Nacida en Tetuán (Marruecos) en 1964 —en el seno de una familia sefardita—, Esther Bendahan Cohen se vio obligada a venirse a Madrid en su infancia. Aquí estudió Psicología y se doctoró en Filología Francesa. Actualmente es directora del Centro Sefarad-Israel, donde se ocupa de la programación cultural. Escribe en diversas publicaciones como El País y —durante algún tiempo— trabajó en un programa de TV2: shalom.
Su obra narrativa —que siempre gira en torno al mundo judío— ha tenido numerosos reconocimientos: Deshojando alcachofas (2005) obtuvo el Premio FNAC nuevo talento, La cara de Marte (2007) se alzó con el prestigioso Tigre Juan de novela y Amor y ley. El tratado del alma gemela el no menos distinguido Torrente Ballester en el 2011.
Entre todas las novelas que ha escrito —algo más de una docena—, quizá la más conocida sea Déjalo, ya volveremos, que ha alcanzado la segunda edición recientemente. En ella la autora recrea su niñez y la desintegración de su comunidad en el país magrebí que la vio nacer.
Entreletras ha conversado con Esther Bendahan en su despacho del madrileño Palacio de Cañete, donde tiene la sede el Centro Sefarad-Israel.
Es curioso que este lugar donde estamos lleve por nombre un apellido sefardí. ¿Es casual?
Haciendo un homenaje a Paul Auster, recientemente fallecido, me gustaría hablar a propósito de esto de lo que él llamaba “música del azar”. Este edificio pertenece al Ayuntamiento y cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores decidió hacer el Centro Sefarad-Israel, coincidiendo con la Casa Árabe, buscó varios emplazamientos. Una de las alternativas era este lugar. Así que la decisión fue circunstancial. Pero da la casualidad de que, tras varios estudios, esta zona era precisamente donde se encontraba la judería de Madrid. Las juderías estaban siempre cerca de los palacios, porque los judíos eran protegidos del rey. Y, por otro lado, precisamente Cañete hace referencia a una localidad de Cuenca que le hizo un homenaje a Elias Canetti, porque su apellido deriva del topónimo Cañete. Así que estas circunstancias no dejan de ser curiosas y sumamente entrañables. Es la belleza que tienen las casualidades a veces.
Tu tesis doctoral estaba dedicada al escritor Albert Cohen. Tu segundo apellido —para seguir hablando de genealogías— es precisamente Cohen. ¿Tienes algún parentesco familiar con este autor?
No, no tenemos vinculación familiar. Lo que no deja de ser simbólico es que, dentro de la tradición judía, el Cohen está vinculado a un sacerdocio especial. Hay elementos de la sinagoga y de las bendiciones que solo las pueden hacer los varones Cohen. Y, de hecho, se descubrió que genéticamente hay una ligazón entre todos los Cohen, porque tuvieron que mantener una serie de normas muy especiales en cuanto a matrimonios y demás, para que todos ellos formaran una familia, una especie de aristocracia religiosa. Bajo este punto de vista, sí que estaríamos vinculados, pero yo elegí a Albert Cohen no tanto por ello sino porque me parecía que representaba muy bien a los judíos sefardíes. Como escritor en el exilio, como escritor que captura la tradición judía, que habla mucho desde la distancia del antisemitismo que es otro de los factores que también influye en las obras de otros muchos escritores. Él vivió su judaísmo entre diferentes elementos europeos y tradicionales en un conflicto muy profundo que llevó a sus obras en las que reflexionó sobre él. Y puesto que hay otra tradición literaria que tenía que ver con los judíos asquenazíes —aquellos procedentes de Centroeuropa y que hablan yiddish— me pareció necesario reivindicar la tradición que Cohen ejemplifica como nadie. Yo me siento parte de ambas tradiciones —leí tanto a Singer como a Cohen— pero se ignora mucho la parte sefardí. Nadie ignora sin embargo a Maimónides y a Gabirol, pero no sucedía lo mismo con los pensadores de la última parte del siglo XIX. Antes hablábamos de Canetti, y Cohen también merece nuestro reconocimiento.
