El escritor Manuel Lacarta publicó hace unos meses el libro La ciudad y el ruido (Ediciones Vitruvio, 2023). Una obra que acrecienta la amplia trayectoria literaria de este autor madrileño con más de cuarenta títulos publicados en los que ha cultivado diversos géneros literarios: poesía, narrativa y ensayo. Igualmente, tiene en su haber varias ediciones críticas y monografías.
De su producción pueden destacarse títulos como 34 posiciones para amar a Bambi (1988), con el que obtuvo el premio Ámbito Literario de poesía, y Otoño en el jardín de Pancho Villa (2011) que reúne su poesía completa entre 1977 y 2010, y fue Premio de la Crítica de Madrid 2011 y libro recomendado por la Asociación de Editores de Poesía; Cuentos de Madrid (2008) y Yo, Lope de Aguirre, rebelde hasta la muerte (2014) sobresalen en su narrativa; así como Felipe II. La intimidad del Rey Prudente (1997), Carlos V (1998), Madrid y sus literaturas. Del modernismo y la generación del 98 a nuestros días (2002), Felipe III (2003) o Cervantes. Biografía razonada (2005) entre los ensayos de los que es autor.
Con motivo de la aparición de su último libro, hemos conversado sobre el algunos aspectos de La ciudad y el ruido y la obra poética de Manuel Lacarta, una voz propia e inconfundible de la poesía contemporánea.
– ¿La ciudad y el ruido es poesía, prosa, prosa poética o todo ello al mismo tiempo? ¿Cómo calificaría este libro tan versátil y dónde lo encuadraría en el marco de su trayectoria literaria?
– Sí. La ciudad y el ruido es, en efecto, un libro de prosa poética, como pueden ser los Petits Poèmes en Prose (1866) de Baudelaire o Platero y yo (1914) de Juan Ramón Jiménez. En mi trayectoria poética, es el sexto de mis libros de poesía en prosa. En cada uno de ellos: El rojo de sus labios (2013), Verano (2015), Alumbrado público (2016), Este sol que va quemando las espigas (2021), Para que me leas en noviembre (2022) y el actual, he ido ganando confianza, digamos que soltura en mi “prosa poética”. Lo cierto es que necesito intercalar libros de poesía en prosa con libros de poesía en verso, y, desde luego, mi prosa literaria sigue siendo rítmica -no rimada- y musical siempre.
«He sido un niño de ciudad, un adolescente de ciudad, un hombre de ciudad, y soy un jodido viejo de ciudad»
– Según nos adentramos en las páginas de la obra, se observa que cuando sale a explorar el universo urbano halla usted numerosos motivos para la poesía. Incluso para reflexionar sobre “el inmenso vacío del cosmos”. ¿La ciudad es el eje sobre el que gira su creatividad poética?
– Yo nací en Madrid, en una ciudad. He sido un niño de ciudad, un adolescente de ciudad, un hombre de ciudad, y soy un jodido viejo de ciudad. Incluso, mi rechazo frecuente a la ciudad es el de un hombre plenamente urbano, malgré lui. Ya en Reducto (1977) lanzaba pestes contra la vida de ciudad. Quería irme a no sé dónde, lejos de aquí: de Madrid, de París, de Nueva York… En el fondo, creo que estaba literaturizando una realidad. Sí, la ciudad es ese punto en el que inicio toda posible “exploración”; pero, no sé si es un eje vital y literario mío o la simple muletilla de un escritor que necesita “comenzar diciendo” desde un cómodo sillón, el asiento de un tren o tumbado en la playa.
– En una macrourbe como Madrid, cuya evolución desde hace décadas hemos conocido tanto usted como yo, ¿cree que el ensordecedor ruido de la ciudad no nos deja oír “el sonido de nuestra respiración” o anestesia nuestra capacidad para prestar atención al prójimo?
-Sin duda. Citaré los títulos de dos de mis últimos libros de poesía en verso, no tan lejanos: Como necesidad, el silencio (2020) y El sonido del bosque en tu móvil (2020). La vida urbana -sobre todo la de la gran ciudad- está forzando, desvirtuando, cuanto es una vida natural, es decir, sencilla, simple. Incluso, en los aspectos en que la mejora.
