diciembre de 2024 - VIII Año

Luis Quiñones: ‘Hoy más que nunca la literatura es una manera de salirnos del rebaño’

Licenciado en Filología Española y profesor de Literatura, Luis Quiñones destaca como novelista, género en el que ha publicado cuatro títulos hasta la fecha: El retrato de Sophie Hoffman (2008), Los papeles de Madrid (2012), Un hombre detrás de la lluvia (2014) y Crónica del último invierno (2018), en Bohodón Ediciones, libro que fue finalista del premio de la Crítica de Madrid 2018. Ha participado en diferentes medios con artículos de diversa índole y poemas, así como en obras de carácter colectivo. Es coeditor de la revista digital de contenidos culturales La Ametralladora (Revista Cultural sin Faltas de Ortografía), desde el año 2013.

Luis Quiñones ha publicado recientemente el libro La oveja negra que devoró el manual de literatura, publicado por Bohodón Ediciones. Entreletras ha conversado con el autor sobre este heterodoxo e inquietante manual de literatura…

-Debo hacerle una pregunta obvia, ¿por qué escribir un manual de literatura para ovejas negras?

-En realidad «La oveja negra que devoró el manual de literatura» no es un manual de literatura, es más bien un manifiesto a favor de los libros, a favor de la imaginación, del poder transformador de la lectura, que nos convierte precisamente en «ovejas negras». Hoy más que nunca la literatura es una manera de salirnos del rebaño: leer buena literatura, comprenderla, nos hace huir de la cultura de masas, de la banalización de la literatura comercial, de los libros de autoayuda y de los centros comerciales.

-¿Cree usted, como asevera en su libro, que la literatura es una inútil forma de resistencia o en esa preocupante afirmación hay cierta carga de ironía?

-Tengo el convencimiento de que la literatura no tiene un fin práctico. Si un libro es práctico, no es literatura: quizás «libro de instrucciones» o «manual de autoayuda», pero no una obra de arte. Precisamente lo que hace único y maravilloso el acto de leer es que nos sumerge en un mundo cuya inutilidad práctica es total, y ahí es donde radica precisamente el acto de rebeldía que supone leer, en negarnos a competir contra un mundo que se mueve al ritmo que imponen los mercados, la intoxicación y la manipulación de los medios. Leer en silencio es un acto subversivo contra la cultura del permanente ruido en que viven nuestras ciudades.

-¿Hay un déficit de educación literaria en la sociedad española actual?

-Así es. Curiosamente, crece el número de ventas de libros en España años tras año. Aunque parezca una contradicción, el libro se ha convertido en un producto de consumo. La pregunta que deberíamos hacernos al hacer esas estadísticas es cuántos de esos libros que se compran se leen en realidad y cuáles de ellos son verdaderas obras literarias. Por supuesto, el deterioro de las humanidades está afectando al modo en que se crean nuevos lectores: el ocio digital y lo visual ganan la batalla a los libros. No tengo la respuesta ni he dado con la fórmula, pero quizás es necesario empezar a enseñar a «leer» de verdad a nuestros jóvenes, a pesar de las leyes educativas y al margen del dictado de las modas.

Leer en silencio es un acto subversivo contra la cultura del permanente ruido en que viven nuestras ciudades

-¿Los escritores son gente peligrosa porque generan agitación intelectual y avivan el pensamiento crítico?

-Al menos ha sido así históricamente. Hoy quizás no se pueda decir lo mismo. El escritor no puede tener una visión complaciente de la realidad, al contrario, creo que debe cuestionarla, indagar en las costuras que forman el tejido social, arrancarle al lector reflexiones. Es cierto que el mercado editorial está lanzando productos que se adecuan a los intereses ideológicos y empresariales de los grandes sellos. Me quedo con Galdós, con su voz crítica, con la amarga visión del mundo de Kafka, con el escepticismo y el desencanto de Cervantes, con la ironía del Lazarillo.

-Su Lección sobre el Lazarillo de Tormes plantea la vigencia de esas obras que se escribieron hace mucho tiempo y que no conviene olvidar. ¿Considera que leyendo a los clásicos podemos hallar muchas de las claves para entender el presente?

-Un clásico, como decía Azorín, es un libro que aún enlaza con nuestra sensibilidad. Son clásicos porque sus discursos son universales. La lectura de los clásicos puede ser una fuente de conocimiento imprescindible sobre el pasado, y nada mejor que conocer el pasado, ejercer la memoria, para comprender el presente. Algo que he pretendido con este libro es recordar la vigencia de algunas obras y de algunos autores, que poco a poco están abandonando las aulas y el interés del público y que, a su modo, han construido las bases de nuestra cultura y de nuestra conciencia colectiva. Sin ellos, estamos perdidos. Es como si al árbol de lo que somos como sociedad le cortáramos las raíces por las que se alimenta y mediante las que se sostiene.

-A lo largo de la historia muchos escritores han sido acusados de inmorales y pornógrafos. Usted dedica una Lección a Gramática y pornografía en la que emergen libros como La Celestina y La lozana andaluza o autores como Leopoldo Alas y Benito Pérez Galdós. ¿Qué podemos encontrar en realidad cuando se profundiza en este binomio tan llamativo?

-El fenómeno de la pornografía no es un fenómeno nuevo. He querido vincularlo con los primeros humanistas, con las obras que han ofrecido a los lectores elementos prohibidos, escenas escabrosas e ideas irreverentes. Evidentemente, no todo es pornográfico, pero lo inmoral ha poblado nuestra literatura desde la Edad Media y el Renacimiento y ha alimentado las hogueras de los inquisidores que abundaron en el pasado y que, lamentablemente, vemos también que proliferan en nuestros días. La excusa de lo pornográfico y la inmoralidad encierra un profundo miedo del hombre hacia otros hombres. Y si nos damos miedo tenemos suficientes razones para la guerra, la tortura, las dictaduras o la censura.

