María Jesús Mingot es licenciada en Filosofía, doctora en Filosofía con una tesis sobre Nietzsche y Profesora Titular de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado cuatro libros de poemas: Cenizas, Hasta mudar en nada, Aliento de Luz (Premio Andrés Quintanilla de Poesía 2018) y La Marea del Tiempo. Es autora también de tres novelas: El vértigo de las cuatro y media, Un mundo en una caja y Los zapatos más feos del mundo. Ha escrito asimismo numerosos artículos de Filosofía y Pensamiento Crítico, centrándose en las figuras de Nietzsche, Heidegger y Adorno. Ha colaborado en revistas especializadas, libros conjuntos, prólogos y reseñas de libros, tanto literarios como filosóficos. Sus poemas han sido incluidos en numerosas antologías de poesía. Acaba de terminar su cuarta novela y en los próximos meses publicará su nuevo poemario titulado Jardín de invierno.
Daniela Conde ha conversado con la autora…
-Eres doctora en Filosofía, ¿cómo ha influido tu faceta de filosofa en la de poeta? ¿Crees que la poesía y la filosofía deben ir unidas? ¿Qué opinas de la razón poética?
-Creo que poesía y filosofía nacen del mismo tronco, aunque sus fines y caminos sean distintos. El asombro, esa capacidad de maravillarse y sorprenderse frente a la vida, frente a las cosas sin darlas por descontado, es el origen de una y de la otra. Pero en la poesía esa mirada de apertura e interrogación, que pregunta y no deja de preguntar, no persigue llegar a puerto. Se mantiene en ese “instante de perplejidad” que le permite redescubrir y recrear el mundo accediendo a aspectos que solo se constituyen en el acto mismo de la creación poética. Ambas se interrogan sin duda por el enigma de la existencia, pero solo la poesía permite que la “razón poética” tome la palabra, que imaginación, sensibilidad, intuición y pensamiento confluyan. La escisión entre vida y pensamiento, propia de la filosofía racionalista, es enemiga de la poesía dado que es enemiga de la vida. La razón poética es un modo de estar en el mundo, y sin ella la poesía no respiraría. Por otra parte, creo que el haber estudiado filosofía me ha encaminado hacia una poesía existencial, en la que el tiempo, el amor y el encuentro con el misterio ocupan un lugar determinante.
-¿Quién es tu mayor influencia en el campo de la poesía? ¿Y en el de la filosofía?
-Nada seríamos sin todas esas voces incorporadas consciente o inconscientemente. No hay creación sin memoria, y es inevitable y hermoso el sentimiento de gratitud que se despierta hacia cuantos nos han acompañado de una manera u otra, cuantos han despertado en nosotros esos interrogantes sin los cuales no seríamos los que somos: Platón, Aristóteles, Hume, Kant, Nietzsche, Adorno, Unamuno, Camus, Steiner… tantos pensadores que uno vacila dado que es inevitable el dejar fuera a muchísimos otros que igualmente deberían estar ahí. Y en poesía pasa lo mismo: Lope de Vega, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Claudio Rodríguez, San Juan de la Cruz, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Antonio Machado, Miguel Hernández, Cernuda, Whitman, Salinas, Blas de Otero, Baudelaire, Byron, W. B. Yeats, T. S. Eliot, Auden, Brodsky, Borges, Tomás Segovia, Valente, Wallace Stevens, Octavio Paz, Zbigniew Herbert, Czesław Miłosz…, por citar solo algunos.
-¿Cuándo comenzaste a escribir poesía? ¿Cómo fue?
-Comencé a escribir poesía con once años. Recuerdo que me escondía detrás de una cortina, al amanecer, quizás porque ya sentía la necesidad de crearme “una habitación propia”, la íntima relación que se establece entre el acto de escribir y la soledad.
La razón poética es un modo de estar en el mundo, y sin ella la poesía no respiraría
-Escribes también novelas, relatos y guiones. ¿De qué depende que una idea se convierta en un poema, respecto a un relato, a un guion o a una novela?
-Creo que cada proceso creador es indisociable de la forma en la que finalmente se plasma. Un poema de algún modo se impone, y le es inherente su medida, su cadencia, su inquietante vacilación, su entrega al misterio que late en las cosas más cotidianas. En la poesía predomina la apertura, la escucha, la irrupción transformadora de esas “presencias reales” de las que hablaba Steiner. La narrativa es mucho más metódica, prioriza la información, el bosquejo de lo que queremos contar. En mi caso la poesía de algún modo irrumpe, uno tiene la sensación de que es el poema el que manda; hay una suerte de escucha paciente que no pregunta. No es una opción.
-¿Dónde situarías tu poesía? ¿En qué campo poético?
