Seguramente, una de las más extravagantes herencias del exaltado revolucionarismo de mayo de 1968 ha sido el denominado movimiento animalista, movimiento para la defensa de los animales, o “animalismo”, en general. Aunque, sin duda que los seguidores de este movimiento preferirán ser denominados de otro modo, como el de “antiespecistas”, que recuerda más a otros “anti”, tan en boga en estos tiempos. Indiscutiblemente, el ideólogo más destacado del animalismo es el australiano Peter Singer.
Peter Singer (1946) está considerado un original filósofo utilitarista. En su ya larga carrera ha conseguido destacar por abordar asuntos de ética práctica y aplicada, usualmente excluidos de consideración. Tras finalizar sus estudios en Australia, en 1969, con su tesis doctoral, titulada ¿Por qué debería yo ser moral?, se trasladó en 1970 a la Universidad de Oxford, como estudiante de postgrado. De la mano del utilitarista y filósofo analítico británico Richard Mervyn Hare (1919-2002) estudió en Oxford el utilitarismo ético. Singer se orientó sobre todo al estudio de las obras de Bentham (Jeremy Bentham reconsiderado) y de John Stuart Mill.
Durante su estancia en el Reino Unido, Singer participó activamente en las protestas de los estudiantes contra de la guerra que mantenían entonces los Estados Unidos de América en Vietnam. Su participación en esos movimientos pacifistas fue referida por él mismo en su obra Democracia y desobediencia (1973). También en Oxford, en el otoño de 1970, Singer tomó contacto con activistas del primer animalismo, como el psicólogo Richard Ryder (1940), o la activista vegana Catalina Jannaway (1915-2003). También conoció a activistas estudiantiles veganos. Estos contactos despertaron en Singer, que se hizo vegano, el interés por la ética aplicada en relación con el trato ético a los animales, pero también en relación con el aborto, la eutanasia, el infanticidio y hasta la distribución de las rentas, la pobreza o la educación.
Como les sucede a tantos otros hoy en día, Singer presupone que, en lo esencial, ya lo sabemos todo sobre el universo, el ser humano, la vida y nuestro planeta. Un planteamiento que debe ser tomado con cautela por su extrema ingenuidad. Es cierto que los hombres del siglo XXI sabemos muchas cosas, pero solo en comparación con lo poco que sabíamos hace 2.500 años o más. El conocimiento y los saberes del hombre se han incrementado mucho en los dos últimos milenios de una especie que data sus primeros restos en hace unos 300.000 años. Pero los saberes y las ciencias del hombre son muy exiguas, tan exiguas que ni siquiera somos capaces de definir con mucha precisión los límites de esos mismos saberes.
La particularidad del pensamiento de Peter Singer está en su desafío a la ética académica con su propuesta de que todos los seres vivos -no solo el hombre- tienen derechos y comportamientos éticos. Una afirmación arriesgada, sin duda. Debe recordarse que, en ese mismo tiempo epigonal del sesentayochismo, el gran civilista y sociólogo del derecho francés, Jean Carbonnier (1908-2003), en sus estudios de etología animal (1969), estableció lo que él denominó entonces los comportamientos “pre-jurídicos” de algunos animales. No se refería solo a los célebres y manidos casos de las abejas y las hormigas, con sus complejas estructuras sociales. Carbonnier se refería a conceptos como la propiedad y la posesión, en los comportamientos de los animales que señalan sus territorios (lobos, toros, etc.). Pero nunca llegó a pensar que un animal pudiese tener la condición de sujeto de derechos.
Hasta Singer, prácticamente nadie había propuesto en serio que se pudiese dotar de derechos a los animales, pero Singer lo hizo y ha sostenido las tesis de los derechos de los animales. Hasta la aparición de las ideologías derivadas de revolucionarismo de 1968, gran parte de la ética académica mantenía sus debates, quizá en exceso abstractos, muy alejados de las inquietudes del gran público. Los filósofos de tradición idealista planteaban la ética en función de consideraciones espirituales y religiosas. Por su parte, la filosofía analítica limitaba el alcance de la ética al estudio del significado de los términos morales. Pero, ni unos, ni otros, se acercaban mucho a los dilemas éticos que se plantean en la compleja realidad contemporánea.
En 1975, Singer publicó su obra más célebre, Animal Liberation (liberación animal), que ha sido probablemente el libro de ética más vendido del siglo XX. Este libro ha constituido la principal fuente de inspiración teórica de los diferentes movimientos animalistas y, prácticamente, se ha convertido en el manual de aprendizaje para los activistas de esta tendencia. Liberación Animal se fundamenta en dos afirmaciones muy discutibles: la consideración del ser humano como un animal más, sin diferenciaciones, y la igual consideración moral y la similitud de intereses de los diversos animales, sean o no humanos.
