noviembre de 2024 - VIII Año

Paul Virilio, una reflexión sobre la velocidad y sus implicaciones cibernéticas

La velocidad de la luz no transforma meramente el mundo.
Se transforma en el mundo. La globalización es la velocidad de la luz.
Paul Viril
io

Hace más de tres años que murió Paul Virilio (1913-2018), intelectual, pensador, arquitecto y teórico cultural que, probablemente, ha hecho alguna de las reflexiones más pertinentes de la segunda mitad del siglo XX y del comienzo del XXI sobre la velocidad. Nos ha legado análisis ‘de calado’ sobre los efectos devastadores de las tecnologías sobre el sujeto.

El arte y los fenómenos culturales han ido adquiriendo, progresivamente, un aire de provisionalidad cada vez más acentuado. El arte moderno es hoy una amalgama de géneros, colores y formas donde hay que abrirse paso, pertrechados con la ‘lamparilla de Diógenes’

Vivimos años de aceleración. Estamos atrapados en unas coordenadas de inseguridad que nos asfixian. Todo transcurre a una velocidad de vértigo… tal vez por eso, no nos da tiempo a pensar. Tan pronto hemos fijado la atención en algo, pasamos a otra cosa… y así indefinidamente. Somos volátiles, caprichosos e infantiles. El ser humano ha perdido, en gran parte,  la capacidad para pensar sobre sí mismo. La reflexividad se va debilitando más y más.

Es de agradecer que un intelectual de la capacidad y energía de Paul Virilio se haya ocupado por extenso de las relaciones que existen entre velocidad y poder y que haya ‘focalizado’ su atención, en aspectos que no habían merecido un especial análisis como: ¿en qué se está convirtiendo la vida en las mega-ciudades? Utilizando puntos de vista que, parecen enlazarse con las intuiciones de Walter Benjamin en el periodo de entre-guerras. La arquitectura ha ido dando lugar a nuevas formas de vida que han convertido en una realidad fantasmal muchos de los espacios cotidianos. Estos y  otros comentarios nos lo presentan como un observador que certifica lo que de controvertido y virtual tienen no pocas realidades.

Este pensador y crítico francés, acerado y certero tuvo una excelente formación tanto técnica y científica como filosófica. Es oportuno recordar –pocas veces se hace- que realizó estudios de fenomenología en la Sorbona con Maurice Marleau-Ponty.

Todo hombre del siglo XX es un ser desarraigado, inseguro, rodeado de proyectos que, en buena medida, no llegan a materializarse. Puede afirmarse, respecto a Paul Virilio, que la guerra fue su universidad. En su juventud vivió experiencias dolorosas como la invasión alemana acompañada de la brutalidad nazi y, posteriormente los bombardeos británicos y americanos. Le quedaron, fuertemente impregnadas en la retina las imágenes de las fortificaciones que el ejército alemán había levantado como muro de contención, ante el avance de las tropas aliadas. Estas imágenes bélicas lo acompañaron durante toda su vida y lo marcaron a sangre y fuego.

Sentía una honda curiosidad por muchas cosas sobre las que acostumbraba a posar su mirada inquieta y atrevida. Por lo que respecta a su relación con el arte, llegó a adquirir una técnica depurada en vidrieras y realizó trabajos nada desdeñables, junto a Henri Matisse en varias iglesias de París. Hay quienes afirman que fue un urbanista, mas fue mucho más, en esta amalgama de géneros que caracteriza el arte de la segunda mitad del siglo XX,

El crítico y ensayista estadounidense Howard Rheingold, que nos ha dejado páginas  muy interesantes sobre  las implicaciones culturales, sociales y políticas de las nuevas tecnologías de la información, es autor de un agudo comentario que no me resisto a reproducir:”la atención es un recurso limitado, así que presta atención a los que prestan atención”. Paul Virilio fue, permanentemente, un hombre alerta… y quizás hasta un poco visionario.

Conviene tomarse muy en serio la advertencia de Rheingold. Creo que cuando nos invade la dispersión, las generalizaciones simplistas y los análisis apresurados hay que observar con rigor cuanto se desprende de las ideas y reflexiones de Paul Virilio. Cuando dice, por ejemplo, que hoy se emite para el ciberespacio, que viene a ser un no lugar que lo invade todo. Para enredar, aún más esto, el concepto emergente de epistemología tribal que está empezando a invadirnos y que consiste someramente en que en estos tiempos de confusión, damos crédito solamente a lo proveniente de aquellos con los que estamos de acuerdo. Evidentemente esto supone un empobrecimiento de la comunicación y de la creación, por no hablar de la capacidad crítica.