-Sé de dónde bebo, pero no me atrevería a situar mi poesía, que tiende a ser de corte existencial, en ningún campo en particular. Si ha de hacerlo alguien es el lector.
-¿Por qué La Marea del Tiempo? ¿Cómo nació el título?
-El proceso de creación en mi caso es bastante lento. Voy escribiendo, avanzando, y la coherencia interna del libro, su unidad vital, no viene impuesta desde fuera, por decirlo así. Son los propios poemas los que van encontrando su afinidad, los que marcan el rumbo. La Marea del Tiempo también nació así. El poemario se mueve en torno a la reflexión sobre el tiempo y, en consecuencia, se interroga por la condición mortal y finita del hombre íntimamente ligada tanto al arte como al amor, que es también un motivo relevante en este poemario. En la creación de un poemario hay paciente atención, hay reflexión, pero también mucho de misterio, aventura y azar. Como en la vida.
-En el prólogo de tu libro, José Luis Fernández Hernán habla de por qué se escribe, ¿por qué escribes tú? ¿Buscas algo con tu poesía? ¿Y leyendo la poesía de otros autores?
-Si supiera de antemano hacia dónde quiero ir, qué busco y qué espero encontrar probablemente no escribiría. Escribo sobre lo que me asombra, sobre lo que me conmueve, sobre lo que me duele, sobre lo que me inquieta, sobre lo que me lleva a hacerme preguntas cuya respuesta es la tarea de una vida. Escribo sobre lo que, de un modo extraño, llama a mi puerta, sin elección. Con una sensación a menudo de necesidad. Por otra parte, sin los autores que nos han precedido, sin aquellos con los que dialogamos en el silencio de las habitaciones o de las bibliotecas, nada seríamos. Soy por encima de todo lectora, y vuelvo siempre a esas voces que forman parte de mi vida.
-¿Cuál es el hilo conductor de tus poemas?
-Como he dicho, no hay un hilo conductor previo al proceso creador. Sea como sea en mi poesía ocupa un papel predominante la inquietante conciencia de la existencia, la conciencia de “hacer camino”, la conciencia del tiempo.
-Tu libro, La Marea del Tiempo, está dividido en dos partes: I. Paisajes y II. Donde rompe la ola, ¿por qué hacer esta división? ¿De qué depende que un poema se sitúe en la primera parte respecto a la segunda?
-En La Marea del Tiempo hay poemas que se adentran en algunos de esos paisajes del tiempo humano; son poemas que exploran algunos de los infinitos rostros del amor. En la contemplación de la naturaleza, en la relación con los otros, en el erotismo, en la palabra, en la invocación -más allá de los límites de la comprensión- de eso “completamente Otro”. Esos poemas son eso, Paisajes, de ahí el título de la primera parte. En Donde rompe la ola los poemas versan fundamentalmente sobre la muerte y la conciencia de la muerte, sobre nuestro ser finito y mortal. Y por desgracia vivimos en una espiral de indiferencia y brutalidad que condena a innumerables hombres a una muerte anticipada.
-El concepto del silencio está muy presente en tu libro, por ejemplo, en “Flor de invierno” y la forma silenciosa en la que la nieve cubre la llanura. ¿Dirías que el silencio desempeña un papel en tu poesía? Si es así, ¿cuál es su labor?
-Bueno, hay muchas clases de silencio: el silencio de la espera, el bellísimo del invierno, el del amanecer, el del ocaso, el del desamor, el falso silencio de la decepción o el vergonzante de la culpa, el que precede al asombro y lo ampara, y finalmente el silencio de la ausencia, el radical silencio de la muerte. Son sobre todo estos últimos los que están más presentes en mi poesía: el silencio como espacio de apertura y contemplación, y el blanco silencio de la muerte.
-En “Libertad” el yo lírico no puede huir de su destino. ¿Crees en el libre albedrío?
-La libertad entendida como libre albedrío es esa perspectiva que nos humaniza, en ella descansa la posibilidad de lo que llamamos humano. Sobre esa creencia se fundamenta nuestra conciencia occidental. Hay demasiado en juego en la pregunta. Todo nuestro mundo se edifica sobre esa idea. No se trata tanto de si existe o no el libre albedrío, cuanto de si actuamos o no desde esa creencia, desde ese “tener-por verdadero”, como si fuéramos libres en ese faciendum en el que consiste la vida de todo hombre.
-En “Extravío” se muestra como el paso del tiempo hace que una herida deje de doler, hasta que la persona no siente dolor, pero tampoco se reconoce. El tiempo borra el dolor, pero también la identidad. ¿Qué opinas de la identidad personal a lo largo del tiempo? ¿Se pierde con el paso de los años?
