Del escritor madrileño Emilio Gavilanes ha dicho Andrés Trapiello que es un “narrador en breve y en largo, y también poeta: poeta de la concentración, de la pureza, de la intensidad, de la naturaleza y del asombro”. Y no es para menos, porque Gavilanes se mueve con acierto entre los géneros narrativo y lírico, pero siempre buscando lo esencial en su depuración estilística, como vienen a demostrar sus relatos breves y sus composiciones poéticas centradas en el haiku, donde sintetiza todo su imaginario. Prueba de ello son —en el primer apartado— los libros: La tabla del dos (Premio de relatos NH 2003), El reino de la nada (2011) y Autorretrato (2015); en el segundo, los cuatro poemarios: Salta del agua un pez (2011), El gran silencio (2013), Era una rosa (2021) y Callan los grillos (2022). Sin embargo, su inclinación por el precepto gracianesco en lo literario, no le ha impedido cultivar con creciente éxito la novela, desde el principio con La primera aventura (1991), para seguir con El bosque perdido (2001) y con Breve enciclopedia de la infancia (2004) —que se alzó con el XVI Premio Tiflos de Novela— o en 2007, Una gota de ámbar. A la vez lo que caracteriza su producción en la mayor parte de los casos es el hecho de que sus libros tienen una propensión por lo fronterizo, donde el género bascula entre la novela y la colección de cuentos. Tanto en El río (2005), como en Historia secreta del mundo (2015)—este último galardonado con el XII Premio Setenil—, Gavilanes hace un recorrido por la historia universal a través de un conjunto de microrrelatos. En La orilla del camino, publicado este año, las historias aparentemente inconexas cartografían en gran medida todas las preocupaciones del autor.
Sorprende, pues, que un escritor tan vocacional como Gavilanes empezara estudios universitarios en Geológicas y Físicas antes de licenciarse en Filología Románica.
Las vivencias durante su infancia y adolescencia en la periferia de la capital —concretamente, en el barrio de Canillejas— no solo han pasado a su escritura —como en el lenguaje infantil de su primera novela ya citada—, sino que quizá determinara su atracción por el argot juvenil callejero en su faceta de lexicógrafo, como aquel profesor que interpretaba Gary Cooper en el memorable film Bola de fuego de Howard Hawks.
Entreletras ha conversado con Emilio Gavilanes acerca de su particular modo de entender la vida y la literatura.
Usted empezó estudios de ciencias antes de matricularse finalmente en Filología. ¿Habla esto ya de su fascinación por los saberes múltiples y la ruptura de los límites?
Pues sí, siempre me han interesado los conocimientos más variados. Siempre he aspirado a un conocimiento global. Mi ídolo, de adolescente, era Leonardo da Vinci, que escribía anotaciones de geología, de matemáticas, de anatomía, de óptica, de pintura… y además escribía cuentos y hacía unos dibujos maravillosos. Yo quería comprender el universo en su totalidad. Cuando empecé a estudiar en la universidad sentía más interés por las ciencias que por las letras. Me parecía que las ciencias eran mejor herramienta para desentrañar el misterio del mundo. Pero hubo un momento en que la poesía, la literatura en general, se me reveló como un arma más sutil. La concepción poética del mundo y la expresión estética, me parecieron, en ese anhelo de alcanzar los secretos del mundo, más adecuadas, más verdaderas, que las fórmulas matemáticas. Incluso más inteligentes. La ciencia (también la mecánica cuántica, que parece la menos “científica”) considera el mundo físico como materia inerte, muerta en cierto modo. La poesía experimenta el universo como un organismo vivo. Y creo que esto responde más a la realidad. O, por lo menos a mí, las “explicaciones” poéticas me parecen más interesantes. Además, el mayor misterio del mundo es uno mismo, el ser humano, y ese es el objetivo de la literatura.
¿Por qué frecuenta subgéneros donde prima la brevedad, tanto en lo narrativo como en lo poético? Incluso en sus novelas subyace el cuento como estructura generativa.
