Nota del director: Hace un año el escritor ecuatoriano Iván Oñate estuvo en España. Por mediación del escritor Rafael Soler tuve la oportunidad de entrevistarle en el emblemático Café Comercial de Madrid. La idea original de la redacción de Entreletras era publicar esta entrevista antes de que finalizara el año pasado. Sin embargo, por diversos problemas técnicos el archivo sonoro donde se había grabado aquella conversación se deterioró, sin posibilidad en principio de recuperarla. Más tarde, como ha sucedido con tantas otras cosas, la pandemia de coronavirus que nos azota desde hace meses vino a complicar la esperanza de hallar una solución para recuperar mencionado archivo sonoro. A pesar de todo, la misma tecnología que a veces nos juega malas pasadas es la que también nos ha permitido hace poco rescatar aquella conversación y publicar ahora esta entrevista de incuestionable interés, con independencia de su contexto temporal.
El poeta y narrador Iván Oñate nació en Ambato (Ecuador) en 1948. Es autor de títulos como Estadía Poética (1968), En Casa del Ahorcado (1977), El Ángel Ajeno (1983), Anatomía del Vacío (1988), El Fulgor de los Desollados (1992), La nada sagrada (1998), La frontera (2006), El país de las tinieblas (2008), Cuando Morí (2012) o La fiel literatura (2018). Dos libros en prosa completan su trayectoria literaria, el libro de cuentos El hacha enterrada (1987) y La canción de mi compañero de celda (1995) escrito en prosa poética.
Oñate cursó estudios universitarios en Quito, Argentina y España, donde se doctoró en Comunicación (Semiótica) por la Universidad Autónoma de Barcelona. Parte de su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, portugués, griego e italiano. Ha sido catedrático de Semiótica y Literatura Hispanoamericana en la Escuela de Ciencias del Lenguaje y Literatura de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central del Ecuador. Jean Franco y Jean-Marie Lemogodeuc, autores de Antología de la Literatura Hispanoamericana del Siglo XX publicada en Francia, han elogiado su obra poética. Al igual que el poeta ecuatoriano Filoteo Samaniego, el poeta norteamericano Alfred Corn o el periodista y escritor uruguayo Kintto Lucas, entre otros nombres de la literatura contemporánea que han profundizado en el conocimiento de su poesía.
Entreletras conversó con el célebre autor ecuatoriano durante su estancia en Madrid en otoño del año pasado (ver nota del director)… unos días antes Iván Oñate había participado en el XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos celebrado en Salamanca que dirige el poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart. Durante el citado encuentro en la capital helmántica recibió el reconocimiento de Huésped Distinguido, junto al poeta portorriqueño David Cortés Cabán. En Madrid fue invitado a inaugurar el curso 2019/2020 de la prestigiosa Tertulia Literaria Hispanoamericana Rafael Montesinos, dirigida por Marisa Calvo y Rafael César Montesinos. Esta es la entrevista resultado de aquel encuentro…
-¿Qué valoración puede hacer de los actos en que ha participado estos días en Salamanca y Madrid?
-La experiencia ha sido más que maravillosa. Primero porque tuve la oportunidad de conocer el centro del pensamiento occidental que es la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca. Para mí está ahí el nudo mágico, la proporción áurea de nuestro pensamiento. Lo digo por lo siguiente, yo soy sudamericano, nosotros somos producto de un mestizaje. Oñate, por ejemplo, es un apellido de origen vasco. Pero nosotros tenemos una realidad que es nuestra gran patria latinoamericana.
-Ciertamente…
-Alguna vez Borges dijo que la verdadera patria es la del lenguaje. Eso lo verifiqué en Salamanca y agradecí que mi lengua sea el castellano. Soy un viejo profesor de Semiótica. Hice el doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Con mi maestro Román Gubern teníamos unos diálogos muy interesantes sobre la lengua y obviamente sobre la lengua de cada nación y cada pueblo. Pero yo hablo de la mía. Como semiólogo la lengua es lo que conforma nuestra conciencia. Cómo veo, cómo siento, cómo oigo, está dado por las estructuras del lenguaje. Yo pienso, siento, amo en castellano. Además en una ciudad como Salamanca ha sido una maravilla oír la poesía de ese pecador-santo que es San Juan de la Cruz. Su poesía es para mí la santidad del pecador en el mejor sentido de la palabra. Yo creo que sin culpabilidad no hay poesía.
-Usted publicó su primer libro en 1968, un año mítico de la segunda mitad del siglo XX. ¿Qué queda hoy en su poesía de aquel Iván Oñate que publicó el poemario Estadía poética hace cincuenta años?
-En la intimidad con Magdalena, mi esposa, le decía ayer con toda sinceridad que nunca he sentido mi poesía como al leerla aquí en España, en Salamanca y en la tertulia Montesinos. Aquí he sentido los ecos íntimos y recónditos de mi poesía sonando como yo me los imaginé cuando tenía veinte años.
