noviembre de 2024 - VIII Año

Razones y valores de Nietzsche para superar la moral cristiana (y II)

Sin apreciar los valores,
No podría vivir ningún pueblo
Así hablaba Zaratustra

La propuesta de Nietzsche  sitúa la confianza en la razón cuyos juicios son también un fenómeno moral (parágrafo IV de Aurora) y, para evitar el oportunismo casual de cualquier subjetividad, en el aforismo 43 de la misma obra, exige al pensador dieciséis esfuerzos para acreditar su rigor, entre ellos destaca el espíritu de justicia, inducción, crítica, contemplación y amor a todo lo que existe. Los dieciséis recursos que postula son los compañeros de pensamiento que van a asistir al proceso de transvaloración de todos los valores. Es decir, la crítica a la moral vigente, no la hace Nietzsche como una ocurrencia gratuita de un viandante perdido por el monte, sino que tiene un fundamento sólido por el proceso metodológico de decantación y el alcance sublime que pretende.

Tal exigencia no es óbice para que Nietzsche proclame que todos los valores han de estar encaminados a la afirmación explícita de la vida, a la voluntad de poder, a que cada uno proyecte sus verdades y valores, creativamente, como si su vida y su moral fueran una obra de arte.

Moral del método:

Nietzsche parte de la idea de que no existe una moral absoluta (Aforismo 139 de Aurora), en primer lugar, porque la moral está destinada a procurar la felicidad del hombre que, como todo en el mundo, es un tránsito, un puente, un proceso de cambio. En este sentido, Nietzsche es muy heraclíteo, no sólo porque la felicidad de un griego del siglo de Pericles no pudo ser la misma que la de un suizo del XIX, sino porque el niño, el adolescente, el ser maduro y el anciano no tienen el mismo parámetro de felicidad. En segundo lugar, porque la vivencia de felicidad es fruto de un proceso personal que no tiene que obedecer a normas externas, fijas e impersonales.

Nietzsche pretende que su moral sea la moral del método. De hecho, en Aurora, aforismo 109, propone seis métodos diferentes para garantizar el dominio de sí mismo y la moderación de los instintos:

1.- Postergar sistemáticamente la satisfacción del instinto hasta que decline.
2.- Ordenar su satisfacción para encerrar su influjo dentro de límites.
3.- Satisfacción salvaje del instinto hasta lograr el hastío.
4.- Asociar a la satisfacción del instinto, pensamientos desagradables.
5.- Disociar el placer sometiéndose a nuevos estímulos alternativos.
6.- Debilitar la organización anímica y corporal general, que incluye la debilitación del instinto.

Este planteamiento se parece mucho a un programa de modificación de conducta. Un psicólogo cognitivo-conductual moderno no alteraría gran cosa este planteamiento de moral racional.

En el aforismo 304 de la Gaya Ciencia, dice textualmente: “Simpatizo con esas morales que incitan a hacer algo…, y soñar con hacerlo bien, tan bien como me sea posible…Nuestro hacer debe determinar lo que dejamos de hacer: las virtudes cuya esencia son la negación y la renuncia de sí mismo”

Esta es una idea central de la moral de Nietzsche, que pretende erradicar la irracionalidad de las virtudes (Aforismo 21 de la Gaya Ciencia), que resultan victimarias para el individuo. Pone como ejemplos, la diligencia, la castidad, la piedad y la equidad.

Valores:

Sin valores, reconoce el filósofo, no sería posible vivir; de manera que cada pueblo está presidido por un índice de valores que no son universales, sino tan distintos que hasta puede haber contradicción entre los vigentes en un sitio con respecto a los que respetan en otro lugar, porque los valores son la voluntad de poder de cada civilización. Nietzsche pone como ejemplo, el concepto de bien: “es indispensable, dice, es lo que hace reinar y vencer, brilla y excita el horror, es la medida y sentido de todas las cosas” (Así hablaba Zaratustra). Es evidente que el concepto de bien es distinto y factor diferencial en cada cultura.

Sin embargo, en un estadío post-moral, es necesaria la transvaloración de todos los valores, que es un esfuerzo por sustituir los valores inventados por los resentidos, por otros que dimanen de la afirmación de la vida, sin que tengan una intencionalidad específica. La falta de intencionalidad ya reina en la evolución de la Naturaleza, que construye realidades sin obedecer a un paradigma o proyecto previo; sólo la adaptación al medio está vigente como canon de la vida.

