noviembre de 2024 - VIII Año

Pedro Alcarria o el discreto encanto de la temeridad

«Podemos decir que Verhaeren en Las ciudades tentaculares da en el clavo al imaginar a las ciudades como monstruos hipertrofiados que extienden sus brazos para acapararlo todo»

Pedro Alcarria

El poeta belga Émile Verhaeren (1855-1916)  editó Les villes tentaculaires en 1895. Siendo uno de los libros más importantes en su época, momento crucial para la cultura europea  –Verhaeren es uno de los fundadores del modernismo–,  sorprende que no hayamos contado con traducción a nuestro idioma hasta que el inquieto Pedro Alcarria se pusiera manos a la obra para acometer proyecto tan necesario, publicado recientemente por el sello editorial Vitruvio. Decimos que sorprende y no es del todo cierta la aseveración si pensamos en el retraso endémico del que tristemente viene aquejada nuestra literatura de una manera vergonzante.  Recordemos, por ejemplo, que una novela tan imprescindible como el Tristram Shandy de Laurence Sterne no nos llegó hasta  1975 –en la traducción de José Antonio López de Letona–, con la friolera de dos siglos y pico de demora desde la publicación británica, cuando su influencia ya había calado en nuestros escritores a través del boom hispanoamericano, que no se puede entender sin el libro del irlandés.

El poliédrico Pedro Alcarria Viera además de poeta, traductor y animador cultural participa en la plataforma internacional de radio on line Casa Bukowski  con el programa ‘Lou Reed ha muerto’. Como poeta ha publicado El dios de las cosas tal y como deberían ser (ArtGerust.  Barcelona, 2015) y Camada (Ediciones Vitruvio.  Madrid, 2021), este último elegido por la asociación de editores de poesía como uno de los cinco mejores poemarios del año 2021. Asimismo, mantiene una intensa labor como reseñista en distintas revistas literarias de España e Hispanoamérica y coordinó el primer festival de poesía de Ediciones Vitruvio en el Sant Jordi 2022. Junto al escritor Alberto Infante, ha puesto en marcha la segunda etapa de la revista poética Tinta en la Medianoche.

Asumiendo que la entrevista como género periodístico ofrece un marco privilegiado para el análisis lingüístico de la interacción comunicativa humana ya desde los Diálogos de Platón, reconozcamos que,  en el mundo que nos acucia, no podemos perder de vista  que el diálogo de besugos se ha instalado en el género, alcanzando las más altas cotas de la miseria, como sentenciaba –en forma de autoparodia–  el eximio Groucho Marx. ¡Así pues, vivamos bajo la égida de la rampante “besugocracia”!

Hecha esta necesaria salvedad ya – en aras de lo que le espera al sufrido lector de estas líneas– , nos permitimos hablar con Pedro Alcarria, en Barcelona donde vive,  sobre Las ciudades tentaculares de Verhaeren, mientras nos echamos al coleto sendas aguas Vichy Catalán para aliviar la fatiga mientras juntos ascendemos a pie al Tibidabo.

-Querido don Pedro, ya sabe usted aquello que se dice del “traduttore, traditore”… ¿Qué le lleva, pues, a un poeta –mente lúcida e incandescente donde las haya–, a  meterse en el berenjenal de robarle la cartera, con perdón, a otro poeta que vivió 120 años antes que él?

-Ay amigo Eugenio, ese tópico contra los traductores siempre me ha parecido una acusación injusta y gratuita… Si alguien se imagina que existe la posibilidad de crear una traducción totalmente fiel, en el sentido de equivalente, al original, que se desengañe. La música del idioma será siempre otra. Lo máximo a lo que aspiro como traductor es a preservar las imágenes e ideas del texto con fidelidad al original y volcarlo al español de una manera que parezca escrito en nuestra lengua. Pienso que la mayor traición concebible contra un gran libro sería convertirlo en otro mediocre mediante una traducción fallida. Una vez evitado el desastre –que el lector juzgue si lo he logrado–  lo fascinante y fértil de la experiencia de traducir es que da como resultado una obra que es al mismo tiempo igual y distinta al original.

-¿Qué tienen que ver estas “ciudades tentaculares” de Verhaeren con nuestras ciudades actuales, sean estas la Barcelona donde usted reside, San Cugat del Vallés o Sabadell, por poner por caso?

-Pues tienen mucho que ver, me parece, ya que la huella del hombre es casi la misma en toda ciudad actual. Contempladas desde una vista aérea, en poco se diferencian –apenas en los matices de intensidad y tamaño–  las cicatrices de la actividad humana e industrial que se puedan apreciar en cualquier punto del planeta. Y en el germen de ello, en el inicio de la revolución industrial, es cuando Verhaeren escribe el libro e idea esa imagen tan poderosa de la ciudad tentacular para describir aquello que se ha dado en llamar el “empuje de progreso” y que Verhaeren imagina y caracteriza de modo tan clarividente. Podemos decir que da en el clavo al imaginar a las ciudades como monstruos hipertrofiados que extienden sus brazos para acapararlo todo.

-Partiendo del hecho de que Verhaeren es un belga flamenco ¿cómo emparentaría su corpus poético con el de otros creadores belgas francófilos o valones?

