De cuando en cuando, me gusta leer y releer a Séneca, especialmente sus Cartas a Lucilio. Me proporcionan serenidad de ánimo y me apartan momentáneamente de otras preocupaciones.
Aprendí a entusiasmarme con los clásicos gracias a algunos sabios que me condujeron, certeramente, hasta ellos. Podría referirme a Marcello Gigante o a Emilio Lledó pero ha habido otros que han sabido despertar mi interés con su inteligencia y sensibilidad.
El género epistolar ha sido tremendamente útil a lo largo de la Historia. En cualquier periodo me gusta tener acceso a Las Cartas, porque en ellas se ponen de manifiesto aspectos que podríamos calificar de intrahistóricos y que complementan la descripción e interpretación de los hechos.
No sé porque hemos dejado de escribir cartas. Los textos manuscritos están desapareciendo… y toda una concepción del mundo se está yendo con ellos, empobreciéndolo todo.
No podemos pasarnos de un número limitadísimo de caracteres. Recurrimos a los emoticonos para expresar estados de ánimo y emociones aunque estereotipadas y sin la menor originalidad. La ortografía, con la excusa de ahorrar espacio, es un auténtico desastre que ya va causando estragos en las enseñanzas medias, en la universidad y alcanza, incluso, a más de un profesional y algunos profesores.
En medio de este clima lúgubre Seneca me parece un auténtico oasis de pensamiento crítico, de sabiduría y de alguien que dedica lo mejor de su tiempo a pensar sobre la vida más conveniente, sobre lo que puede hacernos fuertes de ánimo y sobre lo que da sentido a la existencia.
Con frecuencia, me asalta la pregunta ¿qué es un clásico? alguien que permanece vivo, pese al paso del tiempo, que tiene algo nuevo que decir a nuestra generación, después de haberle abierto los ojos a otras muchas y, sobre todo, nos ayuda a vivir, a pensar y nos impulsa a ser mejores.
Dialogar con mentes preclaras del pasado es imprescindible para entender el presente y para entendernos a nosotros mismos, frente a tanto adanismo que por tener los pies de barro es frágil y se desmorona con extrema facilidad… hemos de hacer una lectura del pasado y de la tradición para saber a qué atenernos.
Regresemos a Séneca y a sus Epístolas a Lucilio. Creo que sobre el filósofo estoico circulan una serie de tópicos que lo simplifican y desdibujan. No renunció a la política, influyendo en la toma de decisiones de importantes personajes en época de Calígula, Claudio y Nerón, del que fue preceptor. Por cierto, Nerón es otro personaje tergiversado del que se ignora casi todo y su figura se reduce a gastados tópicos que no se sostienen.
Al parecer, Séneca tomó parte en la conspiración de Pisón… aceptó las consecuencias del fracaso y se suicidó con valentía y serenidad.
Hay quien ha metido el bisturí a fondo para situarlo en su contexto, con rigor y para conocerlo por dentro. Ahí está el espléndido texto de María Zambrano: El pensamiento vivo de Séneca o el de Juan Carlos García-Borrón Seneca y los Estoicos, lecturas que, sin duda, serán muy útiles para ponernos a salvo de imágenes simplistas, manidas y estereotipadas.
Hay más. Puede sostenerse, sin exageración que Séneca fue un heterodoxo, un pensador ‘sui generis’ que bebe en la tradición, pero que le gusta pensar por sí mismo y extraer sus propias conclusiones. Entendía la moral como practica y afirmaba, abiertamente, que la Filosofía puede y debe auxiliarnos en la búsqueda de un camino recto y consecuente. Fue, en cierto modo, un precursor del racionalismo. Creyó con firmeza en la dignidad de la persona. Poseía recios y firmes valores republicanos y pensaba que había que afrontar el sufrimiento y derrotarlo en la medida de lo posible para que no fuera él el que nos doblegara a nosotros.
Conviene no olvidar que quizás Séneca resulta atractivo porque íntimamente es un personaje contradictorio y, en parte por eso, tiene un halo de modernidad inconfundible. Como estoico era cosmopolita y defendía la igualdad natural de los hombres, por consiguiente, su posicionamiento contra la esclavitud es nítido y sin fisuras.
No sólo no renunciaba sino que apreciaba en lo que vale, transmitir a otros sus experiencias, valores, ideas y conocimientos. En las Cartas a Lucilio se ponen de manifiesto rasgos esenciales de su carácter pero, también, un afán pedagógico por contribuir a la formación de Lucilio y dotarlo de instrumentos para encauzar y dirigir su propia vida.
Demos ahora, la voz al propio Séneca, y apreciemos lo provechoso de sus enseñanzas. La moral, por supuesto, no se enseña, se practica. Una reflexión sobre lo que acaece resulta extremadamente útil para tomar las decisiones adecuadas. Así advierte que ‘la Filosofía es a la vez saludable y sabrosa o piensa que este a quien llamas esclavo nació de tu misma semilla, goza del mismo cielo, respira el mismo aire, vive y muere igual que tu. Puede suceder que él te vea esclavo alguna vez, y algún día tu le veas libre a él’. O por no citar más que un último consejo ‘ningún viento será bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina’. No hemos espigado más que unos cuantos ejemplos, invitamos al lector a que lea y repase las Cartas a Lucilio y extraiga por sí mismo, del pozo de la sabiduría, el agua que necesite para calmar su sed.
Se suele afirmar, no sin cierta ligereza, que Seneca fue un filósofo estoico. Como mínimo, habría que matizar que del estoicismo nuevo o romano, ya que llevó a cabo aportaciones significativas al tradicional, por ejemplo, no se ha insistido lo suficiente en sus influencias platónicas, epicúreas o escépticas lo que en realidad hace de él un pensador ecléctico.
Tampoco está lejos del intelectualismo moral socrático. Afirma en más de una ocasión que la virtud humana, por excelencia, no es otra que la frónesis o prudencia moral que favorece especialmente que se tomen las decisiones justas y equilibradas.
Intenta seguir a raja tabla el precepto de ‘Procura vivir en un acuerdo razonable con la naturaleza’. Otro rasgo que le da un inequívoco aire de modernidad es que cree en una moral autónoma, importando más la buena voluntad que el éxito o fracaso de las acciones. Su confianza en el poder de la razón, es paralela a su indiferencia ante las convenciones sociales.
Lucio Anneo Séneca parece entregarse gozoso al ‘amor fati’ aceptando de buen grado el destino, porque contra lo que no se puede luchar, es inútil el esfuerzo.
Espero haber logrado despertar la curiosidad del lector por releer a Séneca. Aún me queda algo más que decir. Es extremada su agudeza e inteligencia cuando afirma que ‘no es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho’ o ‘hace falta toda una vida para aprender a vivir’
Para él la Filosofía es la ciencia de la conducta. Todo hombre que busque y pretenda su realización dirigirá sus pasos a lograr el domino de sí mismo.
Uno de sus pensadores predilectos fue Epicuro. En las Cartas a Lucilio hay abundantes citas del Filósofo del Jardín como por ejemplo, ‘Para muchos, haber ganado riquezas no fue el fin de sus miserias, sino el trueque de unas miserias por otras’
Concluyo aquí estas reflexiones no sin antes indicar que Seneca cómo dramaturgo me parece de un gran interés. Sus tragedias, Fedra o Medea, son sensiblemente distintas de los modelos griegos ya que la visión del mundo de los romanos, tiene otras preocupaciones esenciales y otras perspectivas para analizar los mitos y los símbolos. Esto, sin embargo, ha de quedar para una futura ocasión.