– ¿Cree que vivimos en una sociedad que tiene miedo a escuchar el silencio?
-Necesitamos estar arropados con ruidos, palabras, gente en rededor nuestro. Oímos, las más de las veces, pero no escuchamos.
– El libro tiene una gran carga autobiográfica. ¿Más que otros de sus libros?
-No. La ciudad y el ruido tiene tanta o semejante carga de mi “yo” como el resto de mis demás libros de poesía.
«En la época en que yo viví mi infancia había muchas familias tristes, y por lo tanto muchos niños tristes; y se nos obligaba a callar y a no preguntar»
– “Los minutos nos asaltan…”, anota en un poema. ¿Este libro es un poemario sobre el paso del tiempo? ¿Mira usted al pasado con nostalgia?
– La ciudad y el ruido no es un libro sobre el paso del tiempo; al menos, no fundamentalmente eso. En él, pretendo ver y verme a través de muchas cosas cercanas, cotidianas. Se trata, valga decir, desconceptualizarlas, llevar las cosas a su lugar “poético”, su otro lugar. Ver con otra mirada. Desde luego, tampoco apropiarse de ellas con nostalgia. No tengo nostalgia del pasado; hay una gran mayoría de cosas que no desearía volver a vivir.
– También escribe en este libro sobre los veranos de su infancia, la navidad y los cumpleaños…, sobre cómo “los niños comíamos la tiza de escribir en la pizarra”. En este poemario parece que sus años de infancia tienen un importante peso específico. ¿Comparte esta visión?
– Le adelanto que yo no fui un niño feliz. Mi recuerdo de la España de la posguerra, que es la época en que yo viví mi infancia, es un recuerdo en blanco y negro, y gris. Había muchas familias tristes, y por lo tanto muchos niños tristes; y se nos obligaba a callar y a no preguntar. Cierto que la infancia se asoma en La ciudad y el ruido, en toda mi obra; pero por supuesto, La ciudad y el ruido tampoco es un libro que ponga en claro -para mí- la infancia.
– “Los recuerdos se entrecruzan”, apunta. ¿Con el paso del tiempo se ha hecho más sabio o más descreído con el mundo que nos rodea?
– Tendría que pensar acerca de ello. Los recuerdos van y vienen, se mezcla; para mí no hay duda. Pero, visto lo visto, no he cambiado de posición política, no he cambiado de “status” social, sigo sin practicar religión alguna y si acaso tengo a la vejez unos cuantos miles de libros más y algunos cuadros más de algunos amigos pintores que me gusta ver cerca de mí. ¿Es eso ser creído o descreído con el mundo que me rodea?
– Usted es más de tebeos que de cómics. Carpanta, nos dice, “vive el hambre eterna” y “es el Cid al revés”. ¿Cuánta poesía ha encontrado en aquellas viñetas que ilustraron nuestra infancia?
– Fui niño de tebeo, de aventuras del Capitán Trueno, del Jabato y, a su momento, lector de los cómics de la Marvel, ya sabe: Los Vengadores, Spiderman, el Capitán América. Volviendo a la pregunta. Carpanta es la España pobre de los 40, los 50; el Cid, la España heroica que nos contaban en el colegio. Lo cierto es que yo a los doce o trece años leía ya La Regenta en el sofá de casa cómodamente. Las viñetas de los tebeos y de los cómics, por supuesto, me sirvieron y sirven mucho; pero me sirven Velázquez, el Bosco, Modigliani. En fin. Nada y todo en sí es y no es poesía.
– Usted, lo hemos leído en el libro, tiene un rancho en Virginia, una charca de hipopótamos en el Serengueti, un loft en Nueva York y una casa cueva en Granada… dígame, ¿da para tanto la poesía?
– En mi rancho de Virginia siempre hay sitio para ti y en mi charca de hipopótamos de Serengueti y en mi loft de Nueva York y en mi casa cueva de Granada… Se trata de un poema de amor. Porque, además, la poesía puede dar mucho amor no solo en Granada, no solo en Nueva York, no solo en el Serengueti; también, en Virginia. La poesía da amor.