Hay dos orientaciones de esa transvaloración de los valores: el sentido de la vida individual y la organización de la convivencia. Son dos ejes, vertical uno, del yo con su trascendencia, que consiste en llegar a ser un espíritu libre, y horizontal el otro, del yo en su relación con los demás para garantizar la convivencia armónica. De esos dos ejes va a suspender una serie de valores contundentes, axiales, en los que fundamenta su afán de superar la moral de esclavos, sin inventar nada, sólo la transvaloración de los valores, porque dice el aforismo 339 de Aurora: “cuando deja de ser una carga el cumplimiento del deber se transforma en una inclinación placentera, en una necesidad …, también cambian los derechos de los demás a los que se refieren tales deberes.” Esto es, cuando el individuo hace suyos los valores, los despoja de su poder coercitivo, dejan de ser obligaciones impuestas desde fuera, o desde arriba, y comienzan a ser parte del afán creativo de construir la propia vida, una necesidad personal. Al cambiar el sentido del deber propio, cambia también  el derecho ajeno. Si soy solidario porque quiero, nadie puede imponerme obligaciones añadidas.

  1. a) Eje vertical:

La pretensión es encontrar los espíritus libres, los padres del superhombre. Éste es el sentido de la tierra, sin esperanzas ultraterrenas, dice en el parágrafo 3 de Así hablaba Zaratustra. Por tanto, es un ideal en lontananza, siempre más alejado cuanto más nos acercamos. Esto no se parece al ideal de perfección del cristianismo, que pretende que cada hombre, la criatura, sea perfecto como su Padre celestial, el Creador (Mateo, 5:48).

Nietzsche no comulga con esta rueda de molino, porque invierte la autoría y considera que dios es una creación humana imperfecta, porque el yo de los humanos es contradicción y confusión, afirma su ser, crea, quiere, da la medida de todas las cosas y su valor”. Tampoco está, pues, por la labor de divinizar al ser humano; pero, es todo con lo que cuenta.

Nietzsche no aspira a que cada persona sea un superhombre, sino un espíritu libre, exonerado de las ataduras de la esclavitud, pero comprometido en conseguir la virtud, una mejor que dos,…, habida cuenta que la virtud es una voluntad de renunciamiento y una flecha de deseo, dice Zaratustra más adelante. El cristianismo es mucho más ambicioso, tiene tres virtudes teologales, otras cuatro cardinales y siete para cada uno de los pecados capitales ¡Demasiado tajo para un solo trabajador!

1.- En la base del eje vertical, el filósofo plantea  el respeto y el cultivo del cuerpo, dice en Zatustra, como un sistema de razón, una multiplicidad con una sola dirección, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Es conocido el amor que Friedrich profesaba a la naturaleza, desde su primera infancia en Röcken, vivida en aquella amplia casa curato abierta al campo, que le permitió sus primeras correrías. En coherencia, el cuerpo, sus instintos y su dinámica interna con la razón son sagrados para él, un valor de la naturaleza, básico e intangible, con el que hay que contar. Nada que ver con el concepto despectivo de “carne” y su consideración como enemigo del alma que proclama el cristianismo.

2.- También en el Zaratustra, saluda a la lealtad como la más joven de las virtudes: es el compromiso de fidelidad a lo que somos, habida cuenta que el filósofo no respeta el dualismo maniqueo, cuerpo-alma, sino que considera que el llamado espíritu es la razón y considera al cuerpo, como he dicho, un sistema de razón.

3.- La libertad de espíritu y de instintos, primero como liberación de la metafísica y de la creencia en la verdad y después como afirmación creativa de la propia vida, que da cauce a la expresión de valores propios no subordinados a ninguna autoridad.

4.- El amor al conocimiento, porque el saber purifica al cuerpo que, mediante el trabajo científico, se eleva. Todos los instintos se santifican buscando el conocimiento. Éste es una habilidad que nos permite salir airosos de los problemas y retos que nos presenta la supervivencia.

5.- El poder y la consciencia de poder  que, en Genealogía de la moral,  considera que constituyen nuestra hybris, que él cataloga como sacrílega en tanto que debe ser nuestra actitud respecto a la tela de araña de la finalidad, que otorgaba el carácter de moral, o inmoral, a los actos singulares, durante el estadío premoral.

Al mismo tiempo, esta hybris impía, es implacable para con nosotros mismos, porque nos cuestiona; es el cascanueces, dice él, con el que nos problematizamos y nos hacemos problemáticos; es decir, más dignos de vivir.

