
► “Franco entregó el control de la moralidad a una Iglesia integrista y preconciliar que se mantuvo sin cambios hasta la época del Concilio”.
► “La represión en la vida sexual formaba parte de la política”.
► “Un obispo se dirigió al ministro Fraga para pedirle que se decretara la prohibición de la minifalda”.
► ”Los Congresos de la Moralidad en Playas y Piscinas de los años 50 trataron de instaurar una ‘policía moral’ casi como la de los estados integristas islámicos”.
► ”A Carrero Blanco le preocupaba la extensión del ‘maoísmo’ y el ‘mariconeo’ entre los jóvenes, y se quejó de ver melenudos en televisión”.
Se ha publicado recientemente ‘Sexo en el franquismo’ de Manuel Espín, tercer libro suyo editado con Almuzara, tras ‘Vida cotidiana en la España de la posguerra’ (2022) y ‘La España ye-yé’ (2023), con un formato parecido en el que en un libro de ‘no ficción’ cada capítulo va precedido de una historia ficcionada. Manuel es escritor, periodista y autor audiovisual, doctor en Sociología y licenciado en Derecho, CC. Políticas y CC. de la Información. Entre otros aspectos, el libro dedica capítulos a la condición de las mujeres bajo un fuerte modelo patriarcal, la prostitución, las ‘queridas’, las madres solteras, la homosexualidad, el lesbianismo, el miedo al cuerpo, la obsesión por el pecado, la pederastia o el no reconocido maltrato de género.
—Puede parecernos prehistórica esa realidad que describes en la que se sancionaba a los besos en la calle, y se prohibían los escotes o los hombros al aire, y había obispos que clamaban contra las mujeres con pantalones o en bicicleta…
—Ese ha sido el principal problema para el enfoque general del libro: evitar una jocosa y pintoresca sucesión de barbaridades que hoy pueden causarnos risa pero que en su momento condicionaron de manera absoluta la vida de nuestros padres y abuelos, y de la que de alguna manera directa o indirecta todos hemos sido víctimas. En 1939 se entregó el monopolio de la moral y su control a una Iglesia esencialmente integrista y con vocación teocrática, que impuso unas reglas muy estrictas: como la supresión del divorcio y la coeducación. Pero también un control constante sobre cualquier expresión pública. Esa fiscalización llegó a afectar a la propia Falange, cuando los obispos se quejaban de que los pantalones cortos del Frente de Juventudes podían influir negativamente en las jóvenes, o se censuraban a novelistas falangistas por hacer leves insinuaciones de carácter sexual. En un tiempo en el que pecado y delito se llegaban a confundir. La represión sexual venía a ser una parte muy importante de la represión política. Que iba más allá de que se censuraran las cosas que hoy nos parecen más cotidianas y se convertían en un instrumento de control que podía hacer mucho daño a quienes intentaran salir de ese rígido modelo. Por ello trato de evitar que el libro se convierta en un anecdotario jocoso de horrores mezclado con picardías, puesto que buena parte de la población de la época, y especialmente ciertas categorías de personas sufrieron por ese condicionante en su vida. Pero sobre todo porque hoy la sociedad española cualquiera que sea su decantación política necesita contemplar la realidad del pasado bajo unas tablas de medir distintas a las de la Transición…
—Por ejemplo, en temas como la prostitución.
—Este contenido es fundamental. Pensemos en las generaciones de un pasado todavía no distante para quienes se convertía en un eslabón de tránsito entre la adolescencia y la juventud. La hipocresía social llevó a que desde los púlpitos se clamara contra las ‘pecadoras’ pero a la vez defender la prostitución “para evitar que madres e hijas pudieran ser violadas’. Una prostitución tratada de forma costumbrista o ‘divertida’ por autores como Cela, Álvaro de la Iglesia o Vizcaíno Casas, que hoy nos parece aberrante porque había unas personas vulnerables: las mujeres, entonces casi todas de origen español, que se veían abocadas a esa práctica para poder sobrevivir; precisamente en un tiempo en que se abominaba de las madres solteras, se condenaran las llamadas ‘relaciones prematrimoniales’ y la práctica sexual entre personas que lo decidieran hacer libremente. Bajo un modelo hegemónico patriarcal en el que se consideraba que ellas tenían unas necesidades sexuales distintas a las del hombre a quien se otorgaba la completa iniciativa en el sexo, mientras su único papel era el de ser madres y esposas. Nos causa indignación leer una cita como la que aparee en el libro donde se viene a admitir que las mujeres no tienen derecho alguno al placer sexual “puesto que han renunciado totalmente al casarse”.
—Esa represión llegó a recurrir a una especie de ‘policía moral’.
—Casi como la de hoy en estados integristas musulmanes. Que no anda muy lejos de la que hubo en España. En los años 50 los ‘Congresos Nacionales de la Decencia en Playas y Piscinas’ corroboraban prohibiciones como la del dos piezas para las mujeres o el slip masculino, y el Ministerio de la Gobernación lo hacía suyo obligando a las distintas policías a actuar para sancionar, detener o multar a parejas que se besaban en público, a quienes acudían a una playa con un atuendo diferente al normativo, o se dedicaban a detener y expulsar a los extranjeros que osaban tomar el sol desnudos en una recóndita playa. Todavía en los años 60 a Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo le fue cursada una petición de un obispo que llegaba a pedir la prohibición por decreto de la minifalda.
