El insoportable sufrimiento causado por el Holocausto… siguió matando, décadas después, a supervivientes y familiares de las víctimas
Quizás mis numerosos libros han sido desvíos
necesarios para poder contar ‘aquello’
Sarah Kofman
Sarah Kofman (1934-1994) es una pensadora francesa, de vida atormentada, poco citada salvo en círculos universitarios, más una profesora de filosofía y escritora que merece la pena descubrir. Por diversos motivos… especialmente porque la sombra del Holocausto y sus consecuencias, la persiguió dolorosamente hasta llevarla al suicidio a los 60 años.
¿Se puede filosofar después de Auschwitz? La respuesta creo que pese a todo debe ser afirmativa, sin embargo, el recuerdo del Holocausto y el horror que significó, obligan a plantearse la racionalidad incluso lo que entendemos por cordura de otra manera, desde otros puntos de vista y con otros enfoques.
Para comprenderla y para explorar su yo profundo es harto elocuente asumir que como una herida abierta la acompañó siempre la detención de su padre, un rabino judío, tras ocupar los nazis París. Lo enviaron a Auschwitz. Fue uno más de los cientos de miles, de los millones de torturados y asesinados por un régimen que hizo del horror, la tortura y el asesinato una práctica cotidiana.
Su madre y ella pudieron salvarse gracias a la actitud valiente y generosa de unos vecinos que las ocultaron.
Sarah Inteligente y tenaz, destacó especialmente en la filosofía del lenguaje y en la hermenéutica, más toda su existencia estuvo girando alrededor de problemas de identidad como judía y de la presencia obsesiva de la sombra del padre.
En cierto modo, algunos de sus textos por lo desgarrados y escalofriantes, me recuerdan a mi admirado Primo Levi que no pudo soportar la inmensa angustia que lo aplastaba, lo destrozaba por dentro… y acabó suicidándose.
Sarah nació en París pero sus ancestros los tenía en Polonia. Pronto tuvo que enfrentarse a los incomprensibles y absurdos ataques antisemitas, especialmente tras el ascenso y propagación del nacional-socialismo.
Durante un tiempo se debatió en lo que podríamos llamar una crisis de identidad aguda, entre su condición de judía y su rechazo a las costumbres y tradiciones heredadas. Asimismo, quiso vivir como una joven francesa laica y moderna. Este conflicto lo vivió intensamente y queda abiertamente plasmado en varias de sus obras, especialmente en aquellas de mayor contenido autobiográfico. Sus enfrentamientos con el tradicionalismo de su madre la llevaron a querer seguir su propia línea existencial y estudiar filosofía pese a la radical oposición de su progenitora.
Su vida fue una lucha tantálica y agónica por comprender y asimilar la muerte del padre. El prestigio intelectual que alcanzó, su brillante carrera académica o el éxito de sus publicaciones… nunca la liberaron de lo que se puede considerar el leitmotiv de su vida, que conforme avanzaba se fue convirtiendo en recurrente y obsesivo.
Tras el Holocausto no sólo es imposible ser feliz, sino que hay que poner en duda incluso la cordura del ser humano como especie. El tiempo es un carro arrastrado por un buey que avanza lentamente, muy despacio. Como en las peores pesadillas no llega nunca a su destino sino que incesantemente, repite una y otra vez, el esfuerzo inútil.
Cuando el sufrimiento es intenso, la vida no es más que un despreciable harapo de tiempo. Sin saber ni el cómo ni el por qué, los inocentes participan del complejo de culpa… llega un momento en que racionalizar, comprender el mundo es imposible. Se tensa la cuerda y quebradiza como es, acaba por romperse abruptamente.
El mal y la angustia son tan viejos como el sufrimiento. Parece que todo se acelera antes de precipitarse en el abismo que tiene una forma laberíntica… y en lugar de salida siempre, desemboca en un campo de exterminio.
El miedo es el heraldo de la muerte. Podría decirse que vive entre dos existencias paralelas y que por eso mismo no pueden encontrarse, de ahí que su desaliento sea perenne e inagotable.
