El 26 de agosto se cumplió un siglo de la aprobación de la 19 enmienda a la Constitución que permitió votar a las estadounidenses.
En el camino quedaron detenciones, abucheos, persecución, pero finalmente las norteamericanas lograron su más preciado tesoro: el voto, que obtuvieron el 26 de agosto de 1920, once años antes de que las españolas tuvieran acceso a las urnas. Todo empezó con una masiva reunión en el estado de Nueva York, a la que, por cierto, acudieron algunos hombres.
Primera convención de mujeres en los Estados Unidos de América
El 20 de julio de 1848, la primera convención por los derechos de la mujer celebrada en los EE. UU, y que tuvo lugar en Seneca Falls, Nueva York, cambió para siempre las cosas. La mayoría de las asistentes salieron de allí sintiendo que algo se había roto dentro de ellas. Posiblemente, algunas se pellizcaron para comprobar que lo ocurrido en aquel masivo encuentro no era un sueño. Allí se habían abordado cuestiones que echaban por tierra muchos principios. Las proclamas y promesas de cambio habían encendido una luz en sus mentes. Por fin las mujeres se organizaban abiertamente, hablaban de cambiar las cosas, de luchar por el sufragio femenino… Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, dos líderes con carisma y magnetismo, oradoras extraordinarias y feministas convencidas, responsables de la multitudinaria asamblea, espolearon la causa feminista. La idea de poder alterar el orden establecido echó raíces en aquella primera convención que allanó el camino para exigir el derecho al voto.
Un barco fletado por las sufragistas contra Lady Liberty
El 28 de octubre de 1886, durante la ceremonia de inauguración de la Estatua de la Libertad, los silbidos de los barcos de vapor y los cañonazos en el puerto de Nueva York acallaban las protestas de las sufragistas que, desde una embarcación fletada por ellas, exhibían pancartas de protesta. Otros barcos rodeaban la Isla Bedloe (hoy Liberty Island) para celebrar tan histórico día. La Asociación de Sufragio de Mujeres del Estado de Nueva York no había podido obtener entrada para asistir al acto al tratarse de damas «no acompañadas», según se excusó el Servicio de Parques Nacionales. Y allí están ellas, a bordo de su embarcación, intentando hacerse oír. Agrupadas con sus vestidos negros, su piel blanca como la nieve y la indignación pintada en el rostro. Haber elegido una figura femenina como símbolo de la libertad era el gran sarcasmo del siglo xix, pensaban. Todas ellas contemplan el coloso de 45 metros sujetando en una mano la antorcha y en la otra las tablas de la ley. ¿Qué ley? — reflexionaban— ¿La que no amparaba los derechos de las mujeres? Matilda Joslyn Gage, una conocida activista que había confesado «haber nacido con un odio especial hacia la opresión», encabezaba el grupo. Había hecho de su batalla por el sufragio femenino y el abolicionismo sus leitmotiv. Tal vez aquel día no logró su objetivo, pero sin duda fue un pilar por la lucha de las estadounidenses por el derecho al voto. Con el tiempo muchas otras activistas acabaron por comprender que aquella estatua era el mejor lugar posible para exigir lo que tanto tiempo llevaban negándoles. Y así en 1916, después de que una propuesta para otorgar el sufragio femenino en Nueva York fracasara en las urnas, un grupo de activistas aprovechó la visita del presidente Woodrow Wilson a Lady Liberty para tirar miles de folletos desde un biplano en los que podía leerse estas tres palabras: «Votes For Women!».
Victoria Woodhull: Primera mujer en la historia en hablar en el Congreso de los EE.UU
Entre todas las luchadoras por la igualdad, hubo una que descolló por su inteligencia, por su osadía, y por qué no decirlo, por su belleza, atributo que no siempre acompañó a las sufragistas. Victoria Woodhull enfocó el asunto del voto como ninguna otra mujer lo había hecho. Aquel histórico día de 1871 en que habló ante un comité del Congreso de los EE. UU, (fue la primera en hacerlo) lo dejó bien claro: las mujeres ya tenían el derecho de votar, solo tenían que utilizarlo, pues la 14 y 15 enmiendas a la Constitución garantizaban ese derecho a todos los ciudadanos. Su argumento atrajo la atención pública hacia el sufragio femenino como nunca lo había hecho. Los periódicos cubrieron su célebre discurso, en el que hizo gala de su magnetismo… Las líderes sufragistas sucumbieron a su original enfoque: «Querida Victoria, acabo de leer tu discurso. Está por delante de todo lo dicho o escrito, bendita sea tu querida alma por cuanto estás haciendo para ayudar a romper las cadenas que nos atan», escribió Susan B. Anthony al saber de su comparecencia en el Congreso. La guerra por el sufragio tenía un nuevo caudillo. Su vida fue una sucesión de altibajos. Pasó de la pobreza a la riqueza, se casó tres veces, fundó una agencia bursátil en Wall Street y un periódico, se presentó candidata a la presidencia del país, fue venerada, apresada, pero su figura y sus proclamas fueron cruciales para la lucha por el sufragio femenino.
