La propuesta de promover una “Nueva Ilustración” (Neue Aufklärung), recientemente formulada por el más conocido autor del nuevo realismo filosófico del siglo XXI, el alemán Markus Gabriel (Markus Gabriel y el nuevo realismo filosófico del siglo XXI), ha conseguido un gran impacto en el ámbito de la filosofía actual. En sus reflexiones posteriores a la pandemia, reunidas en su obra Ética para tiempos oscuros (2021), ha lanzado esta iniciativa, a la que ha calificado de la gran tarea de la filosofía en el tiempo presente. Una propuesta que habrá de ser estudiada, desde luego.
Markus Gabriel, en esta obra, parte de su ya conocida idea de que el sentido de la vida, en nuestra tradición cultural, se encuentra sobre todo en el permanente esfuerzo sostenido por la humanidad para mejorar las condiciones de vida de la gente. Pero la humanidad, actualmente y desde hace muchos años, no es ya solo el mundo europeo, sino que conforma una comunidad global, en la que los seres humanos se encuentran más unidos en su destino que nunca antes. La crisis económica de 2008 y la sanitaria de 2020, han puesto de manifiesto lo que ya se venía avizorando desde los tiempos finales de la Guerra Fría (1945-1990). Y, para Gabriel, los tiempos han cambiado definitivamente tras la crisis de la pandemia de 2020.
La modernidad, que se inició en Europa con el Renacimiento, obtuvo un nuevo impulso con la Ilustración, en el siglo XVIII. En esos mismos siglos se extendió la modernidad por todo el mundo de la mano de la expansión europea de los siglos XV al XIX. Pero, fatalmente, la modernidad ha terminado, ha llegado a su final, se ha agotado. La modernidad pereció en alguna de las muchas tormentas del turbulento siglo XX. Los principios de la modernidad, desarrollados a gran escala por los ilustrados y aplicados en los siglos XIX y XX, han dado finalmente, para Markus Gabriel, resultados que han conducido a un cierto desengaño, no exento de decepción. Y, ciertamente, el periodo comprendido entre la formulación del proyecto ilustrado del siglo XVIII y la realidad del siglo XXI, no permite efectuar un balance muy satisfactorio de la modernidad.
Como señala Gabriel, la modernidad se presentó ante el mundo como la portadora de algunas grandes promesas. La más destacada, quizá, fue la promesa de abrir un camino seguro hacia el bienestar y la plenitud más generales para los seres humanos. Y no hay duda de que bajo la inspiración de la modernidad se han realizado grandes avances sociales, económicos y políticos. Los mayores seguramente en la Historia de la Humanidad. Y hasta incluso en el plano moral, se han dado importantes avances, como lo ha sido la extensión de los Derechos Humanos al conjunto de la humanidad, aunque estos derechos no se apliquen efectivamente aún más que a un exiguo tercio de los habitantes del planeta.
Sin embargo, no todo fueron avances y progresos en los tiempos modernos. De la mano de la modernidad, en esos dos últimos siglos, también se han conocido y sufrido los comportamientos morales más reprobables, más odiosos y más despreciables que se recuerdan en toda la historia universal. Los totalitarismos del siglo XX constituyeron, en su conjunto, la prueba más palmaria, y la más terrible, de las debilidades e insuficiencias de la modernidad. Los totalitarismos plantean serias interrogantes sobre la modernidad. Fascismo y comunismo no fueron frutos indeseados e indeseables de la modernidad, pues esas ideologías también hunden sus raíces en la Ilustración del siglo XVIII, que definitivamente ha de calificarse de ambigua.
Ambigua, sí, pues la Ilustración no fue un credo o una doctrina. La Ilustración fue un movimiento espiritual, un estado de ánimo, casi un modo de ser: el hombre ilustrado, como modelo de hombre emancipado. Pero no había univocidad en la comprensión de qué era el hombre emancipado. Los ilustrados solo compartieron algunos principios, actitudes y valores y, en general, un auténtico interés por las ciencias experimentales, que empezaban a desarrollar su gran despliegue en el siglo XVIII. Pero no compartieron casi nada en lo que se refiere a creencias, propósitos o fundamentos filosóficos. Por ejemplo, no todos los ilustrados fueron racionalistas, aunque todos ellos considerasen que la razón era un instrumento esencial para alcanzar conocimientos ciertos. Y tampoco coincidieron el proyecto de sociedad ilustrada, pues, para unos, era el Despotismo Ilustrado y para otros la libertad política.
La propuesta de una nueva ilustración precisará sin duda de desarrollos explicativos más amplios que los realizados hasta ahora por Markus Gabriel, que prácticamente se ha limitado a anunciarla. Pero, aunque solo sea un anuncio, la definición de nuestro tiempo actual como un tiempo oscuro u oscurecido, establece un nexo con el adversario filosófico contra el que nació el realismo filosófico, la filosofía postmoderna (La filosofía posmoderna, un final ineludible). Una filosofía a la que Markus Gabriel ha combatido con notable eficacia desde sus inicios, a comienzos de este siglo. Sin embargo, y pese a ello, ambos, neo-realistas y posmodernos, comparten algunos puntos de vista trascendentales.
