo con ese caminante que va por África o va por esa sierra o por otros muchísimos sitios del mundo.
— Me recuerda mucho —y viniendo de alguien como tú, que se ha dedicado a la docencia— a experiencias como la de las Misiones Pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza. Supongo que todo ese mundo está detrás de tu obra.
— Yo tengo sesenta y tres años, mi vida ha sido todo lo que comentas, desde la lectura del mundo clásico, la investigación de la mitología griega, el realismo mágico en la literatura, toda la generación del 98, del 27, los rusos, muchísimos los rusos… Tolstoi especialmente que tiene una gran dimensión pedagógica con su escuela de Yásnaia Poliana. Su compromiso también. Cómo deja una forma de vida, y se vuelca…
— Se ha emparentado tu literatura con la de Delibes, pero yo creo que hay una diferencia ideológica clave.
— Sí, bueno, lo primero, el respeto más absoluto a Miguel Delibes, que creo que es el padre de la literatura española contemporánea, y en el ámbito rural mucho más. Yo me he criado con Las ratas del tío ratero, me he criado con Daniel el Mochuelo de El camino, etcétera. Por lo tanto, para mí es como un padre, un maestro al que admiro muchísimo. Que unos cuantos críticos se hayan atrevido a decir que mis obras les recuerdan a Los santos inocentes o a La familia de Pascual Duarte de Cela es el mayor de los piropos que me pueden hacer. Ahora bien, ya si nos metemos en materia —sin faltar ningún respeto— sí que se ha dicho —y lo voy a poner en boca de algún crítico que sabe mucho de esto—que Delibes siendo un maestro extraordinario cuando describe esas escenas, sí que se le ve cierta distancia, como si hubiera dos metodologías: escribir desde fuera o escribir desde dentro. A lo mejor yo no lo hago tan magistralmente como él y mi mérito —que es el que llama la atención del lector— es escribir de dentro: yo soy el maestro de esos niños, los hijos de los carboneros, los piconeros, los leñadores, los cabreros, de los señores que guardan los pinos, los hijos de los guardas y de los furtivos, etcétera. Los niños se quieren a muerte, los chicos juegan inocentemente, pero los padres se odian a muerte también y yo estoy ahí entre medias, yo estoy desollando el venado que ha cazado el furtivo, cargando esa carne, poniendo los lazos, yo he ido a hablar con el señorito para que le quitara la denuncia a uno de esos furtivos… Es muy de dentro, entonces sí que lo que nos diferencia quizás, es que yo el riesgo que corro es estar ahí y casi todos mis libros siempre están escritos —nada de narrador omnisciente ni en tercera persona— en primera persona: ahí metido hasta los huesos.
—Hablando de territorios míticos como Macondo, ¿en qué medida crees que te ha influido el llamado realismo mágico? ¿Qué importancia tienen esos espacios míticos literarios en tu ciclo narrativo?
— En Valhondo al llegar subes la montaña y al bajar lo que ves es un pueblo envuelto en una niebla que no sabes si es real o es de las chimeneas. Ese humo está creando una fantasmagoría y eso sabes que tiene mucho que ver con todo el realismo mágico. A mí me influyeron mucho, me influyó mucho García Márquez, me influyó también Juan Rulfo: estos territorios que son de la muerte, de la desolación que solo cabe situarlos en una atmósfera. Decía García Márquez que Macondo era más que un territorio geográfico: era un estado de ánimo. Fíjate que el territorio Quercus está repetido absolutamente en Andalucía porque es el bosque mediterráneo, en Córdoba, Cádiz, hacia el Levante. Es un territorio definido por una flora, una vegetación, una fauna, repetido, pero a la vez estamos hablando aquí de una cultura de una gente que más que espacio físico es esa situación del alma, ese momento, de gente que siempre está gritando pero que es un grito callado, amortiguado, silenciado: están ahí aceptando una forma de vida, no perdiendo la dignidad, pero asumiendo todo como casi un castigo, que tiene mucho que ver con todo lo que les pasa a los personajes del realismo mágico. De alguna manera en mis novelas hay una épica del abandono.