Javier Rego Muñoz nace en Madrid en septiembre de 1954. Sus humildes orígenes en una familia del extrarradio de la capital no le impidieron dar rienda suelta a su fuerte vocación artística que quedó —años después— vinculada a la fotografía y a la escultura. Ya desde la niñez, su acusada sensibilidad —apoyada por un tesón y un esfuerzo propios de un estajanovista— le iría dotando poco a poco de una maestría que ha ido cristalizando en obras llenas de poesía que hoy día se pueden admirar en las calles de Torrejón de Ardoz —localidad en la que se afincó en 1983— entre las que destacan los dos enormes obeliscos de acero que se yerguen en los dos polos del eje urbanístico de la localidad: el de la Constitución (2010) y el recientemente inaugurado, dedicado al propio municipio.
Su obra se ha podido ver en exposiciones memorables como las dos que le dedicara el Palacio Ducal Medinaceli, Medinaceli DEARTE (2015 y 2020), la del Centro de Arte Contemporáneo, la muestra que llevó a cabo en la ciudad de Soria bajo el título de “Poesía y estética de los objetos”, y la del Real Jardín Botánico de Madrid (2021), que se llamó “Javier Rego. El Ladrón de flores”. En el capítulo gráfico el artista ha ilustrado los poemarios: “Poemas sin cáscara” y “Memoria de un grano de arena”, ambos de Fernando Calvo; “Mis dos almas”, de Carmen García y “Construcción de los cuidados”, de Alfonso Cuadros.
Actualmente, Javier Rego tiene abiertas dos exposiciones: “Antagonía” —en la Casa de la Cultura de Torrejón— y “Abandono” —en la Casa de la Entrevista de Alcalá de Henares. En ellas, con la técnica del fotomontaje digital, el artista compone las imágenes del mismo modo que con la soldadura ensambla las piezas metálicas de sus gigantescas esculturas urbanas.
Entreletras de la mano del autor ha visitado la primera muestra y durante su recorrido ha conversado con él sobre su obra y su quehacer artístico.
¿Cómo iniciaste tu carrera artística?
Yo comencé con la fotografía y me acerqué al collage a raíz de conocer la obra del pintor británico David Hockney, que además de su pintura experimentaba con esta técnica con las fotos que hacía con una Polaroid. De hecho, tengo algunas obras de hace treinta años hechas de la misma manera. Yo nací como fotógrafo por la herencia de una cámara de fotos de mi padre, una Kodak Retina, que era totalmente manual y que llevaba un carrete de 35 milímetros. Luego fui evolucionando con otras cámaras, una réflex, … Todo esto era en la época en que yo todavía vivía en el barrio madrileño de San Blas, después de haberme mudado con mi familia desde Carabanchel, donde nací. Luego ya me vine a vivir a Torrejón, donde me quise apuntar en la Casa de la Cultura a los cursos de Fotografía, pero estaban llenos. Así que me metí en Pintura. De lo que me alegro mucho porque conocí a una persona extraordinaria, a Julio Mas, que fue mi profesor de Pintura. Hace ya casi cuarenta años de esto. Tristemente, Julio tuvo un final trágico porque terminó suicidándose. Le hice un homenaje en una escultura que era una especie de corazón pulido, de aluminio, con un interior de cubos, como una locura dentro.
¿Cuánto tiempo estuviste dando clases de Pintura?
Estuve un par de años, pero en una exposición de la Agrupación Fotográfica Ortiz Echagüe, que se hizo aquí en la Casa de la Cultura, entré en contacto con sus miembros y me hice socio de la asociación. Incluso llegué a ser el presidente durante algún tiempo. A partir de ese momento empecé a fomentar más la fotografía y abandoné un poco la pintura. ¿Pero qué me pasaba? Siempre he pensado que el pulsar el disparador de la cámara, hacer el clic, se me queda corto. Yo necesito crear algo más. Y, entonces, empecé a investigar con el collage. Trataba de indagar, de ir más lejos: me hacía cámaras estenopeicas, experimentaba con transferencias, hacía fotocopias y luego con ácidos, con disolventes, transfería la imagen a hierros… Como tenía mi propio laboratorio en el cuarto de baño de casa, empecé a hacer también fotogramas dentro del portanegativo y de la ampliadora con florecillas: hice una colección que titulé “Plantagramas”, que tuvo éxito. Se expuso en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, en Salamanca, en Aranda, en Guadalajara… Fue una exposición muy bonita. Todavía tengo las obras guardadas, porque son obras únicas. Siempre he sido muy inquieto en esto de la creatividad…
¿Estudiaste Bellas Artes?