6.- Esperanza: El concepto de Esperanza nietzscheano es hiper-realista: no quiere que las conjeturas vayan más lejos que la voluntad creadora, sino que se mantengan dentro de lo concebible. Considera que la felicidad será transformar aquello que el hombre puede ver, imaginar y sentir. Es por tanto una esperanza pegada a la realidad humana,

7.- El afán de distinción y superación que guía al asceta y al brahmán, que asombran al prójimo de  acuerdo a un parámetro diferente a la ingenuidad, la compasión y la benevolencia, que previamente ha sido establecido por el propio asceta. Es el carácter sublime de la búsqueda del dominio sobre sí mismo, que otorga el máximo de felicidad.

  1. b) Eje horizontal:

Es el eje del prójimo, de los otros, “de la plaza pública donde acaba la soledad y empieza el ruido de los grandes histriones y el zumbido de las moscas venenosas”, dice en el Zaratustra. Éste es un espacio vacío al que hemos dado forma por las modificaciones que causa en nosotros y por los sentimientos que nos suscitan. En gran medida, el prójimo es tan como nosotros que está lleno de nosotros, de nuestras proyecciones y demandas. El prójimo es nuestro reverso, un satélite que nos acompaña, nos ilumina o nos ensombrece, según su posición, o nuestra posición.

Nuestros deberes son los derechos que tienen los demás sobre nosotros, que se originaron cuando nos consideraron capaces de contraer compromisos y cumplirlos”, dice el aforismo 112 de Aurora.

Es una transacción entre iguales. Antes, nos educaron, nos mantuvieron, nos hicieron un préstamo de su poder, porque nos consideraban capaces de corresponder equitativamente, por similitud. No es un do ut des, sino un do cur dabis, una obligación mutua que se completa a lo largo del tiempo.

Por otra parte, “mis derechos, los derechos del yo son la parte de nuestro poder que los otros nos reconocen y quieren que conservemos”, (mismo aforismo) también por interés propio. Es un contrato yo gano – tú ganas – ganamos todos, porque cuanto más fuerte seas tú, que tanto me debes, tanto más fuerte soy yo que espero tu correspondencia. El carácter sinalagmático, contractual, es una garantía moral.

1.- Justicia: Considera que la justicia consagra la desigualdad entre los hombres. Ál no se iguales, han de estar vigentes criterios de equiparación que palien las desigualdades.

2.- Amor: Nietzsche hace prevalecer el amor propio sobre el amor al prójimo, en coherencia con su definición de la “plaza pública” y del prójimo. Los psicólogos hablamos del “yo social”, la parte del yo que es el otro y la parte del otro que soy yo, es un interregno, que a veces es yo, a veces el otro, porque es ambas cosas. Le han puesto nombre y concepto Berne con el estado Padre del yo, Freud con el concepto de Super-yo, G. Mead,  de la escuela del interaccionismo simbólico de Chicago, con su diferenciación entre el yo y el mí y, antes que todos ellos, Hegel con su concepto de espíritu objetivo.

Vivir el yo es vivir una totalidad, llegar a ser enteramente uno mismo es diferenciarse del otro, aun contando con la parte del otro que soy yo. Esto exige una gran dosis de aceptación sin juicio; es decir de amor incondicional, que permite estar a bien consigo mismo, con el “todo” que soy, para facilitar así la aceptación y el encuentro  con el prójimo.

En ese escenario, Nietzsche propone transformar el amor al prójimo en amor al futuro, porque el otro también es un puente hacia el superhombre por llegar; el otro, igual que yo, es un camino creador; pero como quiera que sus derechos son mis deberes, ni yo puedo desamar a mi persona, porque no podría seguir cumpliendo con mis deberes, ni tampoco puedo huir de mí mismo, perdiéndome en el amor al prójimo, porque entonces carecería de derechos. He de ser fiel a mí mismo, al  impulso creador que surge en mi soledad, porque es también la mejor manera de amar al prójimo.

Con la transvaloración de todos los valores, el filósofo cree que se garantiza el respeto a la naturales y se anula la hipocresía de los dominadores, estos, dice en Zaratustra, simulan las virtudes de los que obedecen…Para ellos es virtud aquello que transforma en modesto y domesticado, que el lobo sea un perro y el hombre el mejor animal doméstico del hombre. Es el gran demonio de Nietzsche, el cinismo hipócrita que  garantiza las comodidades de los dominadores, apalancando en la virtud modesta que imponen a los demás.

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