Centenario del nacimiento de Enrique Tierno Galván (1918-1986)
Son muchos y variados los artículos, que están apareciendo estos días, en que se recuerda el legado de Enrique Tierno Galván al cumplirse el Centenario de su nacimiento. ‘Entreletras’ viene dando buen ejemplo de ello. Creo que la nostalgia es un arma de doble filo. La herencia que Tierno dejó entre nosotros es, sobre todo, la de un impulso para proseguir su obra e intentar completar los muchos ‘cabos sueltos’ que fue dejando para que quienes veníamos detrás, avanzásemos.
Hoy, que la figura del intelectual se ha desdibujado e, incluso, ha perdido toda relevancia, llama, sobre todo, la atención la estatura moral de su figura, su compromiso con la democracia, su ideología transformadora y muy especialmente, su europeísmo, del que fue un abanderado, cuando nadie hacía gala de él. Recuérdese a este efecto que fundó la Asociación para la Unidad Funcional de Europa. Como en tantas otras cosas, fue adelantando conscientemente piezas en el tablero, corriendo los consiguientes riesgos y contribuyendo, con su inteligencia y rigor, a que soplara un poco de aire fresco en una atmósfera tan viciada y corrompida como era la de la dictadura.
Sin duda fue un gran hombre, un referente, un ejemplo a seguir. Tuvo el coraje de ser un profesor universitario comprometido en una época de sumisiones y de envilecimiento. Destacó por sus ensayos. Nunca ocultó su pensamiento de raíz marxiana, su firme creencia en el motor utópico como componente esencial de la izquierda y, ante todo, se atrevió a ser un ciudadano exigente y libre cuando a su alrededor muchos hacían dejación de sus convicciones, demostrando un oportunismo despreciable. No puedo olvidar que, también, fue un excelente tribuno que sabía conectar y comunicar sus ideas a quienes escuchaban su serena y culta palabra.
Desde que mi padre me lo presentó tuve un gran respeto intelectual por Tierno Galván. Lo admiraba. Me agradaba escuchar sus opiniones, comprobar, una y otra vez, su inteligencia, no exenta de mordacidad, su profunda erudición y su ironía demoledora.
Recuerdo ahora, la figura del viejo profesor hablándome de Saavedra Fajardo o nuestras charlas en alguna tasca de Chamberí, en las que junto a frases brillantes y agudos comentarios, tomábamos una copa de anís ‘machaquito’ que era su preferido.
Tengo presente en la memoria, cuando apareció su traducción de El Tractatus de Ludwig Wittgenstein, que por aquellos años causó furor en las universidades madrileñas. Una vez más, se adelantó a unos programas de estudio ‘mostrencos’, haciendo un gesto y un guiño con esa traducción. Nos mostró que estábamos perdiendo el tiempo y que había otras líneas de pensamiento que merecía la pena conocer y que eran necesarias para salir del laberinto en el que estábamos atrapados.
No perdió nunca su curiosidad intelectual, su afán por ahondar en las cosas y por extraer observaciones y puntos de vista que a otros habían pasado inadvertidos. Me entusiasmaba una de sus máximas predilectas, tomada de Virgilio, que de cuando en cuando repetía en latín: ‘felix qui potuit rerum cognoscende causas‘ (feliz el que puede conocer las causas de las cosas).
Este año junto al Centenario de Tierno Galván, conmemoramos el II Centenario del nacimiento del Viejo de Treveris. ¿Fue Tierno marxista? Rotundamente sí, pero su pensamiento era heterodoxo y tenía muy en cuenta las interpretaciones de Luckas, Gramsci y los filósofos frankfurtianos como Walter Benjamin o Herbert Marcuse. No tenía excesivo interés por el marxismo ortodoxo, escolástico y esclerotizado. Pensaba que había que releer al joven Marx y conectaba con el pensamiento de quienes defendían lo que de fresco y transformador tenían las aportaciones marxianas.
Cuando otros no hablaban de estas cosas, sino que repetían hasta la saciedad, nociones de teoría marxista de vuelo corto, a él le gustaba hablar del control financiero del capital y coincidía con el pensador de Treveris en que las ideas no existen con independencia del lenguaje. Una prueba de cuanto vengo apuntando es su concepto de ¿qué es ser dialéctico? Para él era ni más ni menos que llegar a la conclusión de que negar es destruir, construyendo.
Pocos han leído y disfrutado su libro Carlos Marx (1983). Considero que pasó bastante desapercibido, por distintas razones que no vienen al caso, pese a que apuntaba interpretaciones sugerentes y rompía con un tono hagiográfico demostrando con la práctica que se puede ser crítico con un pensador que le merece un profundo respeto, pero a quien no hay que considerar, en modo alguno un icono de cartón piedra.
Es relevante que en este mundo hipócrita y tartufesco hasta la protesta ha acabado por convertirse en mercancía. Quizás la mayor prueba del engaño y del espejismo en que se ha convertido la existencia… es que el mundo no es sino otra mercancía más. Así nos va. No es de escaso valor que Tierno lo intuyera.
