Paco Huelva es un escritor que apenas se reconoce a sí mismo como tal, aunque lo sea, nacido en Almonte en 1956. Estudió graduado social en la universidad de Granada y a lo largo de su vida ha sido camarero, librero, militar, policía, director del 112, concejal y diputado. A la literatura Paco Huelva llegó casi por azar, pero “Cordones pareados”, su último libro, hace el número nueve de los que han visto la luz. Sobre “Cordones pareados” un conjunto de relatos que alcanza las 543 páginas y sobre esa vida suya, amplia como un estuario, va esta entrevista que se desarrolla en una vocinglera Plaza de Santa Ana, donde los turistas esperan pacientes conseguir una mesa si es que el azar les es propicio.
Entreletras ha conversado con el autor….
– Con nueve libros publicados, Paco Huelva dice en la solapa de “Cordones pareados” que no se considera escritor. ¿Cómo es eso?
– Realmente mi pasión es la lectura. Creo que nadie puede escribir sin leer mucho, muchísimo, porque ese es el sustrato esencial…
– ¿Y cómo empezó a publicar?
– Yo saqué mi primer libro casi con 45 años y casi por azar, fue por un escritor que vino a mi casa, Paco Pérez, que ya ha muerto, le llamaban “el capitán de las dunas”, era un gran poeta y un buen dibujante, de hecho, fue él quien hizo la portada del libro… El caso es que formaba parte de la Comisión de Publicaciones de la Diputación de Huelva; se llevó una novela mía en papel y al cabo de los veinte días o cosa así, me dijo que la Diputación lo iba a publicar. De esta manera me encontré publicando sin hacer nada. Yo escribo algo todos los días, mis cosillas, que a veces me sirven para un artículo y a veces para un relato, pero sigo sin considerarme un escritor.
– ¿Y qué te faltaría para serlo?
– Me falta muchísimo. El problema está en que cuando uno lee y lee mucho, como yo, uno dice: “yo aquí no llego”. Y mira que este “tocho” mío tiene 543 páginas, pero sigo diciendo que soy un lector que de vez en cuando escribe, no es una frase hecha, es una frase muy pensada y creo que me voy a morir así.
– No digo que pudiera firmarlo Cortázar, pero “Cordones pareados” es un libro bien escrito.
– Bueno, verás, a mí me gusta ser muy minucioso con las palabras.
– Se nota.
– Por ejemplo, no soporto las reiteraciones. Yo estoy leyendo un libro, y voy buscando erratas. (No miente. Sobre la mesa hay un ejemplar acribillado a correcciones.) “No vayas a poner el título ¿eh?”, me advierte, y añade: tampoco me gustan excesivamente los adjetivos, salvo que vea que son necesarios.
Soy un lector que de vez en cuando escribe, no es una frase hecha, es una frase muy pensada.
– Otra cosa que llama la atención, es que los textos de “Cordones pareados”, además de ser de muy diferente tamaño, porque van desde el microrrelato a la novela corta, parece que están dispuestos sin ningún orden.
– La pretensión es que este volumen sea el primero de una trilogía, una especie de obras completas y yo iba escogiendo textos al azar. Sí es cierto que, una vez montado el libro, he intentado que el lenguaje no sea muy discordante, porque uno no escribe como escribía hace 20 años, es evidente. Me preguntaban el otro día que por qué no había ordenado los cuentos de manera cronológica, para que el lector hubiese visto la evolución y contesté: “Mira ese es el problema del lector, no es problema mío”. Además, habrás visto que hay relatos puramente fantásticos, como puede ser el caso de Imaginaria, junto a monólogos como Es que no te merecía, que es un chico de dieciséis años que le ha tocado ser el jefe de una familia gitana y está en la cárcel por haber matado al novio de su hermana. (“Desde el día que me lo eché a la cara, le puse la cruz. Me dije, por mis muertos que lo mato”).
– Es un texto muy impactante.
– Sí yo diría que es un texto muy a lo Juan Rulfo, al menos esa es la intención que yo he querido darle, ¿no? Creo que valdría para un guion teatral, un monólogo en el escenario.
– ¿Tú confías en el azar?
