La memoria nos abre luminosos corredores de sombra José Ángel Valente. Fragmentos de un libro futuro
El próximo 26 de mayo Europa tiene una cita con las urnas. No es una convocatoria cualquiera. Sin necesidad de adoptar una actitud solemne, ni sin afirmar que estamos hamletianamente ante un dilema ‘de ser o no ser’, hay que reconocer que la situación es harto compleja, que las amenazas son múltiples y proceden de distintos frentes.
La enorme dificultad del momento, hace que hayan aparecido artículos recientemente, que no ocultan un pesimismo creciente como los de Habermas o Sami Naïr, entre otros, pero que a su vez, constituyen inteligentes advertencias sobre lo que nos está pasando.
Cada vez se oye hablar menos de tolerancia y solidaridad. Parece que Europa se ha vuelto sorda y muda a lo que la convirtió en un modelo envidiable. El desarrollo social cada vez importa menos y los totalitarismos mal disimulados, los nacionalismos excluyentes y los fantasmas, que parecía que definitivamente habían desaparecido, se ciernen otra vez, sobre nosotros.
La mitología griega puso en circulación el rapto de Europa. El raptor no es, aquí y ahora, ningún Júpiter libidinoso sino que el Continente ha entrado en una profunda alienación, enajenación o hipnosis colectiva que amenaza con echar abajo lo que tanto esfuerzo ha costado levantar.
Europa fue un baluarte de los derechos humanos. Hoy, parece que son un estorbo para que la ley del más fuerte o las políticas más xenófobas logren sus objetivos.
Me gustaría recordar unas palabras de Jean Monnet, uno de los padres fundadores de la Unión Europea ‘Europa significa unir personas, no integrar estados’
Hemos llegado a un punto en el que resulta difícil reconocernos como europeos. Seremos los principales artífices del cataclismo que se avecina, si no reaccionamos decididamente, a tiempo.
Esta primera aproximación no pretende traspasar los límites del diagnostico. Tan sólo me permitiré poner de relieve que sin una gestión común de las migraciones, Europa está condenada a un fracaso estrepitoso a medio plazo. Ya hemos cedido demasiado, parece que nos hemos especializado en una actitud manifiestamente cobarde que consiste en ceder y ceder sin reconocer que se cede.
Las cosas han llegado demasiado lejos. Hay quienes interesadamente consideran la democracia representativa amortizada y, consecuentemente, no mueven ni un dedo para conservarla.
Ha llegado el momento de plantar cara y de actuar con coraje cívico sin ceder a las múltiples tentaciones de encerrarnos en nosotros mismos y resignarnos ante lo que se avecina.
Cuando se lee, cualquier día, la prensa alemana, francesa, italiana, española e incluso británica parece que hemos caído en un sonambulismo colectivo, que estamos hipnotizados.
Hasta hace pocas décadas importaba la moral, la dignidad, las libertades. Hoy, prácticamente, nadie habla de eso.
Albert Einstein nos advertía –y entonces no había hecho más que iniciarse lo que hoy es moneda de uso corriente- de que ‘la estupidez humana es tan infinita como el universo’. El propio Shakespeare en Othelo, nos previene ‘de quienes vierten su pestilencia en los oídos’
El próximo mes de mayo, todos los europeístas hemos de cerrar el paso a los nacionalismos abiertamente eurófobos, a los totalitarismos y a los populismos, portadores todos ellos, de un nítido programa antieuropeo. De no ser así, habremos perdido la primera y decisiva batalla. Bajo uno u otro disfraz esa nueva internacional destructiva, con una mal disimulada vocación totalitaria, se crecerá y empezará a preparar el asalto final.
Zygmunt Bauman con su concepto de ‘modernidad liquida’, ha acabado por convertirse en una especie de gurú del pensamiento pesimista y paralizante que nos rodea y asfixia.
Quizás estemos pagando a un precio muy elevado, la ausencia de valores sólidos. Es esta una etapa de ‘certezas liquidas’ y, por ende, ambigua, contradictoria y banal. Nunca la verdad y la mentira han estado menos alejadas. Se ha conceptualizado la posverdad de diversas formas, tal vez, la más acertada sea una manipulación emotiva sin apoyo ético alguno.
