2021 está a la puerta, quien sabe si como Atila a las puertas de Roma o como mensajero de reconstrucción. Hay esperanzas que son como “el crepitar de los espinos debajo de la olla”, como caña cascada en que nos apoyamos y se rompe y nos atraviesa la mano. Sólo sabemos que la esfinge se nos ha plantado en medio del camino y muda nos interroga. “Sólo nos es segura la inseguridad”.
“El hombre es una tarea y un gigantesco receptáculo lleno de futuro”, dijo Ernst Bloch, y en su larga marcha hacia sí mismo, a lo largo de su historia, se ha acreditado como tal entrando y saliendo de situaciones oscuras, en su mayoría producidas por él mismo.
Hoy hemos caído en una de ellas. O mejor, ha caído sobre nosotros como una fiera salvaje inesperada, como un tsunami que fuera creciendo silenciosamente desde las profundidades, y se desatara inesperadamente como un huracán de guadañas. Aún zarandeados y absorbidos, desde su ojo, mientras las hoces rotan en torno suyo, se multiplican las publicaciones que tratan de otear en el horizonte qué clase de mundo nos dejará.
Ahí está el optimismo antropológico de Slavoj Zizek, expresado en su libro de 2020 “Pandemia La covid-19 estremece al mundo”, que ve en ese estremecimiento general una oportunidad para que un movimiento de solidaridad en el mundo venza al capitalismo y su globalidad apropiativa.
Ahí queda el trabajo colectivo del mismo año, publicado por la UNED, titulado “Pandemia, globalización, ecología, ¿qué piensa la hermenéutica crítica?”. Porque la muerte y la enfermedad inmisericorde ponen sitio, no basta con encerrarse idílicamente como aquellos del Decamerón, sino que la hermenéutica crítica debe tomar su puesto en las murallas, y tratar de explicar críticamente lo que sucede, y proponer acciones y cabos de trinchera.
Ahí nos llega, recién llegado el trabajo de Daniel Innerarity “Pandemocracia: Una filosofía del Coronavirus” que acaba de publicar en Galaxia Gutemberg y tengo por leer.
Hoy comparto con ustedes unas reflexiones producidas por una experiencia de cooparticipación creativa: El pasado día 17 de diciembre ocupé mi puesto en “Tertulias y Lecturas” donde mensualmente nos reunimos miembros del Departamento de Lingüística General, Estudios Árabes, Hebreos y Asia Central de la Facultad de Filología de la UCM, para compartir opiniones acerca de un libro. En esta ocasión hemos recurrido a la opción virtual para tratar el de Ivan Krastev “¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo”, editado por Debate.
Considero conveniente hacer ese ejercicio orientador en un tiempo propicio a la desorientación, cuando la imaginación puede trabajar fabricando ectoplasmas.
Habla nuestro autor del “cisne negro”, aquel, digo yo, que irrumpe de improviso en la danza de los cisnes blancos, cuando todo parecía prometedor para el progreso humano. Ciertamente que este virus ha aparecido súbitamente, y danza y muta como quiere sin respetar fronteras ni culturas. Sin embargo, más que cisne me parece aquella paloma con garras de buitre que Konrad Lorenz atribuye a la metamorfosis humana.
Considero que alegremente avanzábamos por la historia sin considerar los males que producíamos: El cambio climático anunciaba crisis ecológica sin que, diestras en tecnología cambiáramos de modelo productivo; no nos preocupaban demasiado las guerras localizadas si producían beneficios en el mercado de las armas, y eran utilizadas como fichas de ajedrez en el tablero del mundo; no considerábamos pandemias, ni hambrunas, ni migraciones; las crisis económicas, inducidas o no, tampoco preocupaban a los que con ello se embolsaban plusvalías, aunque ahondaran y ensancharan la brecha.
Ahora, esto que nos ha caído encima nos hace repensar la “obsolescencia humana” en el planeta, que señala Günther Anders, y el papel del hombre en el mundo. La convergencia de las crisis anteriores, agravadas por el Covid 19 sin fronteras, supone una nueva y más radical: la crisis antropológica o la posibilidad de un nuevo adanismo. En cada ser nacido comienza una posibilidad de mundo personal y de contribución al de todos. En cada generación se acumulan sapiencia y experiencia y con ellas se inauguran periodos de innovación, porque el hombre, alzado sobre las leyes ciegas de la naturaleza, es capaz de reorientarla al orientarse.