Pude hablarse de tribalismo versus pluralismo. Cada día somos más tribales y menos plurales. Desde luego, hay quienes no abandonan fácilmente los límites territoriales –obviamente en sentido figurado- de la tribu a la que pertenecen. De ahí, la propensión a rasgarse las vestiduras y la indignación o rechazo hacia cualquier propuesta o tendencia que no proceda de los nuestros.

Deberíamos haber entendido hace tiempo, que todo medio técnico es ambivalente, en lugar de utilizarlos tan profusa y alegremente sin tener en cuenta las consecuencias que trae consigo este uso y abuso unidireccional y unidimensional.

Paul Virilio participó, al igual que tantos otros, en las revueltas de Mayo del 68. Lo que puede orientar sobre la posición contestataria que adoptó y que dejó en él cierto poso alternativo y rupturista. Algún tiempo después, dirigió la prestigiosa revista L’Espace Critique que albergó algunas polémicas muy interesantes.

En los últimos años no se ha hablado mucho de Paul Virilio, es más, prácticamente ha desaparecido como referente. Sin embargo, en Francia y en determinados ambientes europeos y norteamericanos se le recuerda con cierta frecuencia. Se le ha relacionado y no sin fundamento, con el filósofo y ensayista Jean Baudrillard, crítico feroz de la sociedad de consumo,  que nos puso en guardia sobre los efectos de la ‘era Matrix’ y que pasa por ser uno de los representantes más destacado de la posmodernidad. Asimismo, también se han encontrado afinidades y concomitancias con Peter Sloterdijk, considerado uno de los filósofos actuales, de mayor enjundia y más renovadores del pensamiento en los comienzos turbulentos del siglo XXI.

Probablemente, el nombre de Paul Virilio diga muy poco o nada a muchos. No obstante, hay motivos más que suficientes para interesarse y conocer los núcleos neurálgicos de su pensamiento. Considera, por ejemplo que en este periodo de confusión, las fronteras y los límites entre el hombre y la maquina… se difuminan, llegan incluso a fundirse y hasta confundirse. Estamos cerca de convertirnos –o hemos iniciado ya la conversión- hacia organismos cibernéticos con todo lo que conlleva.

Como en todo pensador que se precie, sus escritos contienen una terminología propia que hay que decodificar adecuadamente. Un concepto nuclear es ‘inercia polar’. Sinteticemos como lo formula: el ser humano en la actualidad acumula objetos: mandos a distancia, teléfonos móviles, ordenadores portátiles, tablets…  Para Virilio el  hecho de poseerlos nos ‘empodera’ porque permite, sin moverse del sillón, actuar sobre el entorno. Podemos correr el riesgo de convertirnos en una aplicación más de artilugios controlados ‘no sabemos bien por quien y desde dónde’

Cada vez vivimos encerrados,  más y más, en una burbuja, dentro de una realidad virtual  que va ganando más y más espacio en nuestras vidas. Tan poderosos nos creemos en nuestra alienación que nos parece que nos estamos moviendo a la velocidad de la luz… sin movernos del sofá.

Es cierto que en tiempo real conocemos lo que sucede lejos, muy lejos de nosotros. Ahora bien, conviene preguntarse  si ese conocimiento está o no, exento de manipulaciones; si está o no contaminado y condicionado por una censura más o menos sutil, dirigida desde centros de control remoto, que inculcan predeterminados  e interesados conceptos.

Virilio considera que la velocidad de la luz es también la luz de la velocidad. El hombre, desde tiempos inmemoriales, ha buscado la velocidad para ir más y más deprisa ¿hacia dónde? A la rueda siguió el carro, después la bicicleta, el automóvil, la locomotora, el tren de alta velocidad o los aviones supersónicos -que alcanzaban una velocidad de crucero de 2.158 km/h.-, o los artilugios para la exploración espacial. Nos hallamos inmersos en una carrera enloquecida que parece no tener fin.

Prosigamos nuestra somera indagación sobre los hallazgos de Paul Virilio. Otro concepto ‘de calado’ para valorar la sobreexposición del sujeto a lo tecnológico, es el de contaminación dromosférica,  que es ni más ni menos, lo que da lugar a efectos catastróficos en lugares lejanos. A título de ejemplo, señalemos los cracks financieros –provocados o no-, sus consecuencias y sus efectos nocivos sobre millones de seres humanos.

Igualmente, con sutileza advierte que va generando enteros lo que denomina fascismo por conformidad. Poniendo el dedo en la llaga, en los contenidos anestésicos que se agazapan en muchas informaciones que recibimos a través de los medios de comunicación… y no digamos de las redes sociales.