Pedaleando por la igualdad
En 1893 Frances Willard estaba en la cúspide de su poder e influencia como líder del movimiento de la mujer. Su vida se hallaba centrada en las 18 y 19 enmiendas a la Constitución. Como presidenta de la Unión Cristiana de la Mujer, guiaba sus pasos bajo la consigna: «hacer de todo». En sus charlas animaba a sus miembros a participar en una amplia gama de reformas sociales. Cuestiones como las mejoras en la jornada de trabajo, la reforma penitenciaria o la igualdad ocupaban sus días. En 1860 había fundado el Evanston Ladies’ College que más tarde sería una de las universidades femeninas más importantes del país, había viajado extensamente para participar en el movimiento por el sufragio femenino. Solo en 1874, recorrió 48.000 km. pronunciando discursos. Pero fue la bicicleta su particular forma de protesta. Cuando su médico le recomendó hacer algo de ejercicio, ella, a sus 53 años, halló la excusa perfecta para aprender a dominar el vehículo que las luchadoras por la igualdad habían erigido en su símbolo. «Aquella que logre dominar la bicicleta ganará el dominio de la vida», declaró. Frances Willard fue uno de los grandes pilares del sufragio femenino.
«El primer deber de una escritora es matar al ángel del hogar», afirmó Virginia Woolf. Palabras como esas calaron en mujeres como Belva Lockwood, una de las primeras abogadas de los EE. UU y que pasó a la historia al presentarse como candidata a la presidencia del país (doce años después de que lo hiciera Victoria Woodhull). Esta intelectual y luchadora derribó las barreras de género. Siendo maestra de escuela decidió estudiar derecho mucho antes de que las mujeres fueran admitidas en las universidades. Tras graduarse y empezar a trabajar, reparó en el hecho de que sus colegas solían entregar los documentos en bicicleta y decidió hacer lo mismo. A finales de los 70’ ya era una figura popular en Washington DC, siempre ataviada con un largo vestido oscuro y al manillar de un estrafalario ciclo de enormes ruedas. Levantó tal revuelo que el mismísimo presidente Cleveland emitió un edicto aconsejando a las esposas de los miembros de su gabinete abstenerse de usar la bicicleta. En 1879 fue la primera mujer admitida para ejercer ante la Corte Suprema y cinco años después volvió a ocupar los titulares al dirigirse a la oficina de correos para enviar su carta aceptando su nominación como candidata presidencial. Recibió más de 4.000 votos, una hazaña nada desdeñable.
Susan B. Anthony: Una lucha sin cuartel
«Haced entender a vuestros empleadores que estáis a su servicio como trabajadoras no como mujeres». Esta líder por la igualdad pensaba que la lucha debía extenderse a todos los ámbitos, no solo al sufragio. Fue también partidaria de la bicicleta como símbolo del levantamiento femenino: «Déjeme decirle lo que pienso de ciclismo: creo que ha hecho más por emancipar a las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo», declaró. Fue, trabajando como profesora en una escuela de Nueva York, donde al negarse a trabajar por menos sueldo que el percibido por sus colegas masculinos, se encendió en ella la chispa de la igualdad. Pero tras conocer a Elizabeth Cady Stanton, la feminista que había dirigido la Convención de Séneca Falls, quedó contagiada del carisma de aquella luchadora. Ambas se convirtieron en compañeras inseparables, y en iconos del movimiento sufragista durante cinco décadas. Catorce años después de la muerte de Susan B. Anthony, las estadounidenses lograron al fin en el derecho al voto.
Lucy Stone: una piedra angular de la causa femenina
Cuando en 1868 Lucy Stone fundó la Asociación americana pro Sufragio de la Mujer, no imaginaba el impacto que tendría aquella iniciativa. Fue la primera vecina de Massachusetts en obtener un grado académico y una de las primeras en dirigirse a grandes audiencias abordando la causa de la igualdad en una época en la que se intentaba impedir que las mujeres hablaran en público. Fue, además, la primera estadounidense registrada que mantuvo su apellido después del matrimonio. En 1850, dos años después de la Convención de Séneca Falls, ella organizó la primera Convención Nacional por los derechos de la mujer en Worcester, Massachusetts, donde conocería a su marido. Luce Stone compareció ante diferentes instancias políticas solicitando el derecho de voto y fundó un célebre semanal: el Woman’s Journal. Siete años antes de fundar la Asociación pro Sufragio de la Mujer, presidía la Asociación de Mujeres de Nueva Jersey. Fue, además, una luchadora contra la esclavitud toda su vida y promovió la 13 enmienda a la Constitución que abolió la esclavitud en 1865.
Fanny Bullock Workman: “Voto a la mujer” a 6000 metros de altura
No todas las defensoras del sufragio femenino manifestaron sus opiniones a golpe de pancarta o en multitudinarios desfiles. Fanny Bullock Workman, por ejemplo, lo hizo demostrando que la mujer era tan apta como el hombre para lo que se propusiera. Lo hizo recorriendo medio planeta en bicicleta y escalando las cumbres más elevadas. Fue la primera mujer estadounidense invitada a dar una conferencia en la Sorbona de París y la segunda en hacerlo en la Royal Geographical Society de Londres. Para ella, la vida se resumía a una sucesión de retos que había que superar y siempre estuvo a la altura de sus propias metas, aunque estas alcanzaran alturas improbables para el común de los mortales. Siempre al límite de su resistencia, al filo de lo imposible, jamás incluyó la palabra mediocridad en el diccionario de su vida. Asombró al mundo pedaleando por los desiertos y proclamó su apoyo al sufragio universal a más de 6.000 metros de altura, exhibiendo una pancarta cuyas cuatro palabras: «voto para la mujer», resumían su concepto de la vida, porque participar para ella fue sinónimo de sentirse viva. Fue, a su manera, una original y eficaz luchadora por el voto femenino.
Fuente: Ediciones Casiopea. Esta información está extraída de los libros: Reinas de la Carretera, y Damas de Manhattan, ambos de Pilar Tejera y publicados por Ediciones Casiopea, sello que también recoge la biografía de Victoria Woodhull.