Es verdad, el cuento es mi género favorito. Las novelas que he escrito están en el límite entre la novela convencional y la colección de cuentos. Básicamente son colecciones de cuentos, pero a la vez son algo más, porque todos los cuentos que las componen, que son historias por sí mismas, a la vez se apoyan unos a otros y se prestan elementos hasta que entre todos forman una unidad superior. Por otra parte, lo breve me atrae desde siempre. Va con mi carácter, con mi temperamento. En el colegio tuve un profesor que todas las semanas nos pedía una composición sobre un tema determinado. Tenía que ocupar una cara de un folio. No más. Ni menos. Yo muchas veces, un poco por provocación, pero también porque me salía así, de manera espontánea, escribía cinco, cuatro, incluso tres líneas, y el profesor valoraba y apoyaba mis microcomposiciones. De todos modos, el viaje a la brevedad, si no va acompañado por otro viaje simultáneo a la intensidad y al sentido, creo que no lleva a ningún sitio. La brevedad por la brevedad no me interesa. Eso de intentar escribir el cuento más breve me parece una pérdida de tiempo.
¿Dónde se siente más cómodo: en la poesía o en la narrativa?
En la narrativa. He leído mucha más narración que poesía, aunque he leído bastante poesía. De todos modos la mejor narrativa siempre encierra mucha poesía. Hay prosas que contienen más poesía que muchos poemas. En un artículo periodístico de Cunqueiro hay más poesía que en toda la obra de muchos poetas. En una narración la poesía puede estar tanto en el modo de contar (lo que llamaríamos contar cantando) como en los propios hechos que se cuentan, que desprenden un encanto indefinible que podemos asimilar a la poesía. A mí en la prosa me gusta intentar ambas formas de conseguir poesía.
Ya en su primera novela La primera aventura mezclaba lo poético y lo narrativo ¿Cuánto le deben sus relatos a sus poemas y al revés?
No sabría decirlo. Me parece que están muy entrelazados. En muchos de mis haikus creo que hay una gran componente narrativa. Y muchos de mis microrrelatos y de mis relatos aspiran a ser leídos como poemas, tienen voluntad de poesía. Yo no soy poeta. O, mejor dicho, no soy escritor de poemas. Pero si no se aprecia poesía en la prosa que escribo, creo que he fracasado.
Uno de sus haikus dice así: “Este desorden / de pétalos caídos / era una rosa”. ¿En qué medida su apuesta por las colecciones heterogéneas de cuentos es una apuesta por lo fragmentario —uno de los rasgos que para Lacan define la literatura posmoderna— o, por el contrario, en la suma de estos fragmentos busca contarnos el mundo?
Para mí, el fragmento es el género con más futuro. Lo que más nos ha legado la antigüedad, por ejemplo, son fragmentos. El tiempo, que también escribe, lo que más escribe son fragmentos. Va reduciendo los textos a fragmentos. A mí el fragmento me parece lo que mejor da cuenta de la realidad. Nuestra percepción es fragmentaria. Por otra parte, los fragmentos van buscando sus afinidades, se van relacionando y organizando entre sí y esos vínculos dan lugar a algo más complejo, a algo que es más que la mera suma de las partes.
En sus haikus hay una poética recurrente de la ruina como metáfora. ¿Es un trasunto arqueológico de sus fragmentos literarios?
No soy consciente de que esa imagen sea más recurrente que otras en mis haikus. Pero tampoco me sorprende. La ruina, esa reivindicación que nace en el romanticismo, es una imagen muy poderosa. La persistencia de la ruina, la persistencia de los restos, como la resistencia del esqueleto, me atrae como metáfora de la lucha frente a la desaparición. Sin duda todo desaparecerá. Pero hay algo grandioso, épico, y también conmovedor, en la lucha por no desaparecer. Y tiene razón, el fragmento es la ruina que acaba quedando de un texto.
En su libro titulado Bazar —título elocuente donde los haya— conviven en armonía los textos más diversos: desde pequeños ensayos hasta aforismos, pasando por sus adorados haikus, o notas antropológicas, históricas, y autobiográficas. ¿Considera que esta suerte de centón define bien su mundo literario?