Como señala Gabriel, es cierto que en el denominado mundo occidental u occidentalizado se han seguido, por lo general, las líneas del derecho universal. Con ello, se ha reducido la desigualdad a niveles tolerables y se acepta que la prosperidad en un mundo globalizado no puede basarse en la desgracia de otros. Quizás ha llegado el momento de encontrar el camino hacia una “economía compartida” global. Una economía de mercado, sí, pero que comparta también la prosperidad. Paradójicamente, la expansión de China en África, para Gabriel, muestra como un modelo dictatorial de sociedad, China, amenaza con ser capaz de resolver los problemas que hasta ahora no han sido capaces de abordar los estados democráticos, basados en el estado de derecho. Una situación paradójica, desde luego, pues aumenta el riesgo de expandir la tiranía y perder la democracia. El recuerdo de la historia del siglo XX debería servir de advertencia a todos.
Hay más niveles de coincidencia entre postmodernos y neo-realistas, pese a su aparente contraposición, en el análisis y enjuiciamiento general de la modernidad. Ambos comparten otras tesis, además de la visión y aceptación del hecho de que la modernidad ha concluido. Para ambos, los valores y principios de la modernidad han quedado vacíos al verse desmentidas, por la realidad y por los hechos, sus promesas de “emancipación” y de “liberación” universales. El progreso, que ha sido enorme en los dos últimos siglos, ha beneficiado a muchos, pero no ha terminado de alcanzar a todos. Y la ciencia y el desarrollo científico, aunque ha permitido establecer ámbitos de conocimiento cierto y seguro que, además, reportan ventajas a toda la humanidad, también ha desarrollado grandes amenazas, como la nuclear, como las manipulaciones genéticas, como la fabricación de armas biológicas, etc.
Y en el plano de lo político, la libertad prometida no ha alcanzado ni a la tercera parte de la población del planeta. Pero eso no es todo, ya que, incluso en lo que se ha llamado mundo libre, siempre ha habido y proliferan hoy los enemigos de la libertad. No sólo fuera, sino en el mismo seno de las sociedades democráticas, la lucha en defensa de la libertad continúa abierta hoy en día. Y, más aún, el debate sobre la libertad sigue siendo el gran debate de nuestras sociedades en la actualidad. La aparición de la superpotencia china, que ofrece eficacia en el progreso económico, pero sin los “engorros” de la democracia occidental, plantea el problema de que la identificación entre progreso y sociedades abiertas no tendría por qué ser necesariamente correcta. La irrupción de China plantea el grave problema de que el bienestar económico quizá podría hacerse compatible con una dictadura totalitaria.
Hay en esto otra importante coincidencia del nuevo realismo con la filosofía postmoderna. No solo comparten la idea de que la modernidad ha concluido. También coinciden en que la crítica de los autores postmodernos a la modernidad no carecía de justificación, y tampoco de una sólida fundamentación. La coincidencia entre neo-realistas y postmodernos alcanza aquí hasta las determinaciones temporales. En efecto, tanto los nuevos realistas, como los postmodernos, estarían de acuerdo en que la oscuridad intelectual empezó a cernirse sobre nuestro mundo en el último tercio del siglo XX. Siglo de los totalitarismos y de las guerras mundiales, el siglo XX fue el siglo en el que se extinguió la modernidad.
El acuerdo sobre el fin de la modernidad y en lo justo y razonable de las críticas a sus planteamientos, conforman pues un sustrato común al análisis de los nuevos realistas y los postmodernos. El resultado del fin, de la muerte de la modernidad ha abierto un gran vacío ideológico, pues los valores de la modernidad han sido puestos en cuestión, han sido razonablemente desarticulados y, lógicamente, han dejado de influir en la sociedad, casi se han desvanecido. Las diferencias entre neo-realistas y posmodernos, no obstante, se han mantenido en lo fundamental. Así, frente al pesimismo nihilista de los postmodernos, los nuevos realistas proponen la necesidad de impulsar una nueva ilustración que fundamente una nueva ética o, mejor dicho, una continuación del progreso moral que inició la malograda modernidad.
Para Markus Gabriel, si se han de corregir y evitar los aspectos más negativos de la modernidad, resulta imprescindible abrir un capítulo nuevo de una Ilustración Global que eluda, entre otras, las tergiversaciones nacionalistas, economicistas, cientificistas, etc., que lastraron la vieja modernidad. Después del golpe recibido por el corona-virus, la sociedad ya no podrá seguir siendo como era. En estos momentos, afirma Markus Gabriel, está más claro que nunca que la humanidad es ya, de modo pleno, una comunidad global con un destino compartido. Se hace necesaria una nueva formulación de la ética, para lo que se precisaría abordar una Nueva Ilustración.