diciembre de 2024 - VIII Año

Nunca lo hará ninguna técnica

Que pueden relacionar millones de datos. Que pueden remedar esto y lo otro. Que pueden fabricar enormes cantidades de algo. Que pueden almacenar datos y datos sin fin, relacionarlos de manera ciega y sorda. Que aguantan más que ningún ser humano, que archivan millones y millones de materiales. Pero no son más que máquinas. No tienen espíritu, no tienen vida. No sienten nada, no se enteran de nada. Los pasmones creen que se puede fabricar la vida, que se puede fabricar el espíritu, que se puede fabricar todo. Que todo es miserable y fabricado. Que todo es un producto. Pero estamos vivos, tenemos espíritu. Y ellas no son más que máquinas.

Que manejan infinidad de posibilidades, que elaboran algoritmos fríos y muertos. Que lo resisten todo, que a ellas no les atacan los virus naturales. Que lo recomponen todo, que lo manipulan todo. Que son capaces de fabricar cualquier cosa y sintetizar cualquier cosa. Que pueden controlar el universo entero y meter todos sus datos en sus   bases de datos. Que pueden acelerarlo todo, multiplicarlo todo. Hacerlo más rentable todo. Que hasta simulan la vida, simulan hacer poemas. Pueden darle a tu amada trescientos besos por segundo en tu nombre en las horas programadas. Pero no son más que máquinas. No tienen identidad, no tienen personalidad.  Solo pueden dar lo que está en su programa.  Solo hacen de manera sorda lo que tú has programado.  Y todo en ellos es un remedo. Aunque tú creas que todo en el universo es un remedo. Pero todavía se distingue lo original del remedo, lo que tiene misterio de lo que no lo tiene. Lo que es libre de lo que no es libre.

Pueden hacer infinidad de cosas, sobre todo cantidades. Reproducir miles de millones de cosas, fabricar miles de millones de cosas. Pero no son más que máquinas.

Al tomar la máquina como modelo y como maestro tendemos a hacer lo mismo que ella, a convertirnos en ella.  Y entonces todo en nuestra vida se vuelve mecánico y rutinario, todo sigue un programa de manera fastidiosa y miserable.

Las máquinas sirven para producir mucho, mucho, mucho, y la gente alucina con eso. Todo se convierte en cantidad cada vez más alta y la gente se pasma. Te dicen: con internet pueden consultar millones de libros. Y nunca consultarás millones de libros, más te valdría leer veinte o treinta con todo tu ser. Te dicen: con esta máquina fabricas millones de unidades en un segundo, atraviesas miles de kilómetros en dos segundos, fabricas infinidad de productos en tres segundos. Y la gente se pasma. Y esos productos son todos iguales, repetitivos, muertos, sin vida.

Con este aparato te bajan trescientos millones de discos. Y yo que lo que quiero es escuchar profundamente un disco de Billie Holiday, con todos sus matices y giros. Te dicen: con este aparato puedes producir millones de conversaciones con tu novia. Y tú que quieres tener con ella solo la conversación única, la que no olvidará nunca en la vida. No quieres darle trescientos millones de atardeceres. Quieres darle dos o tres que le lleguen hasta los tuétanos.

Y entonces lo hacemos todo sin pasión y sin vida. De manera rutinaria y mecánica. Producimos millones de copias de algo, pero no ponemos nuestro ser en ninguna. Hacemos siempre los mismos pasos que están programados, no concebimos nada fuera del programa. Incluso subrayamos como el Word todo lo que no conocemos y tendemos a creer que el mundo se reduce a responder las preguntas frecuentes que te ponen las máquinas.  Y si esto te pone triste, qué carca eres.  La tristeza siempre ha sido rebelde.

No, nunca lo hará ninguna técnica ni ningún procedimiento. No es cuestión de fórmulas. Nada vivo y apasionante saldrá de ninguna fórmula. De las fórmulas solo saldrá lo mecánico y muerto, lo que no tiene vida. De las fórmulas saldrá de manera bruta una botella de una máquina expendedora de botellas (si tienes suerte) y nada más.

Ninguna técnica te hará asombrar con tu vitalidad a una mujer, ofrecer genialidades, sorprender a una concurrencia, crear un poema que haga llorar a tu tía, estremecer las cosas pintadas como van Gogh, lanzar gritos callados de angustia como Kafka. Ninguna técnica te hará expresar la angustia o el deseo. Pueden remedarlos, reproducir las apariencias de fuera que parezcan eso, pero nada más. Ninguna técnica le insuflará vida a lo que está muerto.

No es cuestión de técnica, no es cuestión de fórmula. La técnica actual tan divinizada puede reducirlo todo a técnicas o algorítmos pero quedarán fueras los seres vivos y candentes. La tecnocracia y el dominio de la técnica y la fórmula es como el hegelianismo del siglo XXI, que decía: todo lo real es racional, todo es desenvolvimiento de la Razón suprema y vuelve a ella. Y salió Kierkegaard y se desternilló de risa angustiada. Y salió Unamuno y les dijo: meteos vuestra razón por el culo.  No, esa Razón lo único que hacía era cosificarlos y ningunearlos a todos, convertir a todos los seres vivos en tornillos de la maquinaria muerta de la Historia. Pero ninguna técnica fabricará la mirada que me dirigió ella en aquel adiós.

Nunca lo hará ninguna técnica. Podrán imponer el imperialismo absoluto de las técnicas, decretar la técnica o nada, pero entonces en esa nada quedará todo lo apasionante.

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Archivo Entreletras

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