No, no hice Bellas Artes. Me quedé en el segundo año de ingeniería, en Embajadores, pero no terminé la carrera. Mi universidad ha sido el mundo laboral. Trabajé en varias empresas. La primera se dedicaba a hacer motores eléctricos para lavadoras. Me fascinaba ver las máquinas trabajar cuando cortaban la chapa. Así que me ponía a hacer caretas y máscaras a la hora de la comida con el material sobrante. Luego estuve trabajando en otra empresa que era de automoción y fabricábamos bocinas y cosas para automóviles. Allí empecé a incorporar los motorcitos reductores a las esculturas que hacía, para moverlas. Después pasé a una fundición y me metí a hacer cosas en barro, que luego fundía aprovechando el horno que teníamos. Como esta empresa desapareció, creé mi propia compañía con dos compañeros. Estábamos destinados a un sector que era más bien industrial: de red eléctrica, de Renfe, … Aprovechaba para ir todos los fines de semana a trabajar en mis creaciones. Como me quedaba siempre por las tardes para recargar los hornos para el día siguiente, me fui metiendo ya en serio en el mundo de la escultura. Pero la fotografía no la he abandonado nunca.
En su momento llegaste a tener un galerista.
Sí, tuve un galerista llamado Miguel Tugores. Lo conocí a través de un amigo mío, que era coleccionista de arte. Tenía una galería en Pollensa (Mallorca) y abrió otra en Madrid, en la Plaza Barceló, en un segundo piso. Con él aprendí mucho porque era muy exigente: cuidaba mucho el espacio expositivo. Le llevé la escultura del homenaje a Julio, que te comentaba antes, y la vendió inmediatamente. Fue una inmensa alegría, pero al mismo tiempo, fue un palo gordísimo: es duro desprenderse de una obra que ha significado tanto para uno… Estuve en algunas ferias con él también: la Feria Internacional de Salamanca, las que montaba en el Palacio de Congresos…
Incluso llegasteis a exponer en París.
Bueno, esa fue otra historia, porque después Miguel tuvo que cerrar la galería y se marchó a Medinaceli. Empezó allí a entablar negociaciones con el Ayuntamiento y se puso a restaurar el palacio, toda la planta de abajo, que ahora son salas de exposiciones. El patio renacentista lo entarimó e hizo una cúpula preciosa arriba del edificio. Actualmente, se celebran en él eventos culturales, espectáculos de ópera lírica, de danza, de música… Yo monté allí una exposición que titulé “Estética de los objetos”, una serie de poemas visuales hechos con objetos encontrados. Un día me llama y me dice que ha conocido a Margarita Asuar, una galerista que se había comprado una casa en Monteagudo de las Vicarías —un pueblo que se encuentra en el territorio que denominan la España vaciada—, y que esta quería hacer allí una residencia de artistas. Ella necesitaba una persona que le hiciera las fotografías del interior de la casa y habían pensado en mí. “Abandono” ya la había expuesto en Medinaceli, de modo que yo me ocupé de ello. Me dejó las llaves porque ella vivía en París. La casa era un sitio especial: había sido la casa-cuartel del pueblo y en ella había vivido Leonor Izquierdo en su infancia —la mujer de Antonio Machado—, porque su padre fue guardia civil. El estar allí dos días encerrado, en un diciembre ventoso, fue una experiencia muy emocionante. La casa tiene incluso una especie de torre, porque está construida en la parte de una muralla antigua medieval. Las ventanas no se podían cerrar y golpeaban con el aire. Estaba sobrecogido porque Leonor pareciera estar conmigo… Cuando hicimos la colección de esta casa, se expuso en París, en una galería de arte. Me sentí muy feliz por ello. Hay cinco obras de la colección que están expuestas ahora en Alcalá de Henares. En ella tengo una fotografía de la cocina de carbón del cuartel, con todos los azulejos casi caídos. Le encantó a un señor que visitó la expo porque le recordaba la que él había tenido en la casa de su pueblo, me dijo. El ver a ese hombre que se emocionaba pensé que me había compensado montar la exposición, solo por haber hecho feliz de una persona. Es el poder evocador del arte, lo que despierta en los demás, lo que vale…
Esta exposición que acabamos de visitar lleva por título “Antagonía”. ¿A qué responde?