-Verhaeren escribe toda su obra en francés, pese a que no es su lengua materna. Supongo que hay que considerar el contexto histórico, la pujanza de la literatura francesa de la época, que se traduce en que la mejor y más importante literatura del XIX se produzca en dicho idioma, seguido de la literatura rusa. Pero claro, esa es mi opinión… En cualquier caso, probablemente haya que achacarlo al influjo de la literatura producida en Francia en aquellos años. Además, Bruselas era un polo editorial muy importante donde se editaban muchas obras censuradas en Francia, como el caso célebre de Baudelaire (de hecho, la huella de Baudelaire es muy notable en Verhaeren, lo que le ha llevado a ser calificado en ocasiones, muy injustamente me parece, de epígono). Si sumamos que la cercanía geográfica probablemente favorecía que los intercambios entre autores se produjeran más fluidamente en francés, quizá se explique que Verhaeren igual que otros belgas flamencos como Maurice Maeterlinck lo adoptaran como su idioma literario.

-Si le parece oportuno el juego, yo le lanzo algunas parejas de nombres para que  acerque Verhaeren a uno de ellos, a los dos o a ninguno. Naturalmente, puede decir lo que le venga en gana, como en un delirante ejercicio freudiano de asociación libre. También puede negarse a responder (en este caso, no sería considerado por el descarado repórter como un gesto de mala educación, dada la extemporánea singularidad –majadería–  de las preguntas).

-¡Adelante, pues!

-¿Maeterlinck o Hergé?

-Aquí y sin que sirva de precedente debo marcar una X. Las aventuras de Tintín son una de esas primeras lecturas infantiles cuya fascinación recuerdo de forma más nítida. Me parece que los que crecimos leyendo tebeos (como se les llamaba entonces) en los años 80 o en la década anterior, estábamos familiarizados con los formatos predominantes de la tira cómica, o la historieta de una página. La obra de Hergé viene a ser un precedente de lo que hoy conocemos con el apelativo tan cursi de novela gráfica, y que permite un desarrollo más ambicioso de las historias. Yo apenas leo cómic, pero Tintín sigue formando parte de mi educación sentimental, porque de alguna forma me preparó para dar el salto a otras lecturas. A Maeterlinck lo descubrí, obviamente, más tarde pero fue también una vía de acceso a una literatura que desconocía o en la mayoría de los casos se me confundía con la francesa de una manera que hubiera hecho exclamar a otro de mis héroes, Hercule Poirot su famoso: Monsieur je suis belge! Su aportación al simbolismo es tan relevante como la de Mallarmé… y en fin sí, es uno de mis poetas de cabecera, por no mencionar su extraordinaria producción teatral: Pelléas y Melisenda, La intrusa…

-¿Magritte o Delvaux?

-Te diría Magritte, con cuyo imaginario siento mayor afinidad, particularmente su cuestionamiento de la relación no siempre fiel y veraz entre el lenguaje, o la representación visual, y la realidad.

-¿Ghelderode o Ensor?

-James Ensor, el pintor de máscaras, amigo de Verhaeren que dedicó un ensayo a su obra  y cuyo impresionante lienzo La entrada de Cristo en Bruselas, tengo por seguro, inspiró los versos finales del poema El alma de la ciudad:

Y qué importan los males y las horas dementes,
Y los lagares del vicio donde la ciudad fermenta,
Si un día cualquiera, desde un fondo de velámenes y brumas,
Aparece un nuevo Cristo, tallado en luz,
Que eleva la humanidad hasta él
Y la bautiza con un fuego de estrellas nuevas.

Rivera y Alcarria en un momento de la entrevista

-¿Jacques Brel o César Franck?

-Aquí me tocas una fibra, Brel sin dudarlo, es uno de mis artistas favoritos, incluso en la voz de otros (pienso en las versiones que hicieron de La mort Scott Walker y David Bowie). Además Brel tiene varias coincidencias con Verhaeren, y es  que comparten cierta ambivalencia respecto a su condición de flamencos: se declaraban así sin dudarlo pero la obra de los dos está hecha en francés, y ambos incorporan en sus creaciones una imagen… sin entrar en detalles, algo negativa del modo de ser flamenco. Es normal que coincidieron en titular igual una de sus obras (una canción y un poemario): Les flamandes.

-¿Henri Storck o Raoul Servais?

-En esta te diría Henri Storck, que en los años 30 participó en el socialismo más comprometido haciendo cine, algo parecido a lo que intentó Verhaeren en su Trilogía social, a la que pertenece Las ciudades tentaculares. Sin duda hubiera aplaudido el documental de Storck  Misère au Borinage sobre las nefastas condiciones de trabajo en una mina. De hecho los poemas de Las ciudades tentaculares, tienen algo de cinematográfico por la fuerza cinética y la vivacidad de sus imágenes. E indudablemente hacen una denuncia muy similar del nuevo orden capitalista.

-Y, ya para acabar: Verhaeren tuvo una fuerte relación con España, a pesar de que nunca vio ninguno de sus libros de poesía vertidos a nuestra lengua “imperial”, hasta que ha llegado usted –con su temeridad habitual– para remediarlo. La pregunta a estas alturas es inexcusable: ¿Regoyos o Solana?

-Querido Eugenio, ojalá estas Ciudades tentaculares sirvan para abrir fuego y no muy tarde veamos otras obras de Verhaeren en nuestro idioma. De momento yo he plantado, como quien dice, mi pica en Flandes.

…Y respondiendo a la última pregunta de tu reto: Solana por la mínima y por motivos puramente personales sin duda. Hay una tradición en su obra… de representación de la carnalidad, tenebrista, barroca, que viene desde Valdés Leal, pasando por Goya y que quizá por defecto de mi carácter melancólico me impacta mucho más que el impresionismo, extraordinario por otra parte, de Regoyos.

***

Al fin, don Pedro Alcarria y un servidor coronamos las cimas del Tibidabo, no sin esfuerzo. La ciudad tentacular se ve a nuestros pies. Naturalmente, las botellas de agua –ya vacías– las había pagado el entrevistador. ¡Ha merecido la pena!

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