Nada más provechoso pueden recibir los hombres que el buen juicio y la mente sabia Sófocles. Electra
Algo que podemos aprender de la historia, sobre todo si escudriñamos con atención sus recovecos, es que todos los tiempos han sido difíciles. Siempre han estado presentes las incertidumbres ante el futuro y el temor ante los males, insuficiencias, abusos y problemas del presente… pero afortunadamente siempre ha habido ‘hombres alerta’ que han sabido enfrentarse a los desafíos con inteligencia y audacia. En tanto que otros, se han mostrado notoriamente incapaces de apreciar la magnitud de los problemas.
Verdaderamente, la confianza en la razón fue un paso al frente decisivo. La curiosidad intelectual es un buen apoyo para adentrarse por la senda del conocimiento. Cada época, cada momento histórico invita a resolver algunos problemas y atreverse a desentrañar algunos enigmas.
Se puede y se debe aprender de la historia. Uno de los errores más comunes y desastrosos del presente es su desconocimiento… lo que nos hace tropezar, una y otra vez, en la misma piedra.
La figura de Solón de Atenas (640 – 558 a.C.) es una muestra palpable de lo mucho que se puede aprender del pasado, interrogándolo con habilidad.
Vivimos tiempos de incertidumbre. Hay quien habla, incluso, de que hemos entrado o estamos a punto de entrar, en una etapa impredecible, que podríamos denominar post democrática. Precisamente, por eso, es más útil que nunca preguntarnos ¿cómo y por qué surgió la democracia ateniense?, ¿a qué problemas pretendió dar solución y quiénes fueron sus precursores?
No es baladí, desde luego, conocer el itinerario tortuoso que recorrieron quienes hicieron posible su advenimiento y crearon las condiciones para que arraigara y llegara a ser considerada una seña de identidad inequívoca de la polis.
Solón fue un excelente y concienzudo estadista. Su prestigio fue enorme y es uno y quizás, el más conocido de los siete sabios de Grecia. ¿En qué consistió su mérito? Principalmente en que supo hacer frente a la crítica situación social de Atenas y, puso en marcha, una serie de medidas encaminadas a resolverla.
La propiedad privada y, muy especialmente, el abuso de ella es un factor innegable de inestabilidad social. La acumulación de tierras y el poder excesivo en manos de la aristocracia era el problema más agudo que amenazaba la ciudad de Atenas. Por otra parte, unas leyes arcaicas y clasistas posibilitaban que los campesinos perdieran sus porciones de tierra e incluso su libertad, ya que estaba extendido el principio de que quien no podía hacer frente a los abusivos compromisos adquiridos, se convertía en esclavo.
Una pregunta de no poca enjundia es ¿para qué sirve el poder?, ¿qué puede hacerse con el poder? Soy consciente de que las respuestas son innumerables. Más quiero hacer hincapié en que bien administrado sirve para resolver problemas, para darse cuenta de lo que se nos viene encima y diseñar salidas que pretendan, ante todo, el bienestar social y la convivencia.
Para Solón legislar no era otra cosa que adoptar medidas dirigidas al bien común. Era consciente de los riesgos. Me sigue asombrando su clarividencia cuando afirmaba que ‘en asuntos importantes es difícil agradar a todos’. En tesituras arriesgadas supo estar, desde luego, a la altura de las circunstancias aunque, como es lógico, se granjeara la enemistad de quienes veían en peligro sus privilegios.
Sucintamente, veamos como procedió: suprimió las deudas e hipotecas e impidió que la imposibilidad de hacer frente a los pagos, acarreara la esclavitud. Razonablemente, limitó la extensión de las propiedades y, por no citar más que otra medida complementaria, prohibió los contratos que implicaban la pérdida de la libertad.
Su legado más conocido es la reforma de la Constitución ateniense. Otra lección de inteligencia es que cuando la realidad social desborda los límites establecidos en un texto constitucional, heredero de una tradición consuetudinaria, lo más inteligente, beneficioso para el bien común y necesario es proceder a su reforma para abrir nuevos horizontes y abandonar los manidos círculos concéntricos que empujaban a la ciudad a la decadencia y al inmovilismo.
Dentro de los límites de la imperfecta pre-democracia ateniense, las decisiones adoptadas fueron valientes y audaces. Todos los ciudadanos adquirieron el derecho a tener voz y voto en la Asamblea (como sabemos, estaban excluidos, las mujeres, los esclavos y los metecos). Creó el Consejo, una especie de órgano intermedio, entre la Asamblea y el Areópago, es decir, estableció una serie de pesos y contrapesos para equilibrar, aceptablemente, el poder.
Solón, en cierto modo, fue también un filósofo que incidió, al igual que otros, en lo que podríamos llamar ‘una vida sin equipaje’ o lo que es lo mismo la austeridad y un desapego de las riquezas y del lujo.
Es un detalle de inequívoca modernidad su sensibilidad y solidaridad con los explotados, así como, su sentido de la justicia. Lo que le llevó, por ejemplo, a diseñar y legislar repartiendo las propiedades excesivas.