Quizás no haya una unidad temática en toda la exposición. Son obras que no tienen nada que ver entre sí. Por eso es un poco antagónico. Lo único que las une a todas es la forma de trabajarlas: son series fotográficas en las que empleo la técnica del collage. Hay diferentes series: una de la “Ciudad Utópica”, otra sobre pueblos y, finalmente, otra donde podríamos incluir la del “Ladrón de Flores”. “Antagonía” consta de quince obras fotográficas de gran formato, pero a su vez estos quince paneles están compuestos por 3.877 fotografías. Hay muchas horas, muchos paseos a Madrid, muchos paseos a hacer fotos, muchas horas de ordenador, de montaje, de creación…
Todas las obras comparten también algo que quieres denunciar…
Sí. Hay un juego con la naturaleza y lo artificial, lo arquitectónico. Ojalá que nos venza la naturaleza, más que lo arquitectónico. O, por lo menos, que seamos capaces de buscar un equilibrio entre ambas cosas. Ahora vas caminando por las ciudades y continuamente vas pisando asfalto, aceras… Tenemos que ser conscientes de que la naturaleza tiene que seguir su ritmo. En esta colección yo apelo a esto: se ve mucho verde por este motivo. Quiero que la naturaleza tenga su importancia en la obra y en la vida del ser humano.
Antes te has referido a una obra de esta sala que se llama “El Ladrón de Flores”. ¿Tiene algo que ver con tu exposición del Botánico?
Sí, en ella hay un recuerdo a aquella colección. El proyecto de “El Ladrón de Flores” nació durante la pandemia. Cuando pudimos salir a la calle una hora yo aprovechaba para darme un paseo. Cuando pasaba por debajo de una terraza que fuese accesible y veía una flor, me la llevaba: iba recogiendo flores de aquí y de allá, incluso de la propia naturaleza. Con ellas ya en casa hacía bodegones en un jarrón y durante las horas de confinamiento, les hacía fotos: tengo unas quinientas. Hice un mural de cinco metros por dos y medio con todas ellas. Y luego individualmente las fui imprimiendo en papel de acuarela granulado de un formato de 70 por 50. Acabé haciendo unas treinta y cinco obras. Se las ofrecí al Real Jardín Botánico. Les gustó la idea y montamos la exposición que estuvo abierta al público durante un mes. Tuvo tanto éxito que la prorrogaron otro mes más. Fue una experiencia preciosa. Es una colección a la que le tengo mucho cariño y quería que estuviese presente de alguna manera en esta de Torrejón. Así que hice esta nueva obra que lleva por título el mismo de aquella.
Ahora también tienes otra exposición en Alcalá de Henares que se llama “Abandono”.
Sí, me coincidieron las dos inauguraciones, pero no podía dejar pasar la oportunidad de exponer en Alcalá. Es una ciudad a la tengo mucha querencia porque he trabajado en Daganzo y muchos de mis compañeros eran de allí. Iba mucho con ellos a la ciudad y visitaba las salas de exposiciones. He intentado exponer allí muchas veces, pero era difícil. Sí que había participado en algunas colectivas como la llamada Almendra de Oro, un certamen de fotografía que, aunque nunca gané, me seleccionaban.
“Abandono” la había expuesto ya. Estuvo aquí, en la Casa de la Cultura. La llevé luego al Palacio Ducal de Medinaceli y ha estado también en Guadalajara, en la Junta de Castilla-La Mancha. Es una colección que ha tenido muy buena crítica. En Alcalá he tenido la suerte de poderla montar en la Casa de la Entrevista que es un espacio bellísimo: tiene unos ventanales que son como unas hornacinas que he aprovechado para colocar mis esculturas. En la exposición muestro las fotografías que fui haciendo por pueblos abandonados como Pardos, un pueblo de Zaragoza que es precioso, Campillos de Dueñas o Yuntas, entre otros.
¿Hay también una denuncia social como en “Antagonía”? ¿Quieres dar visibilidad a la llamada España vaciada?