Decimos esto porque el pensamiento crítico, brilla por su ausencia. Si cometiéramos el error de considerar pensamiento a ese ente líquido estaríamos indefensos ante el alud de patrañas que pretende gobernar y regir nuestros actos.
El ensayista Adam Gopnik es el autor de una cita que me parece de lo más ajustado: ‘la luz que emiten los hombres de paja al arder no es iluminación’.
Frenar lo que se nos viene encima no es, desde luego, fácil. Tal vez, lo primero que hemos de proclamar a los cuatro vientos, e incorporarlo a la oferta programática de los partidos democráticos es señalar con claridad que seguimos creyendo en la igualdad, en la redistribución, en la libertad, en la integración y en la justicia.
No estaría de más, reconocer que Europa realizó en el pasado una explotación implacable y sistemática de otros continentes, principalmente, el africano. Esto debería hacernos proclives a manifestar que estamos dispuestos a compartir nuestro territorio con quienes se ven, hoy expulsados del suyo, aunque no fuera más que como compensación.
De cómo se afronte el llamado ‘problema de los refugiados’ depende, en no poca medida, el futuro de Europa. Naturalmente, ha de hacerse en común y con unas políticas de inmigración y de acogida ordenadas pero… hay que poner freno a la barbarie y a quienes se refugian en ideas primitivas, desfasadas y hasta supremacistas para justificar lo injustificable y más en un Continente que envejece y que necesita con urgencia: ‘Sabia joven’. A nada conducen y son inútiles los muros, las alambradas, los cepos…
Hemos de luchar por mantener el modelo de democracia y de protección social que hizo de Europa un lugar envidiable y que está plasmado en el Acta Fundacional de la Unión Europea y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Debemos reflexionar sobre si no ha sido la indefinición y el hacernos irreconocibles a quienes constituyen las bases de apoyo social del proyecto europeísta, lo que ha contribuido a debilitarnos y a conducirnos hasta este callejón lóbrego, que me niego a denominar sin salida, pero no por eso dejo de reconocer que abandonar este laberinto no será fácil.
La crisis de la socialdemocracia está, desde luego, vinculada a la insatisfacción de la ciudadanía por sus políticas y a la desconfianza por su pusilanimidad.
Creo que la historia de Europa en los últimos dos siglos es inseparable de la lucha por una democracia que garantice las libertades y proteja a los ciudadanos de los brotes y furores totalitarios.
Lo mejor de Europa es la tradición humanista. No debemos arriesgarnos a perderla. El control de poderes por una ciudadanía exigente, es más necesario que nunca especialmente cuando esos poderes tienden a difuminarse y ocultarse, aunque son claramente perceptibles sus efectos y donde los gobiernos son movidos por hilos, a distancia, que difícilmente, se pueden controlar.
Lejos de abandonar, en el desván de los objetos inútiles, la creación de una Europa política es una tarea urgente reactivarla y llevarla a la práctica, ya que en no poca medida, la supervivencia de muchos valores, que decimos profesar, depende de ello.
La identidad política europea, es una enseña a esgrimir frente a las fuerzas disolventes y centrífugas y, deberíamos darle un papel de centralidad en el discurso y oferta programática para la supervivencia que hemos de construir con cierta urgencia… si logramos parar el golpe que se avecina.
Sin ciudadanos que valoren el pensamiento crítico y un sistema justo y redistributivo, que nos permita adoptar políticamente las decisiones más adecuadas para nuestro bienestar… habremos tirado la toalla antes de tiempo y, estaremos a merced de las garras que pretenden destruir todo aquello que hace a los hombres y mujeres más conscientes de sus derechos, más libres y más dispuestos a cumplir con los deberes democráticos, entre los que debe ocupar un lugar privilegiado, defender la diversidad, la convivencia y una efectiva y real igualdad de oportunidades.
En la próxima entrega me centraré en cómo hemos de articular una respuesta atractiva y cuáles han de ser los ejes principales de actuación.