– Yo he leído siempre mucha filosofía y la sigo leyendo. Profundicé sobre todo en la filosofía presocrática y tengo esa base que me permite hacer un análisis un poco más profundo, porque la filosofía, si nos ayuda a algo, es a entender el mundo.
– ¿Y cómo se explica tu interés por la filosofía y la abundancia de relatos basados en la crónica de la España más negra? Hay mucha sangre en tu libro.
– Sí, hay mucha sangre. Yo estuve con Brice Echenique en un programa de Onda Cero y hablamos de dos libros de Juan Rulfo: El llano en llamas y Pedro Páramo…
– ¿Te gusta Rulfo?
– Me gusta muchísimo. Y Brice tuvo el detalle de regalarme un CD con los dos libros leídos por Juan Rulfo. A mí aquello me dejó impactado, me pasé un año con el CD en el coche y cada vez que me subía…. Porque no es lo mismo leer un relato del Llano en llamas o leer Pedro Páramo, que escucharlo de la voz del escritor, ¿no?
– A veces mejora, otras no tanto.
– Bueno, en el caso de Juan Rulfo, mejora, Rulfo lo borda y yo me quedé con ese tono durante un tiempo de mi vida y de ahí nacieron una saga de cuentos violentos que, a veces se desarrollan en lugares muy rurales, porque también lo rural está muy presente en el libro, muy presente. Yo tomo el azar de esa manera, ¿no? Hay veces que el azar condiciona el devenir.
– Yo pensé que algunas historias podían venir de tu experiencia profesional o personal, casos que habrías tenido la oportunidad de conocer.
– No, no… bueno, hay una que sí, El traslado, que es una historia que se produce en un cementerio y está narrada en primera persona. Esa narración sí tiene que ver con mi familia, porque las dos personas fallecidas eran mi padre y mi hermano y ese relato de llevar la caja, una cajita así, pequeña, cuando íbamos andando porque… el cementerio lo iban a derruir, ¿no?, entonces mi madre decidió llevarse los restos de mi hermano y de mi padre a otro lugar, un hermano que murió con veinte años cuando yo tenía veintiuno. Cuando yo llevaba a mi padre en esa cajita pequeña… primero fue sorprendente, porque el propio enterrador, la persona que estaba en el cementerio, me dio la cabeza de mi padre, fíjate qué cosa más increíble, me dio la cabeza de mi padre, yo cogí la cabeza de mi padre y la deposité en la caja, qué imagen tan hamletiana, ¿no?, él estaba subido en una escalera y me dio la cabeza, porque el resto de huesos los sacó él, pero me dio la cabeza de mi padre y yo la metí en la caja y cerré con una hebillita que tenía y cuando íbamos caminando hacia el nicho donde estaba mi hermano, que fue el segundo que sacamos, la cabeza de mi padre daba trompazos en la madera y yo no sabía cómo poner la caja, es verdad, fue una cosa… tremenda, porque me daba la impresión de que se podía hacer daño, o sea, a mí me molestaban los porrazos que daba la cabeza de mi padre en la caja, ese relato nace de la realidad, el resto de relatos no tiene nada que ver.
Vivimos en un mundo que va a tanta velocidad, que ya no entendemos ciertas cosas que estaban ahí hace veinte, treinta, cuarenta años…
– Pero has debido ver tantas cosas en tu etapa de inspector, como militar, al frente del 112…
– Bueno, en mi etapa de inspector de la policía esas cuestiones vamos a llamarles de novela negra, eso lo veías todos los días y si no todos los días, pues uno de cada tres. Está claro que el conocimiento, el estudio y la experiencia conforman la vida de un individuo. La experiencia y sobre todo la infancia… mi infancia también está ahí, porque yo nací en un pueblo como todos los de aquella época, estoy hablando de los años 60, estábamos en una dictadura, no había vehículos, no había aceras, no había agua corriente en las casas, había aguadores que repartían el agua y tú salías con los cántaros, eso lo tengo yo en la cabeza, aunque a los quince años ya me vine para Madrid y, a lo mejor, esa violencia que tú ves, también nace de realidades que uno ha visto, observado o imaginado que pueden ocurrir.