Las preguntas que el libro deja ante nuestros ojos son si esta crisis supondrá el fin de una forma de civilización. Resulta una paradoja que una crisis global como es la del COVID 19 pueda acabar con un proceso de globalización fundamentado en la libre circulación de capitales, mercancías y personas, y con ello el final del liberalismo, o por el contrario si éste soportará el embate con su acreditada capacidad para sacarle oportunidades a las crisis.
Nos resulta evidente que si los Estados-Nación tenían dificultades para controlar la expansión del liberalismo financiero, esta pandemia está sometiendo a estrés a las Instituciones; si la dificultad de la gestión de la pandemia no las hará más vulnerables en los estados democráticos y proporcionará relevancia a esas otras formas autoritarias de estado con mayor agilidad en la toma de decisiones; si el estado de fragilidad humana, de angustia y miedo, no producirá necesariamente un mayor intervencionismo de los estados y un mayor sentimiento de dependencia, en tanto que las fuerzas políticas situadas en la oposición, no aprovecharán las dificultades de los gobiernos para hacer pseudopolítica demagógica populista, olvidando que esta pandemia incita a la extensión de la solidaridad.
¿Será el nuestro un mundo en el que la política esté más cerca de la realidad y muestre su eficacia en las medidas que tome, alejado de todo embrutecimiento de intereses disfrazado de ideología? ¿Decaerá en el autoritarismo reaccionario y populista al modo de Trump o Bolsonaro, generando seguidores, agitando las pasiones y los estómagos, las creencias y no las ideas? Caída la globalización en procesos provincianos de confinamiento, persistente la de naturaleza especulativa y financiera porque la necesidad es global y globales sus poderes, ¿decaeremos en provincianismos nacionalistas y en democracias tuteladas por una globalidad financiera de rostro oculto? ¿Tendrá rasgos orientales u occidentales?
Dice nuestro autor que el suyo es un libro de ensayo sobre Europa. La civilización europea viene de lejos. Como ya es lugar común, en su recorrido tiene profundas raíces judeocristianas y grecorromanas. Dicho de otro modo: la diversidad enunciada llegó a formar un tronco que el Renacimiento, La Ilustración, la Reforma y la Modernidad hicieron florecer, y sus rizomas formaron bosque. En esa su naturaleza diversa tiene Europa su germen de fragilidad, pero también su fortaleza.
Si bajo este empujón fiero del covid 19, que afecta a los sistemas de salud, a la eficacia política y a la prosperidad económica, se rompe su diversidad convivencial por el impulso de aislamiento en intereses particulares y competitivos, Europa perderá sus señas de identidad en el mundo. Su futuro quedará comprometido. El “brexit” será un fenómeno que se extenderá como pandemia por toda ella.
Francamente, vistas las reacciones de los organismos europeos no contemplo por el momento esa posibilidad; aunque asistiéramos al fenómeno que nuestro autor califica de “geopolítica del distanciamiento social”; aunque se produzcan fenómenos de disfunción democrática; aunque mermen las inversiones extranjeras; aunque la oposición, en estados como el nuestro, en lugar de formar piña en una circunstancia que a todos afecta, al margen de colores políticos, se vuelva arriscada, ultramontana y promotora de escisiones sociales; aunque el fenómeno migratorio y el turístico vayan en direcciones opuestas; aunque se formen espacios sociológicos de refugio, nichos culturales, étnicos y políticos, cronificación de banderías y de aversión política.
Quizás el mayor peligro estriba, en lo que nos es más cercano, i.e., en el caso de la Comunidad de Madrid, la misma que “había superado el virus” según un iluminado, mientras que al mismo tiempo alcanzaba el segundo lugar en el ranking nacional. La mayor amenaza puede que se ubique, no ya sólo en el empujón ocasional hacia las UVIS mal dotadas por alguna Comunidad Autónoma; no tan sólo en el abandono de las residencias de ancianos concebidas como máquinas de hacer dinero, y luego cosechadoras de vidas para la tumba, sanitarios y cuidadores agotados y contagiados; tampoco en el gasto de 100 millones de euros para la construcción de un hospital fantasma, infradotado de recursos técnicos como quirófanos, sobredotado de médicos por decreto para una decena de enfermos.