En este Centenario del nacimiento habría que releer alguna de sus obras emblemáticas que han resistido muy bien el paso del tiempo y que siguen gozando de plena actualidad.
Sus bandos son encantadores, irónicos… y amables, pero su pensamiento es otra cosa más profunda, que hace de él uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX. ¿Por dónde empezar? Toda selección es un atrevimiento. Pero, ahí van tres títulos, junto al texto de Karl Marx ya mencionado, y junto a Cabos sueltos, su autobiografía, lleno de agudeza, de reflexiones pertinentes donde pone de manifiesto sus filias y sus fobias y donde con inteligencia y rigor deja, en paños menores, a determinados farsantes.
Las tres obras que me siguen pareciendo imprescindibles, asumiendo lo que de subjetivo tiene este juicios, son: Humanismo y sociedad, Ensayo sobre la novela picaresca y Estudios de pensamiento político.
Un rasgo para mi esencial de su modus operandi es su convencimiento de que quien domina el pasado, está en condiciones de entender el presente y de explorar el futuro. He ahí un excelente aviso para navegantes y, más hoy en día, donde el pasado se desconoce y se desprecia lo que da lugar a adanismos vergonzantes.
Son muchas las figuras de la historia del pensamiento y de la cultura a las que ha dedicado su atención de forma original y penetrante. Me atrevo a sugerir que se relean algunas de sus páginas sobre Tácito, F. de Vitoria, Erasmo de Rotterdam, Luis Vives, Gracián o Rousseau, entre otros.
Me siento abrumado al contemplar todas las perspectivas desde donde asomarse a la obra y al pensamiento de Enrique Tierno. No obstante hay algunos aspectos sobre los que no es posible pasar por alto, sin renunciar a entender los movimientos emergentes de mayor interés de los años 60. Su estancia en la Universidad de Princeton, tras ser expulsado de su cátedra por la dictadura, le permitió entender las protestas juveniles como un síntoma inequívoco que presagiaba cambios sociales de calado. Su encuentro con los movimientos estadounidenses a favor de los Derechos Civiles o contra la Guerra de Vietnam le permitió replantearse muchas cosas, abrirse a nuevas realidades e inauguró su etapa de atención hacia los movimientos de protesta juveniles.
Se dio perfecta cuenta de que lo que estaba ocurriendo, iba mucho más allá de un problema meramente generacional y se vinculaba con la caducidad de modelos socioeconómicos que se estaban desmoronando.
De especial calado es su reflexión sobre la universidad analizando que la educación, prácticamente en todas partes se entendía como una adaptación, coercitiva aunque disimulada, al sistema capitalista. Se muestra un adelantado cuando formula que quizás la principal función de la Universidad es dotar de sentido crítico y enseñar, por tanto, a cribar la información. No es posible apuntar con más acierto al corazón de la diana.
Con frecuencia, tengo la sensación de que Enrique Tierno pertenece más al futuro que al pasado. Abrió caminos que hemos de proseguir. A título meramente orientativo, sugeriré unos cuantos. Creía con firmeza y convicción en un Estado laico, es decir, con una separación nítida de las confesiones religiosas y el Estado. Hoy estamos aún lejos de ese objetivo. Precisamente por eso, hay que proseguir la tarea, estimulados por su palabra y por sus análisis.
Igualmente, como político, como Alcalde de Madrid, rompió moldes y esquemas y sigue siendo un modelo a seguir. Hablar hoy de Enrique Tierno es soñar con un modelo de ciudad, más moderno y menos especulativo, es crear infraestructuras culturales, sanitarias y cívicas para compensar las desigualdades territoriales y mejorar la calidad de vida. Creyó en la participación de los ciudadanos en la gestión pública y en un entendimiento con los jóvenes que suponía una dosis, nada desdeñable, de complicidad.
Entendió como pocos lo que demandaban los ciudadanos de un Madrid que acababa de dejar atrás la negra noche de la dictadura. Captó con rapidez sus exigencias y demandas. Supo entregarse a los madrileños y obtuvo como respuesta su cariño y su afecto.
Quiero recordar a Tierno como un vitalista ‘me gusta vivir intensamente’ solía confesar a los amigos. Lo consiguió. Bajo su apariencia de modales exquisitos, tolerante e inteligente, latía un auténtico volcán que se manifestaba en su forma de dinamizar los proyectos que emprendía.
Cuando la ocasión lo requería sabía ser caustico, incisivo y mordaz. Su figura venerable, desprendía un halo de moralidad e integridad admirables. Odiaba y despreciaba la corrupción. En más de una ocasión, echó a ‘cajas destempladas’ de su despacho a quien se atrevía a formular algunas sugerencias que él consideraba despreciables.
Me restan por decir tantas cosas que he de poner fin a estas líneas apresuradas, sabiendo que harían falta muchos folios para exponer, siquiera una parte de sus méritos morales, intelectuales y políticos de este ciudadano comprometido, hasta los tuétanos con la democracia.