– Lo que sí es cierto es que tanto en el mundo rural como en el urbano tu relato es el de un cronista social, un escritor de costumbres.
– Eso también me lo han comentado. Yo creo que de esas cuestiones hay que dar fe, como si fueras un notario, porque vivimos en un mundo que va a tanta velocidad, que ya no entendemos ciertas cosas que estaban ahí hace veinte, treinta, cuarenta años… alguien tiene que dejar sentado que las cosas eran así, que, a veces, no había cuarteles de la Guardia Civil en los municipios y las cosas se arreglaban tirando de navaja.
– Y aunque los hubiera.
– Y aunque los hubiera se tiraba de navaja. Hay que dejar constancia de esa realidad y en ese aspecto puedo ser un cronista de costumbres.
– Te interesa el problema de la identidad, ¿Quién soy? A veces, en un individuo hay un yo fraccionado. Y ahí está su libro “Los otros que me habitan” para probarlo.
– Sí, verás, una vez mi hija, la que está en Londres, me dijo: papá, eres un bipolar, no recuerdo a cuento de qué. Yo estaba escribiendo en el despacho de arriba y le dije, Paloma, ven un segundo, hija. Mira, yo no soy bipolar, yo soy multipolar, que es muchísimo peor y lo peor es que no sé quién soy. Y espero que me muera sin saberlo, porque de esa manera, sigo buscando, sigo buscándome, si quieres. Y esa búsqueda es la que me lleva a leer, a ver cine, a ver teatro, a escuchar música, a intentar comprender a los demás, a escribir artículos sociales, muy sociales… Y no me van a cambiar ya, con 65 años cumplidos, a punto de cumplir 66.
– ¿Y qué buscas realmente?
– Yo busco una explicación para todo esto, una explicación que me satisfaga de por qué las cosas tienen que ser así, que me dé una respuesta. Y en esa búsqueda ando, en esa búsqueda estaré el resto de mi vida. ¿Por qué razón he tenido que venir aquí? Sí entiendo por qué me voy, porque la vida se agota, pero no entenderé por qué los humanos tenemos estos comportamientos con otros seres humanos, la barrera está ahí. Yo tengo una condición muy humanista, ¿no? para mí todas las personas son iguales, independientemente del dinero que tengan, de la lengua que utilicen, los derechos son universales. Yo, de cuando en cuando, vuelvo a releer la Declaración Universal de los Derechos Humanos que debería ser una biblia para los políticos y nos la deberían enseñar en los colegios, una declaración que está recogida en la mayoría de las constituciones donde hay democracia, pero da igual, toda una mentira, toda una gran mentira.
– Quizá más que mentira es una meta, algo a lo que hay que tender, una utopía.
– Toda una utopía. Por eso me fui de la política.
– ¿No se puede hacer nada?
– Yo no pude hacer nada. Hay unas corrientes tan fuertes, unos egos tan grandes, unos intereses personales y grupales tan poderosos… Y cuando rascas un poco detrás de ese ego no hay nada. Solo tiene la posición, el cargo. Yo he trabajado con muchos políticos, cuando fui director del 112 creo que trabajé con trece delegados del gobierno de lo más variopinto, unos mejores, otros peores y llegó un momento en que dije que ese no era mi camino.
– Dices que tu infancia está en el trasfondo de su libro. ¿Cómo son los recuerdos del Paco “chico”?
– Son recuerdos de un niño que vive en un pueblo, con todas sus carencias y todas sus virtudes, recuerdos de jugar a los trompos, a las bolas o al aro. Y luego, cuando ya tuve un poquito más de edad, de trabajar en la taberna de mi padre, de ir, a veces, a recoger uva o a recoger aceitunas. Yo eso lo conozco, y como lo conozco, lo puedo explicar, ese frío de la mañana… Curro, que es “mu” chico el niño… dice una mujer en un relato. Ese Curro era mi padre, se llamaba Francisco, como yo, lo que pasa es que se dice Curro. Yo creo que la escritura debe beber de la infancia, en mi caso, al menos, es fundamental. (… y el niño, aprendiz de hombre, triste, muy triste y desorientado en el olivar.)
“Cordones Pareados”. Huelva. Versátiles Editorial. 2021