Quizás otro rostro del peligro sea que del mismo modo que esta pandemia ha producido la parálisis de la actividad personal, social y económica bajo el imperio del miedo y la angustia, nos conduzca en sus mutaciones y persistencias hacia la fatiga, el cansancio y la entrega. Ya es conocido el síndrome del estrés: Una exigencia sostenido por la circunstancia promueve concentraciones de energía para darle respuesta… hasta el momento en que incrementada y sostenida la primera produce el derrumbamiento de la segunda.
Esa posibilidad queda puesta en evidencia por nuestro autor cuando expone la fábula de la rana: arrojada en una olla de agua hirviente, saltará de ella. Puesta en esa misma olla en agua fría, poco a poco calentada, se cocerá sin notarlo. Este virus puede irnos cociendo poco a poco, a través de la sucesión alternativa de fases de contención bajo amenaza y otras de permisión incontrolada.
Más vale un por si acaso que un quién supiera. Este Covid 19 puede ir acumulando fechas. Disponer de una vacuna no es el fin de la pandemia. Hay que seguir tomando todas las precauciones. Mientras el paro social y económico ha producido retracción, la ciencia y los sanitarios se han puesto a trabajar a un ritmo acelerado. Este binomio debe mantenerse. Luego vendrá la reconstrucción porque la especie humana siempre ha sabido cómo salir de los abismos.
Comparto con nuestro autor su primera conclusión: “El Covid 19 muestra el lado oscuro de la globalización, pero ha servido de agente sincronizando el mundo”. Dicho de otro modo, nos ha puesto los pies en la tierra. Avanzábamos marchosos por la historia y nos ha parado. Parados, con la cabeza en alto, nos ha hecho mirar al cercano, al lejano, y al extraño, con la solidaridad asomada en las pupilas. Nos ha hecho ver también ese lado oscuro y el lado iluminado de la competitividad. La primera, en la rapacidad de querer hacerse con la mayor parte de la vacuna, y en el acaparamiento de mascarillas y respiradores. La segunda en la movilización de la diversidad del acervo científico para producir las distintas vacunas que hoy se anuncian.
Aunque la fatiga nos invada, no podemos descansar en esperanzas, por más fundadas que sean. Recordemos ahora al avestruz: fuerte a la hora de propinar coces y rápido en la carrera, pero, en un omento dado, en lugar de usar sus dotes, esconde su cabeza en tierra para no ver el peligro. La humanidad debe ser consciente de sus riesgos y recursos. Ciencia y humanidad tienen que volver a darse la mano.
Dice nuestro autor en su segunda conclusión que el Covid 19 “ha acelerado la desglobalización producida por la recesión de 2008-2009”. En lo económico puede tener razón a nivel micro. El parón social ha repercutido negativamente en ese ámbito, pero no a nivel macro. Los recursos mundiales de capital, de procedencia social, se han visto en la necesidad de abrir sus arcas para paliar situaciones extremas, en tanto que el gran capital, de procedencia privada, sólo ha paralizado su actuación para reorientarse en el mundo. Auguramos fortísimas plusvalías para los inversores en laboratorios que hayan producido la vacuna, y en el ámbito sanitario de lo privado.
Sabemos que no siempre, como sería deseable, las actitudes, predisposiciones éticas de la conducta, determinan los intereses, sino al contrario. Por ello, la ola de solidaridad humana que ha despertado en el mundo puede verse constreñida por la presión de conformidad que ejerza la nueva globalización económica que habrá de surgir. Esa solidaridad, o fraternidad que hace posible la libertad y la igualdad, debe poner ceca en el mundo. Es verdad, como nuestro autor señala, que “este Covid 19 ha producido ahondamiento de la diversidad y divisiones sociales y políticas”, estas últimas voluntariamente volcadas en sacar tajada ideológica de la situación sin ascos a incrementarlas en las primeras, y “ha dejado derechos y libertades democráticas en suspenso” en una situación gravísima. Pero no es menos cierto que “apela a la interdependencia y al cosmopolitismo”, tal y como hace figurar en su última conclusión. No importa tanto la ubicación reductora como la extensión solidaria. Eso aparece claro cuando pone al mismísimo Kant como ejemplo: “Kant, cosmopolita, jamás salió de Königsberg”. En nuestra mano está.