—En el tiempo en el que se tapaban escotes y las mujeres con los hombros al aire…
—Sí, era la época de los manguitos, con los que era imprescindible entrar a la iglesia donde no se permitía la manga corta ni las mujeres con pantalones. Con la obsesión de la época de Arias-Salgado, los años 50, para cubrir escotes. Se cuenta la anécdota de la esposa de un ministro que tras acudir a una sesión de un cine de Madrid y ver en el No-Do imágenes de Marilyn Monroe con un generoso escote obligó a que el noticiario oficial desplazara a las cabinas de las salas de estreno a trabajadores para cortar esos planos en todas las copias. La obsesión por los besos y los escotes hizo que se llegaran a censurar películas religiosas o bíblicas. En un tiempo en el que se censuraban las carteleras, la publicidad, los anuncios, las esquelas de difuntos y hasta los discos dedicados de las emisoras de radio. Parece ridículo que se escandalizaran por ver a Silvana Mangano en ‘Arroz amargo’ porque se la veía parte del muslo o su famoso bayón de ‘Ana’, cuando hoy en cualquier ciudad vemos a mujeres vestidas por la calle con esas ropas sin que nadie se llame a escándalo. Aunque la gama de prohibiciones fue infinita y en aspectos que representaron una grave limitación a la vida cotidiana.

—Mencionas situaciones que pueden parecernos farisaicas.
—Pensemos en esas ‘dobles vidas’ obligadas bajo un escaparate social y luego la real y oculta. O el imperio de personajes como el intransigente cardenal Segura que llegó a convertirse en una obsesión para el propio Régimen acusando a Franco de ‘blanco’, ‘tolerante’ e ‘impasible’ ante las faltas contra la moral. Un obispo que clamó contra una producción teatral musical ‘La blanca doble’ calificándola de ‘pornográfica y obscena’ amenazando con la excomunión a quien la viera. Algo semejante a lo que ocurrió no solo en Sevilla sino en otros lugares con los obispos y clérigos que se manifestaron contra la película ‘Gilda’ calificando de ‘pecado mortal’ el hecho de su contemplación. El Cardenal Segura pudo ser un ejemplo de fariseísmo: investigaciones recientes sostienen que el intransigente prelado pudo ser supuestamente padre de un hijo en su juventud.
—En aquella época no se hablaba de educación sexual, aunque los tabúes eran abundantes. Por ejemplo, sobre la masturbación.
—Masturbarse era un terrible pecado, se le atribuían las peores consecuencias desde el punto de vista de la salud hasta extremos que hoy nos producen hilaridad, atribuyéndosele los peores males conocidos. Todo eso cuando no se hablaba de otros ‘vicios’ todavía más secretos y condenables como la masturbación de los casados o la femenina. Los confesionarios estaban llenos de terribles arrepentimientos sobre este tema. Sn embargo, en 2018 el papa Francisco admite que la masturbación no tiene por qué ser considerada como pecado.
—Cuando cambian las condiciones socioeconómicas al final de la dictadura también varían ciertos antiguos motivos de censura. Estoy pensando en el ‘destape’.
—En muy poco tiempo se pasó de las prohibiciones más ridículas a la explotación de la morbosidad acumulada a lo largo de tan dilatado periodo. Con situaciones realmente pintorescas; nos parece increíble que el mediocre largometraje documental suizo-alemán ‘Helga’, que solo se podía exhibir en capitales de más de 50.000 habitantes, permaneciera un año en cartel y con colas en cines de Madrid y Barcelona porque se veían imágenes de un parto. O las peculiares circunstancias por las que se representó ‘Equus’ en 1975 en un teatro de Madrid en el que no se permitió el breve desnudo integral hasta después de la muerte de Franco pero que recibió amenazas y fue boicoteado por grupos ‘ultras’. La súbita caída de la censura dio lugar a un fenómeno de morbosidad y explotación del sexo prohibido en el que las mujeres volvieron a ser víctimas aunque por razones distintas a las de las épocas represivas.
—¿A quién va destinado este libro?
—Pienso que para un público general y de carácter intergeneracional, aunque los jóvenes van a encontrar interpretaciones muy distintas a las de sus mayores. En el libro no hay escatología ni se ha recurrido a la picaresca o al chiste fácil. Es más: debemos considerar que esos chistes de antaño sobre ‘mariquitas y fulanas’, que todavía se pueden escuchar, forman parte de un proceso de victimización de los más vulnerables entre los vulnerables, los sacrificados de una represión que venía a sexualizar las cosas más improbables y establecía una jerarquización en función de una moral opresiva sin matices, pero donde sin embargo podía anidar la doble moral o la excepción según el privilegio social o económico.