Singer fundamenta sus tesis en la idea de que el dolor siempre es malo, por lo que no hay que incrementarlo sin necesidad. Y para él, el comportamiento humano causa dolor y sufrimiento a los animales, incrementando con ello el dolor y el sufrimiento universales. El origen de esta tesis está en el utilitarismo, pero en un utilitarismo invertido pues, frente a Bentham (1748-1832), que proponía la “mayor felicidad para los más”, Singer propone “el menor dolor para los más”. Mas, de la felicidad al sufrimiento hay un gran salto, una auténtica inversión minimalista de los valores. Para Singer, no pareciendo alcanzable el goce de la felicidad, debería tratarse de, al menos, reducir al máximo el dolor general de los seres vivos, a toda costa.
Dentro del utilitarismo, Singer se decanta en favor del denominado “utilitarismo de la regla”, frente al llamado “utilitarismo del acto”. Los utilitaristas del acto miden las consecuencias derivadas de los mismos para determinar la dosis de felicidad que agrega el acto a la felicidad general. Por el contrario, los utilitaristas de la regla, aplican ese cálculo, no a cada acto concreto, sino a las reglas de conducta definidas, estableciendo la moralidad de éstas en función de las consecuencias para la felicidad que se derivan de su seguimiento. Por tanto, juzgan las reglas por las consecuencias y las acciones por las reglas.
La posición asumida por Singer es un cálculo de felicidad y dolor que funciona solo en algunos casos, y en otros no. No existe una teoría unificada en el ámbito de la física, de la química o de la biología, que pueda explicarlo todo. Y, desde luego, la ética no está más avanzada, ni su objeto, la acción humana, es menos complejo. Lógicamente, no existe en la actualidad una teoría ética satisfactoria para todas las situaciones. Pero esta constatación no exime del esfuerzo de pensar y de vivir éticamente, ni de aplicar la reflexión ética racional a los problemas prácticos de nuestro tiempo. Y ha de atenderse sin buscar salidas fáciles ni atajos, pues no existen.
La universalidad intrínseca de la ética exige, para Singer, no tomar en consideración solo el dolor de los humanos. Hay que calcular el dolor de los integrantes de otros pretendidos “grupos” (sexos, razas o especies), presuntamente capaces de sufrir. En caso contrario, según él, se caería en el sexismo, el racismo o el especismo. El “especismo”, concepto acuñado en 1970 por el citado Richard M. Hare, inspirador de Singer, consiste en conceder primacía a una determinada especie, el ser humano, respecto a los demás animales. El “especismo” sería una especie de “racismo” inter-especies animales diferentes. Aunque Singer adopta el especismo, no por ello llega a considerar que la pertenencia a una especie determinada tenga relevancia moral alguna.
Claro que, en lo que a los comportamientos éticos se refiere, ni Hare ni Singer han reparado nunca en una diferencia enorme y objetiva entre humanos y animales. Ninguno de ellos, ni tampoco el animalismo en su conjunto, han advertido jamás el incuestionable hecho moral, nada menor, de la compasión y la piedad, que son exclusivamente humanas. Ni la araña, ni el tigre, dejan libre a su presa por piedad o compasión. Piedad y compasión son desconocidas para todos los seres vivos, excepto para el hombre. Y la compasión y la piedad son conceptos muy importantes en la ética, especialmente en el caso de una “ética del altruismo” como la de Singer.
Singer, a diferencia de otros animalistas, no ha llegado al extremo de afirmar que todos los seres vivos sufran por igual, o que la vida de los animales valga lo mismo, o más, que la del hombre. Para él, un ser humano puede a veces sufrir más y otras veces menos que un animal no humano, y su vida puede ser más valiosa, mas no siempre. Porque esto, dice Singer, hay que justificarlo en cada caso, en función de las características concretas de ambos sujetos, el humano y el animal. En sus divagaciones sobre el infanticidio, Singer ha llegado a adoptar posiciones que son realmente escandalosas.
Para el neorrealista Markus Gabriel (Markus Gabriel y el Nuevo Realismo filosófico del siglo XXI) el animalismo, y con él Peter Singer, se ha olvidado del espíritu humano. En su Ética para tiempos oscuros (2021), Markus Gabriel recuerda que, en el conjunto del universo, el ser humano ya no ocupa el lugar central que tuvo hace siglos. El hombre ya no está considerado como el “rey de la creación”, puesto por Dios en el mundo para dominarlo. Desde el Renacimiento, se ha ido tomando conciencia, poco a poco, de que la humanidad es una especie biológica más, entre otras muchas. Pero, pese a ello, no deja de ser una extravagancia equiparar a los animales con los humanos en asuntos de ética. Las tesis de Singer se apoyan en interpretaciones filosóficas erróneas del conocimiento biológico, no sobre el conocimiento biológico en sí.
Esta constatación de la biología humana no causa, ni debería significar minusvaloración alguna del ser humano, aunque sea esa una tendencia muy extendida en los tiempos actuales. El hombre no es solo un ser sintiente. El hombre es también un animal pensante y la animalidad humana es una parte del espíritu humano, no al revés. Es ahí donde se aprecia la diferencia abismal entre los humanos y los animales, que está en la base de la diferencia de comportamientos. Algunos comportamientos éticos, quizá todos, solo pueden ser realizados por un ser humano. El animal, como antes se ha indicado, es entre otras cosas incapaz de practicar la compasión o la piedad, por puro instinto.