Como algunos críticos, sobre todo franceses, han comentado no sólo fue una pensadora sino una excelente escritora. Me la imagino sujetando el dolor con una mano, mientras que con la otra, conjura una y otra vez, sus fantasmas interiores. Solamente preguntándose mil veces el por qué encuentra alivio de la herida mal cicatrizada
aunque sea provisionalmente. Una imagen, que se repite incesantemente en sus pesadillas, es la de una cantante lírica que en un aria sufriente pretende ahuyentar el espanto.
Sarah Kofman se ve a sí misma como un viejo reloj caído en desuso y que es arrojado a las aguas cenagosas de un tiempo detenido en el horror. Una de sus obsesiones, mil veces formulada en sus escritos, es la necesidad de dar voz a las víctimas, a aquellos que ya no pueden hablar. Lo peor que puede hacerse con la faz más siniestra de la condición humana… es negarse a recordarla. Recordar nos preserva del olvido.
¿Cómo dar sentido a un texto? Tal vez no lo tenga, más hay que seguir buscándolo. Renunciar a esa explicación es darse por vencido y abrir un resquicio al horror. Interpretemos, por ejemplo, que el pensamiento único es una herencia lamentable del nacional-socialismo y de su ‘racionalidad perversa’, que pretende imponer una ideología supremacista y dar a las cosas, a las ideas y a la ciencia un sentido único. Todo laberinto es traumático pero siempre hay más de una salida. Frente a la condición totalitaria de los sistemas cerrados… la esperanza consiste en hallar un resquicio que conduzca a un sistema abierto. Los sistemas cerrados traen consigo violencia y barbarie y, pese a sus apelaciones al orden, son mucho más caóticos de lo que aparentan.
¿Qué autores y sistemas filosóficos le interesaron e inquietaron más? Por extraño que parezca uno de los pensadores a los que dedicó más espacio en su obra fue Sigmund Freud. Las acusaciones de misoginia han acompañado y todavía, acompañan al creador del método psicoanalítico ¿Cómo se enfrenta Sarah Kofman a las grandezas y miserias, a sus intuiciones, más también a sus contradicciones?
Es sencillamente apasionante. Quiere afirmar su identidad como mujer, se atreve a hacerse preguntas incómodas y, a sin necesidad de tumbarse en el diván, dialogar e incluso increpar los textos y el pensamiento de Freud sobre la condición femenina.
Con Marx y Nietzsche forma parte de lo que se ha dado en llamar ‘filosofía de la sospecha’. Sus textos han sido y siguen siendo fundamentales y lo suficientemente ‘escurridizos’ para invitar a una concienzuda labor hermenéutica.
Propongo la lectura de “El enigma de la mujer: con Freud o contra Freud” (trad. al castellano, Ed. Gedisa, Barcelona 1982). Es difícil que la lectura de este texto de Sarah Kofman, deje indiferente. Desde mi punto de vista, es plenamente dialéctico y me atrevería a decir que imprescindible. Su interés por Freud viene de muy atrás. Le interesó y mucho la estética freudiana y sus comentarios al respecto, especialmente su análisis de obras artísticas como “El Moisés” de Miguel Ángel. Es autora, asimismo, de “La infancia del arte” (trad. al castellano de 1973, Edit. Siglo XXI).
Algunas de sus obras son, desde luego, polémicas pero no han perdido actualidad ya que contienen aspectos de notable interés, sobre todo por lo que respecta a la filosofía del lenguaje. Es el suyo un pensamiento abiertamente critico con algunos de los ‘gigantes del pensamiento’ sometiéndolos a revisión y atreviéndose a ver en ellos ‘sus pros y sus contras’. Incorpora una visión heterodoxa e iconoclasta hacia el autor de “Genealogía de la moral”. Sarah Kofman se nos muestra escindida entre una atracción hacia el pensamiento nietzschiano, por una parte y un visceral rechazo hacia su antisemitismo y hacia los comentarios degradantes que hace de la mujer.
Abordarlo, profundizar en su pensamiento aforístico y a veces contradictorio así como intentar aproximarse, analíticamente, a sus desvaríos raciales, hace que sus obras sobre el forjador del superhombre y del crepúsculo de los ídolos sean firmes, reivindicativas y, a un tiempo, incorpora perspectivas muy originales. Propongo que se lea “El desprecio de los judíos: Nietzsche, los judíos, el antisemitismo” (trad. al castellano en 2003, Edic. Arena). Puede que sea casualidad o tal vez no, más considero un hecho que merece la pena valorar, que se suicidó –el suicidio suele ser un acto premeditado, consciente e intencional- el mismo día del 150º aniversario del nacimiento de Nietzsche. Es una fecha tan exacta que cuesta trabajo atribuirla a la mera casualidad.