Otro aspecto nuclear es que para él la relación entre sujeto-objeto no es estática sino dinámica. Quizás por eso, su mirada atenta y vigilante se centra y profundiza en el haz de relaciones que entre ellos se establece. No es momento de insistir en este aspecto, pero sí en poner de manifiesto que supone una concepción moderna, muy moderna  del sujeto y sus nuevas funciones

Probablemente sea el momento de sugerir algunas lecturas, de su por otra parte, extensa bibliografía. Hace años me llamó mucho la atención “El procedimiento del silencio”.

Tal vez, las obras por las que puede comenzarse una aproximación a sus teorías y pensamiento sean “Guerra y Cine” (no hay que olvidar su interés por las imágenes y por los conflictos bélicos), “Velocidad y política” y, sobre todo “La bomba informática” (hay traducción castellana en Cátedra).

Una idea que como espina dorsal está presente en sus textos es, la profunda influencia que han tenido los proyectos militares y la tecnología en la evolución de la humanidad, para bien y para mal. La Historia quizás les deba que han sido en todo momento elementos dinamizadores. Por último, por no citar más que otro texto, me referiré a “La inercia polar”, que es una de sus obras de más calado e interés (traducción en castellano de la editorial Trama, 1999).

En nuestro idioma, no se ha escrito mucho, tal vez casi nada, sobre Paul Virilio. En nuestro país para muchos sigue siendo  un perfecto desconocido, incluso en aquellos ámbitos en que existen sobradas razones para que no lo fuera. Han aparecido, no obstante, notables excepciones como la monografía “La sociedad contemporánea en la óptica de Bauman y Virilio” de Miguel Albarenga, o “Paul Virilio y los límites de la velocidad” de Santiago Rial.

No es baladí preguntarse en este nuevo contexto ¿en qué han quedado las obligaciones morales y si forman o no parte de las expectativas del sujeto actual, en su relación con el mundo virtual o real, que por otra parte, cada vez se parecen más?

No es menos cierto que se pone de manifiesto, de forma creciente, un fetichismo de conceptos y expresiones que son portadoras de una intención inquisitorial que, en mucha ocasiones, ni siquiera pretenden disimular. Desde instancias poderosas no se hace esfuerzo alguno en fundamentar o refutar, de forma lógica los argumentos. Se descalifican rotunda y tajantemente, incluso se demonizan. Eso parece bastar.

Me parece oportuno y conveniente mencionar, aunque sea de pasada, la que se viene denominando cultura de la cancelación  y que pretende dañar y, a ser posible que desaparezcan del mapa conceptual, prestigios y reputaciones que pueden acarrear el silenciamiento o la muerte social  de aquellos a quienes se dirigen los dardos. Por eso, se exagera cada vez más, se simplifican los mensajes y se reparten con temeraria ligereza descalificaciones y sambenitos.

Paul Virilio es una buena medicina, un reconstituyente saludable para quienes sostienen, en medio de tanta mediocridad y tanto delirio que hay que fundamentar filosóficamente los argumentos.

Frente a tanto blanqueo represivo, es más necesario que nunca, construir y pertrechar un sistema de pensamiento riguroso y que –no merecería la pena mencionarlo pero es del todo necesario- se base en la racionalidad. Es más, la idea misma de crisis cada vez exige un sujeto que adopte una perspectiva dialéctica para enjuiciar los hechos.

Las etiquetas conducen a muy poco. Clasificar el pensamiento de Paul Virilio de posestructuralista o de posmoderno son sólo dos ópticas que resultan parcialmente útiles, para analizar aspectos de su obra en tanto que otros, escapan a estas clasificaciones y taxonomías. Y, no digamos, quienes lo encorsetan en el llamado hipermodernismo.

Como en otros casos, este breve ensayo, para las páginas de Entreletras modesto en su concepción, sólo pretende proyectar sobre el presente los enfoques, sugerencias y criterios del filósofo francés, en el convencimiento de que pueden sernos de mucha utilidad para decodificar y desentrañar aspectos de la sociedad del presente que… en los últimos años, no ha hecho sino incrementar las contradicciones y, sobre todo, empobrecer el horizonte especulativo haciéndonos sentir cada vez más aprisionados en una jaula o burbuja de la que no podemos escapar.

Las recetas simplistas y vacuas pretenden crear en quien las hace suyas, nada menos que una exención de responsabilidades morales. Paul Virilio con dignidad se rebela contra este estado de cosas.

¿Y nosotros…?

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