Lo políticamente correcto, el humor servil, la ausencia de irreverencia, entre otras cosas, son ejemplos de falta de libertad en estos tiempos en que la libertad se idolatra como un bien supremo si alimenta el individualismo

-En este manual apunta que el silencio de quien lee es subversivo y que la lectura meditada se convierte en un vandálico acto antisistema. ¿Imagina un mundo sin literatura? ¿Algún día llegaremos a ese futuro en el que los libros y los lectores serán perseguidos por el poder, como sucedía en la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury que pasó al cine François Truffaut?  

-Han sido muchos los escritores perseguidos por el poder. En el libro hablo de algunos. El silencio es subversivo porque vivimos tiempos demasiado ruidosos, en los que es difícil pararse a «distinguir las voces de los ecos», como decía Antonio Machado. Las distopías cada vez se parecen más a lo que puede ser real, la censura y la autocensura, sutiles y no tan sutiles, están envenenando el panorama cultural. Lo políticamente correcto, el humor servil, la ausencia de irreverencia, entre otras cosas, son ejemplos de falta de libertad en estos tiempos en que la libertad se idolatra como un bien supremo, eso sí, solamente si alimenta el individualismo. En 1984 de Orwell había una cámara que vigilaba los movimientos de cada ciudadano en su domicilio; hoy, en nuestras casas, hay varias, y no las ha puesto el Estado, hemos sido nosotros mismos quienes las hemos comprado y pagado de nuestros bolsillos.

-Avanzamos hacia la uniformidad, rindiendo culto a la tecnología, el presentecentrismo -lo denomina usted- y al futuro. Así las cosas, ¿el poder establecido quiere hacernos olvidar el pasado y con ello devaluar el conocimiento?

-Cualquier gobierno lo que pretende es ejercer el poder sin demasiada oposición. La cultura de lo presente, de lo vital, de la juventud permanente, es un asunto que nos hace olvidar nuestra esencia humana. Somos en el tiempo, y sin pasado, no somos seres humanos, somos monos encerrados en la jaula de un gran zoológico lleno de centros comerciales, que no tienen otra función que la de ser la rueda de un hámster. El pasado es una parte esencial de lo que somos, sin perspectiva de lo que fuimos es difícil comprendernos en el presente. Por otro lado, hay un capítulo dedicado en el libro a la necesidad de ser conscientes de que algún día nos moriremos. La muerte es un universal en la literatura y la conciencia de la muerte puede ser un buen argumento para analizar el presente de una manera más crítica o, al menos, menos dogmática.

-En las páginas de su libro advierte que “nunca antes la falta de cultura estuvo tan bien vista y tolerada como en nuestros tiempos” y que “lo idiota” -muy lejos de lo que algunos puedan pensar- “no es rebelde,…lo idiota forma parte del sistema, lo refuerza, lo vivifica.” Frente a ello, ¿la literatura y la lectura puede ser un buen antídoto contra la idiotización de la sociedad?

-Por supuesto, de hecho estoy convencido de que la cultura es la única manera en que podemos evitar el contagio de la idiotización. La televisión basura, la comida basura y la literatura basura son productos de este tiempo que nos ha tocado vivir. «Consumo y humo», como escribía el genial Benedetti. Creemos que vemos lo que queremos en las redes, pero lo decide un algoritmo diseñado a miles de kilómetros de nuestra casa. La información es fugaz y cambiante: la inmediatez no permite un análisis pausado, la imagen está sustituyendo a la palabra. Ver es más importante que decir: y mientras ver es en sí un acto involuntario, decir requiere poner en marcha mecanismos distintos. Cómo están afectando las redes y el mundo de la inmediatez extrema en nuestra capacidad de concentración y cómo se están modificando nuestras estructuras cerebrales está encendiendo todas las alarmas entre la comunidad científica, y sus consecuencias son desconocidas.

En 1984 de Orwell había una cámara que vigilaba los movimientos de cada ciudadano en su domicilio; hoy, en nuestras casas, hay varias, y no las ha puesto el Estado, hemos sido nosotros mismos

-Como explica en su libro, la poesía en particular y la literatura en general sirven para encontrar a los demás en nosotros mismos… ¿Hay una relación entre educación literaria y la disposición a entendernos con nuestros semejantes, aunque sean y piensen diferentes a nosotros?

-Leer es encontrarnos a nosotros mismos en otras vidas y en otros tiempos. Me gusta mucho ese poema de Machado en que afirma: «No es el yo fundamental eso que busca el poeta, sino el tú esencial». La literatura no solo como acto de comunicación, sino como acto de reconocimiento de los demás y de nosotros en los demás. Con esa vocación escribo yo también, y no hay nada más peligroso que dos hombres dispuestos a entenderse.

-Por último, ¿debemos llenar el futuro de ovejas negras?

-No sé si seremos muchos los que aspiramos a ser ovejas negras, pero es necesario que haya mucha gente capaz de crear discursos alternativos a los que han surgido a lo largo de la historia, a los discursos oficiales o a los discursos que aspiran a ser divergentes desde posturas intolerantes. Hoy, por ejemplo, contra el globalismo, claman las ultraderechas europeas, ofreciendo un modelo ultranacionalista. No podemos permitir que el relato crítico contra el mundo que nos ha tocado vivir se lo apropien las peligrosas divergencias de viejas ideologías. Este es solo un ejemplo de la necesidad de ser oveja negra…

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