julio de 2024 - VIII Año

Miguel Bayón: “El periodismo está hoy maniatado por intereses empresariales: sigue habiendo que leer entre líneas”

El periodista Miguel Bayón Pereda (Madrid, 1947) desarrolló su carrera profesional en distintos periódicos como Diario 16, Cambio 16, El Mundo —en el que fue jefe de Cultura entre 1989 y 1990— y El País, donde se mantuvo desde 1990 —en las secciones de Cultura, Sociedad y Mesa— hasta su salida en el 2009, a consecuencia de su prejubilación. También colaboró en revistas como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Ozono y Viajar. Son muy conocidos sus artículos y sus ensayos de viajes de aquella época sobre el continente africano. Criticó en ellos los abusos y la intolerancia de la zona en la que —denunciaba— persistía tristemente una mirada colonialista. Sus andanzas incansables le llevaron al Tánger legendario de Paul Bowles y a entrevistar a personajes memorables de la talla de Kapuściński. Su compromiso político estuvo del lado del PSOE en materia de cooperación para los países subdesarrollados. Viajero contumaz, se ha movido por Senegal, Malí, Burkina Fasso, Togo, Benín, Congo, Uganda, Kenya, Tanzania, Sudáfrica, y Mozambique, entre otros países.

Aparte de su labor periodística, Bayón ha escrito novelas —“El acólito” (Penthalon 1981), “Plaza de soberanía” (Mondadori 1989), “Santa Liberdade” (Planeta 1999, también en ASA, Portugal), “Mulanga” (Planeta 2002) y “Todo por ellas” (Alianza 2012, segundo premio Fernando Quiñones)—; relatos —“Trotacuentos” (Huerga y Fierro 1990) y “La gallina de Róber” (2017, seleccionado entre los mejores cuentos de la revista Luvina, de la Universidad de Guadalajara, organizadora de la Feria del Libro de Guadalajara, México)— y ensayos literarios como “Lautréamont” (Edesa 1973).

Apartado ya de su frenética carrera profesional, Miguel Bayón sigue sin embargo apasionado por la literatura y, actualmente, dirige un nutrido club de lectura en su domicilio en un céntrico barrio de la capital.

Entreletras ha conversado con el escritor sobre lo que le ocupó en su momento y lo que ahora le ocupa y le preocupa.

¿Cómo se siente ahora en el papel de entrevistado cuando usted tantísimas veces ha sido el entrevistador?

La entrevista siempre me pareció un género necesario, aunque lógicamente muchas «verdades» quedan fuera. Así que me brindo gustoso a ser entrevistado, porque hablando con otro se aprende sobre la vida y la literatura.

Su última novela publicada es “Todo por ellas” de hace poco más de una década. ¿Ha seguido escribiendo desde entonces? Si es así, ¿por qué no ha publicado? ¿Qué opinión le merece el mundo editorial?

Claro que he seguido escribiendo. Tengo inéditas tres novelas y un libro de cuentos. Quizá he paseado mal estos originales por las editoriales, pero lo cierto es que te hartas de que te contesten con fórmulas o ni siquiera te contesten. He llegado a pensar que muchos editores no leen lo que les llega. Y eso que yo siempre he creído en la colaboración escritor-editor para pulir el texto. Pero cuando se ve el mimetismo de las editoriales, las modas, lo correcto, todo eso incita a retirarse discretamente por el foro.

Ahora, que precisamente se inaugura la Feria del Libro de Madrid, ¿qué piensa de la deriva que ha ido cogiendo? ¿Sigue yendo a comprar libros en ella?

No voy a la Feria, me parece un circo. Cuando iba a firmar, ya me daba cuenta. Influencers, yutuberios, etc., pululando como héroes por allá. ¿A qué jugamos? Los libros me los compro fuera de la Feria, tranquilito.

El mundo periodístico le ha dado muchas satisfacciones. Cuéntenos alguna de ellas.

La principal satisfacción, conocer gente. Recuerdo tantísimos encuentros, Cortázar, Highsmith, Fo, Anguelópulos… Imposible citarlos a todos. Y luego los viajes: Yugoslavia al principio de la asquerosa guerra, África… Estar en sitios insospechados. Y al escribir periodismo, la satisfacción de la precisión, de trabajar con un lenguaje accesible a todo el mundo. Y algunos colegas maravillosos, como Manu Leguineche, Luis Carandell. Siempre creí en los maestros.