Viene a ser la traslación al mundo judío de la supremacía histórica del norte sobre el sur…
Efectivamente. Existía una idea supremacista de lo asquenazí que yo no comparto. Sefarad tuvo una gran influencia en todo lo que es el siglo XII y XIII. Hay que recordar que nos ha influido a todas las ramas judías. Un personaje tan fascinante como la poeta Emma Lazarus, por citar un caso muy relevante, viene de los judíos que se fueron de Portugal a Holanda para luego llegar a Nueva York. Aunque no hablara en español se sentía como parte de la tradición española. Fíjate si es importante que un poema suyo —el soneto “El Nuevo Coloso”— está grabado en una placa de bronce a los pies de la Estatua de la Libertad. Por ello, mi compañero Israel Doncel y yo escribimos un libro hablando de esta mujer ejemplar. Tenemos una obligación moral, pues, con todos ellos y es de justicia reconocerlo.
Además, en Norteamérica también hay casos como el de Leonard Cohen o el de los hermanos Coen. Supongo que ellos tienen un vínculo con el mundo sefardí.
Leonard Cohen viene desde Canadá. Los judíos de allí no se sienten tan vinculados a la tradición española. Sí que lo han estado desde el ámbito de la música. Hay otros originarios de América —como el poeta Juan Gelman— que se sienten vinculados por hablar español. Vivieron en la Argentina y al recibir la lengua buscaron estos orígenes del judaísmo español. Digamos que hay algunos nuevos sefarditas contemporáneos que están vinculados a lo español a través de otras tradiciones y sobre todo del lenguaje.
Otro ejemplo es el de la folclorista Matilda Cohen Sarano, que ha dedicado su trabajo a la recopilación de cuentos judeo-españoles en el idioma ladino.
Sí, por supuesto, es otro de los casos. España tiene un nexo histórico muy importante con el mundo judío. Netanyahu —el padre del actual presidente— escribió un libro sobre la inquisición española y en él podemos leer que España es un país de conversos porque mucha gente tuvo que asimilarse cuando se decretó la expulsión en el siglo XV. Aunque el lazo cultural se haya ido diluyendo no se puede negar que formamos parte de la historia española. Como antes decía, el yiddish —al ser una lengua literaria— ha corrido mejor suerte que el ladino —más cercano al folclore y a la música— pero esto no invalida en modo alguno la tradición sefardí. Cierto que en yiddish se escribieron obras muy interesantes como la del premio Nobel Isaac Bashevis Singer y, sin embargo, los sefarditas escribieron en sus lenguas nativas como el propio Albert Cohen, que lo hizo en francés. Pero, insisto, hay que reclamar su valor.
A pesar de ello, el ladino o el djudezmo es un idioma “en peligro de extinción”. Darío Villanueva —cuando era director de la RAE— dijo textualmente que “el judeoespañol es una lengua maravillosa que hoy debería emocionar a cualquier hablante del idioma español». ¿Cuándo se le va a dedicar una academia para solventar esta «deuda histórica»?
Está abierta lo que pasa es que nació con la intención de ser uno de los corresponsales y no es parte de la asociación de las academias correspondientes del español. Por su peculiaridad se encuentra en Israel y varios expertos trabajan allí como académicos.
¿Lo hablas en tu círculo íntimo?
En el ambiente familiar ha quedado reducido a algunas palabras, a algunas expresiones coloquiales. No se ha mantenido como un idioma único y separado, queda en el diccionario familiar.
¿Qué influencia ha tenido Cohen en tu obra literaria?
Creo que no solo Coen. Hay una influencia de los escritores judíos de las diásporas. Un factor común que comparto con todos ellos, con los exiliados que tienen la sensación de vivir para siempre en lugares a los que no pertenecen. Pero también hay una influencia de la Biblia y de los escritores judíos anteriores. Asimismo, hay una dialéctica entre la tradición judía y las tradiciones que se viven en los países refugio. Hay influencia del viaje, de las relaciones con los demás, hay influencia del mundo israelí y su literatura y cómo no del idioma en el que uno escribe, pero buscando siempre —dentro del lenguaje— las tradiciones propias. Philip Roth también me ha influido mucho, sobre todo, indirectamente en cómo vivió el antisemitismo. La conjura contra América, por ejemplo, es un libro que no se puede entender si no hubiera sido escrito por un escritor de la diáspora, o El lamento de Portnoy.
Además de esa mirada al otro —muy habitual en Cohen— que aparece en tu obra está también el humor, la ironía…
Ese humor es autocrítico, mirarse a uno mismo frente a los demás, frente a las relaciones familiares y frente a los no judíos. Todo esto conforma un mundo muy rico que me toca.