Singer parte de un concepto de “humano” que implica toda una metafísica, muy cuestionable en su conjunto e indemostrada. Un concepto en el que la vida de hombres y animales se iguala en lo que se refiere al ámbito del sufrimiento y del dolor. Una equiparación ésta insostenible, pues es difícil conjeturar acerca del sufrimiento y del dolor que puedan sentir las medusas u otros celentéreos, los moluscos o las bacterias no vegetales, u otros millones de especies animales. Casi parecería que todo el discurso animalista de Singer se ha limitado a tomar en consideración, exclusivamente, a los animales más próximos, como las mascotas o los animales tradicionalmente considerados domésticos.
No se trata de contraponer al animalismo una ética de la compasión o considerar a ésta el fundamento de la moral, como hizo Schopenhauer (1788-1860). La ética no se puede reducir, como lo hace Singer, a reglas morales sobre el sufrimiento y las zonas negativas de la vida, pues la ética también opera respecto a la alegría, el afecto y el gozo. La ética no puede ser únicamente estoica o ascética, no puede aplicarse solo a proscribir conductas violentas que produzcan dolor. La ética también puede ser hedonista, y aspirar a la felicidad. Porque es también posible una ética de la alegría, no solo del sufrimiento, incluso en un entorno de pensamiento utilitarista como el que dice aplicar Singer. La moral clásica del hedonismo, recogida en la filosofía de Epicuro de Samos (Epicuro de Samos replanteado), está muy alejada también de esas ensoñaciones del utilitarismo.
La moralidad humana ha alcanzado una condición superior a la que pudieran tener, en su caso, los animales. Además, los modelos de actuación del ser humano han desarrollado un alto grado de complejidad. A partir de esos modelos, es posible estudiar y analizar las conclusiones morales de la ética en su evolución histórica. Y así, se pueden calibrar con precisión los cambios habidos en la evolución de la ética humana y extraer conclusiones verdaderas y provechosas. Pero eso precisa tener claro que los comportamientos éticos, al menos en su integridad, no son posibles entre los animales. Entre los animales, no se olvide, existe siempre una importante diferencia, cual es la que separa a los depredadores de sus presas.
Se equivoca Singer al incluir al ser humano, sin más, en el mundo animal de modo indiferenciado. Una inclusión y una igualación profundamente erróneas, que pretende que el espíritu humano no es más que una peculiaridad de la condición animal del hombre cuando, en realidad, es la “animalidad” una parte conformadora del espíritu humano. No es aceptable la tesis de Singer de que puedan existir razones morales para postergar los intereses de los seres humanos en beneficio de las demás especies. La inclusión indiferenciada y la igualación del ser humano con los animales, ha llevado a Singer a discutir el carácter sagrado de la vida humana, como ha dejado dicho y reiterado en sus escritos sobre el aborto, la eutanasia o el infanticidio.
Singer no ha desarrollado su actividad solo en el ámbito de lo teórico. También ha participado como activista y hasta como dirigente de importantes iniciativas animalistas. Integrado en la organización P.E.T.A. (People for Ethic Treate to Animals-Gente por un trato ético a los animales), el proyecto más ambicioso en el que participó fue el llamado Proyecto Gran Simio-PGS (Great Ape Project-GAP). El PGS proponía que la «comunidad moral» de los iguales, reservada a los humanos, debía extenderse a los grandes simios (chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes). Una propuesta realizada en la estela de la Declaración Universal de los Derechos del Animal que aprobó la UNESCO en 1977, y que fue después ratificada por la ONU.
El Proyecto decía apoyarse en los avances y desarrollos más recientes de las ciencias naturales, como la biología, el evolucionismo darwinista, la etología, la psicología animal, o la genética. Unas ciencias que habrían permitido, a juicio de sus promotores, abandonar consideración tradicional de los animales no humanos y reducir la distancia entre éstos y los hombres. Y eso, tanto en lo relativo a capacidades intelectuales (resolución de problemas, uso de lenguaje articulado, capacidades éticas, morales y políticas, etc.) como en lo relativo a la vida psíquica y emotiva (amistad, amor por cuidadores, decepción, miedo, dolor, padecimientos varios, etc.).
El proyecto gran simio se puso en marcha en 1993, con el lema “la igualdad más allá de la humanidad”. Lo presidió Peter Singer. Fue un proyecto que pereció, literalmente, por razón de su éxito. A mediados de la primera década del siglo XXI, la ONU, la Unión Europea y los parlamentos y cámaras legislativas de USA, Francia, Inglaterra, Alemania, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Italia, etc., adoptaron resoluciones de apoyo al PGS y se comprometieron a legislar sobre los derechos de esos “grandes simios”. España lo hizo en 2005. Y ahí empezó su declive.
Ya lo había advertido el antes citado jurista francés Jean Carbonnier, en 1969: intentar convertir a algún animal en sujeto de derechos, es jurídicamente inviable. Nadie fue capaz de articular un texto legal de otorgamiento de derechos a chimpancés, bonobos, gorilas u orangutanes.