Supongo que también este mundo le ha dado más de un disgusto. ¿Nos puede referir el más gordo?

La mayor insatisfacción, cómo se fue corrompiendo el periodismo, degradándose en infoentretenimiento. Y las directrices ocultas en las redacciones para no arriesgar con temas o personajes insólitos. Y el desprecio por África: las empresas no ven rentable tener corresponsales en los países pobres, que precisamente es donde se gestan los problemas que tarde o temprano nos salpican aquí.

Usted, que manifestó su apoyo a la cooperación con los países africanos, ¿considera que hemos avanzado mucho en este sentido?

La cooperación como buenismo es un desastre añadido. La verdadera ayuda sería fomentar el desarrollo in situ, para que esas personas no tuvieran que huir de la guerra o de la miseria. El reto es fomentar que no sea necesario emigrar. Los cooperantes sensatos, los periodistas sensatos como Kapuściński, incluso los militares que han desempeñado misiones allí, se desgañitan indicando el camino. Todos vemos, y vamos a verlas mucho más, las consecuencias de no mover un dedo.

¿Cómo se lleva con la política de este país?

La política es absolutamente crucial. No me interesa el tinglado de cambalaches o refriegas entre partidos.   Concibo la política como la atención que todo ciudadano tiene que tener hacia su entorno. Todo depende de cada uno de nosotros. Por supuesto, votar es necesario. Si no, la gentuza que ya asoma nos fastidiará la vida.

Hablar de política internacional sería muy prolijo, pero de un modo casi taquigráfico, me gustaría que me dijera qué opina de la postura del ejecutivo de Sánchez en los conflictos de Ucrania y de Israel.

El Gobierno español creo que actúa correctamente con Israel: hay un genocidio de facto, y también subyace un olvido de que organizaciones como Hamás, y desde luego Al Qaeda o ISIS, son creaciones de los servicios secretos estadounidenses o israelíes, para que nunca se desarrolle un mundo musulmán democrático. En cuanto a Ucrania, sabemos que Putin es imperialista, pero no nos dejan meditar en que Ucrania es igualmente un país aquejado de corrupción, donde grupos históricamente fascistas han estado durante años hostigando a la población del Donbás, por ejemplo. Esa guerra me produce una enorme tristeza: tanta gente pacífica obligada a ser rehén de poderosos indeseables. Cuanto antes tuvieran que llegar a un acuerdo, en el que por supuesto todos cedan, mejor. Desde luego, cortando el suministro de armas a Israel y en el conflicto ucraniano se avanzaría. No parece que las cosas vayan por ahí.

¿Y frente a Marruecos y al Frente Polisario?

Las concesiones a Marruecos son claramente «realpolitik». Están estrechamente ligadas a los chantajes para controlar la inmigración ilegal. Mientras ese asunto no se resuelva, las relaciones europeas, no sólo españolas, con Marruecos y con los países del Sahel estarán viciadas. Respecto al Polisario, de nada vale retrotraernos a Kissinger, la Marcha Verde, la agonía de Franco, etc. Ha habido tiempo para que unos y otros pusieran al menos los cimientos de una solución. Pero sigo creyendo que la vía es impulsar una autonomía, pero tendría que basarse en la democracia: y ni Marruecos ni el Polisario están entrenados.

Se dice que no existe ya el periodismo, que todo es un inmenso paripé al servicio de los grandes grupos financieros. ¿Está de acuerdo?

El periodismo está hoy maniatado por intereses empresariales, sean locales o planetarios. Como siempre, hay que leer entre líneas. Pero el cuidado es más necesario que nunca: las fake news son una amenaza continua. Y la pauperización de los jóvenes periodistas es un hecho estructural. En lo positivo, destacaría que se ha convertido en un oficio mayoritariamente desempeñado por mujeres. Pero ellas se lo van a tener que currar, y mucho: por mucho que se hable de empoderamientos, ahí está la precariedad del trabajo cotidiano. Y sobran, por supuesto, articulistas. Faltan, en cambio, más Muñoz Molina.