No sé si esta ironía de Cohen —que algunos emparentan con Rabelais— conecta con el llamado humor judío, que luego tendrá grandes exponentes en el cine como Ernst Lubischt o Billy Wilder… ¿Existe un humor judío como tal? ¿Tiene señas de identidad propias?
Yo creo que sí. Hay una línea que conecta el humor de Woody Allen, por ejemplo, y el de Larry David, uno de los grandes cómicos de la TV americana. Hacen bromas sobre el judaísmo que se mueven entre la burla y la ironía. Esta comicidad tiene que ver con elementos de la vida cotidiana. Mira lo cotidiano con distancia y estos hechos normales son criticados junto a las acciones propias, pero siempre con ternura. Se hace un ejercicio día a día con otros, con la familia, con los amigos. Es un humor que no es sangriento, es un estado de ánimo hermoso. Yo creo que esto es lo que se comparte a lo largo del tiempo por todos estos escritores. No es una crítica desde el antisemitismo porque cuando se ejerce un sentido del humor contra los judíos o cualquier otro desde un ángulo hiriente y ofensivo, para mi en ningún caso podrá por tanto ser hilarante.
Precisamente, David fue invitado por Allen a participar en dos películas suyas: Días de radio e Historias de Nueva York.
Sí, es genial, muy interesante…
¿Consideras que hay humor en tus novelas?
Me gustaría, pero no hay demasiado. Salman Rushdie en Cuchillo —que es uno de los últimos libros que leí de él— se permite utilizar el humor en determinadas escenas y me parece muy sabio: confiesa que el humor permite distanciarse de las cosas trágicas y oponer un juicio inteligente a la barbarie. Creo que en Deshojando alcachofas —una de mis novelas— sí hay ciertos elementos humorísticos. Pero resulta complicado. A veces no sabes si puedes despertar una sonrisa porque no tienes claro que hayas podido entenderte a ti mismo ya sea con la crítica o con la ternura.
Ahora que mencionas tu novela, me llamó la atención el título porque cuando uno piensa en deshojar una flor lo que le viene a la cabeza es una margarita, no una alcachofa. ¿Hay una ironía en esa imagen?
No sé si la hay o no. En el Mediterráneo las alcachofas se comen así: hoja a hoja. Es, pues, una situación cotidiana. En la novela hay una escena en la que la familia sirve las alcachofas en la mesa para comerlas y la esposa suiza de uno de los hermanos piensa que tiene que deshacerse de todas las hojas para quedarse solo con la cabeza de la alcachofa. Por supuesto, toda la familia está molesta porque acaba por destruirla. Este plato típico —que va acompañado de este ritual— lo utilicé como símbolo de la tradición sefardita y a la vez como metáfora de la estructura de la novela: varios personajes se van cruzando hasta llegar al fondo de la historia. Aparece solo en un capítulo la voz de alguien para componer toda la trama de la novela. Es una de las novelas más complejas que he escrito. Cuando la hice estaba pensando en la estructura de El amante de Abraham B. Yehoshúa, el gran escritor israelí de origen sefardita. Creo que tiene humor y disfruté mucho escribiéndola.
Hablando de escritores que te gustan, además de Yehoshúa, ¿qué otros te llaman la atención?
Me gustó mucho Patria de Fernando Aramburu. La estructura de la novela también me interesó: cómo va jugando con los tiempos y los personajes. Ahora mismo hay un escritor estadounidense —Jonathan Safran Foer—que me despierta mucho interés: su obra ha sido para mí como un deslumbramiento. Es un escritor de la diáspora.
Todo esto es como una especie de mundo común en diferentes idiomas. Comuniquémonos y hablemos como si fuera un mensaje secreto que recibimos los que estamos implicados en estas claves. De este modo me siento muy cerca de todos ellos. Pero no solo de los escritores de la diáspora judía como Amos Oz, Etgar Keret o Henry Roth. De este último me gustó mucho su novela Llámalo sueño, que me permitió vincularme a ella a través de mi novela Déjalo, ya volveremos. Hay toda una serie de palabras que se comunican y que aparecen en mis escritos.
Y ahora que hablamos de Déjalo, ya volveremos, en ella hablas de tu infancia y de la comunidad judía de Marruecos, de la desintegración de este mundo. ¿Qué recuerdos guardas de aquella época?