-La identidad personal no es una identidad preestablecida e inmutable sino una identidad abierta, dinámica, una identidad en devenir, una identidad determinada por la historia y que construye su historia. Incluso cuando no queremos optar, estamos haciéndolo. Este poema habla de ese ser en devenir también del dolor. A menudo no reconocemos aquello que nos hizo vibrar o sufrir. De esas cenizas brotaron alas. Llegamos a ser lo que somos y somos lo que llegamos a ser.
En mi poesía en general, hay una conciencia de la historia, sí, una preocupación por las cuestiones más acuciantes de nuestra realidad social
-Hay una conciencia histórica en este poemario, reflejado en poemas como “Burka”, “Consternación”, “¿Dónde está el hombre?”, “La casa hundida”, “Invisible II” o “Dolor animal”. ¿Dirías que tu poesía es una poesía social comprometida?
-La poesía es siempre social aunque su temática no sea expresamente social. Nuestra experiencia del mundo está históricamente configurada. Todos somos hijos de la historia. El poeta, de un modo u otro, se hace cargo de su tiempo y lo cuestiona. En La Marea del Tiempo, y en mi poesía en general, hay una conciencia de la historia, sí, una preocupación por las cuestiones más acuciantes de nuestra realidad social: el drama de los refugiados, la violencia contra la mujer, las infancias rotas, la indiferencia homicida… Naturalmente no en todos los poemas se refleja igual esa conciencia crítica, dado que solo algunos tienen como eje central esos problemas.
-¿Frente a qué trata “Frente a qué”? ¿Frente a la soledad? ¿Frente al destino? ¿Frente a uno mismo?
-Frente a la soledad intransferible, frente a la pérdida inexorable de los seres que amamos, frente a nuestro ser mortal y finito, frente a la muerte. Solo a través del arte y del amor podemos mitigar esa soledad trascendiendo nuestro tiempo biológico para ser en otro y con otros. Hay un instante privilegiado de reconocimiento que (nos) permite resonar y nos transforma, una profunda comunión que nos transmuta de forma esencial. Somos uno en otro, gracias al otro, estamos de antemano inundados de otro. La otredad es constitutiva. Toda la belleza y el consuelo de la vida vienen dados por esas manos.
-¿El poema “Redes” recibe el nombre por las redes sociales? Si es así, ¿qué opinas de las redes sociales? Si no, ¿por qué titular al poema de esa forma?
-Explicar un poema es de algún modo traicionarlo. Los poemas están ahí, no son nunca lo que nosotros digamos que son o no son. No hay una única lectura, no hay una interpretación correcta. Un poema tiene tantos sentidos como lectores haya. En el caso de este poema, su nombre surgió después de haberlo escrito, como suele ser habitual. “Redes”, sí, esas redes que desdibujan nuestras fronteras espaciotemporales, haciendo posible el desplazarnos y reconstituirnos constantemente a un ritmo incontrolable, en gran medida han acabado por convertir las relaciones actuales en relaciones vacías y abstractas. Nuestra capacidad de acceder instantáneamente a infinidad de informaciones y de multiplicar nuestros contactos sin límite no ha traído consigo una mayor capacidad crítica. La atención es tan fragmentaria y vertiginosa como la comunicación y las relaciones. El consumo acrítico, voraz y desbordante de nuevos contenidos ha acrecentado, desde mi punto de vista, la insignificancia e impotencia del individuo convirtiéndose en el mejor caldo de cultivo para las guerras de identidad. Cuanto más abstracto el poder de los procesos que dominan nuestra vida económica, social y política, más imperiosa la necesidad de aferrarse a un referente colectivo: territorio, lengua, religión, raza, tradición etc.
-“Razón de amor” comienza con los versos: “Ama tu muerte como aquello que más has amado en la vida”. ¿Por qué amar la muerte?
-Todos los problemas fundamentales de la filosofía de un modo u otro aluden a la muerte. Pensar la muerte meramente como término, como acabamiento, como avería o accidente ineludible es, para empezar, no comprender la vida, es no poder amar la vida. En nuestra sociedad ha quedado reducida a un hecho natural, inevitable, temible, penoso, y manifiestamente rentable, susceptible de ser explotado por la imparable maquinaria económica. ¿Por qué amar la muerte? Porque si no amamos la muerte no podremos amar la vida. Porque la muerte está ahí, en cada instante de nuestro devenir, entretejiéndonos y constituyéndonos como seres temporales, como seres finitos abiertos e inconclusos. La muerte es ante todo ese ser extático de nuestro ser temporal. Es lo que hace que cada instante sea único e irrepetible. No es lo que cierra toda posibilidad, su límite conclusivo, sino lo que coexiste en cada posibilidad y sostiene cada posibilidad. Ser conscientes de nuestra finitud es el mejor modo de vivir plenamente.