Escritor en gallego y castellano, poeta, aforista, ensayista y crítico literario, Ricardo Martínez-Conde, autor de una diversa y abundante bibliografía, nos ofrece en La poesía como representación (Poética/Poiesis), libro publicado en 2020, su personal concepción del “Ars poética”. Y lo hace tratando el tema a modo de juicio particular y potestativo, más que pretendiendo establecer una preceptiva general. No se trata, por tanto, de dictar las normas estilísticas de una poética común, sino de manifestar y poner en claro cuál es el gusto estético y cuáles son los principios esenciales que determinan y definen la composición de su propia poesía. Excelente oportunidad, pues, para conocer y apreciar los mecanismos íntimos que mueven no solo la obra lírica, sino también la obra literaria del autor. Porque parece difícil poder separar una de otra y, todavía más, siendo Martínez-Conde un autor coherente y bien definido en sus ideas y propósitos literarios, tal como se percibe y comprueba en La poesía como representación (Poética / Poiesis).
A modo de Oráculo manual graciano, Ricardo Martínez-Conde expone sus preceptos poéticos a través de breves máximas o proposiciones donde, con lenguaje depurado y reflexivo, belleza formal y estilo conciso, va enumerando aquellos aspectos y características que, según su juicio estético, deberán formar parte de la poiesis o capacidad generadora del poeta para lograr que su mundo y sentimiento poéticos se determinen y se manifiesten en moldes líricos.
Dentro de los elementos primordiales que se ocupan de conformar el poema, Martínez-Conde presta especial atención al lenguaje, a la palabra que urde el verso y constituye el fundamento esencial de comunicación del poeta. “¿Cómo ha de ser la voz de la poesía? Ha de ser ligera, transparente, limpia como las hojas nuevas», nos explica. Pero precisará todavía mas: “La textura de las palabras ha de ser dúctil pero firme en su unidad. Y acaso no le sentase mal algo de brillo, un brillo seco, sobrio”. Palabra limpia y sobria que, además, se habrá de utilizar con mesura y conocimiento: “Ni ascender ni descender más allá del silencio discreto en que guardan su calor las palabras. Y de ahí seleccionar, ponderar, aquellas que han de servir para expresar lo que la inteligencia y el corazón desean». De este modo, la primera declaración de principios estéticos queda formulada.
En cuanto a la forma, Ricardo Martínez-Conde nos dice que “La forma es el fondo», que el “decir» y lo “dicho” son inseparables en el poema. Que, por ello, “El tema, en puridad, no existe. Es el decir el que interesa, el que conforma la belleza y la tragedia”. Afirmación que nos sitúa ante una manifiesta convicción de carácter esteticista, que descarta, por otra parte, el artificio de la rima para quedarse solo con el ritmo del verso: “El ritmo de una música que transcurra como el agua ensimismada; y a la vez locuaz».
Sustenta Martínez-Conde que “el verso no nace, despierta tan solo”, puesto que “El poema ya existía. El poeta es únicamente su intérprete”. Mas tales afirmaciones no nos remiten a místicos arrobos líricos, sino a una lenta y profunda elaboración de la materia poética en la intimidad de su creador, porque, en definitiva, se nos dirá también que “El poema es una percepción —reflexionada— donde filosofía e instinto se dan cita para urdir una convicción” o, en el mismo sentido, “La pasión ha de salir de él, no llegar antes de su concepción” y que ha de ser “un canto sencillo. Pero, a la vez, de elegancia, reflexivo. “Un canto de pensamiento”. Sensibilidad, rigor e introspección, he ahí las claves fundacionales del poema; entendido este como elevada y exclusiva manifestación del ser nuclear de las cosas: “el poema refuerza un código de exclusividad, esto es, lo que se dice de una forma poética solo podía haberse dicho así y únicamente de la manera que se ha expresado”.
¿Y el poeta? “Hay una pluma que anota y corrige y se demora con el pensamiento, que es el mirar silencioso del poeta. El mirar como un atributo y una deuda. El mirar como un don». Un mirar y un existir de condición trascendente, ensimismada y solitaria. El poeta como voz privilegiada y desveladora: “Del ser del poeta el lector ha de deducir el ser del desnudo. […] una naturaleza simbólica, única. Y de ello la acuciante necesidad de conocer, la percepción de un sentir a solas.
Mas el creador del texto lírico no es el único elemento importante para la visión literaria de Ricardo Martínez, pues entiende, no sin causa justificada, que poco o nada sería la obra del poeta sin la co-laboración del lector, ese Otro que completa y culmina el decir, el desvelar propio de la voz poética. Y me remito aquí a un comentario que escribí sobre este tema hace algún tiempo analizando otra obra del autor: “Si algo caracteriza la escritura de Ricardo Martínez-Conde es su forma elegante y el escrupuloso respeto con el que asume la idea de otredad, en el sentido que la entendía E. Lévinas: ser-para-el-otro. O lo que es equivalente en literatura: escribir reconociendo siempre al Otro, el lector, ese destinatario al que Martínez-Conde considera el segundo protagonista y re-creador de la obra».
Obra abarcadora, de intención totalizante, que reivindica la soledad, el silencio y un cierto estado afín a la melancolía para desarrollarse. Soledad trascendente del poeta: “La poesía desde sus inicios, la expresión de la soledad universal”. Silencio absorto y generador: “El silencio hace el poema. Lo define. Le otorga su significación”. Y vuelvo a reproducir otro párrafo del ya citado análisis mío anterior, en el que buscaba describir el particular entendimiento que tiene Ricardo Martínez del factor melancolía, que creo
él concibe “como un don devenido, una identidad alcanzada por la inteligencia y un corazón sensibles. Una a modo de aristocracia del Sólo, heredera del dandismo baudeleriano, exquisito y lúcido, con su leal culto al yo, que adquiere conciencia de la condición humana a través del spleen o talante melancólico”.
Un arte poética, la que nos ofrece Ricardo Martínez-Conde en La poesía como representación (Poética/Poiesis), meditada y muy personal, con aportaciones originales y escrita, como no podía ser de otro modo, siguiendo los requerimientos de esas mismas
reglas que enumera y describe. Normas literarias de un escritor experto y lúcido que ha querido ofrecer a sus lectores su pensamiento estético y desvelar la poiesis de su poesia y obra literaria general, pormenorizando y exponiendo esos elementos creativos que no siempre resultan fáciles de distinguir sin alguna guía orientativa. Una nueva y feliz cortesía de un autor que merece ser leído con atención y, sin duda alguna, con placer.