-En aquel año lleno de utopías…
-Políticamente te podría decir la diferencia que yo presiento entre lo que sucedió en 1968 y lo de ahora. Esas revueltas del 68 que se sucedieron por todo el mundo llevaban consigo una gran esperanza. Parecía que el mundo iba a ser otro, era nuestra revuelta, éramos todos veinteañeros. Sin embargo, ahora tengo la idea de que llegamos al final de un callejón, a un lugar oscuro, y no sé muy bien hacia dónde caminamos. Las utopías han caído o las mentiras se han evidenciado. Alguien dijo –apunta con ironía Oñate- que si uno no tiene el corazón a la izquierda cuando es joven está mal del alma, pero si persistes en ello cuando llegas a viejo es que estás mal de la cabeza (risas).
-Volviendo a la poesía. ¿Qué lugar o qué papel cree que tiene la poesía en el mundo de hoy, en esta nueva era digital llena de tecnologías rutilantes? ¿Qué futuro le espera a la poesía?
-Al filósofo rumano Emil Cioran, a quien admiro, le preguntaron en una ocasión sobre si el libro desaparecería en el futuro. Contestó que en su opinión los libros no desaparecerán nunca, pero añadió que si alguna vez llegara a suceder sería porque la sociedad no lo merece. Se podría decir lo mismo de la poesía. Aunque pienso que la poesía no desaparecerá jamás. El gran maestro Antonio Gamoneda dijo -lo recordaba Soler el otro día- algo así como que la poesía está antes que el lenguaje, y yo comparto totalmente esa idea. La poesía quiere decir algo que está más allá o más acá del lenguaje. No está en el lenguaje, en los laberintos racionales del lenguaje. Está en mi pasado ancestral y se expresa. Asimismo, en el impulso de poseer eróticamente a la vida me voy a encontrar con la regla del lenguaje. En consecuencia, el gran poeta es el que sabe manejar el lenguaje y esa fuerza interior.
-¿Observa esa idea en la poesía actual?
-Hay un principio que parece olvidado por algunos poetas contemporáneos, la poesía es ‘antipoder’. Pero entendiendo el poder no desde el punto de vista político sino como todo lo que se asienta, lo que se hegemoniza, lo que se hace costumbre,… la poesía tiene que renovar, estar siempre en contra, ir a la contra, en el amor, en la vida, en la existencia. Por ahí veo yo las raigambres epistemológicas que no dejarán morir a la poesía y no en los likes digitales. Más aún, la poesía reclama una intimidad y hasta una prudencia de lectores. Vería casi con escándalo que la poesía se hiciera demasiado popular.
-Conservar ese misterio de la literatura…
-Sí, bendita sea la literatura que me enseñó lo verosímil y no verdadero. Por ello, un gran escritor de novela o ficción tiene que ser sobre todo verosímil. Sin olvidar que el juego del arte no es lo verdadero o lo falso, sino el afecto. La filosofía está para crear conceptos, la ciencia para precisar funciones y arte para crear afectos y admiración.
-Se ha dicho que su poesía tiene un carácter combativo, una gran vitalidad y no le falta ironía. ¿Cuáles son los engranajes principales sobre los que gira su discurso poético?
-Sobre todo hay un descreimiento de las grandes certezas con las que me formaron en casa, la familia o en la educación. De ahí, tal vez, esa defensa que es la ironía, jugar con esos pensamientos tan establecidos, con el poder tan hecho y derecho que quiere que caminemos correctamente y saber cómo torear al poder. A los artistas nos queda esa gran arma que es la ironía.
-Entonces, ¿cómo definiría su poesía?
-Podría definir mi poesía como existencial. En el sentido de la caída existencial. Yo siento íntimamente que fuimos ángeles, estuvimos en el paraíso y caímos en esta vida terrenal, eso es lo que cuento y eso es de lo que me lamento. Una vez escuché a una profesora inglesa decir que César Vallejo era ateo y me quedé sorprendido porque eso es haber tergiversado todo lo que es Vallejo. Cuando Vallejo escribe ‘Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave’ no es que lo esté negando, está reclamando a su padre. En mi alma corre esa fuerza vallejiana del lamento y, por otro lado, la lucidez de la inteligencia de Borges que son los dos adorados míos.
-¿Qué otros autores han influido en la literatura de Iván Oñate?
-Yo comencé a escribir sin saber que era poeta. Cuando tenía 17 años era estudiante en el colegio La Salle de mi ciudad natal, Ambato. Entonces era casi imposible tener una guitarra eléctrica, pero logré hacer una banda de rock&roll. Era una banda colegial. En aquel tiempo se tenía éxito cuando se imitaba bien a los cantantes o grupos que estaban de moda: Enrique Guzmán de México, a Cesar Costa o Juanito Peña de Argentina, etc. Quise escribir canciones y un amigo, Juan Carrera, me dio el primer libro de poesía. Así empecé a leer a Neruda. Más tarde, en 1968 en Argentina un joven afroperuano me comentó que sabía que yo escribía poemas y me pidió algunos para leerlos. En aquel tiempo, por cierto, Perú y Ecuador éramos enemigos del alma por el conflicto territorial del Amazonas. Por entonces, si alguien en Ecuador te quería ofender te llamaba peruano (risas). Sin embargo, una semana más tarde este joven que pertenecía a un grupo poético me propuso publicar mi primer libro, Estadía poética. Un libro quizá demasiado adolescente.