Sí, ahí está todo lo que me interesa. Las reflexiones y los “descubrimientos” sobre mí mismo y sobre el ser humano en general. Los recuerdos (una parte fundamental de nuestra conciencia son recuerdos, la memoria es tan importante como la inteligencia). Las variadas lecturas, con las que tanto disfruto (yo también estoy entre los que valoran más lo que leen que lo que escriben). Las ensoñaciones, los sucedidos imaginarios (los relatos). La percepción de detalles insignificantes que quizá no sean insignificantes, y de los detalles que normalmente pasan desapercibidos… Y todo ello expresado de la manera más sintética que me ha sido posible. Volviendo al asunto de la brevedad, en una de sus últimas cartas, Chejov dice: “Nada de lo que escribo últimamente me parece lo suficientemente breve”. Y Dalí, cuando escribía, se ponía unos zapatos que le quedaban pequeños y le hacían daño. Así se forzaba a una escritura sintética, escribía de la manera más concisa, para poder quitarse los zapatos cuanto antes. Yo también siento esos zapatos, aunque no me los ponga.
¿Cuánto debe su estilo al realismo mágico?
No lo sé. He leído con mucha admiración a García Márquez y a Carpentier, escritores extraordinarios a los que se encuadra en el realismo mágico. Y con enorme placer, y admiración, a Cunqueiro, que también tiene un fondo realista con muchos elementos fantásticos. Es posible que algo se me haya pegado de ellos. En todo caso, la idea de un realismo con elementos no realistas, fantásticos, con grandes dosis de imaginación, me parece atractiva y me parece que describe mejor la realidad. También la del expresionismo, una representación distorsionada de la realidad. De todos modos, creo que no hay fórmulas previas a la escritura. El escritor es esclavo de sus sueños, que no puede dirigir a voluntad, y que le sorprenden tanto como a sus lectores. Trata de expresar con palabras esos sueños. Con palabras concretas. Y muchas veces siente que escribe no gracias a las palabras, sino a pesar de ellas. De todos modos, no soy muy consciente de mi estilo, si es que tengo uno. Mi objetivo es expresar pensamientos y sentimientos y contar sueños, cosas de cierta complejidad, y hacerlo del modo más claro posible.
¿Definiría su obra como el intento de crear una épica de lo cotidiano?
Puede ser. Mi libro más reciente, La orilla del camino (PreTextos, 2024), tiene detrás un poco esa idea: cómo lo aparentemente insignificante puede ser muy significativo. Cómo lo pequeño puede encerrar realidades muy altas. Es un recorrido por la historia de la humanidad y en él trato de fijarme en episodios poco conocidos y en personajes anónimos, y también en aspectos laterales, marginales de episodios y personajes conocidos. El objetivo es ver cómo los Momentos no estelares de la humanidad pueden contener emociones tan altas, tan intensas como los Momentos estelares de la humanidad.
¿Cuánto ha influido en su narrativa haber sido un niño de suburbio de una gran ciudad? ¿La coexistencia de lo urbano y lo rural puede estar en la base de ese género límite en el que se mueve su literatura?
Fui un niño de barrio, de un barrio en el que vivía gente que procedía de los lugares más diversos, y en él aprendí la mayoría de las cosas que más me importan. Sin duda esa mezcla influyó en mi manera de ser y de ver la vida, y eso se refleja en lo que escribo. Siempre pensé que aquel mundo de mi infancia, a medio camino entre la ciudad y el campo, que yo veía entre cómico y trágico, entre banal y sofisticado, entre estúpido y genial, entre vulgar y original, no estaba suficientemente tratado en la literatura. Yo quería hacer una novela sobre una infancia irresponsablemente feliz, con un protagonista colectivo. Es lo que intenté.
¿Por qué no escribe poemas fuera del género del haiku?
He escrito otros poemas (incluso hay alguno publicado). Pero no me gustan. Creo que no sé escribir esos otros poemas (y esto no quiere decir que lo demás sí lo sepa escribir). Y bien que lo siento, porque la poesía me parece lo más alto de la literatura.
¿Qué poetas, novelistas y cineastas le gustan? Puede añadir algún artista plástico que considere relevante en su panteón personal.