Me vine a España siendo una niña. Mi abuelo fue asesinado en el 56, cuando los españoles abandonaron Marruecos varios años antes de mi nacimiento, pero ha influido este acontecimiento en la historia familiar. En la novela hay una historia sobre los judíos de los países árabes, de los que no se ha hablado muy poco. La comunidad judía llevaba viviendo en el norte de África cientos de años y cuando se tuvieron que marchar no hicieron narrativa del desgarro. Este exilio cayó en una especie de vacío. No fue reconocido dramáticamente ni por las organizaciones de los refugiados ni por las Naciones Unidas.
Marruecos es un país especial, tiene una constitución escrita. Ese judaísmo pertenece a las tradiciones culturales de la familia y siempre la vida en Tetuán estará ahí. Hay una suerte de aceptación: sería injusta si dijera que no vivía bien allí, pero por otro lado sería injusta si dijera que vivía bien. Debo recoger ambas experiencias. Es muy complejo. Yo personalmente tengo una buena relación con Marruecos.
El país ha sido muy generoso conmigo al invitarme —en un viaje conmemorativo que se hizo — a visitar lugares de la tradición judía sefardí, pero por otro lado tengo el recuerdo de mi abuelo que, como te decía antes, fue asesinado allí. Al mismo tiempo que estoy trabajando con las instituciones para la recuperación de este legado, ha habido tensión por parte de algunos grupos de la población autóctona. Sin embargo, en Irak o Irán los judíos no pueden regresar. O en Egipto, Siria o el Líbano.
Es importante recordar que hay tradiciones árabe-judías que han sido olvidadas. Escritores con una obra importante que se ha perdido, como en el caso de mi yerno. Él pertenece a esta tradición: viene de Irak y habla árabe, lo está aprendiendo porque forma parte de una cultura milenaria, la de sus antepasados.
¿El conflicto actual palestino-israelí está condicionando vuestra labor en el Centro Sefarad?
No, no está condicionando nuestras actividades porque es importante recordar que el Centro Sefarad de Israel es una institución del Ministerio Español de Relaciones Exteriores. Todas nuestras actividades están respetando escrupulosamente todos los criterios que tiene el ministerio en materia de política exterior, puesto que Israel es un país amigo y nuestra relación con Israel es de amistad absoluta. Creemos que algunos medios de comunicación en muchos casos están haciendo una difusión escasa de la realidad del conflicto.
Para la guerra solo se necesita uno —como decía Spinoza— pero para la paz se necesitan los dos. Personalmente pienso que debemos poner en un primer plano a las víctimas israelíes del 7 de octubre. A muchos judíos de la diáspora nos gustaría que se viera el conflicto con cierta objetividad, para que se puedan escuchar las opiniones de ambas partes.
Por ejemplo, yo —que defendiendo los dos estados— ayer leo que un cineasta palestino dice que la coexistencia de dos estados es inviable. Lo que es inviable es sólo un estado en todo el territorio. La historia toma tiempo para limpiar sus conflictos. Europa necesitó décadas para equilibrar las diferentes unidades nacionales y crear la Unión Europea. Desde luego, ahora no es posible crear una especie de unión europea entre Palestina e Israel. Hoy en día necesitamos tiempo para crear un clima que permita vivir en paz. Ya se intentó en el 48 y no fue aceptado. La parte palestina sigue sin asumir la creación de un estado judío, que también eran palestinos muchos de ellos. Por mucho que digan España y la Unión Europea no será factible hasta que sus propios integrantes lo entiendan. No importa qué territorios se acepten, no importa dónde, lo importante es hacerlo. Una vez hecho esto se puede —con tiempo y con la voluntad de cooperar— generar un espacio unitario de convivencia. No puedes tener confianza en un estado que quiera terminar con Israel y siga lanzando misiles y haciendo túneles, porque no está equilibrado. Creo que la única justicia es la que permita vivir en armonía generando espacios posibles.
¿Te resulta complicado conciliar tu faceta de escritora con tus obligaciones profesionales en el Centro Sefarad Israel?
No, es muy fácil. En primer lugar, porque mi actividad en este centro tiene que ver con el mundo judío. Y mi vida interior también está estrechamente relacionada con él. Así que todo lo que escribo y tengo que investigar está en este mismo ámbito de interés. Es el que me nutre como creadora también.