Quienes tienen la paciencia de leer mis ensayos en Entreletras, pueden observar que cada cierto tiempo, traigo a colación a filósofos y pensadores, a los que no se les ha prestado la debida atención en su momento histórico. Con más razón cabría decir lo mismo de las filósofas, pues salvo raras excepciones, han sido sistemáticamente olvidadas, ninguneadas y apenas se tienen en cuenta sus aportaciones, que como en el caso de Sarah Kofman, son de un inequívoco valor en más de un campo del pensamiento.
Otra faceta suya en la que describe aspectos de su vida y que particularmente me parece de un incuestionable interés, es “Calle Ordener, Calle Labat”, con un excelente prologo del poeta y crítico francés Louis Aragon.
Considero que es importante citar, aunque sea a vuela pluma, que su labor docente la llevó a impartir sus conocimientos en prestigiosas universidades como la de Berkeley o la de Ginebra. Me parece igualmente reseñable, que ha participado en seminarios y pronunciado conferencias en universidades y foros de todo el mundo.
Inquieta y preocupada por el futuro de los estudios humanísticos participó en la reforma de la enseñanza de la filosofía en Francia, aportando sus conocimientos, análisis y puntos de vista.
En nuestro país es muy poco conocida, más fue una pensadora descollante. De hecho, su suicidio fue muy comentado llegando a adquirir un valor simbólico. Sus reflexiones en algunos aspectos están emparentadas con el Mayo francés, más en otros, van mucho más allá.
Su estilo no es frío ni académico, no cae en el amaneramiento, no disimula, por ejemplo, su desprecio al leer a Celine, por su antisemitismo visceral y grosero. Aprendió con dolor de sus experiencias vitales que escribir, entre otras cosas, es gestionar la heterogeneidad de la condición humana y de las diferentes interpretaciones del mundo. El Holocausto marcó su hoja de ruta, estaba convencida de que hay que defender, con uñas y dientes, los procedimientos y valores democráticos. Las experiencias históricas más duras e inhumanas como el nazismo o el fascismo, muestran bien a las claras, lo mucho que nos va en ello… y lo peligroso que es alimentar el huevo de la serpiente.
Antes de concluir, me parece oportuno extraer unas conclusiones aunque sea someramente. Es criminal dejar de combatir a quienes llevaron a cabo el Holocausto, es decir, el exterminio de todos los seres humanos a los que consideraban inferiores desde una supuesta superioridad racial.
La también filósofa Hannah Arendt, entre sus ideas y conceptos de mayor calado nos dejó el de ‘banalidad del mal’. Es un buen aviso para navegantes, el que no debemos ni podemos frivolizar con los totalitarismos criminales, ni darles la más mínima opción para que vuelvan a las andadas por irresponsabilidad, ignorancia culpable o dejación de nuestros deberes y compromisos democráticos.
Sarah Kofman terminó por mirar con ojos cansados la vida a fuerza de enfrentarse todos los días al recuerdo del horror. Suya es esa angustia y pesadilla de ‘creer que está muerta por dentro cuando todavía, vive’.
Nos ha legado, también, un método y unas consideraciones valiosísimas de carácter hermenéutico para enfrentarnos a los textos filosóficos. Todo texto filosófico posibilita diferentes interpretaciones. La realidad es plural. Por eso hay que interpretar su sentido… más nunca hacerlo de forma univoca.
Tal vez por eso, hay que enfrentarse, criticar y, si hace falta destruir los viejos sistemas… más hay una condición que es primordial para abordar con energía el futuro. No es otra que estar abiertos a lo nuevo… teniendo en cuenta, eso sí, el legado que nos proporciona la historia del pensamiento.
Hemos de asumir que somos, quienes ahora vivimos, responsables del porvenir y bajo ningún concepto podemos abdicar de nuestros compromisos con una visión humanista de la existencia.