-Entonces descubrió a Vallejo…
-Sí, luego descubrí a Vallejo. Comencé a leerle y sentí que la poesía era otra cosa. Yo estudiaba arquitectura, lo cual me abrió las puertas de la estética. Cuando me llegaba el sobre con la remesa del mes para mis gastos, yo me regalaba una milanesa con papas fritas y un libro de la editorial Losada. Compré un libro de Vallejo y una noche, en el Colegio Mayor donde vivía, estaba tratando de escribir un poema cuando un compañero me advirtió que al día siguiente debía entregar un trabajo que no había hecho. Este compañero, Adolfo Williams, me dijo: no puedes vivir así, o eres arquitecto o eres poeta, decide. Yo le contesté, Adolfo voy a ser poeta.
-Hasta que publicó su siguiente libro pasó bastante tiempo.
Sí. Pasaron diez años hasta que publiqué mi segundo libro, porque comprendí que había que aprender. La inspiración existe, yo soy muy creyente, pero el oficio de poeta creo que lo construí en esos años, con mucha fatiga.
-¿Por dónde camina su poesía en la actualidad?
En los últimos años ha pasado algo muy grato para mí. Soy un viejo profesor universitario que ya me jubilé de la Cátedra. Ahora estoy dirigiendo la revista Anales que fue fundada en 1883. Es una revista académica. Por otro lado, felizmente México ha puesto sus ojos en mí y no hay año que no viaje un par de veces a México, a sus encuentros, a dictar conferencias,… En 2009 pasé un año sabático en México y entonces se dio una conexión curiosa. Me prestaron un apartamento en el Zócalo. Hoy esa zona está muy rehabilitada, pero entonces había mucha gente muy pobre. Fue un lugar que en ese momento coincidía con mi alma. Salía por las noches de México y me encontraba con esa gente que no tenía nada. Me mostraban sus manos, me daban su desesperación y yo les agradecía.
-Impactante sin duda…
Otro día entré en la Catedral, para descansar del dolor y buscando alivio a mi alma. Allí encontré a un grupo de mujeres humildes que escribían en un cuaderno de espiral atado con una pequeña cadena a la pila donde había agua bendita. En ese cuaderno escribían cartas a Dios, donde contaban que su hijo enfermo mejoró o su marido bebía menos alcohol,… El cuaderno se llamaba Cuaderno de aspiraciones. Yo me que quedé impresionado y comencé a escribir mi Cuaderno de aspiraciones. Eso es a lo que estoy dedicado ahora.
-Usted, más allá de su prestigiosa carrera como docente en la Universidad, por encima de todo se considera poeta. ¿Cierto?
-Sí, así es. Incluso hubo una época que me llamaban el poeta que perdió su nombre porque me conocían como el poeta Oñate. Mucha gente no sabía mi nombre. Pero hay algo a lo que me quería referir, la diferencia que yo encuentro entre la poesía y la prosa. La narrativa es un trabajo hecho con la cabeza, con la voluntad, con el esfuerzo, porque un prosista si no tiene ese empeño es casi imposible que pueda hacer bien su trabajo. Escribir una novela no es acumular reglones. Hay que tener una fuerza. Todo el proceso organizativo de ideas, de hacia dónde se quiere ir,… En eso admiro profundamente a Mario Vargas Llosa con el que tuve la oportunidad de conversar largamente en Houston (Texas). Él es uno de los maestros de la disciplina literaria. A los prosistas eso les va bien, a los poetas no. Los poetas buscan más lo vital, lo existencial. Pero también es verdad que el poeta tiene que estar preparado, ser inteligente, listo, talentoso, para que eso que llamamos inspiración venga. Para que el milagro ocurra. Uno no elige la poesía, la poesía le elige a uno. Lo mismo sucede con el tema. En poesía el tema se apropia de uno.
-En este sentido, qué les diría a los jóvenes poetas….
-Ser joven y poeta en España es ‘gravísimo’ (ríe), con esos antecedentes: Machado, García Lorca, Alberti, Jorge Guillen, Aleixandre,… y tantos otros. Los jóvenes deben recorrer su camino, pero tienen que saber que hay ‘viejos hermosos’ que vale la pena ser leídos, recordados o respetados.
-Una última reflexión antes de finalizar. La literatura hispanoamericana es un bagaje cultural que compartimos, un hilo conductor, un nexo común entre los pueblos de habla castellana de las dos orillas. Entre otras cosas nos ayuda a comprender realidades que desconocemos…
-Totalmente de acuerdo. El otro día me decía un joven profesor que él consideraba que la literatura que se escribe en la América hispana y la que se escribe en España es literatura española, una sola, sin cortes. Comparto esa idea. Como dije antes nuestra verdadera patria es el lenguaje.