Más que autores, me gustan libros. No me suele gustar todo lo que ha escrito un autor. Por ejemplo, adoro Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, pero no me gusta Un yanki en la corte del rey Arturo. Bueno, ahí van algunos poetas: Whitman, Kavafis, Borges, Foxá, Sánchez Rosillo, Miguel d’Ors… Hay muchos más. Novelistas, novelas, o libros de prosa: Galdós (sobre todo, Misericordia), Baroja (casi todo), Allá lejos y hace tiempo (W. H. Hudson), La Tierra permanece (G. Stewart), Vida de Samuel Johnson (Boswell), La noche de San Juan y Boda en el paraíso (M. Eliade), Mi nombre es Aram (W. Saroyan), Viajes con una burra (R. L. Stevenson), Peter Pan (J. M. Barrie), Winnie the Pooh (A. A. Milne), Kim de la India (R. Kipling), Lejos de África (I. Dinesen), La educación de Pequeño Árbol (Forrest Carter). Miguel Street (V. S. Naipaul), Huracán en Jamaica (R. Hughes), La hija del capitán (A. Pushkin), Michael Kohlhaas (H. von Kleist), Ethan Frome (E. Wharton), Mi Ántonia (W. Cather), Música para camaleones (T. Capote), Moonfleet (J. M. Falkner), Hugo y Klaus (A. Kristov) … hay muchísimos más. Si esta selección la hiciese mañana, se me ocurrirían otros títulos distintos. Y dentro de un rato diré: ¿Cómo se me ha podido olvidar este? De todos modos, yo he leído más cuentos que novelas. Y mis cuentistas favoritos podrían ser: Jack London, Hemingway, Bradbury, Chejov, Poe, Ambrose Bierce, Stephen Crane, O’Henry, Salinger, Truman Capote, Carver, Cheever, Kipling, Conrad, Saki, Roald Dahl, Wells, Lord Dunsany, Turgueniev, Tolstoi, Isak Babel, Hoffman, Kleist, Hauff, Isak Dinesen, Bashevis Singer, Mrozek, Cortázar, Manuel Peyrou, García Márquez, Julio Ramón Ribeyro, Horacio Quiroga, Marco Denevi, Abelardo Castillo, Carpentier, Miguel Torga, Dino Buzzati, Papini, Fernández Flórez, Aldecoa, Cunqueiro, García Pavón, Jiménez Lozano… También me temo que me dejo unos cuantos. Por otra parte, la práctica de la literatura me ha permitido conocer y tratar a algunos escritores a los que quiero y admiro mucho: Andrés Trapiello, Luis Mateo Díez, José María Merino, Juan Pedro Aparicio, mis amigos de La Discreta… Y ahora algunas películas: Barbarroja y Dersu Uzala (A. Kurosawa), Luces de la ciudad (C. Chaplin), Jezabel (W. Wyler), Dos en la carretera (S. Donen), Pequeño Gran Hombre (A. Penn), Camelot (J. Logan), Forrest Gump (R. Zemeckis), Mi tío Jacinto (L. Vajda), Narciso negro (Powell & Pressburger), Los muertos (J. Huston) … muchísimas más. Y pintores: Patinir, Leonardo, Hokusai, G. D. Friedrich, Van Gogh, Norman Rockwell… También muchos más. Me gustan muchos pintores del siglo XX, en los que aprecio cierta vinculación con las viñetas de los tebeos (Hopper, Balthus, Chagall…). Creo que no es tanto que los dibujantes de cómic imiten a los pintores como que se produce un viaje de la pintura hacia el cómic. Me temo que me he extendido más de la cuenta en esta respuesta. Me gustan mucho las listas de autores y de obras, pero también me producen cierto desasosiego, porque en las ausencias se mezclan las voluntarias y las involuntarias, y parecen que todas son voluntarias.
¿Qué proyectos futuros tiene?
Me gustaría acabar unas cuantas cosas que tengo empezadas. Una novela de apariencia infantil, pero para todas las edades, una investigación mitológico-antropológica, varios libros de cuentos ya medio escritos…
Si tuviera que cerrar esta entrevista con uno de sus haikus, ¿cuál elegiría?
Quizá el último, por el hecho de ser el último:
Meditación.
Mientras la mente calla
las venas laten.