Hablemos de literatura. ¿Cuál de sus novelas le gusta más?

De mis novelas quizá prefiera «Santa Liberdade», reconstrucción histórica y humorística del secuestro en 1961, por parte de izquierdistas portugueses y gallegos, del transatlántico bandera del régimen salazarista. La novela fue un éxito en Portugal, y supuso para mí cerrar el círculo de una aventura que me fascinó en la adolescencia.

¿Cuánto ha influido el periodista en el narrador?

He procurado siempre separar literatura y periodismo. En periodismo, cero adjetivos, por ejemplo. En literatura, pulcritud, pero si hay que adjetivar, se adjetiva.

Usted escribió un ensayo sobre el Conde de Lautréamont. ¿Qué le atrajo de este personaje histórico?

Lautréamont era desconocido en España, y lo que me enorgullece de aquel libro son mis traducciones de grandes pasajes de «Los cantos de Maldoror» y de las «Poesías». Como es un personaje misterioso, no hay biografía posible, pero hice lo que pude, y sobre todo reivindiqué la literatura como imaginación y como broma: Lautréamont era humorista.

¿Qué autores le interesan? ¿A quiénes detesta?

¡Tantos! Soy fan de Italo Calvino, Kafka, Kundera, Gombrowicz, Lope, Chéjov, Cortázar, Janet Munro, Marguerite Yourcenar, Katherine Mansfield, …

No aguanto los jueguitos huelebecqueros; las murakameces; el timo de los grandes premios; la moda de novelas de atmósfera siniestra, presuntamente reivindicativas; la moda de las distopías apocalípticas, casi obligatoriamente lluviosas y herrumbrosas.

¿Cómo encuentra el actual panorama literario español?

En el panorama español, salen cada día nuevas autoras. Pero lo mejor será esperar a ver si son productos editoriales o tienen más que decir. No me gusta la proliferación del «yo»: Flaubert o Galdós sabían cómo manejar la tercera persona.

Usted dirige un club de lectura. ¿Considera que se puede enseñar a leer —con inteligencia— y a escribir o, por el contrario, el escritor nace?

Prefiero hablar de tertulias que de clubes. No se trata de enseñar, sino de aprender. El roce, como en todo, es lo mejor. Intento elegir libros de los que no se habla, hay muchísimos. Y sin prejuicios de época ni temática ni estilo. El escritor creo que nace, pero se forja en la lectura y el intercambio de puntos de vista.

¿Qué piensa del escaso interés por la lectura y del sistema educativo a este respecto?

Los niños leen, pero de pequeños. El móvil, luego, lo condiciona todo. El que la sociedad sea cada vez más ágrafa responde a un sistema educativo perverso, donde campa la desidia. Los maestros ¿cómo no van a desanimarse, si ven que en las familias no se incita a leer? Todos tenemos culpa. Por ejemplo, la Academia, tirándose el moco de aprobar palabros enrollaos pero tontacos. O fabricando confusiones con simplemente quitar una tilde: ¿cómo va a ser lo mismo «comer solo al mediodía» que «comer sólo al mediodía»?

¿Cuál sería la edad óptima para leer El Quijote?

El Quijote es absurdo enseñárselo a los niños. Yo diría que es un libro que gana a medida que te haces mayor. Yo tengo un termostato que me avisa de que ha llegado el momento de volverlo a leer. Siempre digo que Quevedo estaría hoy de tertuliano oportunista, y Cervantes en la cola del paro, por persona honrada. Me hubiera gustado charlar con él, o con Chéjov, o con Wislawa Szymborska: y desde luego no sólo de literatura.

¿Qué libro está leyendo en estos momentos?

Ahora mismo estoy con los «Diarios» de Rafael Chirbes. Es una lectura penosa para mí, pues fue amigo de juventud y veo que luego llevó una vida perra. Y lo alterno con un humorista como Camilleri.

¿Qué proyectos futuros tiene?

¿Proyectos, a mis años? Seguir leyendo mucho, supongo. Y leyendo cosas buenas, que eso es cuidarse. También cine. Y toros. Lo que emocione y ensanche las entendederas.

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