diciembre de 2024 - VIII Año

Francisco López Porcal: “La trivialidad de la sociedad actual no muestra gran interés por las humanidades”

Doctor en Filología Hispánica, el valenciano Francisco López Porcal, dedica sus desvelos como escritor, articulista y crítico literario a reivindicar la noción del imaginario del espacio urbano de su ciudad natal y a sus conexiones con el discurso ficcional de la novela. Esta inquietud le llevó a dirigir su tesis doctoral en este sentido, que acabó después viendo la luz —en versión reducida— bajo el título de La Valencia Literaria desde el espacio narrativo (UNED Centro Alzira-Valencia Francisco Tomás y Valiente, 2018). En este ensayo el investigador estudiaba los espacios narrativos, su semántica, la función dentro del relato, el cronotopo, el concepto mismo de ciudad literaria como un personaje más de la trama.

Asimismo, López Porcal es miembro de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE) y cuenta en su haber con dos novelas históricas: Atrapados en el umbral (Sargantana, 2019) y La ciudad de las vanidades (Sargantana, 1ª edición marzo 2022). Con esta segunda, el éxito de ventas le granjeó una segunda edición.

Junto a Marta Querol y Enrique Vaqué anda empeñado en un proyecto para dar la visibilidad que merece la capital del Turia como destacado escenario artístico: “Valencia, ciudad literaria”. El próximo 18 de enero los tres escritores celebrarán una mesa-coloquio en el Centro Riojano de Madrid, en la que tratarán tema tan interesante.

Ahora acaba de aparecer en el mercado El estanque de ámbar. Escenarios, libros, debates y aproximaciones (Editorial Sargantana), un volumen en el que López Porcal reúne una selección de sus textos periodísticos y reseñas literarias publicados en prensa y revistas especializadas entre los años 2015 y 2023, con prólogo de Miguel de los Santos.

Entreletras ha conversado con el escritor sobre su quehacer literario y su empeño por reclamar para Valencia la categoría literaria que le corresponde por derecho propio.

 

¿Por qué consideras que Valencia ha sido ignorada como escenario literario frente a otras capitales históricamente preponderantes como Madrid y Barcelona?

Existen varias razones. En primer lugar, por la invisibilidad de las literaturas periféricas frente a Madrid, centro político, financiero e histórico de primer orden, antigua Corte que ha ido aglutinando a personajes, figuras y artistas de toda índole. Por ello, Madrid posee una riquísima literatura capitalina dado el entramado de poder, dinero e intriga política, aspectos que conceden verosimilitud a sus personajes literarios. En cambio, Barcelona, sin ostentar tanto poder aparejado, sus novelas gozan de un fuerte componente histórico que dan cuenta de su proceso social y político dentro de las ciudades industriales. No olvidemos su floreciente industria textil y el nacimiento de los movimientos obreros y anarquistas en un momento de gran expansión urbana entre 1888 y 1929, como muestra Eduardo Mendoza en su novela “La ciudad de los prodigios”. Y por supuesto la influencia de su potencial editorial en el mundo de las letras hispanas.

Frente a estos motivos es difícil nuestra visibilidad, dado el peso específico de ambas ciudades en tantos órdenes. Pero existe otra cuestión que nos afecta directamente a los nativos. Quizá no hemos sabido vender, no solo el extenso como desconocido imaginario literario de Valencia, sino tampoco nuestro valioso acervo cultural. Por ello es necesario primero tener conciencia de ello y luego ir creciendo en este sentido, trabajando, buscando apoyos institucionales y seguir creando. Porque en la actualidad hay una buena nómina de buenos autores valencianos que escriben de manera espléndida.

Sin embargo, según tu trabajo de investigación La Valencia literaria desde el espacio narrativo, solo en el periodo 1989-2009 se publicaron alrededor de cincuenta novelas teniendo a la ciudad como escenario de la acción.

Así es, cincuenta novelas, tanto en castellano como en valenciano, que han tenido a la capital del Túria como escenario de la acción. Relatos de autores conocidos en círculos universitarios e intelectuales, pero que no han llegado al gran público, quizá porque no han tenido la suficiente proyección.

Tus dos novelas Atrapados en el umbral y La ciudad de las vanidades tienen a la capital como protagonista. Tú precisamente con tu obra narrativa has contribuido a subrayar la relevancia de Valencia como fuente de inspiración y escenario de historias inolvidables. Imagino que tu tesis doctoral sobre la función espacial en el texto, te ha sido de gran ayuda a la hora de escribir tus novelas.

Sin duda. Ha sido una buena base de actuación al contar con un estudio previo de análisis sobre la función y el valor del espacio narrativo, así como su interrelación con los personajes. Así se observa en los dos relatos citados, donde el espacio explica el comportamiento y la actitud de los figurantes en la constelación de lugares y rutas urbanas que se citan. Todo un especial atractivo para los amantes de las rutas literarias.