Sí, lógicamente. Si en “Antagonía” hay una apuesta por el planeta, por la sensibilización hacia el cambio climático y el problema migratorio, aquí aludo a la demografía de las grandes ciudades y los pueblos. En ambas exposiciones hablo del éxodo forzado. Creo que nos tenemos que implicar en estos temas. No podemos mirar hacia otro lado. La gente no solo se va de los pueblos, también abandona sus países de origen, como vemos que está pasando lamentablemente en Sudamérica, en África… Buscando un mundo mejor, pero como yo reflexiono en mi obra del túnel que vemos en esta sala de Torrejón, la gente que entra en él no sabe qué se va a encontrar al otro lado. Es posible que acabe en un infierno. El otro día en Madrid, al pasar por el Teatro Lara, vi una cola inmensa en la calle, porque hay un comedor social. Una cola del hambre, en la que los inmigrantes representan el mayor porcentaje. Hay que denunciar esa realidad. ¿Qué mundo estamos construyendo?
El arte tiene que tener un valor social, pues. Torrejón precisamente está lleno de arte escultórico urbano.
Sí, Torrejón lleva apostando por el arte desde hace años. Cuando entró este nuevo equipo de gobierno se preocupó mucho de embellecer la ciudad. Y con los murales también. No me refiero a los graffitis. Se está haciendo mucho. Recuerdo que cuando yo estaba en la fundición hice un árbol con unas varillas de aluminio. Y como se celebraba en ese momento el certamen de artes plásticas presenté la obra y gané el primer premio. Le propuse al ayuntamiento la idea de llevar a cabo un árbol de mayor tamaño como arte urbano. Aunque les pareció bien se olvidó el proyecto hasta que con el cambio del Gobierno municipal se volvieron a interesar por mi obra y así fue como llegó mi primera escultura pública a Torrejón: el “Fresno Otoñal”. Luego, me han seguido llamando y he ido haciendo más cosas. Pero no soy el único, también lo han hecho otros artistas torrejoneros.
¿Crees que este interés de las instituciones está asociado al estigma que Torrejón ha tenido por ser la ciudad de la base americana?
Hombre, no sé qué tiene que ver… Claro que me acuerdo de las manifestaciones contra la base, las marchas de protesta desde Madrid caminando a Torrejón. Es verdad que el pueblo parecía que era un pueblo leproso. Pero yo he tenido compañeras de trabajo que se casaron con americanos. Y he tenido también vecinos americanos que trabajaban en la base y que sus mujeres eran españolas. Pienso que lo importante es saber convivir. Mira, ahora tenemos una rotonda que tiene un Phantom, la rotonda del avión la llaman aquí.
Y además tú tienes en la ciudad los dos obeliscos de la Avda. de la Constitución.
Sí, eso fue porque han ido haciendo rehabilitaciones por barrios, por zonas. En la entrada de Madrid, viniendo por la avenida de las Fronteras, pensé que debía haber algo que se viera desde lejos. Entonces se me ocurrió hacer el obelisco, que tiene quince metros de altura y nueve toneladas de peso. La peculiaridad que tiene es que lleva repetida la palabra “Constitución” treinta y dos veces, una por cada año desde su promulgación, lo que hace un total de 384 letras metálicas, que lleva cada una casi un metro de soldadura. Pero la finalidad de las letras no solo es simbólica y estética: atiende también a razones de seguridad. Se hizo un estudio por el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. La estructura interior va colocada de tal manera que suponga un refuerzo para evitar que se caiga. Mi sorpresa ha sido que ahora, después de casi doce años, me pidieran otro similar para cerrar la misma avenida. Así que creé otro ejemplar que en este caso dedico a la ciudad utilizando las letras de las palabras de su topónimo. La idea es que cuando se venga desde Alcalá te dé la bienvenida el obelisco con las letras de las palabras “Torrejón de Ardoz”.
“Antagonía”. Del 17 de mayo al 2 de junio
Sala Exposiciones Casa de Cultura de Torrejón de Ardoz (Calle Londres, 5)
L-S: de 11.00 a 14:00 y de 18:00 a 21:00. D: de 11:00 a 14:00. Entrada libre
“Abandono”. Del 15 de mayo al 16 de junio
Casa de la Entrevista (Calle San Juan, 2). Alcalá de Henares
L-V: de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 19:00. S: de 10:00 a 19:00. D: de 10:00 a 15:00. Entrada libre