Concedió una importancia angular a la virtud (areté). En cierto modo, es también un precedente de los valores republicanos. Podríamos preguntarnos ¿para qué sirve la virtud? Solón hubiera respondido que para hacer socialmente llevadera la vida en común. No es posible o al menos Solón no concebía la felicidad sin una correspondencia con la igualdad social y el equilibrio.
Apuntemos brevemente, alguno de los logros que se desprendieron de sus reformas como el crecimiento económico y el incremento de los vínculos de relación entre el ciudadano y el Estado.
Quisiera, no obstante, hacer hincapié en una de sus actuaciones, que a veces pasa desapercibida. Estableció, por primera vez, la igualdad de los ciudadanos ante la Ley (isonomía). Este quizás sea el rasgo que más lo vincula con la democracia ateniense del Siglo de Pericles.
Solón supo adoptar la razón por guía y actuó con el convencimiento de que había que hacer, no lo que fuera más agradable o popular, sino lo mejor para el bien común y para el prestigio de Ateas.
Al valorar los aspectos encomiables de su figura, no puedo dejar de mencionar una sentencia de Plutarco en su Moralia ‘la mejor forma de gobierno es aquella que escucha, principalmente a las leyes y, mínimamente, a los oradores’. Y es que tanto en el pasado como en el presente los demagogos y sus proclamas son quienes ponen en peligro la estabilidad y el funcionamiento de la arquitectura social y su solidez.
No olvidemos que lo que podríamos llamar el pensamiento de Solón, si hubiera que definirlo con una sola palabra, esta sería (eunomía) ¿En qué consiste? En el buen orden y el buen gobierno, o lo que es lo mismo, los dirigentes deben respetar a los ciudadanos, especialmente a los más débiles, y el pueblo debe obedecer las leyes.
Otro rasgo que convierte a Solón en una figura actual y atractiva fue su decidida actuación para separar el gobierno de la ciudad de la religión. Lo llegó a formular de forma inequívoca, aunque sutil ‘la justicia social solo se logra si es elaborada por el hombre’
Las leyes solonianas en un principio fueron colocadas en la Acrópolis ateniense pero cuando fueron destruidas por los persas se reconstruyeron, y tras pasar, efímeramente, por varios lugares. Terminaron en el Pitraneo, es decir, donde estaba la sede del poder ejecutivo, que por cierto es quien, en primer lugar, debía tenerlas en cuenta.
Sus reformas, en buena medida, atraviesan como una flecha que apunta al blanco, distintos modelos de sociedad, poniendo de manifiesto que fue un adelantado y que supo vislumbrar un futuro de cohesión social presidido por la equidad.
Me atrevo a destacar especialmente, que antes de estas modificaciones legislativas, la vida de los hijos pertenecía a los padres, que podían arrebatársela si lo consideraban necesario. Evidentemente, fue un logro como lo fue también prohibir la mendicidad infantil.
Antes de finalizar quisiera poner de relieve que Solón fue el responsable de acuñar las primeras monedas atenienses, que por cierto llevaban la lechuza y el olivo y estaban fabricadas con plata de calidad procedente de las minas del Laurio.
Hemos comentado que fue ‘un hombre alerta’ y, por tanto, percibió con nitidez que otras polis acuñaban moneda y que esto suponía una posición desfavorable para Atenas, especialmente en lo referente al comercio. Una decisión como esta, tomada a tiempo, permitió invertir la posición desfavorable de partida.
¿Cómo vemos a Solón hoy? Como un adelantado, como un sabio con visión de futuro que, ante todo, supo otorgar a los ciudadanos libres la capacidad necesaria para ejercer sus derechos. Por esto, no es exagerado afirmar que es probablemente el inventor de la Democracia o, al menos, quien concibió un esbozo más completo antes del Siglo de Pericles.
El tiempo es muchas veces quien da y quita méritos a las acciones de los hombres, quien los ensalza o los deja caer en el olvido. Las reformas legislativas y políticas de Solón resultaron decisivas en la Antigua Grecia y su figura fue recordada siglos más tarde como nos lo demuestran los bustos helenísticos en su memoria.
Supo hacer frente a problemas que se repiten, una y otra vez, a lo largo de la historia como la pobreza, la inestabilidad y la desigualdad social y lo hizo además de forma inteligente y equitativa, buscando el bien común y la estabilidad. Me sigue produciendo una mezcla de admiración y de respeto su abolición de la esclavitud por deudas o la reforma que llevó a término de la Constitución ateniense.
El tiempo es puro fluir. Muchas cosas cambian, pero no es menos cierto, que otras muchas permanecen, quizás porque sean inherentes a la condición humana, a sus diversas formas de agruparse y de constituir relaciones políticas estables.
Los maestros latinos nos advirtieron, sabiamente, que la historia es maestra de la vida.
A veces, me da por pensar que Solón de Atenas es una metáfora retrospectiva cuyo profundo significado, eliminando las adherencias superfluas, nos toca descifrar a nosotros ‘aquí y ahora’.