En tu primera novela Atrapados en el umbral, Maurice Clichy, el protagonista, era una suerte de investigador literario, quizá un alter ego tuyo. La pregunta es obligada: ¿te sientes más novelista o más investigador?

En todas las novelas, los senderos, huellas o jirones de la personalidad del autor resultan inevitables. Son detalles que perciben más los lectores que el propio escritor. Ahora bien, todo ello es solo orientativo. Es posible que en el personaje de Maurice Clichy exista alguna cercanía conmigo mismo. No lo dudo. Pero también la puede haber en Roberto Leizarán. Cuando pones punto final a una novela nunca te paras a pensar en ello.

En cuanto a si me siento más investigador que novelista, diría que antes de situar una historia de ficción debe existir un estudio previo de exploración del escenario de la acción, sobre todo si la novela es histórica, aunque también en el resto de géneros. Pero, si por investigador te refieres a mi vinculación con la Filología, es cierto mi interés por los entresijos del lenguaje. En realidad, esta materia constituye el arma para unir bien las letras, porque no solo se trata de escoger una historia con garra y buenos mimbres, sino que además hay que saber contarla, dotándola de una buena estructura narrativa y de los recursos estilísticos oportunos. Así que me decanto por las dos disciplinas.

La Exposición Regional de 1909 es uno de los hitos históricos más notables para entender el tránsito de Valencia a la modernidad del siglo XX. En tu novela La ciudad de las vanidades tiene un valor clave.

En efecto. Todas las Exposiciones, y sobre todo las de finales del XIX y principios del XX, es decir, las Universales de Barcelona, París o la Iberoamericana de Sevilla, tuvieron gran repercusión en las ciudades anfitrionas. Valencia, con la Regional de 1909 y Nacional de 1910, no fue una excepción. Ambas fueron el germen de profundas reformas urbanas. La figura de Tomás Trénor, presidente a la sazón del Ateneo Mercantil y comisario del evento, fue decisiva en el desarrollo del proyecto. Además, tuvo la rara habilidad de poner de acuerdo a republicanos y liberales para lograr una empresa común. La novela muestra los entresijos y las dificultades para lograrlo, generando una ilusión colectiva de toda una generación de valencianos que anhelaban una ciudad menos decimonónica y más cosmopolita.

He leído que el forastero tiene más interés que el nativo en un relato que exalta la cartografía espacial de su propia tierra. No deja de ser sorprendente, ¿verdad?

Sí, resulta sorprendente. Ignoro si —no sé si tildar de anomalía— es frecuente en las grandes ciudades y menor en otras más pequeñas, cuyos oriundos tienen más tiempo y menos agobio para pasearlas y admirar su patrimonio. Si bien es verdad que existe un creciente perfil de ciudadanos encantados con su acervo cultural, lo aprecian y lo valoran.

En Daniel Llombart, el irreflexivo protagonista de La ciudad de las vanidades, con su desidia y su arrogancia, más allá de la certera construcción de un afortunado personaje literario ¿has querido trazar una metáfora del desinterés que la alta burguesía valenciana ha manifestado siempre por la realidad propia, desde la literatura a la política? Y de nuevo, estamos hablando de lo mismo: de acervo cultural y de memoria histórica.

Es cierto que la burguesía de la época vivía, en general, de espaldas a las clases más desfavorecidas, solo preocupada por las apariencias y su propio bienestar. No había un interés manifiesto por la cultura, salvo ciertas figuras del momento.  El naturalismo literario de Galdós ya nos lo recordó en personajes como Rosalía Pipaón en La de Bringas y doña Paca en Misericordia. Blasco Ibáñez lo hizo con doña Manuela en Arroz y tartana. En La ciudad de las vanidades, la soberbia y la ceguera de Daniel Llombart, se opone a la honestidad, la capacidad de sacrificio y la sensatez de su hijo Pablo. No toda la burguesía tenía la misma actitud. En los tiempos actuales existe una gran parte de las clases altas poco preocupada por la erudición y la filantropía que contribuya a la conservación del patrimonio como parte del acervo cultural. Fuera ya de las clases acomodadas, la trivialidad de la sociedad actual tampoco muestra gran interés por las humanidades ni la memoria histórica para comprender el presente en la que vive.

¿Estás trabajando en algún proyecto actualmente?

Sí, en un estudio de Filología sobre la evolución del espacio en la narrativa desde comienzos del nuevo milenio hasta la actualidad. Si bien, la promoción de la 3ª edición de La ciudad de las vanidades y el último libro El estanque de ámbar me va a tener ocupado todo el próximo año en firmas, ferias y actos diversos. Además de la corrección de la próxima novela, de temática contemporánea, cuya publicación está prevista para comienzos de 2025.

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