Por otra parte, como escritora no soy famosa, no soy una escritora de best sellers y por tanto no estoy obligada a promocionar mis libros en veinte mil sitios. Si así fuera tendría que dejar mi trabajo. Por fortuna, mi trabajo diario es rutinario y organizo actividades que se desarrollan principalmente en Madrid. Así que en mi tiempo libre puedo dedicar a la escritura y la investigación y combino perfectamente ambas cosas. Suelo escribir los fines de semana o bien por la noche o temprano en la mañana.
Hacéis muchas actividades en el Centro. Ahora tenéis una exposición de fotografía sobre las comunidades judías en Venezuela.
Es la mirada de un fotógrafo —Vasco Szinetar— cuya familia llegó por parte de su padre de Polonia a Venezuela. Perdió a familiares en el holocausto y él con sus fotografías documenta el exilio a través de su propio cuerpo y frente a un espejo toma imágenes de escritores muy famosos como Borges. Tiene un lenguaje muy personal donde hay un recorrido: por un lado, registra su propio cuerpo como parte del cuerpo de Cristo, y por otro, refleja el paisaje urbano —en una mirada también muy suya— a través de tres ciudades: Berlín, Madrid y Caracas.
Ahora que hablas de la figura de Cristo, en tu faceta como traductora colaboraste con Fernando M. Vara de Rey en la traducción del libro Chagall en Rusia. Es curioso que en la obra del pintor de origen judío también las crucifixiones tengan tanta presencia.
Sí, puede resultar sorprendente pero no es extraño. Como luego hará Szinetar, Chagall ya antes hizo de la figura de Cristo un símbolo. Para ello, es muy importante recordar a los no judíos que Jesús era judío, algo que se ha tratado de obviar a lo largo de la historia. ¿Por qué? Porque había un fuerte antisemitismo. Mira, si Jesús estuviera vivo habría estado en un campo de concentración o sería insultado por sionista.
Este intento de desjudaizar a Jesús tiene una intención interesada. Jules Isaac —que es un ensayista— analizó aspectos del Jesús judío. El mensaje de Jesús —“no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti mismo”— es un precepto talmudista. Jesús fue parte de esta tradición, era un maestro que tenía sus seguidores por lo que Roma lo consideraba peligroso y lo mató como se ha matado a muchos otros judíos.
Siguiendo con las traducciones, hay un libro que tradujiste hace veinte años que llevaba por título Reflexiones sobre el antisemitismo que viene. ¿Se veía venir ya el antisemitismo que tenemos ahora?
No recuerdo una época de mi vida en la que no hubiera antisemitismo. Tengo la sensación de que hemos estado luchando siempre y cada vez, sin embargo, este sentimiento ha ido aumentando. Cierto es que hemos vivido muchas fases y todas muy distintas. En España ha variado muchísimo porque aquí ha aumentado el nivel de conocimiento de la gente y —si bien en la prensa hay críticas—, también encuentras gente que compensa toda esa crítica. Hablando de antisionismo y hablando de antisemitismo —que están muy ligados—, ya vimos todos lo que pasó en Eurovisión. Claramente, hasta los comentaristas se quejaban de Israel, pero el público español le votó sin embargo masivamente. Antes se hablaba del techo de Auschwitz — Agamben pensaba que la gente tenía miedo de volver a repetir la historia— pero eso se rompió hace ya cinco o diez años. Ahora estamos en otra situación y eso que nosotros en la Feria del Libro de Madrid —a pesar del antisemitismo—, recibimos un apoyo silencioso de muchas personas que tienen miedo a hablar en público porque el opositor es muy virulento y grita más. Sentimos la solidaridad de un amplio sector.
¿Qué proyectos futuros tienes?
La Editorial Nagrela está interesada en publicar un libro mío que llevará por título Escucha en el Silencio o Escucha. Estamos decidiendo todavía el título. “Escucha” es porque hay una oración que se llama Shemá Israel donde se dice: “Ad-nai Eloeinu, Ad-nai Ejad (Escucha Israel, Dios es uno, Dios es único). Yo quería que esto quedara reflejado en el título, aunque la historia no tiene nada que ver. Es una novela negra, si bien está basada como siempre en el mundo judío. Son dos personajes, una chica joven y un sacerdote que investigan un asesinato. Ella tiene problemas de audición. Aunque nace como oyente, pierde el oído muy joven. Hay, pues, un homenaje a todas aquellas personas que tienen que hablar con el lenguaje de signos.
Por otra parte, se acaba de reeditar Déjalo, ya volveremos, que es la novela con la que he estado estos días en la Feria del Libro del Retiro.